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Cuando llegó a Sigüenza apenas salido de su aldea natal, se dirigió al pupilaje donde habría de alojarse a partir de entonces. Como no hallara allí a su nuevo amo, marchose entretanto a conocer la ciudad. Caminando por sus calles, maravillado como quien nunca antes había visto otra urbe semejante, acabó en la Travesaña.
Poco más o menos de esta manera es como el protagonista de la novela picaresca 'El guitón Onofre' descubre Sigüenza. Su paseo le lleva, como no podía ser menos, a la Travesaña Baja, sosegada callejuela hoy pero otrora escenario de una agitada actividad comercial. La secular travesía es el primero de muchos rincones seguntinos que ambientan la historia en los cinco capítulos completos que transcurren en la ciudad.
Un hecho menos sabido —a pesar de sospechado— es que algo muy semejante debió de vivir en sus propias carnes Gregorio González, escritor de la novela. Al lector familiarizado con Sigüenza no se le escapará la precisión con la que el escritor caracteriza lugares y monumentos, unos más conocidos y otros menos, algunos hoy desaparecidos y olvidados otros aún señoreando la plaza, impertérritos al paso de los siglos. Esto llevó en su día al estudioso Manuel Fernández-Galiano a proponer que, en algún momento, González tuvo en Sigüenza su hogar.
La intuición no le fallaba al erudito: entre los sumulistas matriculados en octubre de 1589 en la Universidad de Sigüenza se halla Gregorio González. El paralelismo de las vidas de autor y personaje no termina ahí, pues otros documentos atestiguan que González recibió el bautismo en mayo de 1575 y se matriculó en Alcalá en 1597 contando veintidós años; hechas las cuentas, González llegó a estudiar a Sigüenza con catorce años, exactamente la misma edad que su personaje.
Todo esto sería una anécdota más en la inmensa lista de personalidades ilustres que engalanan los anales seguntinos si no fuera por sus implicaciones filológicas. Algunos críticos, como Francisco Rico, han argüido la supuesta influencia del Buscón en la obra de González para sostener la datación temprana de la novela de Quevedo. Una alternativa autobiográfica no solo dejaría tal argumento en agua de borrajas sino que, además, obligaría a plantearse la cuestión a la inversa: ¿Se inspiró Quevedo en el pícaro seguntino?
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