5.000 años de historia del tatuaje, el arte ancestral que ya lucen el 40% de los jóvenes españoles
Marineros, presos y militares fueron los primeros occidentales en marcar con tinta sus pieles entre finales del siglo XIX y principios del XX. Desde entonces, la práctica del tatuaje ha evolucionado y se ha extendido de manera significativa. Se calcula que un 12% de la población europea tiene, al menos, un tatuaje. Entre la población española, el porcentaje asciende a entre un 15 y un 20% y, si solo se tiene en cuenta a los ciudadanos de entre 16 y 35 años, el porcentaje alcanza el 40%. “Es curioso que una práctica dolorosa, permanente y que supone una inversión económica considerable, como es el tatuaje, haya llegado a estar tan de moda dejando atrás los estigmas”, señala Ignasi Miró, director corporativo de Cultura y Ciencia de la Fundación La Caixa en la presentación de la exposición ‘Tattoo. Arte bajo la piel’.
La muestra explora desde un enfoque antropológico los diferentes usos del tatuaje a lo largo de la historia, el papel social que ejerce esta práctica ancestral en las culturas del mundo y cómo han evolucionado las técnicas. En la exposición, que ya estuvo en Madrid y ahora puede visitarse en el CaixaForum de Barcelona hasta el 28 de agosto, se exhiben más de 240 piezas históricas y contemporáneas que permiten sumergirse en el universo del tatuaje.
Además de dibujos, pinturas, libros, vídeos, fotografías, utensilios y máquinas para realizar tatuajes se exponen una veintena de figuras humanas hiperrealistas de silicona, realizadas a partir de modelos de personas reales, que han sido tatuadas para la exhibición por famosos tatuadores de todo el mundo. Entre ellos destacan nombres como Horiyoshi III, Filip Leu, Mark Kopua o la madrileña Laura Juan, que reflexiona sobre el aislamiento social durante la pandemia.
La comisaria de la muestra, Anne Richard, afirma que presentar los más de 5.000 años de historia del tatuaje (palabra de origen polinesio que significa ‘herida abierta’) en una sola exposición ha sido “un desafío enorme”, pero se muestra satisfecha con el resultado por haber conseguido concentrar “todo el conocimiento sobre el tema”. La mayor parte de las piezas que pueden verse ahora en Barcelona salieron a la luz por primera vez en 2014 en el Musée Du Quai Branly - Jacques Chirac y, más tarde, se expusieron en otras nueve ciudades del mundo, en una muestra que ya han visto unos 2,7 millones de personas. Cuando la exposición cierre sus puertas en la capital catalana seguirá su gira por otras ciudades españolas como Zaragoza o Gijón.
La primera parte de la exhibición trata sobre la vinculación del tatuaje con la marginalidad y el mundo callejero. Se exponen diversos ejemplos de cómo los tatuajes se utilizaron como elemento discriminatorio, marca de sometimiento, deshonra o pérdida de identidad. La comisaria pone como ejemplo a los soldados y presos franceses que en el siglo XIX eran destinados a los territorios coloniales franceses y que eran tatuados por las autoridades para facilitar su identificación y categorización. Prácticas similares se llevaron a cabo durante mucho tiempo en las cárceles y campos de trabajos forzados de Rusia con la intención de estigmatizar a las personas que eran tatuadas.
A partir de 1840, año de la Exposición Universal de Chicago, las personas tatuadas se convirtieron en un reclamo para ciertos espectáculos, ferias y circos ambulantes junto a otros personajes considerados singulares como las mujeres barbudas o los tragasables. Durante esta época, algunas personas que buscaban viajar por todo el mundo se tatuaron de los pies a la cabeza para ganar dinero mostrando sus tatuajes. De manera paralela, proliferaron los tatuadores itinerantes que viajaban de un lugar a otro con sus baúles o maletines llenos con los materiales e instrumentos necesarios para dibujar en la piel. La muestra incluye varios ejemplos de este tipo de equipajes.
La primera máquina eléctrica para hacer tatuajes la creó Samuel O’Reilly en 1891 y, desde aquel momento, diversos tatuadores de Europa, América y Japón comenzaron a enviarse cartas para compartir e intercambiar sus trucos (cómo conseguir un determinado color, cómo funcionaba una nueva máquina que habían probado, cómo hacer líneas más finas, etc.). Toda esa colaboración desembocó en la creación de los clubs de tatuadores. El primero de ellos fue el de Bristol (Reino Unido) que nació en 1953, a pesar de que el arte del tatuaje evolucionó más deprisa en Estados Unidos.
Anne Richard subrayó en la presentación de la exposición que los tatuadores son artistas y que lo que distingue a uno bueno de uno mediocre es que “el maestro tatuador se dedica en cuerpo y alma a ello, como un pintor que trabaja cada día para perfeccionar su arte”. Como ejemplo, Richard mencionaba a Filip Leu, quien tatúa, dibuja, hace sus propios colores y crea sus propias máquinas. Entre la veintena de figuras humanas hiperrealistas de silicona se encuentra una tatuada por Filip Leu en 2013 (véase más arriba) que Richard calificó de “obra maestra”.
Otra parte fundamental de la exposición está dedicada al tatuaje tradicional y ritual de diversos países de Oceanía y del Sudeste Asiático. Se exponen, entre otros, muestras del moko, un tatuaje de curvas y espirales originario de Nueva Zelanda que identifica a los jefes y guerreros; pero también los tatuajes tailandeses relacionados con las prácticas mágicas o los tatuajes tribales de Filipinas e Indonesia. En la exposición del CaixaForum hay también una sección dedicada a los tatuajes que se hacían las personas que peregrinaban a la Tierra Santa. La comisaria afirma que hoy en día sigue habiendo puestos en las calles donde realizarse este tipo de tatuajes como si fueran un souvenir más.
En la década de los setenta del siglo XX, el tatuaje entró con fuerza en la cultura latinoamericana a través de las pandillas criminales conocidas como 'maras'. Anne Richard asegura que los tatuajes que utilizan las maras tienen una “estética muy precisa y reconocible, ya que utilizan líneas finas y se hacen con una sola aguja, algo que pocos tatuadores europeos saben hacer”. El color gris es el predominante en este tipo de tatuajes que muchas veces incorporan elementos de la iconografía religiosa católica. En China, el tatuaje es una práctica ancestral, en especial, en aquellas zonas alejadas de los gobiernos y poderes hegemónicos. Marcarse la piel con dibujos hechos con tinta estuvo prohibido durante la Revolución Cultural de Mao Tse Tung al considerarse una manifestación de la impureza y la deshonestidad. Este arte, sin embargo, resurgió en el 2000 con la inspiración y los motivos de la cultura pop como el manga, los videojuegos y el cine; pero también se recuperaron elementos tradicionales de la iconografía china.
En la última parte de la exposición se presentan distintos ejemplos de cómo el tatuaje sirve para reflejar la identidad del individuo y cómo las generaciones de tatuadores más jóvenes están divididas en dos corrientes principales: los que se basan en la reinterpretación de los géneros históricos (el irezumi japonés, la vieja escuela americana, el tatuaje de los reclusos rusos, etc.) y los que apuestan por explorar estéticas alejadas de los códigos clásicos y que pueden llegar a ser composiciones abstractas (como el brazo tatuado por Yann Black que puede verse más arriba).
Los organizadores de ‘Tattoo. Arte bajo la piel’ destacaban en su presentación que las figuras con formas humanas hiperrealistas que pueden verse con distintos tatuajes han requerido toda una serie de estudios acerca la evolución de la tinta en la silicona para conseguir su perdurabilidad. Y, también, que a lo largo de los meses de mayo y junio se llevarán a cabo diversas actividades en torno a esta exposición. Entre ellas, diversas conferencias y una noche del tatuaje el 17 de junio en el que se harán demostraciones de tatuajes y grafitis en vivo y donde, además, habrá música en directo de la mano del Trío Mejunje.
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