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Hace siete años el terror se apoderaba de Francia. Como si de nuevo fuese 2002 y Jacques Chirac rogara, conmocionado, la concentración del voto para impedir que Le Pen, entonces padre, ganase las elecciones por primera vez, abocando a Francia a lo que habría sido una situación inhóspita en el país vecino.
Como Chirac, Emmanuel Macron agitaba en 2017 la carta del miedo y exprimía cada centímetro de su carisma e inteligencia para lograr la victoria de un partido recién cocinado, que no contaba con estructura territorial ni con nombres conocidos en la lista, más allá del fugaz ex ministro de Economía.
Apenas cinco años después Francia volvía a ser testigo de otro combate cuerpo a cuerpo entre Macron y la sempiterna candidata Marine Le Pen, hija, pero no heredera legítima del partido, que ha conseguido, gradualmente en cada elección, los mejores resultados de la historia del RN - Rassemblement National en francés- en gracias a la presunta dulcificación de su mensaje y al rechazo al legado de Jean Marie.
Este pequeño contexto nos ayuda a situarnos en el momento presente: no es, ni mucho menos, la primera vez que el partido de Marine Le Pen ha estado a punto de ganar las elecciones y nada de esto es ya una novedad para los franceses.
Sin embargo, en esta ocasión las alarmas se han disparado como nunca antes tras la decisión apresurada de Macron, que, ante los pobres resultados conseguidos por su partido en las elecciones al Parlamento Europeo (apenas consiguió el 14,6% del voto), decidió detonar la bomba de una nueva convocatoria y poner al país patas arriba.
El problema de todo esto es que, o bien el presidente no tuvo en cuenta la realidad sociopolítica actual- que en parte ha ayudado a crear él mismo manteniendo un partido presidencialista que basa sus victorias en la figura de Macron y no en una base territorial consolidada- o bien no calibró adecuadamente el descenso de su popularidad en los últimos años.
Emmanuel Macron ha querido ser, siempre, el presidente-rey, como lo fueran antes Charles de Gaulle y François Mitterrand. Pero parece ser el único que aún no se ha dado cuenta de que aquellos tiempos ya no existen. Y no solo en Francia, sino en el resto del mundo, en el que la intelectualidad está denostada en todas las esferas de la vida y las apuestas por nuevos partidos, con estructuras diferentes a las tradicionales, se han demostrado ineficaces para gobernar en el largo plazo.
Los franceses perciben a su presidente como una persona elitista y alejada de la realidad de su país. Ciertamente su desdén por las revueltas contra la reforma de las pensiones o la pésima gestión de la crisis de los llamados chalecos amarillos no han ayudado a suavizar su imagen distante.
El resultado de todo ello es un país desnortado y aturdido, que cada día se levanta con nuevas afrentas de Jordan Bardella, discusiones entre los líderes de Nuevo Frente Popular o ridículas riñas de patio entre los compañeros del partido conservador Los Republicanos.
Francia ha perdido la referencia de sí misma, por primera vez, y nadie sabe a ciencia cierta qué sucederá los días 30 de junio y 7 de julio.
El escenario más probable, dadas las débiles alianzas del partido Renacimiento- el nombre en sí solo daría para una tesis acerca de las aspiraciones alienadas de Emmanuel Macron- es que el RN de Le Pen y el Nuevo Frente Popular consigan pasar a la segunda vuelta, dejando al partido del actual presidente fuera de la batalla electoral.
Ante este escenario, Europa confía en que los franceses, asustados y horrorizados a partes iguales, votarán masivamente al Nuevo Frente Popular para evitar que Le Pen sume un numero significativo de escaños en la Asamblea Nacional francesa que pudiera facilitar una futura victoria a las presidenciales del año 2027.
Sin embargo, aunque una segunda vuelta con una ciudadanía concentrada en el voto a la izquierda es sin duda, el escenario “menos malo” de los posibles si Macron se queda fuera, esta situación entrañaría resultados catastróficos para la gobernabilidad del país. Y ello por cuanto que una derrota de tal calibre obligaría sin duda a adelantar las presidenciales en el medio plazo, dado el escenario ingobernable en el que se convertiría un parlamento fragmentado, con un partido que sustenta el gobierno en minoría menguante.
Por otro lado, no se puede obviar el caos que originaría la victoria del Nuevo Frente Popular, teniendo en cuenta que los candidatos de la coalición han conseguido ponerse de acuerdo para concurrir juntos, pero el programa, candidatos e ideas de cada partido de la coalición es tremendamente dispar.
Su victoria, además, redundaría en el progresivo debilitamiento de Macron y en la apresurada llegada del fin de su mandato, que más pronto que tarde, evidenciará el cambio de una era en Francia, y, por ende, en Europa.
La llegada, ahora sí, de los partidos de extrema derecha es una realidad y el RN se encuentra más fuerte y cohesionado que nunca. Una parte de la ciudadanía acepta implícitamente que la coalición a la que vote podría pactar con el partido de Marine Le Pen y ha perdido el miedo.
Una hipotética gobernanza de partido de extrema derecha en uno de los motores sociales, económicos e intelectuales del mundo pueda acarrear un terremoto de consecuencias inesperadas no solamente por la dureza de su discurso y sus políticas xenófobas, sino por la caótica puesta en practica que devendría de otorgarle tanto poder a un partido que nunca lo tuvo ni pensó tenerlo y que, ciertamente, se verá desbordado, como ya les ha sucedido a otros antes, entre su promesas y la, por suerte, difícil puesta en práctica de las mismas en un Estado democrático de Derecho.
Macron, a pesar de todo, ha sido un firme defensor de la Unión Europea y de los valores que representa. Su declive en las instituciones francesas supone no solamente la caída de un modelo de gobernanza patria, sino, asimismo, de la Unión Europea.
Gracias a Francia, entre otros países, se aprobaron los fondos de recuperación europea, se desatascó la nueva política de inmigración o se puso sobre la mesa el debate sobre un ejército europeo propio.
La desaparición de gobernantes pro Unión Europea en los respectivos espacios nacionales minará sin duda el proyecto común, que progresivamente se verá gobernada por políticos que buscan destruirlo, como Giorgia Meloni, Victor Orban o Marine Le Pen.
Las elecciones francesas, por tanto, no son solo un referéndum de los franceses a Macron, sino un referéndum a una visión fuerte y poderosa de la Unión Europea frente a las políticas de extrema derecha que la rechazan y hostigan.
Ante esta situación, que, por desgracia ya no es insólita, ¿veremos a Macron el próximo 14 de julio feliz y orgulloso escuchando a Daft Punk en la plaza de la Concorde o será este su último Día de la Bastilla? Pronto lo sabremos.
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