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Las leyes de la frontera

Joan Estruch

En 2008 un periodista recibe el encargo de escribir un libro sobre el Zarco, un famoso delincuente de los años 80, ya muerto. Para documentarse, se va entrevistando con los que le conocieron. Todo empezó en el verano de 1978, en Gerona. Ignacio Cañas, un chico de clase media, entra en una banda de delincuentes juveniles dirigida por el Zarco y por Tere, por la que se siente fatalmente atraído. Después de diversos atracos, la banda es desmantelada por la policía. Veintiún años después, en 1999, Ignacio, convertido en un prestigioso abogado, se reencuentra con Tere, que le pide que defienda al Zarco, condenado a largas penas de cárcel. Este reencuentro restablecerá los vínculos entre esos tres personajes.

La trayectoria literaria de Javier Cercas, una de las más sólidas de la literatura actual, se ha caracterizado por la exploración de un terreno narrativo fronterizo entre la ficción y la realidad histórica. En Soldados de Salamina (2001), un episodio menor de la Guerra Civil le sirvió para reconstruirlo libremente hasta convertirlo en ficción novelesca. En Anatomía de un instante (2009), basado en el intento de golpe de Estado del 23-F, la realidad histórica acabó imponiéndose, pero Cercas demostró que era capaz de seducir al lector contándole lo que el lector informado ya conocía. Logró así reproducir con exactitud la realidad histórica y al mismo tiempo hacerla tan interesante como una intriga novelesca.

En Las leyes de la frontera Cercas vuelve a basarse en lo ocurrido y conocido. Esta vez no se trata de acontecimientos históricos, sino de un delincuente famoso, Juan José Moreno, El Vaquilla (1961-2003). Su trayectoria delictiva, iniciada desde niño en un ambiente de opresiva marginación en los suburbios de Barcelona, pronto llamaría la atención de los medios de comunicación y daría pie a mitificadoras canciones y películas de quinquis.

Hay que situar esta fascinación por el delincuente en el contexto de la transición democrática, cuando en las cárceles los presos comunes reivindicaban una amnistía parecida a la de los presos políticos, alegando que habían sido víctimas de una sociedad injusta y represiva. La izquierda trató de aliviar su mala conciencia con una legislación penal y carcelaria que se justificaba como una vía destinada a reeducar al delincuente para reinsertarlo en una sociedad que ya se proclamaba justa y democrática. De ahí la morbosa mezcla de atracción y de repulsión con la que se seguían los escasos éxitos de esa política redentora, como el de El Lute, un quinqui que en la cárcel aprendió a leer y a escribir, estudió derecho y publicó libros, por lo que fue amnistiado y reinsertado con todos los honores. Pero El Vaquilla fue mucho más duro e indomable: delitos violentos, motines carcelarios, adicción a la heroína, reiterado incumplimiento de pactos y compromisos…

Cercas ha elegido a este delincuente real como base argumental de su novela, cambiándole el nombre y modificando muchos detalles para tener mayor libertad a la hora de convertirlo en ficción novelesca. A este tema ha añadido anécdotas tomadas de sus propias vivencias de juventud en Gerona y de las memorias del abogado gerundense Carles Monguilod.

La descripción del submundo de los marginados cuenta con una amplia tradición literaria. En el siglo XIX dio lugar a un género narrativo, la novela de los bajos fondos, en la que el escritor guiaba a sus lectores burgueses en un descenso a los infiernos de la pobreza, la marginación y la delincuencia. Los miserables, de Víctor Hugo, y Oliver Twist, de Dickens, son conocidos ejemplos de su versión más edulcorada y positiva. En cambio, varias novelas de Zola mostraron una visión agria, crítica y pesimista. En España, este género ha tenido un importante desarrollo. La trilogía La lucha por la vida, de Pío Baroja, narra cómo un muchacho de clase baja oscila entre la delincuencia y la vida honrada. Por último, vale la pena mencionar Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos, el primero que, desde una ideología de izquierdas, se atrevió a describir a los marginados con sarcástica crudeza y sin ninguna concesión al denominado “buenismo” o a lo políticamente correcto.

¿En cuál de estas grandes opciones podemos encuadrar la novela de Cercas? O, dicho de otro modo, ¿qué opciones literarias ha tomado Cercas y qué resultados ha obtenido de ellas? Daremos una primera respuesta, que trataremos de argumentar seguidamente: Cercas ha tomado una serie de opciones novelísticas eclécticas, moderadas, de resultado seguro y correcto, aunque no muy ambicioso. En Las leyes de la frontera están todos los componentes de una gran novela, pero no llega a serlo porque el equilibrio excesivo entre todos ellos acaba diluyendo el resultado global.

El autor no ha querido posicionarse respecto a la polémica cuestión de si los jóvenes delincuentes son víctimas de una sociedad injusta o simplemente pagan las consecuencias de haber rechazado la vida honrada y el trabajo. La referencia a “La frontera azul”, mítica serie televisiva japonesa de la época, resulta más bien confusa. Los muchachos de la banda del Zarco se identifican con los proscritos del Liang Shan Po, que luchan por una causa justa contra un tirano. Pero estos exóticos émulos de Robin Hood poco tienen que ver con los quinquis de la novela.

El perspectivismo narrativo hubiera podido dar pie a un contraste de visiones sobre el tema de las causas de la delincuencia. El periodista o escritor que ha de escribir la vida del Zarco se entrevista con tres personajes que lo conocieron: su amigo y abogado defensor, Ignacio Cañas; el director de la prisión de Gerona en la que estuvo preso el Zarco; y el policía que lo detuvo. Son tres visiones distintas, pero no discordantes. No se trata, pues, de perspectivismo ideológico, sino de una técnica literaria que el autor maneja certeramente para presentar al lector un argumento en proceso, no cerrado, que se va construyendo con las aportaciones de diversos testimonios. Apenas conocemos al periodista que se interesa por el Zarco, no sabemos cuál es su visión del famoso quinqui, ni si sus motivaciones van más allá de cumplir un encargo. El periodista se convierte así en una especie de grabadora, en un pretexto para que los entrevistados hablen y cuenten sus recuerdos.

El testimonio de Ignacio tiene un claro predominio cuantitativo y cualitativo sobre los otros dos. Al principio de la novela, parece que va a lanzarnos un duro alegato de crítica social: “La Gerona de entonces era todavía una ciudad de posguerra, un poblachón oscuro y clerical”, rodeado “por un cinturón de barrios donde vivían los charnegos” y donde “se aglomeraba la escoria”. Pero este tono de denuncia va diluyéndose hasta casi desaparecer, de manera que el relato queda descontextualizado. En declaraciones periodísticas, el autor ha reconocido que la novela ocurre en Gerona, pero que podía haber ocurrido en cualquier otra ciudad. Eso es cierto, pero no es positivo desde el punto de vista literario.

La delincuencia no se puede entender sin situarla en su medio social, igual que un personaje novelesco solo tiene sentido dentro de su contexto social. Esta verdad sociológica no solo ha sustentado la narrativa naturalista (La Regenta no se entiende sin Vetusta), sino también la novela de crítica social y el género policial en general, tanto el cinematográfico como el novelístico. De hecho, la trágica trayectoria del Zarco tiene mucho que ver con la evolución de Gerona, una ciudad que apostó por un urbanismo de diseño, exitoso a base de centrifugar la pobreza y la marginación hacia otras poblaciones vecinas, tal como se dice en la novela (p. 186). El problema está en que esa mención puntual no se integra en la trama argumental.

Esta escasa contextualización repercute en la novela de diversas maneras. Una de ellas es la escasez de personajes secundarios, necesarios para rodear a los protagonistas de un conjunto de relaciones que, aunque no intervengan en la trama principal, los sitúan en un marco social amplio y variado. Pero en Las leyes de la frontera los personajes están muy aislados. Ignacio apenas se relaciona con gente de clase media, y los de la banda del Zarco parecen marginados dentro de los marginados.

Otra de las opciones de Cercas ha sido distribuir el argumento en tres tiempos muy alejados entre sí: encuentro de los personajes (verano de 1978), reencuentro de los personajes (finales de 1999) y reportaje sobre la vida del Zarco (2008). Se plantea así el problema de justificar el mantenimiento de los vínculos entre esos personajes a pesar de los fuertes cambios experimentados en sus vidas y en su entorno.

La primera parte, que explica la creación de vínculos entre ellos, contiene las mejores páginas de la novela, con certeras descripciones de las complejas inseguridades de la adolescencia. Pero se perciben ya algunos desajustes en la caracterización psicológica de Ignacio, que después lastrarán su configuración como personaje adulto. No queda del todo bien resuelta la cuestión principal: ¿por qué un chico de clase media, buen estudiante, con unas relaciones familiares correctas, entra en una banda de quinquis? Tenemos una motivación explícita: se siente atraído por Tere, con la que vive su primera experiencia sexual. Pero esta motivación resulta claramente insuficiente para explicar cómo un muchacho que acaba de ser víctima de un humillante y cruel acoso escolar se convierte en un atracador de bancos a mano armada, que frecuenta las drogas y los prostíbulos. Pero todos esos excesos no le impiden mantener su doble vida de estudiante aplicado.

La policía persigue a la banda, el Zarco es detenido y a partir de ahí sigue la senda del delito, la droga y la cárcel, mientras Ignacio se salva de la detención y se reincorpora a la vida honrada. Tras acabar la carrera de derecho, se convierte en el abogado penalista más prestigioso de Gerona. Esta bifurcación de destinos resulta lógica y creíble. También lo es que Tere vaya a pedir ayuda a Ignacio para que defienda al Zarco. Y también que ambos reemprendan su ambivalente y atormentada relación sentimental. Pero no lo es tanto que Ignacio se preste enseguida a defender a su viejo amigo Zarco, sin preocuparse de que sus pasadas actividades delictivas salgan a la luz y pongan en peligro el prestigio profesional del brillante abogado Ignacio Cañas. Lo que podría haber dado pie a una intriga de chantaje y amistad traicionada no provoca ningún conflicto, porque Ignacio sigue tan enamorado de Tere y tan amigo del Zarco como cuando tenía dieciséis años.

De hecho, el verdadero protagonista de la novela no es el Zarco, sino Ignacio, el personaje al que conocemos mejor y más directamente, el que asume el papel de portavoz del autor. Pero mientras la evolución del Zarco y de Tere es de lo más previsible y verosímil, no está bien explicada la permanente lealtad de Ignacio a sus amigos quinquis, su amor incondicional por Tere… En definitiva, su estancamiento emocional en la adolescencia. Por eso, cuando el trío de amigos vuelve a encontrarse al cabo de más de veinte años, son muchas las cuestiones que quedan encajadas de manera forzada y precaria, sobre todo la de cómo es que Ignacio ha cambiado tan poco.

Estos desajustes argumentales no impiden que Las leyes de la frontera sea una novela de alto nivel. El autor demuestra una vez más su capacidad para atraer la atención del lector mediante la reconstrucción de unos hechos conocidos. También maneja hábilmente intrigas menores, paralelas a la principal, como el misterioso asesinato de Batista o el no menos misterioso chivatazo que provoca la caída de la banda a manos de la policía. La ambigua e inestable Tere y sus oscuros vínculos con el Zarco configuran uno de los hilos argumentales más interesantes de la novela. También permanecen en la penumbra sus verdaderos sentimientos por Ignacio, al que maneja no se sabe muy bien con qué intenciones.

Como en otras obras suyas, Cercas demuestra ser un maestro del cierre en falso de la trama novelesca, que permanece ambigua. Las preguntas y los misterios que ha ido sembrando no culminan en una epifanía final, en la que resplandece la verdad, una verdad que devuelve el sosiego a la razón y el orden a la realidad. Al final, Ignacio tiene que aceptar que nunca conocerá la verdad, toda la verdad: “No sabía nada. Nada salvo que no era verdad que todo encajase en aquella historia”. Todo queda, pues, abierto a la diversidad de interpretaciones, de posibles verdades. Como en la vida misma.

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