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La lumbre de la chimenea está encendida todo el día, ha sustituido al sol. No deja de bailar el fuego con su propia sombra. Hace unos días me llegó a este lugar perdido el primer libro del año, Zen Bombardier, de Antonio Cordero. Una singladura a la vez que una cartografía de la existencia, al leerlo te echas de nuevo al camino. Pág 63, poema 24, Tormenta. 40º24´36´´N-03º 42´86´´O “El hombre recuerda las manos de su amor, sus dedos en la fuerza de la hierba, de los juncos flexibles abiertos al mundo” Una cita, dadme una cita, así comienza a quejarse el fantasma de esta casa de piedra. Nadie la encuentra, nadie puede dársela. La queja se convierte en canto, se vacía cantando, la queja de la alegría, La plainte du soleil. No hay cita, no hay guía.
Llueve machaconamente, hay flores pero no hay vida, silenes y lavateras cada vez más extrañas y mal olientes, mueren para ser, por sí mismas se queman bajo la lluvia, ni humo o amor por el mundo. Sigue por ese camino de tierra hacia el berrocal del Cuervo, no te lo dice nadie. Se hace de noche, solo tú haces ruido. Condenado a escribir a oscuras en este mundo sobreiluminado. Los paisajes estaban allí, abandonados, sin lenguaje, vacíos. Llovía. Iba al encuentro de ¿una verdad? Ya no hay verdad, la verdad murió en Auschwitz, junto a la católica Cracovia. Me había alejado un poco más allá de lo habitual.
No me llamarían para participar en el “Conjuro”. Intenté aprenderme esa palabra en muchas lenguas, conjuro. Pero no encontré otra lengua en la que esta palabra fuera tan bella como en mi lengua materna. Un conjuro contra la maldad está en estas palabras de Paul Celan: “Cualquier palabra que pronuncies, das las gracias a la corrupción” Ni un atisbo de luz más allá de la lumbre, o brillo, ni siquiera ve su mano, el papel ¿Se sale de la hoja? La hoja es el mundo. Pena de ser, lo menos ahora es menos, no más. Este paisaje reina ahora en mis ojos con su vacío. Storytelling, grung, grung, grung, y es mi fantasma finalmente el que se pierde en mi poema, o en el berrocal de noche. La fotografía a pie de página es de Daniel Díaz Trigo. Me la mandó el 28 de diciembre. Ha captado la doblez, la posible dualidad del mundo.
Extraños compañeros de viaje en los Temps Lyrique, vuelve el antisemitismo disfrazado de buenismo fatuo. Que es lo que salvaría de mí, y volvería a amar de nuevo todo lo que amé a otra potencia, hasta que la verdad queme la boca ¿Se le quema a él la boca con los miedos? Todo lo pinta de azul. Los miedos como los silencios ¿Uno solo? M. S. Uno hace que oigas la piedra, otro el cielo, uno en varios. El silencio de las cosas, de pronto dejaron de chillar todas a la vez ¿Puedes oír los dos silencios del dios cruel? Me rompí escribiendo una larga carta, como un boxeador que pelea contra el aire. Una carta a nadie es a todos, noqueado por ángeles, ahora la nube arrastra los pies. El fin de la mecánica y de la verdad, tu nostalgia es de dos soles, pero sabes que no suman su luz y que apenas aportarían más energía a la ceguera.
Curo el desasosiego por la noche leyendo el poema 13 de Zen Bombardier de Cordero, 26º34´06´´N-95º07´27´´E. “Este es el sagrado corazón del árbol, y no me vengas con esa, riega el tiempo y la aves, dispersa tus fuentes en las huellas del barro, pero no nos dejes caer” Este paisaje me educó para el resto de paisajes que hubo en mi vida. Los ojos son imposibles de gobernar, lo incendian y lo apagan todo. Ahora, mientras dura el invierno, me gustaría tener un corazón allí, donde Gredos se corta con el azul del cielo. Sentí esto mismo en Cuneo a principios de diciembre. Rodeado de lo imposible quería ir, quería ir hacia los Alpes. Nada grandiosa por otro lado esta parte del mundo, a escala es plena en todo, en altura equilibrada; el espacio se acomoda bien a la mirada. Primero se vive, después se ensueña.
Esta quietud provoca impaciencia. Otras noches vuelvo a Cioran “Sin la poesía la realidad se desprecia” No le copies querido fantasma, sustraele todo lo que te esté escondiendo, sus hiatos silenciosos. Pero “Así has de ser” te ayuda Goethe a continuar. Escritura eléctrica, incluso la mano se agita y va más deprisa. La caligrafía constata esa energía, la velocidad. No se deja leer fácilmente, hay que descifrarla, en ella se representan los nervios más que los huesos. La luz más que el flujo de energía. La sombra de la lumbre parece tener raíces, ramas, hojas, pero cuando el árbol arde, a sus pies en el suelo se proyectan ideas, manchas. “Así has de ser” Apenas ha cambiado en algo aquello que me rodea. Tendría que observar más detenidamente, acercarme a las grandes moles graníticas de Labrado. Lo que recuerdo del año pasado es un bloque de piedra que se resquebraja. La memoria está protegida por un sinfín de recuerdos que se acumulan para llenarlo todo, hasta que no desaparezcan ella no aparecerá. La memoria es el núcleo duro del ser. Cuando para “ser” se necesita de un esfuerzo ilimitado, toda la energía se pierde en lo absurdo.
Por ejemplo, hablar con lo que nunca podrá hablarte. Así ha de ser. Ahora está grabado en una de esas piedras; una lancha de granito apoyada en un molar con forma de cabeza. Las grandes piedras dejan su peso muerto sobre el peso muerto de otras piedras. Así nos apoyamos también para descansar del esfuerzo de ser. Un peso muerto en otro. En lo montaraz de estos paisajes, al atravesar esas partes de denso matorral, en el que de continuo se enganchan la camisa y el pantalón, y se hiere uno en la densidad de las ramas secas y los espinos de enero, o al bajar hacia las zonas encharcadas, a los nacederos de los arroyos sales mojado hasta las rodillas, el pie de trinchera esta al venir. Reminiscencias de la niñez ¿Rescoldos? ¿Ascuas? Nos remueve igual que a eso. Aparentemente todo eso está apagado. También el lugar que cada uno ocupa en su vacío es determinante. La tierra guarda en sus escenarios su propio Marte y sus lunas, ya no tan escondidos e inaccesibles.
Abiertos a la visita, los llamamos espacios muertos para la vida, ahora sobrexpuestos, incluso el cielo allí no parece el cielo, y los colores manan de las heridas de la tierra. Sabemos que no podemos vivir en ellos. Así ha de ser. ¿A qué mundo hemos llegado? De nuevo a este, el paisaje parece el mismo, pero por los colores, la luz y el suelo agostado desde hace mucho, lo siento devastado, sin apenas vida, y por donde se encuentra en el mundo, apenas habitado, lejos de las grandes lumbres, percibo que su desnaturalización obedece más a los síntomas de una enfermedad que al mal mismo. Atraviésalo y dime, es una exploración del alma. ¿Dónde está lo nuevo? ¿Qué prueba hay del salto en el tiempo? ¿Se achicó el sol?
¿Perdió su volumen? Este paisaje me da sueño, hace que me duerma y que desaparezca, otros los padecieron igual. El amor se padece de la misma forma. He aprendido de este paisaje a desaparecer en el –Ahí queda limpio de mi– ¿Qué me ha dejado? Por no ser un ser excremental, zafio, brusco ¿Lixo? ¿Fusca? ¿Añoranza? También son formas de basura, pero no podemos llevárnosla toda. “Así ha de ser” Vas a abrir cielos, al más alto lo llamas el Cielo de Tierras viejas, pasa tras el aire un camino cegado por ortigas negras, el vado de los Héroes, los días muertos de Enero, más allá del cielo de la Silga no creo que haya más azul o lugar. Los espacios vacíos apenas tienen nombres, las grandes ruedas de la voz, el aire peinado de viento negro, pelado de hierba el tiempo, en el sentido crónico del camino del rey ¿llegarás a Nisa y al lugar de Los Noques de Piedras blancas? Tras esos montes negros o azules la luz es más pobre, es un país de aves, todo vuela, yendo, yendo no se llega, y me alegra de que no se llegue, nada se mueve, el cielo que mañana podría ser pisado por los enfermos si siguieran la línea negra de la historia, por dios, que no me sigan, están los caminos de Mirabel, los de la Peña de los Angelitos y los de la ciudad.
Volvemos a abonar la tierra con la misma mierda, el poema con la misma mierda, las luces recién apagadas queman, pero ya no se ve el sol, tu calor va en la savia de los diletantes. Amar eso cada vez que te llame, le salen pelos a tu mano, el sol zumba, así es la noche aquí, azul Baya, viviente en lo muerto, menos negra que la cabeza de un pastor de niños, si me ayuda la luz de una boca muerta a ver esa llanura negra o azul Baya, pero no le rezo la Amidá de noche, no quepo en ello, sacudo el pantalón, el fino polvo es alma; cantamos a Lucio Dalla tras la ventana negra, no se nos ve, no se nos oye. -A todo esto, me sentía totalmente dueño de mí mismo, como hasta el momento solo en los tiempos sagrados. ¿Comenzaba ahora, pues, un tiempo sagrado- p.h.
Aún te enviaba lo que no se puede enviar, porque pesa casi nada, y no hay modo de saber si se pierde o no, ¿las palabras? eso creo, se pierden en ti y en mí, se pierden en todos, las escritas también, sirven por un tiempo, dan servicio, entran muy dentro, actúan como las lombrices en la tierra, o los anuncios luminosos de noche, pero en otra dirección, no lo sé, ese hacia donde nunca lo he sabido. Tal vez volvían de muy lejos después de haber atravesado el mundo. Aún te las envío fuera de sí, vacías, creo que así pesan menos, sin intermediarios. Lo mejor es que ya no se pudieran leer, apenas, en conjunto, me refiero a eso, por haberte llegado desordenadas, y tan mudas que dan lastima. En estos paisajes siempre hay álamos, con poco aire ya tiemblan. Lo que me ha llegado de ti es esto mismo, una paz, no una, sino la paz, la que uno espera por ser hombre, de la que uno siente que no debería siquiera hablar para no destruir, y si invitarla a entrar todavía más adentro, pues se tendría que hacer visible en mis ojos. Lo ves, ahora puedes verlo. Repliegues y despliegues cada vez mayores, hay un momento extraño donde se da el punto de inflexión, y nunca se haya en el espacio, es ajeno a nosotros lo que se rompe por uso, su duración, el amor por ejemplo. Un fuelle roto echa el aire por los pliegues y se vuelve a llenar por las roturas.
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