Manel Pérez: “La banca no regresará a una plaza como Barcelona en la que no hay actividad financiera relevante”
Un libro como 'La burguesía catalana. Retrato de la élite que perdió la partida' (Península, 2022) solo podía escribirlo alguien como Manel Pérez, uno de los periodistas que analiza con más rigor los entresijos del poder económico. Es subdirector de 'La Vanguardia' y sus crónicas se han convertido en una referencia para entender un 'establishment' del que muchos hablan desde el desconocimiento.
El procés hizo aflorar las debilidades de esas élites que criticaban el centralismo de Madrid pero que no calcularon que la deriva independentista acabaría siendo tan incontrolable. Una de las consecuencias cuyo precio aún se está pagando fue el traslado de sedes bancarias y de grandes corporaciones. Pérez revela que fue el Banco Sabadell el primero en pedir ayuda al entonces ministro, Luis de Guindos, y que lo hizo mucho antes de octubre del 2017. También La Caixa empezó a tomar medidas un año antes. El pronóstico de este periodista es que no regresarán a Barcelona porque, más allá de que el independentismo volviese a endurecer sus posiciones, a los bancos no les conviene volver a Catalunya.
La primera es una pregunta que formuló Antón Costas, que entre otros cargos fue presidente del Cercle d’Economia, en un artículo en su diario. ¿Por qué la burguesía catalana no frenó la deriva independentista del nacionalismo catalán y consintió, cuando no alentó, el procés?
La élite económica, que es especialmente el empresariado, pero que no es solo eso, tiene una cierta complicidad con el soberanismo de Artur Mas cuando llega la crisis. Es cuando él plantea ese soberanismo fiscal, el concierto vasco que resume como el pacto fiscal. Y la burguesía lo ve bien porque es una manera de recaudar más dinero aunque piensa que es imposible. Aun así, se lo compra como un instrumento de negociación y en esta fase le acompaña. Hasta que Mas sale con las manos vacías tras proponérselo a Mariano Rajoy y convoca unas elecciones que son un desastre para él. En ese momento, la burguesía se da cuenta de que las cosas no van como preveía porque las elecciones hacen aflorar unos partidos que no tienen sus mismos intereses. Es cuando la élite empieza a descubrir que ya no tiene influencia ni autoridad social y tampoco control sobre ningún partido relevante.
¿A Artur Mas lo veían como uno de los suyos con su apuesta por el famoso 'business friendly' o nunca les acabó de gustar?
Lo veían como alguien muy próximo. Antes de ser president, cuando José Luís Rodríguez Zapatero plantea el primer programa de recortes, el PP no lo apoya, pero Mas, que aún está en la oposición, sí lo hace y con su abstención consigue que el plan se apruebe. Después, una vez llega al Govern, tanto él como el conseller Andreu Mas-Collell incluso critican al Gobierno socialista y al de los primeros meses de Rajoy por no ser suficientemente valientes con los recortes. A la alta burguesía esto le resulta muy convincente y Mas se convierte en hombre de referencia, no solo en Catalunya, sino también en Madrid, donde la CEOE y los grandes empresarios elogian lo que consideran una valentía por aplicar la política económica que ellos defienden y que es la de reducir el gasto público.
¿Los problemas de autoridad de la élite económica empiezan con el procés?
El procés los hace aflorar. Ya hacía tiempo que había señales de este desgaste, pero eran unos síntomas que no se acababan de interpretar. Señalaría tres. El primero es cuando se quema el Liceu y no son capaces de reconstruirlo ellos solos y necesitan ayuda del Estado. Otro fenómeno, que puede parecer anecdótico pero no lo es, se produce cuando la candidatura del 'establishment' para presidir el Barça, la que encabezó el publicista Lluís Bassat, pierde ante el que entonces era un desconocido en los círculos económicos, sociales o políticos: Joan Laporta. El socio del Barça decide votar contra esa élite. El tercer síntoma y probablemente el más importante es el descubrimiento del saqueo del Palau de la Música, porque se produce ya en plena crisis financiera y es cuando se dan cuenta de que uno de ellos les está vaciando los bolsillos. A ellos y también al resto, porque hay una parte importante de dinero que es público. Sufren una pérdida de autoridad a la que hay que sumar una crisis industrial muy importante.
Una crisis industrial que golpeó mucho más fuerte a Catalunya que a Euskadi.
No hay región en Europa que haya sufrido una destrucción en la industria como la de Catalunya. Pasa de ser uno de los motores a convertirse en una región más, con un peso industrial de segunda fila. La composición interna de la burguesía va cambiando y pasa de una élite muy industrial a una más rentista, más financiera. Se dedica más a comprar inmuebles y vivir del turismo, en vez de producir bienes y servicios a gran escala.
Es el momento en que los fondos de inversión empiezan a sustituir a algunos apellidos.
Efectivamente. Un fondo de inversión tiene, por definición, una mentalidad a corto plazo. Busca una gran ganancia desmembrando allí donde invierten y no tienen la convicción de construir proyectos que conlleven arraigo ni una implicación en un proyecto de sociedad.
¿Está de acuerdo con los que consideran que antes teníamos muchos empresarios y ahora lo que hay es muchos directivos?
En parte sí. Lo que pasa es que hay directivos y directivos. Los hay que no juegan ningún papel esencial, pero los hay que por la propia idiosincrasia de la sociedad catalana tienen un papel fundamental. Ese sería, por ejemplo, el caso de La Caixa. La burguesía ha ido cambiando, pero sigue habiendo un grupo, mucho más reducido, de empresarios clásicos que ya no están en la industria tradicional, que es relevante. Están en sectores como la alimentación, las bebidas o el consumo. Son nombres conocidos como los Daurella, Grífols, Roca o Puig. Trabajan mucho pensando en su cuenta de resultados, pero no tienen un proyecto para ayudar a reestructurar la sociedad.
No hay región en Europa que haya sufrido una destrucción en la industria como la de Catalunya
¿Podemos seguir hablando de las 400 familias que decía Fèlix Millet?
En gran medida sí, lo que pasa es que muchas de ellas ya viven de rentas. Son necesarias para la vida social burguesa, puesto que se conocen todos, viven en la misma zona, llenan salones, pero su papel ya no es activo económicamente. Eso se nota en la ciudad, porque se ha perdido mucha representación empresarial.
Hay un momento en el que cita a Leopoldo Rodés cuando alertó del riesgo de que la Barcelona postolímpica cayese en la decadencia. Él decía que la ciudad corría el peligro de ser como Niza, bonita, pero aburrida, anodina, sin influencia. ¿Barcelona es ahora una ciudad bonita, pero cada vez con menos influencia?
Sí, es indiscutible que eso está pasando. Los Juegos Olímpicos fueron una oportunidad porque transformaron la ciudad, pero el empresariado local hizo lo de siempre: apostar por el minifundismo y no por fusiones ni por crear grandes corporaciones. Muchos buscaron las plusvalías inmobiliarias vendiendo las viejas fábricas vacías del Poblenou y reinvirtiendo en el centro en edificios para alquilarlos a hoteles o multinacionales de lujo. Financieramente, la única que despuntó en ese momento fue La Caixa al convertirse en protagonista por la dimensión en el sector español.
¿Esta estrategia la atribuye al hecho de que las nuevas generaciones de estas familias decidieron apostar por el ladrillo porque les daba el dinero más rápido?
La burguesía catalana ha apostado desde siempre por lo pequeño. Aunque ha habido grandes emprendedores, esta idea de que la empresa es solo mía y no acepto ni créditos bancarios te empequeñece en un mundo en el que tus competidores crecen. En ese escenario, si no creces, acabas desapareciendo y, por lo tanto, la presión hace que las nuevas generaciones, viendo lo que les ha costado a sus padres, piensen que es mejor alquilar un inmueble a un hotel y sacar un rédito que no lograría con la industria.
O sea, que hemos pasado de una burguesía más empresarial a una más especulativa.
Exacto.
Explica que cada vez que se ha dado por muerta la burguesía, ha vuelto a aparecer. Cita como ejemplo lo que pasó tras el 1-O con el traslado de sedes, especialmente a Madrid y València. ¿Es un punto de inflexión entre las élites y el mundo político?
Sin duda. Es un paso trascendental. Un hecho así no se ha producido en ningún lugar del mundo. No hay antecedentes de una oleada de migraciones como esta.
Ni en la City de Londres con el Brexit.
Efectivamente. Esto es un antes y un después. Ni tan siquiera en Canadá con su referéndum se produjo una estampida como la de aquí. Eso obliga a reflexionar. Es la prueba de que, aunque podamos hablar de pérdida de influencia y decadencia, la burguesía existe y en ese momento decide ejercer su influencia de la única manera que le queda. Ha intentado influir en partidos, ha expresado su preocupación, ha financiado partidos nuevos y lo único que puede hacer, en una muestra de impotencia, es el traslado de sedes. Impotencia también porque abandonar la ciudad implica reforzar al rival.
Fue una decisión paradójica porque, como explica en el libro, contribuyó a concentrar aún más poder en Madrid, algo que las élites catalanas venían criticando desde hacía mucho tiempo.
Y además implica que el independentismo más radical lo aprovechase para intentar tomar el control de espacios muy importantes. El éxito más importante que obtienen es el de la conquista de la Cambra de Comerç. Como han decidido cambiar la sede no tienen la autoridad para decir 'la Cambra es nuestra'. Y la pierden.
Probablemente esa es una de las derrotas más duras que ha sufrido el ‘establishment’.
Sí, su mundo no ha sufrido otro golpe como este. Después los independentistas se plantean el asalto a Foment y eso ya no lo consiguen. La derrota en la Cambra demuestra que el traslado de sedes fue una muestra de rechazo al procés, pero también de impotencia.
Desvela que, pese a que desde sectores independentistas se atribuyó al ministro Luís de Guindos haber aprobado los decretos para facilitar el traslado de las sedes bancarias, en realidad fueron los bancos los que lo pidieron e incluso mucho antes de octubre del 2017.
El desencadenante fue la consulta del 9-N del 2014. Vieron que esto tiene números de acabar en una crisis política muy grave y problemas en la calle. Los financieros saben que el dinero es miedoso y son los primeros en ver que puede producirse una situación de pánico bancario. El primer movimiento lo hace el presidente del Sabadell, Josep Oliu, cuando se va a ver a De Guindos y le plantea que hay que hacer un cambio de normativa para poder cambiar rápidamente la sede social si llega un momento en que sea necesario para garantizar que el banco siga en la eurozona. De Guindos lo compra y se lo consulta a Rajoy, que le da el visto bueno.
La Caixa ya había hecho un movimiento un año atrás, cuando la Fundación pasó de estar tutelada por la Generalitat a estarlo por el Ministerio de Economía. A diferencia del Sabadell, no cambió los estatutos porque pensó que le podía provocar un problema de imagen. Por eso, cuando llegó el pánico bancario, tuvo que pedir otro cambio a De Guindos para poder cambiar la sede sin tener que convocar la junta de accionistas. No digo que no hubiese presiones políticas, pero si las hubo yo no las he descubierto. Es la propia élite la que decide que debe intentar parar esto como sea.
Han pasado casi cuatro años y el Banco Sabadell, La Caixa y muchas grandes empresas no han regresado a Catalunya.
Ni lo harán mientras no vean un cambio que les permita descartar lo que ellos consideran cualquier peligro de repetición de la crisis política. La banca no regresará a una plaza como Barcelona en la que no hay ninguna actividad financiera relevante. Las empresas tienen en Madrid unas condiciones fiscales y políticas más favorables. Son todas muy conservadoras y además tendrían que explicarlo. Fue un drama explicar por qué te ibas de Catalunya y ahora sería otro explicar por qué te vas de otro sitio.
Entidades tan poco sospechosas como el Cercle d’Economia han alertado desde hace años de un exceso de centralismo, pero sus alertas a menudo han sido interpretadas desde algunos partidos y medios editados en Madrid como un apoyo al nacionalismo.
Es el equilibro difícil de las élites porque quieren influir, pero que las cosas no vayan más allá de lo que ellas quieren. El primer sector social que cuestionó el autonomismo pujolista fue esta burguesía cuando, en el Cercle en el 2001, le dice a Pujol que se está equivocando porque, mientras Madrid se está convirtiendo en un polo económico que absorbe energías de todos, él explica que las cosas van de cine gracias al pacto del Majestic. Es la burguesía, que votaba a CiU y al PP y que no es nacionalista, la que primero que alertó del centralismo de Madrid y es la que le hace reformular el discurso a Pujol. En este sentido, sí puede decirse que la burguesía jugó un papel germinal en el procés porque dio pie a nuevos análisis sobre la economía. Un tema que había quedado abandonado como era el de las balanzas fiscales, a partir de ese documento del Cercle, vuelve a reavivarse. Después hay otro momento importante y es el acto del IESE para reclamar una gestión más autónoma para el aeropuerto de El Prat y que se potencie esta infraestructura.
Por lo tanto, las élites diagnostican el problema pero no pueden controlar lo que pasa después.
Claro, lo diagnostican, pero cuando ven que políticamente la cosa se sale de madre, retroceden. Es un abuso decir que la burguesía está detrás del movimiento independentista.
Pues esa es una idea que está muy instalada en determinados ámbitos políticos y mediáticos de Madrid.
Hay que conocer la historia de Catalunya. La burguesía deja de amparar políticamente al nacionalismo ya en los años 20, cuando le dan el poder a Primo de Rivera. Saben que es un movimiento peligroso para ellos. La gran mayoría de la élite se olvidó del nacionalismo hace 100 años y lo que siempre ha querido es un partido que le ayude a hacer presión en Madrid. Otra cosa es que el procés les divida y surja un sector que es independentista. Independentista pero no unilateralista. Son críticos con Puigdemont y la DUI, pero están financiando actividades independentistas y les gustaría que la antigua Convergència se convirtiese en una nueva Convergència burguesa, aunque explícitamente independentista. Son minoritarios, pero no son marginales. En el libro salen los nombres y no son cualquiera.
Es un abuso decir que la burguesía está detrás del movimiento independentista
Hay un nombre que, sin proceder de la burguesía, es sinónimo de poder en Catalunya: Isidre Fainé. En el 2015, el 'Financial Times' le calificó como el “hombre de negocios más poderoso de España”. ¿Lo es todavía?
Diría que en gran medida sí lo es. Es el accionista de referencia de Caixabank, que es sin ninguna duda el primer banco de España y que además participa en grandes compañías como Telefónica o Naturgy. Lo que pasa es que el poder político en Madrid siempre ha interlocutado más con la banca madrileña y vasca. En el caso de Catalunya, las relaciones entre La Caixa y el poder político han quedado muy tocadas y, dada la importancia de La Caixa, es muy importante que se rehagan.
¿Que el actual conseller de Economia, Jaume Giró, estuviese tantos años en La Caixa puede ayudar a reconducir esas relaciones o más bien lo complica?
Puede ser una complicación añadida, pero los intereses en juego son tan grandes que no les queda más remedio que reconducirlo.
¿Una década atrás hubiese sido posible la ampliación del aeropuerto de El Prat, una apuesta que las élites económicas defendían claramente?
Sin duda. Es otro de los elementos que pone de manifiesto su pérdida de autoridad. La alta burguesía pacta con Pujol: le dejan hacer dentro de un orden y a cambio él hace la política económica que a ellos les conviene. Esto funciona desde el año 80, cuando gana las elecciones, al primer Govern de Mas. Va como un reloj, sin grandes discusiones. Pese a que no invitaron a los partidos y fue un desplante evidente, todo el arco parlamentario dio apoyo a las peticiones que se hicieron en el acto del IESE para reclamar que se potenciase El Prat. Fue el momento culminante de la influencia de esta burguesía y ningún actor sindical o social criticó la petición, que además de reclamar otra gestión para el aeropuerto, incluía la ampliación. Empezó la crisis y las prioridades cambiaron.
Esta semana se ha comprobado una vez más que los datos de ejecución en Catalunya de las inversiones del Estado vuelven a estar muy por debajo de lo presupuestado. ¿A qué atribuye que no haya manera de resolverlo?
Es otra muestra de que la élite económica tiene mucha menos influencia de la que hemos pensado durante décadas. Creíamos que era muy escuchada y la continuidad de esta carencia tan clamorosa en las inversiones es una prueba de su debilidad y la de los partidos que utilizaban como instrumentos y que no fueron capaces de revertirlo. Además, hay que sumarle que el choque político ha debilitado las estructuras de gestión de la propia Generalitat, que no está dedicada a fiscalizar.
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