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'Dones en Xarxa' promueve los derechos de las mujeres y apuesta por su empoderamiento usando las TIC. Cree en el potencial de internet para alcanzar la igualdad efectiva.

La violencia en el trabajo, un tabú que persiste

Sara Berbel

El acoso sexual o por razón de sexo sigue siendo tabú en nuestro país, en donde menos de un 1% de mujeres ha denunciado haber sufrido acoso sexual a lo largo de sus trayectorias profesionales. Las encuestas, sin embargo, indican que un 15% de las españolas confiesa haberlo padecido, si bien nunca lo denunciaron, según datos del Instituto de la Mujer.

Se trata de una forma de violencia que responde (como señaló en su momento la primera persona que habló rigurosamente del tema, Marie France Hirigoyen), a una combinación entre el poder y la perversidad. Como posteriormente denunció el psicólogo laboral sueco Heinz Leymann, se trata de un tipo de “psicoterror” ya que desconoce los sentimientos humanos o la comprensión de la otra persona.

El hecho de que se trate de una relación de poder asimétrica hace que mayoritariamente sean las mujeres las afectadas por todos los tipos de acoso, sean sexuales, por razón de sexo o mobbing (acoso moral), al ser ellas quienes ostentan el menor estatus en las organizaciones empresariales, menor sueldo, menos capacidad de decisión y, al tiempo, las que que han interiorizado durante siglos una baja autoestima, una idea de minusvaloración y de autoderrota, como diría la pensadora italiana Lia Cigarini.

Esta situación se vive en silencio básicamente por miedo: miedo al acosador y miedo a perder el trabajo, por este orden. De hecho, las personas acosadas piensan al principio que se trata de bromas, de indirectas o de actuaciones poco afortunadas pero sin demasiada importancia. Se ha comprobado que la mayoría de acosos empiezan de forma “amable o suave”, pero poco a poco las vejaciones se van multiplicando de forma continuada y regular. Se trata de un itinerario in crescendo en el que, además, los compañeros y compañeras de trabajo suelen preferir mantenerse al margen.

Como es usual en otras formas de violencia contra las mujeres, la tendencia general es a pensar que se trata de un problema privado, cuando en realidad estamos hablando de un problema público ya que su origen se halla en una situación estructural de desigualdad de las mujeres.

El hecho de que toda situación de acoso sea desencadenada por una relación de poder conduce a que los grupos con más riesgos de sufrirlo son las mujeres trabajadoras en los sectores más desprotegidos. Las trabajadoras inmigrantes en situación administrativa irregular son las más vulnerables de manera que el Instituto de la Mujer ya en 2006 describió el perfil arquetípico de la víctima: una mujer menor de 34 años, soltera, calificada y procedente de países extracomunitarios. Son, asimismo, grupos de riesgo las mujeres solas con responsabilidades familiares, las que acceden por primera vez a sectores profesionales o categorías tradicionalmente masculinas, las jóvenes, las mujeres con discapacidad, las pertenecientes a minorías étnicas, las que trabajan con contratos eventuales o temporales, así como las personas homosexuales y los varones jóvenes. Como puede observarse, la carne de cañón del acoso en el trabajo son las personas más vulnerables en ese entorno.

Resulta, por tanto, imprescindible ponerle nombre, hacerlo público (del mismo modo que desde hace años se está intentando con la violencia en el hogar) como única forma de poder erradicarlo. De lo contrario, las consecuencias seguirán siendo devastadoras para las víctimas, que en un 67% se ven obligadas a causar incapacidad temporal según el Instituto de Estudios de la Violencia (2009): enfermedades psicosomáticas, ansiedad, depresión, abuso de medicación e incluso, algunos casos extremos pueden llegar al suicidio. Pero también las consecuencias serán irreparables para una sociedad que no puede permitir tales abusos en su seno si realmente cree en la igualdad y en una auténtica justicia democrática.

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