Este blog pretende servir de punto de encuentro entre el periodismo y los viajes. Diario de Viajes intenta enriquecer la visión del mundo a través de los periodistas que lo recorren y que trazan un relato vivo de gentes y territorios, alejado de los convencionalismos. El viaje como oportunidad, sensación y experiencia enlaza con la curiosidad y la voluntad de comprender y narrar la realidad innatas al periodismo.
La accidentada belleza interior de Gran Canaria
Ahora que el frío empieza a apretar por casi toda Europa, algunos privilegiados disfrutan de temperaturas casi veraniegas en Gran Canaria, la segunda isla más poblada de las Afortunadas.
En Maspalomas, la Playa del Inglés o Puerto Rico, escandinavos, alemanes y británicos, en general de una cierta edad, enrojecen tendidos al sol como el Gallotia Stehlini, el lagarto endémico de este rincón del Atlántico.
Lo hacen pese al fuerte viento que a menudo sopla en el sur de la isla, a cobijo entre o sobre las dunas de arena que se levantan paralelas a la costa, conformando un paisaje único.
Ninguna otra zona de la isla ni del archipiélago tiene las características de este sistema dunar declarado, junto al palmeral y a la Charca –la laguna costera de Maspalomas–, reserva natural especial.
El acceso, sin embargo, es libre para quien quiera adentrarse en este pedacito de casi desierto, que tiene una temperatura media de unos 24 grados durante todo el año.
Su carácter de maravilla natural única, no obstante, no lo protege de los humanos ni tampoco del acoso del cemento, que ya llegó a sus puertas.
El turismo desaforado y la voracidad constructiva han hecho de Maspalomas y sus alrededores un monumento al mal gusto. En el pueblo, las moles de hormigón se suceden a modo de hoteles sin ningún tipo de criterio urbanístico ni de coherencia arquitectónica.
Sólo hay que acercarse a la Playa del Inglés para ver que, entre el agradable paseo marítimo y la zona de baño, se levanta un horroroso rectángulo gris con locales de comida basura. Y a tan sólo unos metros, justo por delante del paseo, un hotel cinco estrellas en construcción muestra en 3D cómo verán las dunas, desde sus lujosas habitaciones, sus futuros clientes.
Pero si uno obvia estas barbaridades y fija la vista en las dunas y en el mar, el lugar regala buenas jornadas de playa y hermosos atardeceres, con el sol escondiéndose tras las montañas de arena.
El ocaso es también bello en Puerto Mogán, un pueblito con dos caras, en el suroeste de la isla. La cara que no sale en las postales es la de los edificios blancos escarpados en la ladera de la montaña, unos casi encima de otros. Vale, sin embargo, la pena subir las pendientes escaleras que funcionan como calles y llegar hasta lo alto para, desde el mirador, contemplar la cara que sí aparece en las fotos.
Es la del puerto, la de la playa que parece una piscina de tranquila que es, la que se llena de turistas felices de estar en la pequeña Venecia de Gran Canaria, aunque aquí haya sólo un canal y tres o cuatro pequeños puentes que lo cruzan.
Los guiris comen con gusto en los numerosos restaurantes que acoge el barrio contiguo a la dársena, un conjunto de edificios blancos simétricos, con las puertas y ventanas de vivos colores y las enredaderas floreadas cruzando de un lado al otro de la calle.
A Puerto Mogán se puede llegar por la segura pero aburrida autovía o, como nosotros, por la sinuosa y estrechísima carretera que une este pueblo con el centro de la isla.
El paisaje por allí es diverso y hermoso. Pero la conducción no es apta para cardiacos. Con excepción de la autovía que circunda casi toda la isla, las carreteras del interior de Gran Canaria son de rally.
Alquilar un coche, sin embargo, es imprescindible, si no se cuenta con todo el tiempo del mundo para amoldarse a los horarios de las guaguas, que tampoco llegan a los lugares más recónditos.
Uno, además, acaba tomándole el gusto a eso de conducir por carreteras tan empinadas que el coche sólo sube en primera; tan estrechas que sólo cabe un auto aunque haya dos inverosímiles direcciones; y tan zigzagueantes que no se ve al que viene de frente hasta que se tiene casi encima. Todo eso, aderezado con la lluvia y la espesa niebla cuando se tira hacia lo alto de la montaña y del sol en los ojos, cuando se desciende hacia el mar.
Sudores fríos, sí, luego recompensados. Incluso en jornadas en las que el mal tiempo obliga a cambiar de planes e impide visitar el Roque Nublo, el símbolo más conocido de Gran Canaria.
Si el viento sopla, la lluvia arrecia y la bruma convierte el paisaje en una cortina blanca es inútil aventurarse por la serpenteante carretera que acaba dejando a unos 40 minutos a pie de esta roca de origen volcánico, que tiene unos 80 metros de altura y se eleva 1.813 sobre el nivel del mar.
“El Roque Nublo se puso de moda en los últimos años y yo no digo que no tenga su interés, pero es el Roque Bentayga el que tiene más valor arqueológico y etnológico”, asegura uno de los empleados del centro de interpretación del Bentayga.
Un vídeo, paneles explicativos y recreaciones cuentan allí el origen de esta formación rocosa y volcánica, situada a 1.404 metros sobre el nivel del mar, y que fue refugio de los aborígenes.
Desde el centro de interpretación, subir a pie hasta el Almogarén, el lugar del Bentayga donde los pobladores antiguos llevaban a cabo sus ritos religiosos, lleva apenas unos 20 minutos. Una vez allí, uno puede adentrarse en las cuevas donde vivían y enterraban a sus muertos; admirarse con las espectaculares vistas sobre el Barranco de Tejeda y hasta hacer una escapadita por un sendero que, pegado a una de las caras de la gran roca, desciende hasta un punto bastante más bajo del barranco.
Gran Canaria es mucho más verde y montañosa de lo que uno podría imaginarse. Y su diversidad vegetal está resumida en su hermoso Jardín Botánico Canario de Viera y Clavijo, muy cerca de la universidad de Las Palmas.
Desde su restaurante, situado en la entrada superior, la vista ya avanza lo que uno se irá encontrando después, por los senderos empedrados que descienden por la ladera de la montaña y llegan a la plaza principal y a sus alrededores. Uno topa con los dragos gemelos, con pinos canarios, con brezos y con más de 10.000 especies de crasas, muy abundantes en la zona. Especialmente llamativa resulta la zona de cactus, con algunos ejemplares gigantescos y otros de formas inverosímiles.
Desde el Jardín Canario, uno puede emprender camino hacia algunos de los pueblos más bonitos de la parte norte de la isla, como Arucas, Firgas, Moya y Galdar, para acabar el día en el Puerto de las Nieves, cenando un buen pescado en la coqueta zona del embarcadero.
Arucas es conocido por su impresionante iglesia de San Juan, un edificio neogótico construido con piedra volcánica que domina todo el pueblo. Aunque no lo sea, los lugañeros la llaman, simplemente, La Catedral. Su singular color negro, sus agujas y su profusa ornamentación externa se divisan desde la lejanía. Y sus coloridas vidrieras se cuentan entre las más bonitas de la isla.
La Catedral, cuya construcción se prolongó durante casi 70 años (1909-1977), sólo abre sus puertas a determinadas horas, así que para visitar su interior es mejor informarse de los horarios.
Muy cerca de allí, en la calle Gourie, la biblioteca, emplazada en un casa típica con patio interior y balcones de madera, da para una rápida visita, antes de llegar paseando, a través del Jardín Municipal, a uno de los templos del ron canario.
En una visita guiada gratuita, en Destilerías Arehucas cuentan cómo su viejo patrón fundó el negocio en 1884, su pequeña historia y el proceso de fabricación de esta bebida que nació en Canarias.
Según dicen, fue de estas islas de donde partieron, en el segundo viaje de Cristóbal Colón hacia las Antillas, las primeras cañas de azúcar que conoció el Nuevo Mundo. Y aunque luego otros países como Cuba tomaron la delantera, Canarias presume de su Ronmiel, una especialidad única que cuenta con denominación de origen protegida.
El ron con miel es, de hecho, una de las muchas variantes –existe también con sabor a chocolate, café, caramelo y plátano, entre otros- que las Destilerías Arehucas dan a probar en la cata con la que concluye la visita guiada, un modo casi seguro de proseguir el día medio contento.
Los efectos del alcohol se pueden compensar llenando el estómago con alguno de los platos típicos canarios en Firgas, la conocida como villa del agua.
En El Chiringuito, sirven tollos en salsa, es decir, cazón seco cocinado en una salsa de tomate ligeramente picante y servido con patatas. “A la gente, o le gusta o no le gusta nada”, dice el camarero, mientras avanza que los tollos tienen un olor fuerte.
El queso al horno con mojo picón y mojo verde es otra de las especialidades canarias que, sin embargo, no se encuentra en toda la isla. Como alternativa, en algunos locales ofrecen queso a la plancha con mermelada de frutos del bosque, una combinación deliciosa.
Además de a comer, a Firgas uno va para ver la Acequia Real, con sus 500 años de antigüedad, y el manantial que preside la calle principal, donde siete grandes mosaicos de azulejo representan a las siete islas del archipiélago.
El origen volcánico de todas ellas tiene su reflejo en la Caldera de Bandama, un socavón de 216 metros de profundidad y un kilómetro de diámetro, que empezó a formarse al mismo tiempo que Gran Canaria, hace millones de años.
La Caldera se puede observar tranquilamente desde el mirador del pico Bandama (569 m.); caminándola por el sendero que la bordea –se tarda aproximadamente una hora y las pendientes no son asequibles para todo el mundo- o descendiendo hasta su base por alguno de los caminos que recorren la ladera.
La caminata, entre lagartos y suculentas, es un buen modo de despedirse de la isla hasta la próxima oportunidad.
Vueling ofrece vuelos diarios de Barcelona a Gran Canaria.
Sobre este blog
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