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Doce hermanos y seis de ellos con esquizofrenia: la trágica historia de la familia Galvin

Don y Mimi Galvin, junto a 11 de sus 12 hijos.

Pol Pareja

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Todo empezó con una visita al campus médico de la universidad en la que estudiaba. A Donald Galvin le había mordido un gato en el dedo. Al cabo de unos meses volvió a la consulta lleno de quemaduras: se había lanzado a una hoguera. Al año siguiente regresó a la enfermería con otra herida, de nuevo causada por un felino. “Ha matado a un gato lenta y cruelmente”, anotó el doctor que le atendió. “Posible reacción esquizofrénica”.

La esquizofrenia se acercó a la familia Galvin en 1966 y ya se quedó para siempre. El primer diagnosticado fue Donald, el mayor de 12 hermanos. Con el tiempo se le encontraría la enfermedad a cinco hermanos más en una historia familiar marcada por la vergüenza, la violencia, el desconcierto y los intentos desesperados de una madre por guardar las apariencias ante el estigma de la salud mental. 

El libro Los chicos de Hidden Valley Road (Periscopi en catalán, Sexto Piso en castellano) recupera un caso que había permanecido olvidado durante décadas hasta que el reportero Robert Kolker, colaborador habitual de The New York Times Magazine, dio con la historia. Empezó entonces una investigación en la memoria de una familia marcada por la esquizofrenia y por la constante amenaza de ver quién era el siguiente en caer en sus garras. 

“Formar parte de la familia Galvin implicó volverse loco o ver cómo se volvía loca la familia”, explica Kolker en una entrevista con elDiario.es en el CCCB de Barcelona, dónde ha acudido para dar una charla en el marco de la 'Setmana' del libro en catalán. “Crecer en la familia implicaba hacerlo en un clima de enfermedad mental perpetua”.

El reportero también se ha sumergido en la historia de la investigación sobre la esquizofrenia y cómo, 100 años después de que fuese identificada, todavía sigue siendo un misterio para neurólogos y psiquiatras, inmersos en el eterno debate sobre si el causante es la genética o el entorno.

El caso de los Galvin era tan excepcional que la familia se convirtió en un caso de estudio por parte de decenas de psiquiatras y neurólogos que intentaron desgranar las claves de lo que, según Kolker, es la “enfermedad más desconcertante de la humanidad”. A día de hoy, pese a los avances, siguen habiendo más misterios que certezas.

El libro intercala capítulos en los que relata la historia familiar de los Galvin con otros en los que se aborda la evolución de la discusión científica alrededor de la esquizofrenia. Desde las desavenencias entre Sigmund Freud y su discípulo Carl Jung sobre la incidencia genética en la enfermedad hasta los estudios más recientes. 

Kolker lo escribe de manera magistral, con una alta tensión narrativa, pero sin caer en ningún momento en el sensacionalismo de un drama que resulta inevitable comparar con una tragedia griega. Hay malos tratos, envidias, violencia y abusos sexuales en el seno familiar. También hay suicidios y homicidios en una historia que sin embargo acaba con un brío de esperanza.

“Ya en mi anterior libro [Lost girls, sin traducción al español] logré encontrar el tono adecuado para escribir de manera vívida y dramática de estos temas sin caer en el sensacionalismo”, analiza Kolker, que explica que para Los chicos de Hidden Valley Road realizó más de un centenar de entrevistas con todos los miembros de la familia y con expertos en psiquiatría. “La clave es tener empatía y compasión pero sin caer en el sentimentalismo barato”.

Explica Kolker que el mayor reto fue documentarse sobre la esquizofrenia sin tener ningún conocimiento de ciencias. “Empecé a asistir a clases telemáticas de neurociencia del MIT pero no entendía nada, empecé a preocuparme”, rememora el periodista. “Al final opté por entrevistar a expertos, simplificar la narrativa y dejar fuera cualquier cosa que no aportara luz sobre el caso de los Galvin”.

Una familia en apariencia perfecta

Los Galvin eran guapos, atléticos, cultos y brillantes. Don y Mimi, el padre y la madre, representaban lo que sería la perfecta familia americana. Él era un carismático oficial en las fuerzas aéreas del ejército. Ella, una madre entregada y culta criada en una familia acomodada de Texas. 

A pesar de ser un padre ausente que solo compartía ratos con sus hijos cuando le ayudaban con una de sus pasiones, la cría de halcones, Don fue nombrado Padre del Año en 1965 por un grupo local. Ella, a pesar de su hiperperfeccionismo y su carácter obsesivo, era vista como la madre perfecta y responsable cuyos hijos acudían cada domingo a misa vestidos exactamente igual. 

La estampa irreprochable que presentaban los Galvin de cara al exterior contrastaba con lo que ocurría dentro de la casa de Hidden Valley Road: la brutalidad y violencia entre los hermanos, el ambiente tóxico generado por la falta de privacidad (los 12 dormían juntos en unas literas en el sótano) en una casa definida como “olla a presión” en la que algunos hijos apenas eran atendidos, eclipsados por los cuidados que requerían los hermanos que padecían esquizofrenia o parecía que podían tenerla.

Todo estaba marcado por la enfermedad mental en la familia: los hermanos se levantaban cada mañana pensando en quién sería el siguiente en caer

Robert Kolker autor de 'Los chicos de Hidden Valley Road'

“En cualquier familia con 12 hermanos debe de ser muy difícil diferenciarse y desarrollar tu personalidad”, reflexiona Kolker. “Pero es que encima en los Galvin todo estaba marcado por la enfermedad mental”, prosigue. “Los hermanos se levantaban cada mañana pensando en quién sería el siguiente en caer”.

En el libro también subyace en todo momento el machismo de la sociedad estadounidense del siglo XX. Tanto en el trato que reciben las mujeres dentro de la familia como en el abordaje que hacen los psiquiatras a los que acuden para pedir ayuda: en un primer momento incluso se responsabiliza a la madre de la esquizofrenia que sufren sus hijos. 

“Como la mayoría de familias, los Galvin estaban a merced de un sistema de salud mental que solo existía sobre el papel”, analiza el autor. “Se veían obligados a elegir entre una serie de opciones que no estaban capacitados para valorar”.

Un caso que estuvo a punto de quedar en el olvido

La historia de los Galvin podría haber quedado olvidada si no fuese porque las dos hijas menores se conjuraron hace un lustro para que su caso fuese conocido. Una de ellas había ido a clase con un editor que conocía a Kolker y su capacidad para abordar con cuidado y rigor historias familiares de este tipo. 

“Empecé a hablar con los familiares y me di cuenta de que estaba ante una oportunidad única”, apunta el reportero. “Tenía la posibilidad de escribir sobre un caso muy particular y con los puntos de vista de casi todos los implicados”. Kolker explica que lo último que quería era causar más dolor a la familia. “Fui llamando a todos los miembros uno por uno y les pregunté qué les parecía la idea”, rememora. “Vi que todos querían contar su versión de los hechos”.

Cuando este reportero empezó a entrevistar a los Galvin, el padre ya había fallecido. Uno de los hermanos se había suicidado después de matar a su pareja. Otros dos fallecieron como consecuencia de los efectos secundarios de la medicación que tomaban para la esquizofrenia. Mimi, la madre y piedra angular de la familia, tenía 90 años y no sabía hasta cuándo podría contar su historia.

“Creo que Mimi tenía la sensación de 'ahora o nunca'”, explica Kolker, que añade que la madre de los Galvin aceptó participar en el libro cuando salieron evidencias científicas que apuntaban al origen genético de la esquizofrenia. “Para ella fue muy revelador poder defenderse de las acusaciones de que ella había sido la culpable de lo que les ocurrió a sus hijos”.

Kolker cree que, a pesar de la tragedia que aborda su texto, se pueden extraer lecciones positivas del caso. “La historia de los Galvin no es solo un proceso de sucesos trágicos”, concluye. “Es una historia humana, de supervivencia e incluso de progreso y esperanza”.

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