“No me considero un ejemplo de nada. Yo aguanto lo que me ha tocado”. Aleixo Paz no cree que la suya sea una historia de superación, aunque sin duda ha estado llena de obstáculos, muchos todavía por sortear. A los 8 años se quemó el 90% de su cuerpo en un accidente con el camión que conducía su padre. La mitad de los ingresados en esas circunstancias no sobreviven. Desde entonces, su vida ha estado ligada a los quirófanos, con más de 40 operaciones desde que empezó a contar. “Nunca pensé que llegaría a los 20”, resume.
Aleixo, que vive con su madre en Salt (Girona), es un hombre de pocas palabras, aunque transparentes. No esconde su incomodidad al atender a la prensa, pero sabe que es lo que toca. Es el protagonista de El niño de fuego (Movistar Plus), un documental fruto de cinco años de rodaje con el que el director, Ignacio Acconcia, se adentra en su universo, el de un joven que está en constante lucha para seguir adelante: con las heridas del accidente, con su familia, con el mundo, consigo mismo. Incluso con el equipo de grabación. “Iba a rachas… A veces me pillaban cansado y lo pagaba con ellos, les daba mucho por saco”, sonríe. “No se lo he puesto fácil”.
La vida de Aleixo, el pequeño de tres hermanos de una familia gallega instalada en Girona, cambió para siempre cuando estaba a punto de cumplir 9 años. Como tantas veces antes, se había metido medio a escondidas en el camión de su padre para acompañarle en uno de sus viajes. Pero tuvieron un accidente al intentar esquivar un vehículo, con tan mala suerte que el gasoil que transportaban en el depósito ardió. “Yo iba durmiendo en la parte de atrás y recuerdo el impacto, el ruido, y luego a mi padre que me cogió y me sacó de allí”, relata. Quemado casi todo su cuerpo, lo evacuaron en helicóptero hasta el Hospital Vall d'Hebron, que tiene una Unidad de Quemados de referencia. Allí ingresó en la UCI y empezó su viacrucis, que dura hasta hoy.
“Al llegar al hospital no daban nada por mí”, explica. Durante su ingreso, relata, tuvo varios quistes en el estómago que hicieron temer por su vida. Y, al cabo de un tiempo, al subirlo a planta, sufrió un paro cardiaco. “Estuve un año y un par de meses sin salir a la calle. Lo único bueno era la familia que hice: los enfermeros que estuvieron conmigo. Les di unos sustos…”, recuerda. Su estima hacia los sanitarios llega hasta hoy, en plena pandemia. Durante la primera ola, no soportaba los aplausos ciudadanos, tras años de falta de reconocimiento a la sanidad pública. “Vaya hipocresía. Cuando daban las 20.00 y no podía ni mirar la tele de la rabia que me daba”, expresa.
Aleixo se vale por sí mismo, pero sigue constantemente en manos de médicos. Ha pasado decenas de veces por el quirófano. Las últimas, sobre todo para cicatrizar úlceras con injertos. “Al crecer, como la piel no se estira se me hacen úlceras, heridas que hay que cerrar porque si no se infectan”, describe. La piel la extraen de sus pantorrillas. “Por eso tengo el tatuaje por delante”, señala. Y luego están los cuidados constantes, que él sigue a su manera: “Me pegan la bronca porque no siempre me pongo las cremas o me tomo los medicamentos, pero es que estoy harto”.
A pesar de que no le gustan las cámaras, dice, ni en el documental ni en las entrevistas esconde todo lo que hay más allá de las cicatrices físicas. Reconoce que a menudo ha perdido las ganas de vivir. De ahí que no se considere a sí mismo un ejemplo, ni tampoco su historia un edulcorado relato de superación. “El día que llegue la hora me hará más feliz que joderme, es así. Mi familia lo sabe y llevan años esperando a que cambie de opinión, pero tengo 20 y sigo igual”, asegura.
Ha tenido momentos mejores, pero también mucho peores, explica. Y las razones van más allá del accidente. “Si soy así es por todo lo que me han hecho”, arranca. Se refiere a las miradas y burlas con los que ha crecido debido a su aspecto. “Pero no solo a mí, ¿eh? Toda la gente como yo estamos acostumbrados, no nos van a tratar bien, ¿no? Y si esto viene de un niño, lo entiendes, pero no siempre son niños”. Tiempo atrás, cuando salía a la calle con su hermano, diez años mayor, este a menudo se pegaba con quienes le miraban mal. “Si estoy vivo es por la rabia, es lo que me ha hecho aguantar: apretar los dientes”, asegura. “Rabia contra el mundo, aunque luego te das cuenta que es rabia contra ti mismo, por perder la esencia de quien eras, por dejarte decir que no puedes”, reflexiona.
Acostumbrado a los obstáculos, a sus 20 años Aleixo se conforma con seguir adelante, sin grandes planes de futuro. Pasear los perros, estar con su madre, con sus amigos de siempre, fumar porros en la habitación, escribir. Esto último, eso sí, es fundamental para él desde hace años. En el rap ha encontrado una forma de desahogarse. “Siempre había escrito, pero llegó un día en que eso se me quedó pequeño. Escribí para gritarlo, se lo pasé a un colega, que a su vez se lo pasó a un amigo productor… No sé por qué lo hice”, sonríe. Así fue como empezó a mezclar sus versos con bases de hip hop y a grabar, aunque nunca ha colgado nada en internet.
Gracias al documental conoció al cantante y boxeador Isaac Real, Chaca, de l'Hospitalet de Llobregat, un ídolo de su hermano que se ha acabado convirtiendo en su padrino musical. Con él ha llegado a actuar en algún directo. De uno de sus versos sale el nombre del documental: “El niño de fuego / escribiendo temas / desahogando la rabia que le quema”, canta Aleixo. El director y Chaca lo vieron claro: este debía ser el título del documental. Aleixo, que no puede evitar ser sincero, dice que no le gusta. “Ahora lo trago, pero antes no me hacía ni puta gracia. Pero si ellos están contentos, yo también”, dice sobre los que hoy son ya sus amigos.