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ENTREVISTA

Gala Pin, exconcejala de Barcelona: “En política todo el mundo es muy educado, pero luego llegan las puñaladas”

Gala Pin, exconcejala del Ayuntamiento de Barcelona por Barcelona en Comú

Lúa Pena Dopazo

15 de abril de 2022 21:46 h

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“Los malos y algunos poderosos que aparecen aquí son simplemente una excusa para ilustrar un tipo de gente y de dinámicas: poderes en la sombra. Los malos fueron uno de los motivos que más me hicieron dudar a la hora de no volver a presentarme. Barajé seriamente la posibilidad de quedarme solo por no darles el gusto de perderme de vista”, confiesa Gala Pin en ¿Qué pinto aquí? Un affaire institucional (Icaria Editorial), una recolección de textos escritos en la época en que Pin formaba parte del gobierno municipal de Barcelona.

Gala Pin (València, 1981) fue la concejala de Participación y Distritos y la encargada del distrito de Ciutat Vella, el centro histórico de la capital catalana, desde junio de 2015 hasta junio de 2019. En mayo de 2015, Barcelona en Comú había ganado por la mínima diferencia las elecciones municipales; unas semanas después, Ada Colau fue investida alcaldesa. En ¿Qué pinto yo aquí?, Pin, que prefirió no presentarse a las segundas elecciones, comparte anécdotas y reflexiones de su paso por la política institucional y también habla de los miedos, los recelos y las pequeñas victorias que marcaron su trayectoria.

En el prefacio del libro usted dice: “Entré con mucha ilusión, con muchas fuerzas, energía e ideas. Intenté no perderlas”. ¿Cree que consiguió no perder esas ideas? ¿Y la ilusión?

La administración pública es un poco trituradora de la imaginación, por eso hay que mantener el contacto con una inteligencia colectiva que haya fuera para no perder las ideas o la capacidad de innovar. Por otro lado, pierdes la inocencia, pero no la ilusión, porque ves que la administración tiene capacidad transformadora y, si tú haces política para transformar la realidad, gusta estar en un espacio con esa capacidad. Otra cosa es que esta sea muy lenta y que tenga límites. Creo que en el texto intento poner algunos ejemplos de cosas que me motivaron políticamente.

¿Podría decirnos el primero que le venga a la mente?

Pues uno de poder simbólico sería la victoria del [centro de salud] CAP del Raval Nord frente a la ampliación del MACBA, que se producirá en otro sitio. Y otro sería la aprobación del Pla d’Usos de Ciutat Vella, que es una cosa más técnica, pero que desde el movimiento vecinal se venía denunciando que era una herramienta que se utilizaba para dar cobertura a ciertos actores económicos de la ciudad. O la paralización de la licencia del hotel de Drassanes, aunque ahora es un tema a recuperar.

Un poco más adelante, habla de que la institución (el Ayuntamiento) está incompleta. ¿Quién falta en las instituciones?

La democracia representativa parte de la base de que los partidos representan sectores e intereses de la sociedad, pero creo que a veces se pierde de vista dos cosas: que la sociedad es dinámica, compleja y que nunca se verá completamente reflejada en los parlamentos y, por otro lado, que hay una perversidad dentro del sistema de partidos que hace que se conviertan en un fin en sí mismos y no en una herramienta. Con lo que digo en el libro quiero hacer referencia a que el 27% de la gente que vive en Barcelona es población migrada o racializada y que el pleno del Ayuntamiento no es en absoluto un reflejo de ello. Este es uno de nuestros grandes déficits democráticos.

El 27% de la gente que vive en Barcelona es población migrada o racializada y el pleno del Ayuntamiento no es en absoluto un reflejo de ello

¿La experiencia política la ha hecho más feminista?

Sí, sin ningún tipo de duda, aunque no solo el paso por la institución, sino también el contacto con personas como Ada Colau y otras compañeras de la organización de Barcelona en Comú que tienen unos principios feministas muy férreos. Además, todo aquello sucedió cuando se estaba produciendo una gran ola feminista y eso nos dio oxígeno, porque el feminismo te da herramientas para interpretar lo que estás viviendo en el día a día en la institución.

Varias veces a lo largo del libro habla de la necesidad de “feminizar la política”, pero creo que usted va más allá del hecho de que haya mujeres en política, ¿no?

Claro, como ejemplo siempre se pone a Margaret Thatcher. Las pensadoras feministas lo explicarían mucho mejor que yo, pero creo que se trata de poner la vida en el centro, de ser conscientes de que somos cuerpos interconectados e interdependientes. Feminizar la política también pasa por dejar de ver a la gente como números y datos estadísticos y por resituar prioridades. Es importante que las mujeres ocupen más espacios de decisión, pero es fundamental introducir la perspectiva feminista de una manera transversal. 

Algunas partes del libro están escritas desde la ironía. ¿Es el sentido del humor una forma de “autodefensa” ante las decepciones de la vida política?

Para mí, el humor es una herramienta de salud mental. El sentido del humor te permite romper los códigos a partir de los cuales se supone que tienes que acercarte o interpretar determinados temas. Así que sí, es una herramienta de autodefensa, pero también una forma de reinterpretar los hechos, alejándote de esa seriedad institucional que es un poco impostada. Recuerdo que me sorprendió mucho que en la política todo el mundo es muy educado todo el rato, pero luego llegan las puñaladas… Creo que yo preferiría una comunicación un poco más descarnada para luego tener menos sorpresas. A veces, la seriedad que tiene alguna gente que lleva mucho tiempo en una institución les permite una cierta distancia cínica. 

Cuando Barcelona en Comú llega a las instituciones, ¿hay una cierta autoimposición de esa seriedad? De repente, parece que tenían que ser las más serias. ¿Usted lo vivió así? 

Janet (Sanz) esto lo explica muy bien. En un vídeo que hicimos explicaba que acabó haciendo la voz tan grave que se quedó afónica. Esto tiene que ver con la estructura patriarcal y con que todo el tiempo te estás reuniendo con hombres. Pero creo que los medios de comunicación y las redes sociales también juegan un papel importante, porque tienen una gran capacidad para sacar de contexto determinadas declaraciones. 

¿Esa seriedad era, en cierto modo, una manera de pedir perdón?

Creo que no se trata tanto de pedir perdón y más de la asunción del sentido institucional. En mi caso, yo tenía una americana y un traje en el despacho para cuando me tenía que reunir con fondos de inversión. En ese momento, eres consciente de que te gustaría ser tú misma, pero a la vez necesitas ganar legitimidad muy rápido delante de esa gente porque lo que interesa es que no expulsen a unos vecinos de su casa, así que priorizas. Al ser una mujer joven era una manera de intentar que hombres de mayor edad no me explicasen cosas que yo ya sabía. 

En el libro también celebra logros como la de que la activista Emília Llorca tuviese una calle en el barrio de la Barceloneta, que la Capella de la Misericòrdia aloje el nuevo CAP del Raval Nord o el nuevo patio para la escuela Ángel Baixeras. ¿Cuál es el 'éxito' del que guarda mejor recuerdo? 

En las ocasiones en que mejor me lo pasé fue cuando confluían los objetivos del gobierno y los de los movimientos sociales. En el caso del Baixeras, era la AFA (Asociación de Familias de Alumnos), que es una cosa pequeñita, pero también simbólica, porque tiene que ver con la concepción del espacio público. En el mandato de Convergència, se concebía el espacio público museizado y, por eso, se podía expropiar y demoler un espacio de viviendas para que se pueda contemplar la muralla romana. Pienso que se puede combinar el apreciar y conservar el patrimonio con que haya vida y que se dé servicio público a un colegio. En conclusión, lo mejor fue poder trabajar, muchas veces, con las vecinas criticándote y exigiéndote más.  

Tenía una americana y un traje en el despacho para las reuniones con fondos de inversión. Te gustaría ser tú misma, pero a la vez necesitas ganar legitimidad muy rápido delante de esa gente, así que priorizas

En un momento dado del libro explica que alguien la quiere convencer de que Barcelona es una “anomalía” porque en el centro de las grandes ciudades europeas no vive gente, porque ese espacio se dedica a los negocios, la hostelería y el ocio. ¿Por qué era tan importante para el gobierno de Barcelona en Comú mantener esa “anomalía”?

Porque habíamos venido a eso y llevábamos 15 años intentando que fuera así. La ciudad es conflicto y es vida. Si vacías la ciudad de vecinas y, también, de conflicto solo para generar negocio, tendrás un centro comercial al aire libre o un espacio público-museo, pero no un espacio donde se desarrolla la vida. Las buenas políticas públicas se tienen que hacer pensando en cómo quieres que sea la ciudad de aquí a 40 años. Nosotras intentamos aplicar, no sin errores y deficiencias, la idea de que Ciutat Vella fuese un lugar con vida vecinal y diversidad comercial. Otra cosa es que lo hayamos conseguido, porque eso no se consigue en cuatro años.

¿Cree que no se ha conseguido en ninguna proporción?

En algunas sí o, al menos, se han puesto las bases de algunas políticas públicas que van en esa línea. Un buen ejemplo es el de los bajos de protección oficial, porque permite que en los locales públicos puedan albergar propuestas económicas diversas. O el caso del Borsí (antigua Escuela de Artes y Oficios), que en lugar de hacer un museo de Woody Allen, que era lo que quería Jaume Roures, se va a hacer una ampliación de la biblioteca del barrio. Con esto no es suficiente, porque Ciutat Vella sigue teniendo un problema de ocio nocturno y de contaminación acústica, pero es un comienzo. 

En el libro reconoce que, como activista, su relación con la policía no era precisamente buena. ¿Cómo ha cambiado su paso por el Ayuntamiento su visión de los cuerpos de seguridad?

Cambié para mejor la visión de muchos servicios públicos, menos el del Puerto de Barcelona, que empeoró. En Ciutat Vella, el papel de la Guàrdia Urbana puede ser polémico, pero necesario. La crisis de los narcopisos es el gran ejemplo, ya que en la ciudad también opera una cierta economía criminal. Pienso que cuando las actuaciones policiales se hacen bien son casi invisibles y que las que hacen ruido suelen ser fruto de malas prácticas. Hay que empezar a pensar la seguridad desde las izquierdas, porque la policía es un servicio público al cual se tiene que dar las herramientas para poder operar desde la universalidad, para que se cuide al más desfavorecido. Si una trabajadora sexual migrada y sin papeles se siente segura en la ciudad, la posibilidad de que estés dando cobertura a toda la población es mucho mayor, que si solo te enfocas en las personas de clase media y blancas. 

¿Por qué empeoró su visión del puerto?

Constaté una sensación que ya tenía desde fuera: el puerto opera más como una empresa inmobiliaria que intenta sacar rédito económico de los terrenos urbanos, en lugar de pensar políticas públicas. Parecía no interesar sentarse a pensar qué queremos que sea esa zona de la ciudad de aquí a 20 años. Percibí una incapacidad para entender cómo se elabora una política pública, y eso que yo estudié filosofía y tampoco es que sepa mucho. Tenía la sensación de que se estaba haciendo una gestión de “chiringuito” y de cortijo propio. 

Habla también mucho de las presiones por parte del Gremio de Restauración y del ocio nocturno. ¿Cómo eran estas presiones? ¿Aprendió a convivir con esa presión y gestionarla o siempre acaba afectando? 

Por una parte, es innegable que el cuerpo sufre estrés. Por otra, fue importante seguir en contacto con los movimientos vecinales, que siempre han sido muy críticos con el tema del ocio nocturno y con el gremio de restauración y su capacidad de influencia, porque eso te permite no olvidarte de dónde vienes ni para quién estás trabajando. Esos dos gremios son los que se aprovechan del peso que tiene el sector turístico, pero el conflicto con ellos dotaba de sentido político nuestra presencia en la institución. 

Usted dice también que su gobierno “trataba a todo el mundo por igual”. ¿Qué quiere decir eso? ¿Eso le causó, de forma personal, muchos problemas?

No sé si lo afirmé tan categóricamente, porque la institución tiene dinámicas y es difícil salirse de ellas. Igual era un día en el que me había venido un poco arriba (risas), pero me refiero a la redistribución del poder simbólico. En el libro pongo como ejemplo al sector inmobiliario, porque redistribuir el poder, a veces, es quitar privilegios a quien siempre los han tenido. Los movimientos sociales nos proponen que el 30% de las rehabilitaciones de viviendas de más de 600 metros cuadrados y de nueva construcción sea vivienda protegida y eso se aprueba en el pleno. Habíamos tenido reuniones con el sector inmobiliario, pero como no se había determinado con ellos la medida, ponen el grito en el cielo. Ahí es donde tratar por igual implica que ellos tienen que perder privilegios. Personalmente, me reprobaron siete veces en el pleno y me acusaron de no dialogar.

Con su antecesora, Itziar González, había un claro precedente de presiones y amenazas. ¿Usted sintió en algún momento inseguridad o presión en lo personal?

A veces sientes presión en lo personal y ves cómo activan sus mecanismos para intentar aislarte dentro del gobierno, pero yo siempre he dicho que la diferencia con respecto a Itziar es que yo estaba en un gobierno que tenía unas prioridades compartidas y tenía un equipo, tanto técnico como político, que estaba alineado. Ella, en cambio, estaba completamente sola dentro del Ayuntamiento. Por otro lado, creo que mi vínculo con el activismo de la ciudad rompía cierta sensación de soledad, aunque también hace que se te exija más.   

Los que formábamos parte de la llamada “nueva política” tendríamos que haber sido mucho más cuidadosos en no entrar en determinadas luchas internas de poder que alimentan ese imaginario de que todos los políticos son iguales

Habla en dos capítulos (en uno relata una cena en Sarrià con personas del sector inmobiliario y en otro habla del “facha de mi barrio”) de su interés por personas con una forma de ver el mundo totalmente distinta a la suya. ¿Es importante asomar la cabeza, de vez en cuando, fuera de nuestra burbuja para entender mejor el mundo?

En general la respuesta es sí. Luego hay una parte que es más de estrategia política. Si tienes un adversario político que no entiendes desde donde piensa y cómo ve el mundo es mucho más difícil que puedas elaborar una estrategia propia que confronte sus intereses. Cuando lo entiendes, el reto es no mimetizarte y asimilarte. Desde una perspectiva de política transformadora, tengo que decir que los espacios donde más he aprendido ha sido en aquellos que eran más distintos a mí, desde el 15M hasta la PAH. A nivel humano, creo que es bastante enriquecedor, si no pierdes de vista que lo que haces es política situada. 

La gran oleada de los ayuntamientos del cambio en 2015 parecía tener potencial para convertirse en un movimiento de transformación muy profundo, pero dos legislaturas después se han visto sus límites. ¿Cree que estaba condenado a no ir más allá o hubo errores que lo limitaron? ¿Qué errores?

Decir que no cometimos errores sería temerario, pero no sé hasta qué punto esos errores fueron determinantes, porque creo que los climas políticos condicionan mucho. El mayor motor de cambio político es la esperanza y creo que los que formábamos parte de la llamada “nueva política” tendríamos que haber sido mucho más cuidadosos en no entrar en determinadas luchas internas de poder que alimentan ese imaginario de que todos los políticos son iguales. También es perjudicial la imagen que se da de que las izquierdas son espacios puros y coherentes y, en realidad, tendríamos que haber sido conscientes de que íbamos a ser imperfectos y que también iba a haber condición humana mezquina y mísera.

¿Considera que Barcelona en Comú ha pecado de posibilismo?

El de de Barcelona en Comú fue el gobierno más en minoría de la historia del Ayuntamiento de Barcelona. Me hubiera gustado que hubiera habido una CUP más responsable para con la ciudad para poder hacer alianzas de radicalidad democrática mayores. El caso de la consulta por el agua es el gran ejemplo de que esto no fue así. Si no tienes mayoría absoluta, estás obligado a una política de pactos. Aun así, creo que BComú tiene que ser posibilista, pero sin perder de vista que no es el único actor que tiene que jugar y que su papel es redistribuir el poder simbólico. Tiene que ser posibilista ampliando el marco de acción de los movimientos sociales para que estos puedan hacer más presión.

¿Cree que se han apagado un poco los movimientos sociales de los que nacieron partidos como Barcelona en Comú? ¿Qué opina del tópico de que ahora todo el mundo está en política institucional?

Esta es una pregunta que sale de manera recurrente. Yo creo que el hecho de que haya unas determinadas opciones políticas sí que genera a veces un cierto mecanismo de “delegar”. Ahora bien, en el contexto actual en el que estamos de pospandemia, veo que la gente a mi alrededor está agotada psicológicamente y que no pueden más. De hecho, la gente que está haciendo política de base está desbordada gestionando desde una precariedad personal brutal. Es una situación compleja y los factores son múltiples, pero no creo que el hecho fundamental sea que haya ciertas propuestas institucionales. 

Usted fue una de las personas de Barcelona en Comú más refractarias a la primera coalición con el PSC y, de hecho, fue partidaria de romperla tras el 2017. Viendo cómo se ha gobernado esta legislatura, ¿sigue opinando que el PSC limita las oportunidades de cambio?

Una de las cosas que pasa con el PSC en Barcelona es que este partido ha gobernado la ciudad durante 40 años y, por tanto, tiene una mayor cercanía con ciertas élites, que quien no ha gobernado durante ese tiempo. Sin embargo, creo que la propuesta del tripartito en 2019 era la mejor propuesta y la más fidedigna a las urnas. Y también que Barcelona es una ciudad de izquierdas, así que Esquerra, PSC y Comuns estarán siempre en una pugna por ver quién queda el primero. No obstante, sabemos que el PSC tiene esa convivencia con las élites y que, muchas veces, se ha disfrazado de consenso una exigencia para que se mantenga el statu quo que hace perdurar los privilegios de unos determinados sectores. 

Si en 2015 alguien le hubiera dicho que Ada Colau se presentaría a más de dos elecciones, contraviniendo el Código Ético, ¿cómo lo hubiera visto?

El Código Ético dice que te puedes presentar una tercera vez, si haces un referéndum interno. De todas maneras, no sé qué decirte, porque en 2015 era tan consciente de que si en 2012 me hubieran dicho que iba a ser regidora y que íbamos a montar un partido, hubiera dicho que estaban locos. Supongo que lo habría entendido como que habríamos alcanzado una cierta hegemonía, más que una victoria electoral. No sé. A lo mejor, también, me habría asustado.  

Daba la sensación de que la limitación de los mandatos era muy importante para los Comuns, pero ahora nadie dentro del partido le diría a Ada Colau que tiene que retirarse. ¿Ese cambio o evolución era esperable?

La verdad es que no lo sé, porque el Código Ético era el resultado de un clima que había en ese momento, sabíamos que el clima es algo que evoluciona, pero también que las referencialidades son útiles, así que no sé que decirte. 

Feminizar la política también pasa por dejar de ver a la gente como números y datos estadísticos y por resituar prioridades

Una vez dejó la institución y comenzó a trabajar en el sector privado tuvo acusaciones de enchufismo, pese a que entró en un puesto de trabajadora rasa. ¿Hay una doble vara de medir dependiendo de las ideologías?

Creo que un poco sí, aunque pienso que no es lo mismo conseguir un trabajo presentándose a una plaza pública sin ningún padrino en una entidad que tenía un convenio con el Ayuntamiento, pero que no dependía de mi regiduría, por tanto, era perfectamente legal, y por un sueldo de 1.500 euros al mes que otros casos como el de Antoni Vives que está condenado por prevaricación por haber contratado a alguien, con dinero público, que ni siquiera iba a trabajar. O Rodrigo Rato que ganó millones como presidente de Bankia después de haber legislado a favor de esa entidad. Más allá de la doble vara de medir, entra lo que se conoce como fake news y la polarización política favorecida por las redes sociales. 

¿Cree que fue víctima de una campaña de fake news?

Sí, propiciada por Jordi Martí Galbis (concejal del Ayuntamiento de Barcelona por JuntsxCat). 

Cuenta que renunció a muchas cosas para ser regidora y habla del Ayuntamiento como “una institución depredadora de la vida”. ¿Valió la pena?

Sí, también lo digo en el libro. Yo escribo para entender situaciones, pero trabajar para tu ciudad es un privilegio y un regalo. Yo ya lo había hecho desde los movimientos sociales, pero hacerlo desde la institución te da una visión más completa, así que no me arrepiento en absoluto, aunque eso no quiere decir que lo vaya a volver a hacer. Ahora mismo, no está en mis planes volver a la política. 

¿Cuál ha sido la mayor lección de su paso por la política?

Aprendí muchas cosas de la condición humana. En los espacios de poder se exacerban las características de las personas: quien tenía cierta vanidad, pues de repente se le ve mucho la vanidad, pero también en el buen sentido. Al mismo tiempo, descubrí que hay mucha gente sosteniendo la ciudad de manera invisible y desde abajo. Ya me lo imaginaba, pero descubrí que es algo mucho más extenso. Hay una red de generosidad y solidaridad increíble. 

¿Es eso algo propio de Barcelona?

Barcelona tiene una especificidad de cultura libertaria, autogestionada y de movimiento vecinal muy grande. De hecho, han sido ellos los que han conseguido los grandes tesoros que hay en esta ciudad. Y eso la hace especial, pero no sé si única. 

¿Qué piensa cuando escucha que “Barcelona está en decadencia”?

Pues creo que no hemos entendido lo que es tener una ciudad cosmopolita. Puede haber gente que piense eso porque Barcelona no está participando en el juego de los grandes eventos mundiales, como los Juegos Olímpicos de Invierno, pero es que para tener una ciudad cosmopolita necesitas que entre los médicos de cabecera, los profesores y los trabajadores de la administración pública haya personas racializadas. Una ciudad cosmopolita y moderna es aquella que amplía la garantía de derechos para todos los sectores de la población y no genera circuitos de lujo y exclusividad para sectores empresariales o visitantes.

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