Más exalumnos relatan abusos del religioso al que denunció Palomas: “Usaba el castigo como excusa”
El escritor Alejandro Palomas decidió el pasado 26 de enero dar el paso y denunciar públicamente que había sido abusado sexualmente por un religioso durante su etapa escolar, en La Salle Premià. Desde que lo desveló, este autor barcelonés, que señaló a su abusador como ‘Hermano L.’, ha contribuido a avivar el debate sobre cómo saldar cuentas con los casos de pederastia en la Iglesia, coincidiendo además con el plan del Gobierno de desplegar una comisión de investigación independiente. Pero su relato también ha removido los recuerdos de muchos exalumnos que pasaron por las manos de este profesor.
El nombre de ese hermano y docente, que estuvo en La Salle Premià durante dos largas etapas, primero en las décadas de 1970 y 1980 y después a partir de 2003, es Jesús Linares, según atestiguan los numerosos exalumnos con los que ha hablado elDiario.es, en una investigación conjunta con El Periódico, y en la que varios de ellos aseguran haber sido víctimas de tocamientos y abusos sexuales. Además, lo corrobora también el propio Palomas en la denuncia que presentó recientemente en un juzgado de guardia de Mataró, en la provincia de Barcelona, y a la que ha tenido acceso este diario.
Los testimonios recabados para este reportaje relatan distintos abusos sexuales y tocamientos entre los años 1973 y 1986. Pero también existen exalumnas más recientes, tras el regreso de Linares a Premià en 2003, que describen manoseos y palpamientos en la enfermería del colegio, de la que el propio hermano se encargó al menos hasta 2010. La gran mayoría tienen en común que han querido hablar de su caso al leer el relato de Palomas.
“Me metió la mano en los calzoncillos”
La primera víctima de Linares de la que se tiene constancia en este reportaje explica que padeció los abusos en 1973. Ocurrió en verano, cuando la escuela, según recuerda el antiguo alumno, se preparaba para acoger a unos militares. “Éramos cuatro niños de la calle, dos parejas de hermanos, que les ayudábamos a montar las camas y ellos nos dejaban jugar dentro de la escuela”, recuerda J. S.. En esa época él tenía unos 8 años y se acuerda de que por alguna razón se quedó a solas con Linares en una sala. “Me dijo que yo tenía el pantalón desabrochado y que me lo iba a poner bien. Pero me metió la mano por dentro de los calzoncillos y estuvo tocando hasta que entró alguien”, rememora este hombre.
Según su recuerdo, Linares se sentó en un banco, detrás de él, con la mano en sus testículos. J. S. notaba su respiración. “Él estaba sentado en el banco y yo entre sus piernas”, explica. J. S. no era por entonces alumno de La Salle Premià, pero lo sería al cabo de un año, a partir de 4º de EGB. De hecho, recuerda incluso que años después, de adolescente, mientras estaba en los alrededores del centro con un grupo de amigos, vio a Linares y se encaró con él. “Grité: '¡Este es el que me metió mano!' A lo bestia. Fue una forma de quitármelo de encima, supongo”, añade.
Carismático y con don de gentes, Linares era profesor de Lengua de los cursos a partir de 5º de EGB. Era una figura con mucha ascendencia dentro del centro. Así lo recuerdan todos los exalumnos entrevistados. Desde sus inicios en la escuela, este hermano fue impulsor de la sección de fútbol, un club que hoy sigue activo, y también asumía las tareas de enfermería. “Se las daba de que sabía de medicina”, recuerda un antiguo estudiante.
Natural de Burgos, Linares entró en La Salle Premià a finales de los 60. En el libro del centenario de la escuela, escrito por él mismo en 2011, cuenta que estuvo fuera durante el curso 82-83, por una formación en Madrid, y a su vuelta asumió la dirección hasta 1986, cuando se marchó a La Salle Montcada. Al menos dos exalumnos le sitúan también fuera de Premià en los cursos 79-80 y 80-81, pero él no lo recoge en ese libro. Fue en todo caso posterior a los abusos y a la agresión sexual que denunció Alejandro Palomas –entre el 75 y el 77–, y cuyo padre, según recuerda el escritor, lo trasladó a la dirección.
En ese momento, según recuerda Palomas, su madre le dijo que la respuesta de La Salle Premià había sido que él nunca volvería a tener problemas con Linares, pero que les habían pedido discreción para gestionarlo de forma “interna”. Preguntados hoy por ello, La Salle asegura que no tiene constancia de esa queja.
La Salle emprendió a raíz del caso de Palomas una investigación interna para recabar testimonios de la época y ver si hubo más casos, pero hasta ahora solo les han llegado, dicen, tres denuncias de otras escuelas fuera de Catalunya. De Premià, ninguna. “No nos consta ninguna información ni queja de ningún padre que tenga que ver con una posible denuncia de abusos o agresiones sexuales vinculadas a la escuela de Premià”, insiste una portavoz de la institución, que añade que no pone en duda el relato el testimonio de Palomas. “Lo que tiene la obligación la institución es escucharlas [a las víctimas], pedir perdón y activar el protocolo para investigarlo”, insiste la portavoz. Al mismo tiempo, sin embargo, y tras dos semanas de esta investigación, no aclara con qué religiosos y testimonios han hablado ya y en qué punto exacto se encuentran esas pesquisas.
Con todo, muchos alumnos aseguran que las intenciones de Linares con los niños eran conocidas por la mayoría de ellos. J. E. recuerda incluso que apareció una pintada a principios de los 70, en una calle aledaña a la escuela, con el sintagma “Linares cerdo”. “Lo recuerdo perfectamente y se armó revuelo. Lástima que no había móviles entonces”. Este exalumno accedió en 1969 a La Salle Premià y rememora cómo un día se quedó a solas con el hermano y este le agarró la cara con las dos manos, poniéndola casi tocando a la suya. “Al ver lo que hacía, y como era vox populi que había hecho cosas indebidas, me asusté, me puse a llorar y él creo que me dejó estar”, explica.
Hoy Linares tiene 90 años y vive en una residencia de la Salle en Cambrils, en la provincia de Tarragona. Este diario pidió hablar con él, pero la respuesta de la institución es que está incapacitado.
El castigo y el perdón
Dos exalumnos nacidos en 1972, de la misma promoción, relatan además cómo llegó a adquirir una misma mecánica para perpetrar los abusos. A diferencia de los que sufrió Alejandro Palomas, en los que Linares aprovechaba su papel como enfermero o las clases particulares de escritura, estos explican que recurría también a las amonestaciones como forma de captación. “Utilizaba el castigo como excusa para llegar a situaciones en las que tenía acceso fácil a los niños”, dice D. A.
A él le castigó en dos o tres ocasiones, recuerda, sin motivo aparente. Sería entre el 83 y el 85, según sus cálculos. El alumno amonestado tenía que acudir al centro por la tarde o el sábado por la mañana. “Ibas acojonado”, asegura. “Te ponía a copiar en la pizarra y al principio él se mostraba muy serio y enfadado”, relata. Pero al cabo de poco, añade, se sentaba en su silla y le llamaba. “Entonces te sentaba en su regazo y empezaba una reconciliación en la que te hacía sentir mal con el motivo del castigo... Y te comenzaba a hacer cosquillas y a tocar y como tú te sentías mal, te dejabas”, añade. “Recuerdo el bulto entre sus piernas, pero yo no sabía entonces qué era una erección”.
Al cabo de un rato, prosigue D. A., Linares se levantaba, se apoyaba de pie en la mesa y le colocaba a él encajado entre sus piernas. “Te decía 'estate quieto', y de pronto empezaba a hacerte cosquillas. Iba repitiendo eso. Y notaba su bulto… Podía durar 30 minutos…”, explica. D. A. nunca explicó nada en casa. “Nadie contaba nada. Era impensable… Ellos tenían el poder y las familias les confiaban sus hijos a ciegas, con carta blanca”, dice sobre los Hermanos de La Salle en esa época. “La impunidad era muy importante”, remarca.
En aquella época, La Salle era la gran institución escolar de una población costera de menos de 30.000 habitantes.
Un compañero de promoción, J. P., también recuerda haber sido castigado cuando hacía 6º de EGB. Con unos 11 o 12 años. Se quedó a solas con él y otro compañero de clase en un aula vacía. “Se colocó detrás de mí y me agarró por el hombro. No dejaba que me girase… Sabía que algo estaba ocurriendo en mi espalda, pero no me podía soltar. Mi memoria recoge una sensación de malestar”, explica. Hoy, y tras leer el relato de Palomas, se muestra convencido de que Linares se estaba masturbando.
A partir del curso 80-81, La Salle Premià se convirtió en un centro mixto. Y en esa etapa, hay también una exalumna que recuerda tocamientos. A final de curso se rompió la pierna y, al volver en coche a la escuela, vino Linares a ayudarla a bajar del vehículo. “Me puso la mano en el culo, entre las dos nalgas, todo lo que podía… Me quedé parada, sin saber qué hacer”, relata L. M.
Vuelta en 2003 a la enfermería
Linares solía asumir las tareas de enfermería de la escuela, tal como recuerdan los distintos exalumnos consultados. Incluso solía estar presente en los reconocimientos médicos anuales, explican. En 2003, tras una etapa de 18 años un escuela de la institución en la localidad de Montcada, tal como deja constancia él mismo en el libro del centenario, volvió a Premià como director de la Comunidad –el grupo de religiosos que residen en el centro– y se ocupó de nuevo de la enfermería. Tenía entonces algo más de 70 años.
En ese período sucedió sin embargo un episodio comprometido. Una trabajadora del centro, que pide no revelar su nombre, asegura que recibió quejas por parte de los alumnos de la ESO de situaciones incómodas en la enfermería. Según su relato, avisó a la dirección del centro, y esta, dice, optó por retirarle a Linares la gestión de la enfermería y trasladar el botiquín a la secretaría. “Desde entonces, Linares dejó de hablarme”, asegura.
Con ese episodio, junto con otros enfrentamientos con más de un hermano, la extrabajadora asegura que se puso a parte de la Comunidad en contra. Con un cambio de dirección que hubo en 2005, la despidieron. Consultada la portavoz de La Salle sobre todo este conflicto, asegura que hasta la fecha no tienen constancia de esa queja y que tratarán de averiguarlo.
Sea como sea, Linares siguió a cargo de la enfermería años después, según el relato de varios escolares de ese período. La exalumna S. relata que mientras cursaba parvulario, entre los años 2007 o 2008, el religioso le introdujo caramelos dentro de los pantalones. “Sé que me metió las chuches por ahí, pero no sé qué estaba pasando ni qué me dijo”, relata. “Estaba con una amiga”. “Cuando se lo conté a mi madre nos dijo que no nos acercásemos a él. Me metió miedo para que no fuese a enfermería”, dice.
Otra joven, I. C., que pasó esos mismos años por el centro, detalla que el hermano Linares aprovechaba sus visitas a la enfermería para ponerle el termómetro, aunque no estuviese justificado, y así manosearle los pechos. “Cuando eres niña no los tienes desarrollados, pero ya aprovechaba para hacerte caricias en el pecho... Pero con los años te van saliendo, vas madurando, y me di cuenta de lo que estaba pasando. Y ya no le dejé ponerme más el termómetro”, relata. Recuerda también que a menudo “se le notaban las erecciones”. I. C., “indignada”, asegura que comentaba estos manoseos con sus amigas de la ESO y que era algo conocido por muchos. “Este señor hizo eso en los 70 y siguió trabajando con niños. Esto son muchísimas víctimas potenciales. No está bien. Si nosotros lo comentábamos, los alumnos, ¿no lo iban a saber en La Salle?”, se queja.
Hasta cuándo permaneció Linares en La Salle Premià, antes de trasladarse a Cambrils, no está claro. En el libro del centenario sí aparece que fue homenajeado por su 50 aniversario al servicio de la institución, una “inolvidable fiesta” con amigos y hermanos que al parecer se celebró en 2010. En 2013, además, tocó la Lotería en el club de fútbol de la escuela, del que él era el gran valedor, y apareció en la prensa como el religioso que había repartido la suerte en Premià de Mar.
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