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Opinión - Rompamos el tabú: hablemos de decrecimiento. Por Neus Tomàs

Barcelona tiene un límite... y ya lo ha sobrepasado

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Más de 150 colectivos, entidades y movimientos sociales de la ciudad de Barcelona convocan la manifestación PROU! Posem límits al turisme el próximo sábado 6 de julio. Como ha venido sucediendo en otras zonas afectadas, este año las movilizaciones antituristización toman impulso en Barcelona y Catalunya con las acciones previstas en Barcelona y Girona, y vuelven a poner el foco en un conflicto nunca resuelto.

Lo hacen tras las movilizaciones masivas en Canarias, Mallorca y Cantabria de hace algunas semanas y las de Málaga y Cádiz el pasado sábado. Hasta hace poco, en estos lugares no había conflicto ni contestación frente a la turistización, pero este proceso extractivo se cuela, ya no sólo en los barrios de nuestras ciudades, sino también en espacios menos presionados que están tardando menos en reaccionar, denunciar los impactos y proponer alternativas.

Así, se da un efecto dominó: del mismo modo que Canarias fue un toque de atención para Mallorca o Barcelona, otras ciudades y regiones seguirán extendiendo la manifestación del profundo malestar provocado por el empeoramiento de las condiciones de vida que provoca la especulación turística.

A escala local, la manifestación del 6J tiene una coyuntura propia. Hace tiempo que Barcelona ha superado los límites de la actividad turística y se ha vuelto incompatible con una vida digna. Sus 1,6 millones de habitantes soportan -a duras penas, y con una merma importante en múltiples ámbitos de la vida cotidiana- la presión de 30 millones de turistas al año.

Esto supone que cada día el 10% de las personas que hay en la ciudad son turistas, con todas las implicaciones que esto tiene en cuanto a vivienda, trabajo, contaminación, masificación del espacio y el transporte público, etc. Según encuestas recientes, más del 60% de las vecinas y vecinos de Barcelona piensa que la ciudad “está llegando o ha llegado al límite de la capacidad turística”.

Además, mientras el crecimiento constante de los indicadores turísticos tras la debacle del Covid amenaza con superar por primera vez las cifras de 2019, se cumple un año de la llegada de Jaume Collboni a la alcaldía de la ciudad y del regreso a la misma del PSC, ideólogo y productor de la marca Barcelona, siempre con la inestimable y estrecha colaboración de los lobbies del sector.

Un ejemplo claro es el cierre y policialización del Park Güell como vergonzosa sede del desfile de la marca de moda de lujo Louis Vuitton, principal patrocinadora de la Copa America; otro es la propia competición de vela que, cerrada mediante un pacto opaco, agrava seriamente todos los impactos de la actividad turística intensiva.

No hay que olvidar la Fórmula 1 campando a sus anchas por el Passeig de Gràcia y rindiendo culto al fetiche del motor y la gasolina en plena emergencia climática. Y, para no perder el ritmo, Collboni ya ha fichado la salida de la edición 2025 del Tour de Francia.

Mientras tanto, se suceden los sutiles pasos de baile del Ayuntamiento para tratar -en vano- de calmar unas aguas que bajan turbias. Movimientos supuestamente ágiles que pretenden tranquilizar pero, por patosos, ya no tranquilizan a nadie. Uno de estos intentos asegurar la conveniencia de cerrar alguna terminal de cruceros. Es, en realidad, una propuesta de la plataforma Stop Creuers Catalunya, que no ha sido invitada a ninguna mesa sobre el tema. Tal vez porque estas cosas se hablan entre la gente que sabe.

Collboni ha presentado también un plan de cierre de pisos turísticos en 2028. En realidad no es ningún plan, sino una mera declaración de intenciones de una medida que, en todo caso, tendría lugar en otro mandato. Aunque se cuelgue la medalla, la medida proviene también de los movimientos sociales y, en el mejor de los casos, se limitaría a acatar el decreto de la Generalitat sobre HUTs (Habitatges d’ús turístic por sus siglas en catalán), el mismo decreto que su partido se ha dedicado a torpedear y debilitar durante su tramitación.

Una medida que, incluso si se llevara a cabo, sería inútil mientras siga existiendo la figura del alquiler de temporada como refugio ante las regulaciones de alquileres. Además, el Ayuntamiento ha roto el consenso del PEUAT (Pla Especial Urbanístic d'Allotjaments Turístics, plan de alojamientos turísticos que limita las nuevas licencias y las prohíbe en parte de la ciudad) proponiendo 5.000 nuevas plazas hoteleras en Barcelona y 15.000 más en el área metropolitana.

Con todo, el alcalde ha presentado ya su plan de desmantelamiento de la medida del 30%, normativa que obliga a los promotores a destinar a vivienda protegida el 30% de la superficie de nuevas construcciones y grandes rehabilitaciones.

Frente a esto y para seguir calmando a los movimientos vecinales, el alcalde acaba de anunciar un posible aumento de la tasa turística de 75 céntimos. A parte de lo irrisorio de la subida, cabe recordar que la recaudación de esta tasa se destina a la promoción turística, imulsando instalaciones como la Fira de Barcelona, mejorando infraestructuras, limpieza, seguridad y transportes colapsados por la afluencia turística.

Asistimos a discursos dirigidos a apaciguar, con una mano, el fuego de una opinión pública que ya no puede más, mientras la otra atiza el de la turistización. No es muy distinto de lo que observamos en Baleares, donde el gobierno de la derecha y la extrema derecha muestra un juego similar: mientras toma medidas de liberalización urbanística y elimina herramientas de protección, se muestra preocupado por la situación y se atreve a hablar de decrecimiento turístico, pero gestionado por ellos.

Precisamente son sus falsas soluciones y sus torpes pasos de baile los que nos han llevado durante décadas a la durísima situación que ahora vivimos. Son cortinas de humo tejidas para distraernos; detrás de ellas, siguen abriendo nuevos mercados. Tras otras pantomimas como la desconcentración y la desestacionalización, ahora es el turno de los eventos deportivos y el lujo.

Hacen falta muchas cosas para empezar a desterrar la ‘marca Barcelona’ y cambiar la delicada situación a la que la turistización ha llevado a la ciudad. Una de ellas es que la manifestación unitaria del 6 de julio sea multitudinaria, pero hará falta mucho más para poner en marcha el cambio de rumbo urgente y radical que necesitan los barrios, los territorios y el planeta; necesitamos ser muchas también después del 6 de julio. Mantengamos la organización y la movilización y hagámoslas crecer.