Gobernar para todos
La victoria de Barcelona en Comú es un hecho que va más allá de un recuento electoral. La diferencia de votos en las urnas presenta la misma Barcelona dual de siempre y en ese sentido Ada Colau tomó nota en su discurso al hablar de practicar el gobierno desde una perspectiva donde ricos y pobres tengan la misma relevancia. Desde este sentido sus palabras se podrían enfocar desde la eterna óptica maragalliana de La ciutat del perdó y su grito para reconciliar las dos almas de la capital catalana en pos del bien común.
Los conceptos se matizan de acuerdo con su época. La división de la Semana Trágica y la actual distan por la forma, no por los afectados. Entonces un 30% de la clase obrera vivía en unas condiciones por debajo de la media y hoy en día el grupo afectado por la misma condición es una ciudadanía que con la crisis ha visto como de repente han aumentado las desigualdades. Los ricos acaparan. Los pobres se hunden aun más en la miseria.
Quizá por esta disparidad entre lo alto y lo bajo es fundamental remarcar que la futura alcaldesa menciona en cada una de sus intervenciones a los setenta y tres barrios del tejido urbano, bien a sabiendas de su rotunda victoria en los populares y del rechazo generado en los adinerados. Decidir sin marginar una de las dos esferas será una de las claves de éxito, sólo posible si la candidatura triunfadora consigue unos pactos que proporcionen una estabilidad para la larga legislatura donde a buen seguro una porción del pastel mediático dificultará las cosas, y ello se producirá en parte desde las dos fronteras políticas que existen tanto en Barcelona como en Catalunya, límites trazados desde una doble visión.
La primera consiste en el soniquete del duelo entre la nueva y la vieja política. Resulta inevitable que la formación encabezada por Ada Colau pacte con el PSC, algo que va muy bien para recordar como no se pretende una enmienda a la totalidad del modelo. Se deberá reformular la marca BCN sin enterrarla mediante la aceptación de sus partes negativas y el amansamiento de sus trazos negativos no sólo desde lo simbólico, sino también desde lo económico como motor de movimiento, y no me parece tan rocambolesco pensar en un entendimiento que propicie más sostenibilidad que humanice el turismo, sea capaz de repartir los esfuerzos monetarios para mejorar la ecuanimidad entre barrios, apueste por las políticas sociales y sepa gestionar la fachada para recuperar su contenido, vaciado hasta ayer mismo por los que ostentaban el bastón de mando, demasiado interesados en vender una postal sin retribuir a sus figurantes.
La segunda vira hacia uno de los miedos compartidos por mensajeros y poderosos: los resultados de Barcelona cortan el monopolio de Convergència i Unió en la plaça de Sant Jaume. Mejor. Desde que tengo uso de razón he visto como es mucho mejor ver cómo los responsables de Ajuntament y Generalitat bajan para charlar y entenderse en vez de saludarse desde el balcón como dos enamorados. La existencia de este contrapunto es algo a celebrar del 24M y exhibe la complejidad interna del país.
El otro temor de esta imagen se debe a que la Catalunya acaparadora del discurso medíático no observa con buenos ojos la supuesta indiferencia de Barcelona en Comú para con su discurso soberanista. Los pactos supondrán integrar a ERC y a la CUP en la coalición que vendrá. Bosch privilegia con obstinación la idea independentista. María José Lecha se aviene con la cuestión social.
Colau ha expresado en mil ocasiones, otra cosa es que algunos se hayan tapado los oídos durante esos instantes, su firme voluntad de apoyar el derecho a decidir porque así lo desea una nutrida mayoría de personas. Los partidarios del sí deberían estar bien tranquilos. El cambio radica en que ya no tendremos un bloque unitario de los dos poderes en continua campaña para condicionar el voto en caso de una hipotética consulta oficial, pero ambos respaldarán la consulta, y nada extraño hay en ello, sobre todo si se considera que Barcelona en Comú es muy partidaria de posibilitar una democracia más participativa y menos anquilosada en sus ropajes.
Se usa con demasiada facilidad la palabra revolución desde todos sus sentidos. Si esta existe siempre debe regirse por la lógica. Muchos asocian el vuelco efectuado como un adiós a la expansión barcelonesa y el camino hacia un recogimiento que nos lleve a un recogimiento. Están ciegos. Los últimos años han favorecido la entrada de mucho capital privado encantado con la desmedida campaña publicitaria para mostrarnos como un producto idóneo para el exterior mientras se desarrollaba una operación donde se desatendía a los habitantes y se aupaba una provincialización cultural. Si lo nuevo aliado con lo viejo transita por las vías justas la proyección internacional surgirá por la cohesión interna de una capital construida para los ciudadanos, no para los visitantes.
En su discurso de Fabra i Coats Ada Colau sólo cometió un error de matiz que imagino producto de sus ansias de desmarcarse de lo antiguo. Usó mucho la palabra gente, léxico de cercanía, amable de escucha y molesta porque implica un cierto desprecio del gran grupo social que define. Habló de gente exigente y vigilante, sinónimos que definen a la perfección los atributos del ciudadano responsable, autocrítico y consciente de su labor para mejorar el lugar donde vive, tanto si su opción gana como pierde, tanto si está contento o triste por el escrutinio sabe a la perfección que su crítica depositará una piedrecita en un mosaico donde la discusión en sentido positivo y la interacción de todas las fuerzas debería ser la meta a buscar, la guía de comportamiento para un buen gobierno. Por eso debería enterrarse gente del vocabulario y usar ciudadanía, más válida para englobar el amplio espectro para el que se legislará, todos, sin excepción.
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