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Las Reales Fábricas de Riópar, 250 años de la primera industria del latón de España

Años 80 del siglo XX, los últimos de las Reales Fábricas de Riópar, en Albacete

José Iván Suárez

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En la plaza principal del pueblo, una escultura recuerda los orígenes de Riópar. Quienes visitan la localidad por primera vez quizá lo han hecho atraídos por un paraje natural que es un espectáculo de leyenda y que, según cuenta la tradición popular, fue el lugar en el que se refugiaron los hijos de Pompeyo huyendo de las tropas de César.

Hay quien cuenta aún que bautizaron al río con el nombre del Mundo, pues tal era la fecundidad y verdor del enclave, que creyeron encontrar aquí el milagro de la vida en la propia tierra. Este legendario recodo del universo es conocido como Los Chorros del Río Mundo.

Tan cerca del nacimiento de este río, crece Riópar con una historia muy singular. Más de cincuenta personas se han reunido frente al Ayuntamiento para realizar una ruta guiada para conocer los raíces de este municipio de la Sierra del Segura, en los confines de Albacete. Acude al encuentro Marta Vera. La licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Castilla-La Mancha es además la presidenta de la Asociación de Amigos de las Reales Fábricas de Riópar. Ella es la encargada de guiar a las decenas de curiosos.

La actividad forma parte de las iniciativas que se están realizando durante todo este año. La efeméride así lo merece. Y es que en este 2023 se han cumplido 250 años de la creación de la primera fábrica de latón de España, hecho que propició el nacimiento de Riópar como pueblo. El cumpleaños, como decimos, se está celebrando con honores. El penúltimo reconocimiento del hito histórico ha sido la inclusión del aniversario en uno de los cupones de la ONCE. Hace unos días, se han distribuido hasta cinco millones de estos boletos con la imagen de las fábricas y el recuerdo de esta empresa como un verdadero tesoro en el patrimonio industrial de España.

Cuando esta historia comenzó, el lugar que ocupa hoy Riópar estaba completamente vacío. Uno de los primeros investigadores de este relato industrial y humano, Francisco Fuster, cuenta así lo que debió ocurrir a partir de 1773: “Porque en este paraje, escondido entre montañas agrestes, se crearon las primeras fábricas de latón de la península y empezó el resurgimiento de la industria metalúrgica española. Donde siempre se escuchaba tan sólo el silbido del viento en la copa de los pinos o el bucólico balar de las ovejas, surgían ahora nuevos ruidos extraños y metálicos, procedentes de martinetes y fraguas”.

Antes de que se instalasen las fábricas de latón, cobre y zinc, ya existía el pueblo de Riópar, pero tres kilómetros arriba, encaramado a un monte, a la sombra de su castillo. En aquel lugar creció desde la Edad Media y desde allí comenzaron a marcharse al valle cuando hace 250 años un ciudadano austriaco, nacionalizado español, Juan Jorge Graubner oyó que en esta zona existía una mina de calamina.

Desde Madrid llegó hasta aquí el maestro metalúrgico y tras inspeccionar las posibilidades planteó al rey Carlos III la empresa. El 19 de febrero de 1773 consiguió la Real Cédula por la que se creaban las fábricas. Muchos vecinos iniciaron entonces la reconversión del campo a la industria. Para Graubner, aquella fue la gran apuesta de su vida. De hecho, gastó toda su fortuna, trajo consigo a una veintena de maestros metalúrgicos alemanes y tras multitud de inconvenientes, en 1786 la fábrica empezó a funcionar.

No fue nada fácil. Hubo que traer máquinas, aprovechar la fuerza de las aguas y comenzar a extraerle a estas montañas sus preciados minerales. Graubner murió en 1801. Antes de abandonar este mundo, el pionero tuvo que pedir financiación y el Consejo de Castilla ordenó que se asociase con la ciudad de Alcaraz. No fueron pocos los conflictos que se generaron en aquel tiempo entre el pionero y el histórico municipio. Con el inicio del siglo XIX y la guerra contra Napoleón, llegó un cierre de casi 20 años de la empresa, una época oscura que acabó en 1846 con la privatización del negocio y la creación de la Compañía Metalúrgica de San Juan de Alcaraz.

La gran experta en la materia, Marta Vera, perfila las razones de la expansión de las fábricas a partir de 1846: “La compañía aplicó modernas técnicas tanto administrativas como publicitarias: en los albores de este arte, queda reflejo en la contabilidad como gastos de propagación del consumo. Se comenzó a cuidar con mimo los diseños, contando con escultores de la talla de Benlliure. En estos años la empresa comenzó a cotizar en bolsa, registró patentes de invención y estableció su marca de fábrica: la cruz de Caravaca”.

Tanta fue la importancia de las fábricas que en aquel periodo llegó a tener accionistas entre la monarquía borbónica y fueron presididas por personajes como el expresidente del Consejo de Ministros, Juan Bravo Murillo. Fue gracias a él por lo que en 1869 se empiezan a fabricar, por vez primera, cartuchos metálicos sistema Remington.

La compañía, con sede social en la capital de España, había empezado a distribuir los cuidados productos fabricados en Riópar a multitud de lugares y algunos objetos fueron incluso premiados en exposiciones en Madrid, Barcelona, Londres, París o Filadelfia. La expansión del negocio era tal que hacia finales del siglo XIX trabajan cerca de 300 personas en las fábricas repartidas en diversas instalaciones. Alrededor de las cuales ya se habían construido viviendas para los obreros, escuelas o centro sanitario. Una verdadera colonia fabril que fue amortizando al originario Riópar, aquel medieval que subsistía entre los vientos y nieves de las montañas.

En 1888, la Ilustración Española y Americana relataba: “La importante sociedad Compañía Metalúrgica de San Juan de Alcaraz dedícase a la producción y construcción de piezas artísticas de bronce, aparatos para alumbrado, fumistería, candelabros, estatuas, balaustres, llamadores, etc. Los objetos expuestos denuncian el adelanto en la fabricación y la perfecta organización de sus talleres. Es considerable el movimiento industrial y mercantil”.

Un tiempo de esplendor que, sin embargo, no estuvo exento de incidencias. Solo cinco años después de esta reseña, se declaró un incendio en una de las minas de donde se extraía el material “habiendo sido víctima de las llamas uno de los talleres de más importancia, cuyas pérdidas se calculan en 80.000 pesetas”, se apuntaba en La Correspondencia de España. Por suerte, no hubo desgracias personales. Si que se produjeron en 1892, cuando un obrero hirió a otro gravemente con arma de fuego.

Y la historia de este curioso lugar siguió su marcha en el convulso siglo XX. Las condiciones de los trabajadores eran más óptimas que las que soportaba el proletariado en los centros industriales de las grandes ciudades. La espaciosidad de las fábricas, el propio ambiente natural donde vivían y ese “paternalismo industrial” con el que se les trataba, minimizaron los conflictos laborales.

Durante la visita escuchamos lo que se relata en un texto de 1910, publicado en la Revista Ilustrada de Banca, Ferrocarriles, Industria y Seguros. Decía el redactor: “Tal es el admirable procedimiento seguido desde muy remotos tiempos en aquellos talleres, donde el mal entendido socialismo y la peligrosa arma de dos filos que se llama la huelga no han podido entrar, y así es como se evita que jefes y maestros tengan predilección por uno ú otro obrero, que en el taller haya favoritismo e influencias, que se evite la negligencia y se estimule la actividad de todos, que la división del trabajo sea perfecta y que la vigilancia sea mutua entre los operarios para el propio interés de todos en una mayor producción colectiva”.

Sin embargo, en ciertas ocasiones sí que había alguna distensión entre empresa y trabajadores. Así ocurrió en marzo de 1915, según El Defensor de Córdoba: “El gobernador de Albacete comunica que los obreros de la compañía metalúrgica de Riópar han celebrado una manifestación pacífica solicitando que se les abonen los jornales que se les adeudan”. Pequeñas rencillas de una historia larga y compleja. Porque en 250 años desde su creación, las Reales Fábricas de Riópar han vivido todo tipo de circunstancias. Eso es algo que se intuye mientras se visitan los edificios caídos que han sucumbido a la maleza.

Y mientras, en este 2023, recorremos las salas principales del museo, aún podemos imaginar la grandeza de esta industria que solo un siglo atrás era descrita de esta manera: “Si entramos en él, no podremos menos de admirarnos al ver funcionar el gran cubilote y la amplia placa de moldear, provista de su grúa para hacer piezas de fundición de hierro para todas las aplicaciones, y la potente rueda hidráulica que mueve los trenes al estirar alambre, y las sierras mecánicas que con su característico ruido parecen entonar cadenciosas el himno del trabajo”. 

Este año, como apuntábamos al principio, se está conmemorando el aniversario de este milagro de la revolución industrial española. Hace unos meses, la Facultad de Relaciones Laborales y Recursos Humanos de la Universidad de Castilla-La Mancha en Albacete acogió una exposición didáctica y una serie de conferencias. La información vertida por los expertos esta primavera se suma a otras iniciativas investigadoras del pasado como las jornadas de 2011 y 2012 que desembocaron en un libro, otras dos publicaciones más y algo muy interesante: el Archivo de la Palabra del Instituto de Estudios Albacetenses 'Don Juan Manuel'.

Una serie de entrevistas grabadas y realizadas por Aurora Galán Carretero, Marta Vera y Ana Fe Serra donde se recogen los testimonios de 10 mujeres y hombres que conocen de primera mano la historia de las Fábricas. Voces como las de Jorge Escudero, Pepa Moreno, José Manuel García Riera o Ascensión Mañas Rodríguez, que recordaba perfectamente como una mujer mayor de la aldea del Laminador, le dijo: “Ascensión, enséñate a trabajar bien ahora, que no te pesará”. Y no le pensó, confesaba en la entrevista. Ella fue una de las mujeres que desarrolló su vida profesional en la fábrica. El papel de las “viudas y huérfanas” que eran contratadas en la compañía metalúrgica es una de las vías de investigación  que actualmente recorren profesionales interesadas en seguir desvelando la importancia de esta industria en la sociedad de esta zona de la región. La industria desde la perspectiva de género es uno de estos nuevos caminos que seguirán ensanchando el propio legado de las fábricas.

Para ampliar estos senderos del entendimiento, el propio Museo de las Fábricas de Riópar dispone de un archivo que alberga toda la documentación disponible. Antes de alcanzar esta última etapa de la visita guiada, el medio centenar de participantes han recorrido gran parte del pueblo para conocer los vestigios de la actividad industrial que originó este municipio que hoy ha sustituido el martillo y la fundición por el turismo. Y este casco histórico, declarado Bien de Interés Cultural, es uno de los atractivos de una localidad, que en 1991 dejó de llamarse Fábricas de Riópar para adoptar solo el apelativo de Riópar. Pese al formalismo, aún hay mucha gente en la sierra que lo sigue llamando 'fábricas'.

Tres kilómetros arriba, el genuino Riópar pasó a llamarse Riópar Viejo. Hoy, rehabilitado para el hospedaje de temporada, aún conserva el aroma del tiempo en que se levantó. Hace cien años, en la revista La Esfera, acompañado de cuatro fotografías,

Pedro Román ilustraba así este lugar: “Situada en la cima de un peñasco casi inaccesible, puede decirse que solo se la ve cuando, escalando éste por el único punto posible que sirve de subida, se tropieza con las casas que forman la casi única calle del pueblo, teniendo enfrente, sobre la parte más alta de la peña, las ruinas de fortísimo castillo. En la plazoleta que separa el pueblo de la parte baja del castillo, hoy convertida en cementerio, se alza la antigua iglesia parroquial, pequeña, pero interesante, y ante ella un hermoso álamo, notable por su extraordinaria corpulencia, sombrea toda la explanada. La impresión del pueblo es de las que no se olvidan fácilmente”.

Así es un siglo después. En 2023, esta es una parada obligada como lo es la ruta 'La Senda del Agua', de reciente creación y que se extiende durante 10 kilómetros desde el paraje La Toma del Agua hasta San Jorge, pasando por El Gollizo, Riópar y el Laminador. Con esta intervención se recupera el patrimonio hidráulico industrial en el entorno de las Reales Fábricas de Bronce gracias a la inversión, a través de los fondos europeos, de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y el Ayuntamiento.

Hace un par de años también se estrenó una señalización del conjunto histórico de las fábricas que está sirviendo para interpretar mejor la integración de los elementos del paisaje con la antigua industria. Mientras tanto, quedan pendientes y a la expectativa de poderse llevar a cabo otros dos proyectos que podrían ver a la luz en los próximos meses. De una parte, la rehabilitación del edificio del Complejo Industrial 'San Carlos' para que se incluya en la Red de Hospederías y de otro lado, la restauración de la balsa y el parque colindan con el actual museo.

Vestigios de la época gloriosa de las Fábricas que empezó a decaer en tiempos de la Segunda República y que durante la guerra sirvió para la elaboración de material bélico y que incluso, vivió en su seno el propio enfrentamiento interno entre comunistas y anarquista por el control de la factoría. Después de 1939 y durante la dictadura franquista, las Fábricas de Riópar recuperaron una importante actividad. Recibieron importantes galardones del caudillo pero durante principios de los setenta, la crisis del petróleo, la introducción de otros productos y la competencia, fueron acabando lentamente con esta industria centenaria. Estos penúltimos instantes pueden verse en un documental que rodó Televisión Española en aquellos tiempos. Un documento audiovisual único en el que se cuenta que “junto a la fábrica se vive una existencia religiosa que en el mundo industrial urbano ha desaparecido”.

España entró en la transición democrática y las fábricas, en 1984, se adentraron en su última fase de vida. El intento final por salvarse lo representó la Sociedad Anónima Laboral que aglutinó a 110 obreros. La experiencia colectiva fracasó por diversas razones en 1996. Hoy subsisten algunos talleres particulares donde se aprovechó algo de la maquinaria y, sobre todo, la experiencia acumulada durante años.

Termina esta ruta por la historia de un sitio sin igual, agarrado a estos extremos de Castilla-La Mancha, a los que el progreso industrial alcanzó hace 250 años y donde hoy se trabaja por recuperar este patrimonio no solo como recurso turístico. Su importancia radica, sobre todo, en su legado como identidad de un pasado de esfuerzo. De centenares de obreros y obreras que con su trabajo construyeron un pueblo.

Un Riópar laborioso que nació gracias a una industria pionera y junto a esta excepción de la naturaleza que Fray Pedro Morote narró hacia 1741: “Mundo, río clarísimo, cuyas aguas cristalinas, trasparentes, manifiestan lo que a lo más profundo de sus cristales se retira, y son tan acomodadas al paladar, que hacen conocidas ventajas para el gusto y provecho a cuantos almíbares producen las muchas y dulces fuentes de aquellas famosas tierras. Tan hidalgo es el principio que en su alto nacimiento logra este famoso río que está reputado por una de las singulares maravillas que el Soberano Autor de la naturaleza franqueó a nuestra España”.

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