A sus 32 años, Wes Bellamy es uno de los concejales más conocidos en todo Estados Unidos. Su empeño en retirar la estatua del general Robert E. Lee del espacio público en su ciudad, Charlottesville, ha desatado en el país una ola de revisión sobre los monumentos con connotaciones esclavistas o coloniales. Pero no solo, también supuso el despertar del supremacismo blanco, que en agosto de 2017 convocó en la ciudad una manifestación sin precedentes que acabó con la muerte, a manos de un neonazi, de una persona que participaba en una concentración contraria a la ultra.
Bellamy sostiene que la retirada de la estatua de este general –lideró durante la Guerra de Secesión el ejército confederado, asociado a la defensa del esclavismo– fue solo la excusa a la que se agarró la extrema derecha racista, siempre latente en su país, para sublevarse contra el movimiento antirracista. De ello habló en su intervención durante las jornadas 'Cities 4 Rights', organizada recientemente por el Ayuntamiento de Barcelona.
¿Qué representa para usted y su gobierno la figura de Robert E. Lee?
Ahora mismo es una estatua que representa la supremacía blanca y es un símbolo de división y de odio en nuestra comunidad. Somos una ciudad que está peleando y tratando de decidir qué hacemos con estas cuestiones y grandes monumentos como el de Lee no son bienvenidos en Charlottesville. Por ahora, la estatua sigue ahí mientras en los juzgados se resuelve si la ley permite retirarlo. Es probable que acabe en el Tribunal Supremo, por lo que llevará su tiempo.
Este general no ha sido la única figura cuyos monumentos han sido cuestionados recientemente en ciudades de Estados Unidos. También personajes históricos como Colón, con el caso de Los Ángeles, o San Junípero. ¿Por qué?con el caso de Los Ángeles
Porque no representan la mayor parte de la historia de España ni de América en general. Su gesta de entrada se lleva el crédito de descubrir un territorio en el que ya vivía gente. Hubo un genocidio de nativos americanos, les esclavizaron, les dejaron sin tierras... Todos esos no son valores que deban representar hoy a un país o a una comunidad.
Si echamos la vista atrás, muchos grandes personajes representan valores ahora despreciables. ¿Dónde ponemos la línea a la hora de revisar esta iconografía?
Eso debe decidirlo cada comunidad. Las personas somos polifacéticas. Si vas a buscar mis tuits de hace una década verás que mucha gente, con razón, me consideraba lo peor. Pero he crecido, he aprendido, abierto los ojos y he ido ajustando mis valores. Las poblaciones somos complejas pero hay cosas por las que no deberíamos sentirnos representadas, y si miras al pasado esclavista de Estados Unidos me parece evidente que hay varias de ellas. Nadie que haya participado en ese episodio merece una estatua.
¿Ha visitado la estatua de Colón en Barcelona estos días? ¿Qué le parece?
La he visto, sí. Me parece que deberán tener un debate algún día sobre ello, eso seguro. Todos hemos de tener esta discusión, pero yo no soy de Barcelona y no voy a participar en ella.
La polémica con la estatua llevó a colectivos supremacistas blancos a organizar en su ciudad una manifestación en agosto de 2017 que acabó siendo una concentración sin precedentes de simpatizantes de esta ideología. ¿Cómo lo vivió?
Fue interesante, por decirlo de alguna forma [sonríe]. Pero es que los supremacistas blancos no aparecieron debido a la retirada de la estatua. Nunca fue por eso. Fue, entre otras razones, porque un grupo de personas, en especial un concejal joven y negro como yo, empezamos a decir que íbamos a cambiar la cultura de nuestra comunidad para hacerla más inclusiva. Y eso asustó a mucha gente. Veían que su comunidad iba a cambiar. Eso me conllevó amenazas de muerte en mi casa y amenazas de bomba en el colegio de mi hija y en el trabajo de mi pareja. Me dijeron muchas cosas horribles, pero a la vez se demostró que debemos seguir empujando hacia adelante. Lo que sí es cierto es que este despertar del supremacismo, no solo en Charlottesville sino en todo el país, es algo que no vimos venir. Constatamos que sigue siendo predominante y que debemos gestionarlo.
¿Cree que la dimensión de las protestas se explica también por el papel del presidente Donald Trump? Al principio ni siquiera lo condenó. Al principio ni siquiera lo condenó
No tengo ninguna duda de que estuvo fortalecida por el papel del 45 Presidente [nunca lo llamo por su nombre], claro que jugó un rol importante. Sus impulsores sentían que tenían a su campeón en la oficina presidencial, el que habla de sus valores y les anima a hacer lo que quieran y cuando quieran. Esto, en combinación con la estatua y con mi papel, indignó a muchas personas.
El líder del Ku Klux Klan, David Duke, llegó a decir aquellos días que la movilización iba a servir para “recuperar el país”.
Concretamente dijo que aquella gente estaba allí para cumplir la promesa que había hecho Donald Trump en las elecciones.
¿Qué considera que debería hacerse con estas manifestaciones de extrema derecha y neonazis? Hay un debate sobre si hay que prohibirlas o se enmarcan dentro del derecho a la libertad de expresión.
No tengo claro que haya que prohibirlas. Yo no quisiera que nadie prohibiera mis concentraciones, pero sí estoy seguro que su discurso hay que confrontarlo. Hay que organizar contraprotestas, dejar claro que sus ideas no son aceptables y que no serán toleradas, que somos más los que discrepamos de su ideología que los que la comparten. Pero honestamente yo quiero saber exactamente quiénes son los racistas que celebran estas concentraciones, verles a cara descubierta, para luego pensar como interactuar con ellos, como confrontarles.
Otro debate existente a nivel global es si el auge de la extrema derecha se debe en parte a que la izquierda se ha centrado demasiado en políticas simbólicas o de derechos civiles, como las de género o contra el racismo, en vez de medidas económicas que mejoren las condiciones materiales de la población. Usted, como miembro del Partido Demócrata, ¿cómo lo ve?
Que nos estaremos engañando si pensamos esto. Este auge se debe a que una serie de gente ve que su posición es por primera vez cuestionada. En todo el mundo te beneficias del sistema si eres blanco, pero ahora resulta que algunos queremos que dejen de tener esa misma parte del pastel. Y se sienten amenazados. Y claro, cuanto más hablas de diversidad, de género, más amenazados se sienten, menos les gusta, pero es que queremos que el mundo deje de operar de esta manera.
A la hora de revertir el discurso racista, usted ha afirmado a menudo que no es su trabajo ir a convencer a quienes lo son. ¿A qué se refiere?
Me refiero que no es mi trabajo, como hombre negro, dedicar mi tiempo a convencer a blancos racistas para que no lo sean. Mi papel es trabajar para empoderar a mi comunidad, pero no quiero perder fuerzas intentando argumentar con un racista. ¿De quién es tarea entonces? De los blancos: educarse a sí mismos y así seguir avanzando. Cuestionar los discursos que hay en tu familia, con tus amigos.
Yo antes era muy homófobo, intolerante, sexista, era un joven estúpido. Y dependió de mí y de la paciencia de mi entorno educarme, crecer a partir de mis errores, reconocer que debo mejorar. Esto lleva tiempo, especialmente a los hombres, que nos cuesta mucho gestionar emociones. Pero es un trabajo que tenemos que hacer. Por lo demás, mi rol es desarrollar políticas públicas, como pueden ser las que fomentan la inclusión de minorías en el ámbito laboral o la erradicación de los abusos policiales.
¿En qué consisten estas últimas?
Los afroamericanos representan el 30% de la población en Estados Unidos y concretamente los hombres negros, el 17%, pero a la vez somos el 50% de la población carcelaria. La mayoría de muertos a manos de la policía, así como las víctimas de abusos, son negros. Esto hay que combatirlo desde las políticas. En la ciudad tenemos algunas herramientas. Nos hemos reunido con el jefe de Policía y empezado medidas como que los agentes tengan que rellenar un informe para justificar las identificaciones y que no puedan parar así a nadie sin más motivo. Animamos a que estas actitudes dejen de ser toleradas.
Explicó que paseando por Barcelona el otro día se encontró con dos agentes de policía que identificaban a unos jóvenes migrantes.
Sí, les estuve observando y fui a preguntar. Me dijeron que simplemente les estaban vigilando, para que no hicieran nada malo. Esto es ilegal, o como mínimo está mal. No puedes parar a alguien sin un motivo concreto, pero es que esto pasa en Barcelona, en Estados Unidos, en París y en Bruselas. Es un problema que existe en todo el mundo y que se combate desde las políticas públicas.