La apertura de un centro de arte en Menorca dispara el precio de la vivienda: “No queremos ser la nueva Ibiza”

Pol Pareja

Maó (Menorca) —

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El pequeño aeropuerto de Menorca se saturó de jets privados el fin de semana del 17 y el 18 de julio. La imagen sorprendió en esta pequeña isla de apenas 45 kilómetros de largo, acostumbrada a contemplar desde la distancia la retahíla de famosos, yates y millonarios que acuden cada verano a las vecinas Mallorca e Ibiza. ¿A qué se debía ese alto número de aviones particulares?

Ese fin de semana se hizo una recepción con los principales clientes de la nueva sede del centro de arte suizo Hauser & Wirth, situado en un pequeño islote frente al puerto de Maó y llamado a “revolucionar” esta isla donde, a diferencia del resto del archipiélago, el turismo ha logrado convivir con una actividad ganadera y rural que se mantiene desde hace siglos. “Había poca gente de Menorca en esa fiesta”, señala una de las personas que acudieron, que matiza que durante los días anteriores sí que se realizaron actos de inauguración con artistas y trabajadores locales.

Hauser & Wirth es una de las galerías más prestigiosas del mundo y con un gran volumen de negocio. Gestiona el legado de Chillida, Louise Bourgeois y Alexander Calder y representa a artistas vivos como Cindy Sherman, Annie Leibovitz o Larry Bell. Su proyecto en Menorca, con una inversión de 4 millones de euros, está situado en una pequeña isla a la que solo se puede llegar en barco y que dispone de más de 1.500 metros cuadrados de exposición, un restaurante y un centro de investigación. También se prevé que haya conciertos y actividades educativas. 

Todos los cuadros de la primera exposición, del aclamado pintor estadounidense Mark Bradford, ya se han vendido. Fuentes del sector calculan que el precio de cada uno puede oscilar entre uno y cuatro millones de euros –algunas obras se han vendido por 10 millones– y que la galería ya ha recuperado su inversión solo con la primera exposición. La mayoría de obras se han adquirido por parte de instituciones públicas y privadas.

Las otras sedes de la galería están en Nueva York, Hong Kong, Londres, Los Ángeles, Zürich y Gstaad, entre otras localizaciones. La apertura de un nuevo recinto en Menorca ha situado a la isla –que desde 1993 es Reserva de la Biosfera de la UNESCO– en el panorama del mercado del arte contemporáneo mundial. Pero, ¿qué sucede cuando alineas a un municipio de apenas 30.000 habitantes, todavía con mucha actividad ganadera, con las principales urbes artísticas del planeta?

La apertura de esta galería ha ido acompañada de un aluvión de artículos en prensa nacional e internacional –incluyendo portadas de conocidos dominicales– en las que se insiste en presentar Menorca como “la nueva isla de moda” del Mediterráneo. En un lugar acostumbrado a una tranquilidad que muchos consideran su principal activo, el nuevo foco mediático genera opiniones encontradas.

“De entrada te diría que el efecto de la galería es positivo, no deja de ser una instalación cultural y deberíamos felicitarnos”, señala Cristina Gómez, consellera de Vivienda del Consell Insular de Menorca. “Pero está llegando gente que busca en Menorca cosas que ya hay en otros sitios como Marbella”. Gómez destaca los riesgos que entraña convertirse en un lugar de moda en el Mediterráneo: “No queremos ser Ibiza ni ningún lugar de banalidades”, remacha. “Y creo que ningún menorquín lo desea”.

El nuevo centro de arte no ha escatimado esfuerzos en tratar de integrarse de la mejor manera en Menorca. Se han implementado medidas de sostenibilidad medioambiental para minimizar su impacto y se realizan actividades con la escuela de arte de la isla y talleres familiares los fines de semana. La mayoría de empleados, además, son menorquines o empresas subcontratadas de la isla. “La galería tiene una mirada global, con artistas de primer nivel”, señala la directora del centro, la menorquina Mar Rescalvo, “pero al mismo tiempo trabajamos con la comunidad local y tratamos de potenciarla”. 

Son varias las fuentes que destacan, sin embargo, la incidencia que está teniendo este nuevo recinto en el mercado inmobiliario de la isla. La sombra de la gentrificación ha planeado sobre Menorca durante el último lustro, pero el proceso parece haberse acelerado de repente y ha cambiado de lugar. Si antes el principal foco era el municipio de Ciutadella, la tensión se ha trasladado a Maó desde la apertura de la galería. “Los precios se han duplicado”, explica Gabriel Tutzó, gerente de la inmobiliaria que lleva su apellido. “Se está moviendo un segmento de cliente con alto poder adquisitivo”.

El aumento de precios ya empezó hace dos o tres años, poco después del anuncio de la apertura del centro de arte. “La galería lo ha dinamizado todo”, continua Tutzó en conversación telefónica. “Las amistades de los promotores del centro de arte han comprado propiedades en Menorca”, añade. “Hay una alineación entre la isla, la galería y el tipo de cliente que acude a ella. El mercado suizo y francés está disparado”.

El principal objetivo de los recién llegados es el casco antiguo de Maó, donde a día de hoy apenas hay casas disponibles. “Ahora mismo es muy difícil encontrar una casa en el centro de Maó con patio interior”, señala otro agente inmobiliario. “Lo que antes valía entre 200 y 250.000 euros ahora está entre 450 y 500.000, sin contar la reforma”. Gari Villalonga, responsable de la inmobiliaria Autèntic, confirma que se ha notado la apertura del centro de arte. “Hay más demanda que oferta”, señala. 

El proceso recuerda a lo ocurrido en Ibiza, en barrios de Palma de Mallorca como Santa Catalina –donde la población extranjera ha aumentado un 81% en los últimos años– o en municipios mallorquines como Deià en la sierra de Tramuntana. La llegada de adinerados visitantes dispara los precios y los habitantes que viven todo el año en la isla –muchos, con sueldos precarios del sector servicios– de repente no encuentran un lugar asequible para vivir. Las autoridades menorquinas se han puesto en alerta para intentar evitar un fenómeno que raramente tiene vuelta atrás.

El dilema del turismo de calidad

Roser Román es arquitecta, vive en el centro de Maó y ha investigado durante años los procesos de gentrificación. A partir de septiembre será la nueva directora insular de Vivienda en Menorca. “Nunca pensé que la gentrificación podría llegar a Maó”, confiesa esta profesional, que admite la calidad arquitectónica de la rehabilitación del centro de Hauser & Wirth. “Claro que está bien que abran galerías de arte, pero no podemos dejar que una atracción elitista acabe expulsando a los vecinos de los núcleos urbanos”.

Durante años, las autoridades de la isla han luchado para cambiar el modelo turístico menorquín. Se quería sustituir al visitante que acudía al hotel frente a la playa y apenas salía de ahí por el llamado “turista de calidad”, que se mueve más por la isla, se interesa por la cultura y gastronomía local y pretende integrarse en la vida cotidiana del lugar. 

“El encanto de Menorca era que no estaba masificado”, prosigue Román. “Pero con la llegada de esta galería y la campaña tan disparatada en la prensa parece que esto se ha puesto de moda, lo que supone un gran peligro para los que vivimos todo el año aquí”.

Durante los últimos años, la llegada masiva de turistas franceses asustados por las tensiones en el Norte de África contribuyó a cambiar el modelo turístico. El problema es que este nuevo tipo de visitantes también tiene externalidades negativas: se desplazan más en coche, quieren acudir a sitios vírgenes y, lo más importante: quieren comprar una propiedad en la isla. 

El riesgo que supone la irrupción de equipamientos elitistas como el centro de arte Hauser & Wirth se comenta a nivel particular y por parte de algunos responsables políticos, pero por ahora ninguna asociación local se ha posicionado en contra. Buena parte de la comunidad artística menorquina también celebra su llegada porque está dinamizando el sector del arte y se están abriendo otras galerías más pequeñas a su alrededor.

“Se han querido interesar mucho por la preservación de Menorca, por su contexto medioambiental y son muy discretos”, explica Rebecca Morris, responsable de la entidad ecologista Menorca Preservation. “Nos han hecho una donación muy generosa para los próximos cuatro años, la más grande que nos han hecho hasta ahora”. Carles Salord, de la entidad Per la Mar Viva, también aplaude la llegada de la galería. “No será una galería de arte lo que sature la isla”, explica por teléfono. “Me parece perfecto que venga gente de este calibre a invertir y tal vez sirve para mejorar aspectos de sostenibilidad de Menorca”.

Desde la principal entidad ecologista, GOB Menorca, sí que han denunciado los riesgos de esta llegada de turistas adinerados que compran casas por todo el territorio, pero lo desligan del centro de arte. “Puede ser que acelere el proceso, pero en todo caso ya existe desde hace siete u ocho años”, opina Miquel Camps, responsable de política territorial de esta organización.

Tras un año y medio de pandemia y con la economía bajo mínimos, son pocos los que se atreven a cuestionar públicamente la llegada de un centro de arte de prestigio internacional. “Menorca ha vivido al margen de este tipo de operaciones y la gente no lo ve venir”, opina Cristina Gómez, la consellera de vivienda del Gobierno menorquín. “Si te dedicas al sector de la vivienda sabes que es de manual: una infraestructura de este tipo tiene un efecto directo en el mercado inmobiliario”.

Mar Rescalvo, la directora del centro, desliga la llegada de la galería de cualquier efecto gentrificador. Cree que el fenómeno viene de antes y se vio acelerado por la pandemia, con visitantes que decidieron quedarse a vivir en esta pequeña isla del Mediterráneo gracias a la implantación del teletrabajo. “Es cierto que Menorca hasta ahora era más desconocida en América, por ejemplo, y que ahora aparece en sectores donde antes no salía”, señala. “Pero el éxito que tenemos es que cada día nos visitan y participan en nuestras actividades vecinos de la isla”.

Una galería en un lugar único

Un barco estilo Golondrina aguarda en el puerto de Maó a que se suban los visitantes, que han comprado previamente su entrada por internet al precio de cinco euros. Son las dos del mediodía, el calor aprieta, y unos cincuenta visitantes se dirigen en un trayecto de diez minutos hacia la galería situada en la Illa del Rei.

El enclave es tan inusitado como atractivo: un pequeño islote en medio del puerto de Maó –el puerto natural más grande del Mediterráneo– que albergaba un antiguo hospital naval en desuso, completado por varios edificios abandonados del siglo XVIII. El proyecto de restauración ha creado un gran espacio expositivo, una tienda, un restaurante y un espacio educativo en el que se realizan talleres semanales.

El islote está lleno. Al llegar, los visitantes se cruzan con una larga cola de visitantes que desean volver a tierra firme. El restaurante del centro de arte está lleno, no hay mesas disponibles, y el bar se ha quedado sin bocadillos. Se escuchan todo tipo de idiomas entre los asistentes. Un paseo por los cuidados jardines permite observar reconocidas estatuas de Chillida, Bourgeois, Miró y Franz West, entre otros.

Hay una zona de la exposición en la que se muestran obras creadas por Mark Bradford en colaboración con los alumnos de la escuela de Arte de Menorca. Ahí se encuentran apilados unos carteles diseñados por el propio Bradford. Los visitantes pueden cogerlos y llevárselos a casa, en un guiño al artista cubano Félix González-Torres.

Como si Bradford se hubiese anticipado al efecto que está teniendo este centro de arte en el mercado inmobiliario menorquín, todos los carteles tratan de un mismo tema: muestran imágenes de anuncios de hipotecas a intereses bajos, ejecuciones hipotecarias y préstamos en metálico para comprar viviendas.