Arcadi Oliveres, sobre la educación en su último libro: “Es la palanca para accionar el cambio”
Arcadi Oliveres, fallecido este martes a los 75 años, será recordado por su implicación en múltiples causas sociales, desde el pacifismo y la cooperación al desarrollo hasta el apoyo a los refugiados. Pero la otra faceta que destaca de su trayectoria, quizás algo menos conocida, es la de docente. Oliveres fue profesor de Economía en la UAB durante varias décadas y depositó en la educación buena parte de sus esperanzas de cambio social.
Así lo dejó escrito numerosas veces, la última de ellas en su libro Paraules d’Arcadi. Què hem après del món i com podem actuar (Angle Editorial). Publicado en febrero, poco antes de que conociese su enfermedad terminal, en el libro Oliveres hace balance de su trayectoria i dedica el capítulo final a la educación: 'La palanca y el pilar que puede permitir accionar el cambio'. Lo traducimos a continuación.
La palanca y el pilar que puede permitir accionar el cambio
Al igual que abolir el capitalismo, fomentar la educación es también una de mis grandes obsesiones. Evidentemente no cualquier educación, sino una educación en unos determinados valores que vayan de acuerdo con este cambio de sistema más sostenible y más vivible que siempre pregono. Por lo tanto, para mí, la educación es el pilar que puede permitir accionar el cambio que modifique las maneras de vivir, de relacionarnos y las prioridades para salvar el planeta. Y, por lo tanto, si se me permite decirlo así, salvarnos y demostrar que no sólo somos una especie consumista y destructiva, sino que el pensamiento nos puede llevar a ser más solidarios y tener más conciencia colectiva.
La educación es el instrumento por excelencia de socialización y de convivencia de las personas y sirve para transmitir una serie de conocimientos que a menudo no son otra cosa que la reiteración de un modelo social que ya existe; también sirve para transmitir valores y, finalmente, para tener un conocimiento amplio del mundo y de las diferentes formas de vida. La escuela sigue siendo el principal catalizador de la educación, pero se ha discutido mucho si esta escuela socializa o no, y se ha discutido mucho sobre la escuela libre, sobre si hay padres y madres que no quieren llevar a sus hijos a la escuela porque no les instrumentalicen. Sea como sea, está claro que es un instrumento de socialización y convivencia, y aquellos que han tenido una educación al margen de esta socialización han terminado muchas veces fuera de juego. Es el caso de las familias nobles que educaban a los hijos e hijas con tutores o tutoras particulares y al final eran incapaces de conocer la realidad. La educación, el principal artífice de la que es sobre todo la escuela, es instrumento de socialización, y la práctica de esta socialización lleva a la convivencia. Los niños y niñas deben aprender a convivir, y con la pandemia esto se puso a la orden del día.
En cuanto a la transmisión de contenidos, la mayoría se han ido actualizando con el tiempo, pero si hablamos de transmisión de valores, no siempre ha habido cambios. Todavía hoy en la enseñanza hay muchos valores bastante conservadores, yo diría, bastante vinculados a un cierto individualismo, al lucro personal, al yo primero... por mucho que oficialmente se diga que no. En general, aún hoy en día, por ejemplo en las facultades de economía, que son las que más he conocido, a menudo se acaba explicando el lucro personal o que el progreso es el crecimiento. Hay, pues, contenidos que se han actualizado, pero en cambio con respecto a los valores se mantiene todavía el sistema económico y social en el que vivimos, que es el capitalismo. Evidentemente, hay excepciones, e incluso me consta que en el ámbito económico de la educación formal ya introducen valores curriculares como los de la economía social y solidaria. Bueno, de hecho, sin ir más lejos, yo mismo enseñaba algunos valores cuando daba clase en la universidad que poco se adecuaban con el lucro del capital que plantea nuestro sistema económico. Más bien hablaba a los estudiantes de la pobreza que ha generado este sistema y de cómo las relaciones internacionales y los sistemas de deuda han hecho tanto daño.
En todo caso, los valores dependen mucho del contexto en que vivimos. Ha habido escuelas que han intentado introducir otro tipo de valores, como las mismas escuelas Montessori, que justamente por eso tuvieron su éxito. Y en el caso catalán la Escuela del Mar o las escuelas de la República (que después se intentaron reproducir en otros procesos educativos de renovación pedagógica) eran una manera diferente de hacer.
Cuando hablo de educación a menudo me refiero indistintamente a la educación formal e informal. Y soy de los que pienso que la educación informal puede ofrecer un conocimiento excepcional del mundo. Aquel señor o señora que se va de viaje a un país diferente, recibe un conocimiento y una visión del mundo que son tan o más importantes que los que pueda recibir en el aula. Se adquiere una visión panorámica del mundo, de las culturas, de la manera de vivir, etc., que es fundamental.
Educar en valores de paz, sostenibilidad y solidaridad
Aunque sea barrer para casa, también diría que los cuatro grandes elementos de la educación que no se pueden olvidar nunca en el conjunto de los valores educativos son la paz y la no violencia; la sostenibilidad; las migraciones, el racismo y la xenofobia, y, como cuarto y último, las personas vulnerables. Si la educación sólo reproduce ciertos valores, nada cambia. De entrada ya desmentimos lo que en alguna ocasión se ha dicho... Recuerdo que hace treinta o cuarenta años, cuando se pusieron de moda los temas llamados de educación para la paz, alguien insinuó que valdría la pena que las escuelas tuvieran una asignatura que se llamara así, Educación para la paz y para la convivencia. Pero yo pienso precisamente que esto no es acertado. Y es que la educación para la paz, para la convivencia, por la solidaridad... debe estar como sustrato y trasfondo de cualquier tipo de educación. Por lo tanto, no la podemos convertir en asignatura. Debe florecer por todas partes. De hecho, creo que los cuatro elementos o valores que he mencionado deberían estar como sustrato social, como trasfondo, en toda educación.
El primero, la educación para la paz y para la no-violencia, lo entiendo además como el valor decisivo y fundamental. La violencia, la guerra y la competición están presentes en el juego muy a menudo. Incluso en pacíficos juegos de mesa, como el parchís o el ajedrez, hay que «matar» la ficha contraria. Así pues, la idea de que hay que matar al rival, con el espíritu bélico que ello conlleva, está en general extendida por todas partes, a menudo escondida detrás de las situaciones más diversas. Y ya no digamos en los salones de la infancia en los que participan el ejército o la policía, que se presentan sólo como garantes de la seguridad cuando en realidad basan esta seguridad en una obediencia a la norma... o por el contrario habrá que ejercer represión y violencia. La educación para la paz para mí es fundamental, pero hay que poner sobre la mesa qué entendemos por violencia, cuál es el concepto. Lo que ya hemos dicho varias veces: ¿es más violento quemar un container o desahuciar sin derecho a realojamiento a una familia con cuatro hijos pequeños? Reflexión. Hay que fomentar la educación para la paz para no permitir ninguna de las violencias, tampoco la estructural.
El segundo aspecto, el de la sostenibilidad, creo que es de los que la escuela está incorporando más –quizás por necesidad– en los programas académicos. El año pasado, por ejemplo, en la fiesta de fin de curso de la escuela de mis nietos, Marc y Pol, tuvieron la buena idea de que todos los cursos trataran el tema de la sostenibilidad (reciclaje, conservación de la naturaleza, salvamento del planeta...). Creo que la sostenibilidad y el consumo responsable han entrado muy de lleno en la educación. Y es que la idea de que el planeta debe mantenerse si queremos seguir vivos y vivas ha hecho más fácil la incorporación de este valor por todas partes. Y muchos niños hoy saben mejor que algunos adultos como van ciertos aspectos del reciclaje y del consumo responsable. La idea de que el planeta se agota y que hay que vigilarlo ha penetrado, entonces.
El tercer grupo de valores (migraciones, racismo, xenofobia) lo veo también esencial si queremos vivir en un planeta en el que todo el mundo tenga cabida, donde haya solidaridad, donde la idea de «comunidad» y «diferencia» se conjuguen. En los meses de pandemia más duros hemos visto gobiernos que expulsaban a personas que venían de otros lugares por temor a que vinieran «contaminados». En cuanto a los refugiados, tenemos los ejemplos tristísimos en Lesbos o del comportamiento irracional de la Unión Europea, que se mantiene firme en la idea de no acoger. Creo seriamente que este es uno de los temas más indignos y que peor pasará a la historia de nuestro tiempo: dejar que gente muera en el mar tan sólo por su procedencia, color o nivel de riqueza, dejar que un campo de refugiados se incendie y no dar una respuesta contundente, tener miedo a acoger y pensar que algunas de estas personas no son merecedoras de vida... Para mí, acoger al otro, acoger la diferencia, pensar que ninguna tierra es de nadie y que todos somos o hemos sido migrantes, es básico.
Finalmente, nos guste o no nos guste, con la pandemia se puso sobre la mesa la vulnerabilidad de las personas. La pobreza aumenta, los periódicos están llenos de cifras de personas que no tienen ningún tipo de ingreso, tanta gente que no llega a fin de mes, alquileres impagables... Esta es una faceta que la gente tiene que tener bien clara. Y la vulnerabilidad nos puede alcanzar a todos.
Por lo tanto, estos son los cuatro elementos que considero imprescindibles: el mundo no puede tener violencia, el planeta ha de pervivir siglos y siglos, en este mundo cabemos todos y todas porque las migraciones no sólo son permisibles sino necesarias, y tenemos que acompañar las personas vulnerables.
Hay temas, sin embargo, que siempre cuestan más de abordar, y todo el tema de la xenofobia me preocupa, y mucho. Sobre todo porque evidentemente no se desliga de la pobreza y conlleva la aporofòbia, es decir, una cierta fobia hacia las personas diferentes pero sobre todo pobres. Y es que para muchas personas la pobreza no es amable, porque remueve las conciencias y nos pone frente al espejo cómo vivimos y cómo repartimos y cómo estamos en el mundo: porque esta es una pobreza que hemos generado nosotros mismos con nuestro estilo de vida. Si en lugar de venir con pateras los inmigrantes vinieran con yates, seguro que los dejaríamos entrar. Y por ahí no paso.
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Ahora que por mi edad tengo más cerca el futuro que todavía me queda por ver, creo que lo que tiene que pasar para que haya un cambio seguramente ya no lo veré. Pero lo vea o no, lo que es cierto es que las cosas cambiarán, por necesidad o por toma de conciencia. Yo sólo soy un pequeño granito en esta inmensa arena que es la humanidad, y para ser coherente con mi naturaleza optimista, tengo que creer que las cosas deben ir mejorando, en primer lugar porque todos los problemas que vemos son irresistibles e invivibles para una parte grande de la población. ¿Cómo los mantenemos? A veces por sistemas de fuerza que pueden ser violentos o fuentes de control social que hacen que la gente no se atreva a rebelarse ante una situación injusta. Pero, por otro lado, también es cierto que a medida que pasa el tiempo hay cosas que van progresando, y si establecemos el criterio de igualdad entre todas las personas del mundo, todavía podrían ir mejorando más. Por ejemplo, en el caso de las enfermedades: un tratamiento serio de enfermedades y pandemias es factible, y si no se ha hecho es porque no se quería; y que todo el mundo tenga una vivienda también es perfectamente factible, y también lo es que los sueldos sean dignos para todos... Tenemos suficiente capacidad técnica, humana y estadística para alcanzar todas aquellas condiciones mínimas que la ONU nos ha dicho tantas veces, y por tirarlas adelante ahora mismo. Sólo falta voluntad. Voluntad generalizada y voluntad individual para combatir el egoísmo y caminar hacia una dignidad global.
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