En los márgenes de la fe: devociones milagros y lugares enigmáticos de Albacete
Quizá no existe nada más profundo que el miedo a la muerte. No hay nada que nos iguale más a todos los humanos que el instinto primigenio por la vida. Sin embargo, cuando las tragedias sobrevienen, cada persona encuentra su manera de afrontarlo. Desde tiempos muy remotos, la gente ha rogado a los dioses para que les protegiesen de las fuerzas incontrolables de la naturaleza. Durante miles de años, las religiones se han basado en la doma de estos miedos. Porque si falla el entendimiento, siempre nos queda la creencia. O, dicho de otra manera, más vale fe defectuosa que científica desazón.
Generaciones y generaciones de católicos albaceteños han rezado para pedir salud. En silencio, en el propio hogar, o en alguna de las 195 parroquias que tiene la provincia de Albacete. En los últimos siglos, el número de templos cristianos ha crecido. En las Relaciones Topográficas de Felipe II del siglo XVI, aunque solo recogen datos de 20 municipios, ya se citan 16 iglesias y 61 ermitas. A finales del XVIII, en la información geográfica recogida por Tomás López se habla de 48 iglesias parroquiales, 84 ermitas y tres santuarios. Hoy, además, la Diócesis de Albacete cuantifica en cinco los santuarios: Virgen de Cortes de Alcaraz; Belén en Almansa; el Santo Cristo del Sahúco en Peñas de San Pedro; Nuestra Señora de Gracia de Caudete; Nuestra Señora de la Encarnación de Tobarra y una ermita con especial rango, la Virgen del Rosario de Hellín. El más antiguo de todos los santuarios, el de la Virgen de Cortes en Alcaraz, tiene su origen ocho siglos atrás. En pleno proceso de la Reconquista, un pastor encontró la imagen que hoy se venera y a la que se le atribuyen numerosos milagros. Este inmenso poder es el que ha alentado durante siglos la devoción popular.
Miramos ahora hacia principios del siglo XX. La prensa local de Albacete publicaba sobre la virgen: “Madre amable que ha dado la vista a los ciegos, oído a los sordos, movimiento a los paralíticos, salud a los enfermos. Madre admirable, que detiene el rayo en las nubes, riega los campos sedientos, aleja la peste y preserva o protege con escudo de bendición a la ciudad, de epidemias, catástrofes e infortunios”. Y en aquel mismo tiempo, el escritor Roberto Molina difundía en ABC: “La gente – mayoría campesina, que ha preparado este viaje durante todo el verano – llega en grandes carros, arrastrados por mulas. Todo el monte de Cortes es un vasto campamento (…) Enciéndese luminarias, se disparan cohetes, se canta …”. La romería es el momento cumbre de una pasión que suma el goteo incesante de creyentes o curiosos durante todo el año. En el camarín se acumulan fotos, vestidos, prótesis, textos que agradecen o piden intermediación divina ante los problemas de salud.
La romería es el momento cumbre de una pasión que suma el goteo incesante de creyentes o curiosos durante todo el año
En santuarios y parroquias, la devoción también se adapta a los nuevos tiempos. Máquinas expendedoras con velas, souvenirs de última generación y un fervor último que no ha variado desde sus orígenes. El historiador José Sánchez Ferrer, gran experto en el ámbito de lo sagrado en Albacete, escribió en una ocasión: “Prácticamente no hay aldea, villa o ciudad española que no tenga una ermita, capilla, basílica o santuario mariano, con romería o procesión incluidas, para venerar a María con una de sus múltiples advocaciones. El origen de muchos de esos lugares de culto está relacionado con alguna presunta aparición de la Virgen y/o hallazgo milagroso de una imagen suya o por un hecho prodigioso teniéndola como intermediaria”.
Un esquema que se repite también en el Santuario de Belén de Almansa o con la Virgen de Los Llanos, en Albacete. En cualquier caso, como explicó María Mercedes Meya Íñigez en su libro sobre las devociones perdidas en Albacete: “La incertidumbre del destino individual final, de la salvación personal, y la impotencia humana para resolver innumerables necesidades, produce en el creyente inquietud y preocupación. Ante ello, el cristiano dirige sus plegarias y peticiones a lo sobrenatural, a lo divino, confiando que va a recibir ayuda y protección, creencia que da lugar a un gran pragmatismo religioso, especialmente enraizado en el catolicismo popular”.
Reliquias albaceteñas
La autora cataloga oraciones olvidadas contra las plagas, procesiones desaparecidas y curiosas rogativas contra maleficios como el “yelo de los panes”. Desde siempre, el ciclo agrícola ha marcado el devenir de los pueblos. La sequía o las inundaciones han arruinado la vida de las personas; de ahí el empeño centenario por pedir ayuda a Cristo o la Virgen. En ocasiones, la existencia de una reliquia ha “multiplicado” la protección. En el mundo católico, algunas de estas piezas han hecho correr verdaderos océanos de tinta: la sabana santa, el santo grial, la corona de espinas, la vera cruz o la santa faz. El interés por las reliquias llegó mucho después de la muerte de Jesús de Nazaret. Durante la Edad Media, estos objetos se convirtieron en signos de poder para papas y reyes.
Leemos ahora una noticia del 26 de enero de 1906, publicada en La Crónica Meridional, que dice así: “Anteayer en la iglesia parroquial de Yeste se cometió un robo sacrílego de gran consideración. Se cree que los ladrones se quedaron ocultos en el templo en la tarde anterior para perpetrar el delito en la soledad de la noche. Los ladrones sustrajeron todos los vasos sagrados y alhajas, muchas de ellas de gran valor, entre las que figura una cruz de plata que conservaba una preciosa reliquia consistente en una espina de la corona de Nuestro Señor Jesucristo”. El pueblo serrano se indignó con el hecho. Más aún cuando tres meses después, el autor del robo, Carmelo Naranjo, alias El Canastero, se fugó de la cárcel instalada en el castillo. Hasta aquel hurto, las reliquias de Yeste llevaban tres siglos envueltas en un aura de enigma.
El recordado Miguel Rodríguez Llopis investigó los milagros atribuidos a la santa cruz y la divina espina el 3 de mayo de 1614. Estas reliquias llegaron hasta Yeste hacia 1530 por obra del doctor Juan Fernández de Cartagena, que sirvió al mismísimo Papa en Roma y consiguió estas donaciones para la Iglesia de la Asunción. Tanto el fragmento de la cruz como la espina de la corona fueron veneradas desde el principio entre los vecinos. Especialmente a partir del año de los milagros, cuando el cura decidió bañar la cruz de plata que albergaba las piezas en la balsa de Vallehermoso.
Tal y como rescató el historiador, así se contaba en un documento de la época: “Y luego que bañada (la cruz) muchas personas con debocion y buena fee de las dichas sanctas reliquias bañaron en el agua los brazos, otros las piernas, otros todo el cuerpo donde estaban lisiados y manos y otros metian criaturas; y a otros con el agua que destilaba de la dicha cruz y reliquias del diño señor vicario les mojaba con sus dedos los ojos y otras partes donde tenian lision; y de presente es benido a sus noticias que muchos de los dichos mancos, y lisiados, y enfermos estan sanos del todo; y algunos de grabes enfermedades con mucha mejora despues de aberse bañado, que paresce son milagros”. Supuestamente, un total de 35 personas se curaron de dolores, apostemas, borujos, tiña, ceguera o sordera. La fama de las reliquias se extendió por comarcas colindantes. El fenómeno, sugería Rodríguez Llopis, sirvió al clero tradicional de Yeste para frenar la competencia del incipiente convento de frailes franciscanos.
A veces, los milagros ocurren más allá de nuestras tierras. En 1926, La Vanguardia de Barcelona contaba la historia de Bartolomé Martínez. Este albaceteño “ha recobrado el sentido de la vista de un modo sorprendente y extraordinario” durante una peregrinación a la Virgen de Lourdes. El paisano ciego fue examinado por los médicos a su regreso a Barcelona junto al resto de la comitiva. Un caso que “realmente, escapa a toda humana previsión”, publicaba el rotativo catalán y daba algún detalle: “Bartolomé Martínez ha abandonado su cayado, y lee, y distingue los colores con absoluta precisión”. El recibimiento de nuestra ciudad fue más que sonado. Una foto de Escobar inmortalizó el momento. Sin embargo, en la gran mayoría de las ocasiones en que ha ocurrido un hecho inexplicable, ninguna cámara estaba allí para captarlo. Ni la inteligencia artificial podría registrar las habilidades de un curandero o los efectos del mal de ojo. Consultamos ahora un libro de 1905, “La Fascinación en España”, escrito por Rafael Salillas.
Mal de ojo
Este estudio fue promovido por la Sección de Ciencias Morales y Políticas del Ateneo de Madrid. Dice un fragmento: “En Tarazona de la Mancha acostumbran a dejar secar durante tres horas el rabo de una lagartija, le colocan luego en una bolsita que cuelgan del cuello del niño para evitar los efectos del mal de ojo; en Casas de Ves es arraigada la creencia, aún entre las gentes de alguna ilustración que existe mal de ojo; Hellín que pueden hacer mal de ojo las vecinas cuyos hijos estén mal constituidos y los que tienen algún resentimiento con la madre; en Madrigueras muy pocas personas creen en el mal de ojo y éstas no saben quien lo causa (…) en Alcalá del Júcar, creen en el mal de ojo, suponiendo lo hacen mujeres de pueblos inmediatos”. Algunos municipios albaceteños proporcionaron datos a este informe en el que se trataba de analizar el origen de esta creencia primitiva tan arraigada.
El mal de ojo afecta a la salud, tranquilidad de las familias, pérdida de bienes como las cosechas o extravío de ganado. Pero el mal de ojo ataca, sobre todo, a los niños en sus primeros años de vida. Según el autor de este libro: “El aojar – dice doña Oliva Sabuco – también es un veneno que se pega por el ayre y entra por los ojos”. Durante siglos se ha creído que las causantes eran mujeres brujas, gitanas, gente extraña con ojos anormales por envidia o malquerencia. Para sanarlo, no existe procedimiento médico. Es entonces cuando entran en juego las artes de rezadores o curanderos. Con dones tan increíbles como cortar el aire. O tratar los lamparones o las nubes. O remediar cualquier dolor que a un enfermo le ha hecho sentir desahuciado. El historiador Alfonso Santamaría Conde dio noticias de la existencia de curanderos en Albacete, en 1567. Las hemerotecas nos devuelven un buen puñado de titulares sobre la detención o búsqueda de curanderos en nuestra provincia desde hace cientos de años. Acusados de intrusismo médico o de estropear la salud más que de socorrerla.
Solo la voluntad
En Almansa, en 1871, el juez Pedro Martin de Soto emitía un público edicto en el que hacía saber que se instruía procedimiento criminal de oficio contra Joaquín Pagán Carrión, natural de Caudete, de diez años de edad, conocido por el Curandero, y por el Niño Prodigioso, Miguel Pagán y Joaquina Carrión, padres del niño. Al parecer, “por intrusiones en la ciencia de curar, atribuyéndole gracia sobrenatural y divina para ver y conocer las enfermedades y sus causas, y los remedios y sus virtudes; por cuya conducta se procede en su contra por estafas a multitud de enfermos procedentes de los pueblos de las provincias de Valencia, Alicante, Murcia y Albacete”.
Un siglo después de este suceso, era muy conocido en Hellín el curandero Ramón Verdú Oliva. En una entrevista en la prensa local comenta que “un día se me apareció Dios”. Instalado en el barrio del Calvario, Ramón tenía consulta cuatro días a la semana. No cobraba, “solo la voluntad”, le confesaba a Antonio Ruescas para La Voz de Albacete. En esta conversación recordaba aquel encuentro divino con doce años: “Tenía el pelo largo, era rubio, sin barba y con mucha luz en la cara; estaba a unos tres metros del suelo”. Y le dijo: “Tienes que curar para que no paséis hambre”. Al principio solo curó animales y después inició su “gracia” con las personas. “Toco al paciente. Me concentro y mi pensamiento me hace conocer la enfermedad y me dice lo que tengo que hacer”, explicaba el curandero y reconocía que “claro, si tiene alguna enfermedad como el cáncer no hay remedio”. Según otra crónica, a su casa llegaban autocares de Valencia, Sevilla o Córdoba y en las salas de espera para los pacientes podían leerse letreros como “Este curandero tomará vacaciones en el mes de agosto” o “Bocadillos, a doscientos metros, en el bar”. En 1979, con solo 39 años, el curandero de Hellín se marchó de este mundo.
En las carreteras españolas más de cien mil personas han abandonado la vida terrenal solo en los últimos sesenta años. Muchas de las cruces que se levantan en las cunetas recuerdan a víctimas de accidentes de tráfico. En otras tantas ocasiones, los cenotafios rememoran a asesinados durante la guerra civil y, a veces, como ocurre en Elche de la Sierra, las distintas cruces situadas en las entradas del pueblo tienen otro origen. Las cinco que existen en el municipio serrano se colocaron allí hace dos siglos y tenían una función crucial: proteger a los vecinos de las epidemias y las invasiones carlistas. Aún hoy pueden encontrarse estas moles grabadas sobre las que se colocan piedras. Una costumbre que todavía resiste.
Saberes macabros
Pequeños altares de camino, como el que puede encontrarse en la vía hacia el pantano de la Fuensanta. Lugares donde santiguarse al pisar su suelo. Así ocurre en el cementerio de Riópar Viejo. Pueblos donde asombrase, como en Liétor, donde uno puede temblar en la cripta de las momias o maravillarse con los colores de la Ermita de Belén. Albacete tiene rincones que más que rozar el misterio son puro enigma. Ruinas de conventos donde los rezos quizá perviven entre las zarzas. O aquellas ánimas que en la noche de difuntos aún suben por las cuestas. Cementerios desaparecidos bajo los pasos que damos hoy. Lo desconocido todavía supera a las certezas. Y, desde siempre, en Albacete ha habido personas que creyeron en sus poderes para entender lo incomprensible. Aquello, incluso, que está en los márgenes de la fe. Saberes que ahora nos resultan hasta macabros. “Era costumbre en La Roda, durante el siglo XVII, al menos, el llevar a casa de un difunto a un niño que padeciese de lobanillos, siempre y cuando el muerto hubiese dejado de existir hacia pocas horas. Cogiendo la mano del cadáver bendecían al niño y se creía que según el cuerpo del difunto se iba corrompiendo en su tumba el niño iba sanando”, escribió Juan Blázquez y Miguel en su libro “Hechicería y superstición en Castilla-La Mancha”. La información que expone en este trabajo está directamente sacada de los papeles de la Santa Inquisición.
Entre estas páginas encontramos numerosas historias sobre actos de magia simpática, pócimas hechas con sabandijas, sapos y hormigas, conjuros en las cruces de los caminos o aquella tradición que existía en Casas de Ves donde las brujas se reunían en auténticos aquelarres los martes y sábados en el llamado Collado de Colmenar y los niños que nacían en aquel momento lo hacían bizcos o desgraciados. Una copla sonaba por las calles: “Tres en la Balsa / dos en La Pared / y la capitanilla / en Casas de Ves”.
Relatos envueltos en la niebla del tiempo y la incomprensión. Cuesta, por ejemplo, entender desde nuestra perspectiva de paz los motivos de una guerra. No es fácil imaginar con nuestros ojos del siglo XXI el odio que en otros momentos suscitó la jerarquía de la Iglesia y que llevó al asesinato de personas y al destrozo de imágenes. Las raíces del anticlericalismo venían de muy lejos e, insistimos, no son fáciles de explicar en un puñado de párrafos. Sea como fuere, durante la triste contienda civil de 1936 a 1939 se destruyeron en Albacete decenas de obras artísticas religiosas. Algunas se salvaron gracias a personas con raciocinio y en algún otro caso, como en El Bonillo, por la devoción de sus fieles. En 1937, según el relato de Enrique García Solana, un grupo de creyentes conocidas después como “Las mujeres de Cristo” se atrevieron a hacer una procesión en plena guerra, “la única que se celebró en zona roja”, escribió el cronista. Así se libró aquella imagen del posible fuego de la incultura.
Como hemos visto, las creencias espirituales están fuertemente ligadas a nuestra cultura. Según el CIS y con datos de 2022, cerca del 56% de los españoles se considera católico, de ellos, el 19% dice ser practicante. Hasta un 38% de ciudadanos pertenece al grupo de agnósticos, no creyentes y ateos. El resto confiesa profesar otras religiones. Después de siglos, la sociedad sigue siendo católica en una apretada mayoría. Después de todo, el sentido espiritual de la vida no puede esfumarse ni con un diluvio universal de avances tecnológicos. Las personas necesitan agarrarse a algo y mucha de la religiosidad de siempre está siendo sustituida, de alguna manera, por la meditación o la atención plena. Cada uno somos nuestro propio Dios. Vivimos un tiempo nuevo y, sin embargo, nuestro miedo sigue latiendo ancestral.
Para dar fin a este instante de lectura, imaginamos. Mayo de 1517. Castillo de las Peñas de San Pedro. Noche cerrada. Una cruz formada con dos tallos de olivo atrae la atención de todos. Sobre el sencillo símbolo se alzan unas extrañas luminarias. El hecho sobrenatural impresiona tanto a los testigos del hecho, que un clérigo, vecino del municipio, escribe una carta al mismísimo Carlos I. Le cuentan al Rey: “Media hora después de haber anochecido, yendo un nublado tronando, é lloviendo à la parte de hacia Chinchilla, fuimos á mirar el nublado ciertas personas, por ver donde llovía, al cabo de la Peña, donde dicen el Pico de Hellín, donde estaba una Cruz de palo de ramo de olivo bendito, que há dos años que está allí, que fue puesta para conjurar la langosta con ella, è tiene escritas las palabras del Canon; y estando allí, vimos salir de la dicha Cruz tres llamas de lumbre, por cada brazo de la Cruz la suya. A esto llamamos gente para que le viesen, è vinieron como cincuenta personas, è mas, è mostrose esta llama en estos tres brazos de la Cruz cinco veces, è duró esto, ardiendo la llama en todas cinco veces, por espacio de una hora”.
El historiador José Sánchez Ferrer consideró que estas iluminaciones pudieron deberse a un fenómeno meteorológico, el fuego de San Telmo. Algo más propio del mar pero que también puede darse en las altas montañas cuando por la ionización del aire se producen estas llamativas descargas electroluminiscente. Posiblemente, hace más de cinco siglos, esto fue lo que ocurrió. ¿Quién sabe? En cualquier caso, el hecho tuvo que comentarse durante mucho tiempo y quedar en la memoria colectiva como un acontecimiento milagroso. ¿Quién puede medir el poder de la sugestión? En 2024, entre tanto, alguien enciende una vela en una pequeña ermita de aldea.
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