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Marina Vilalta, la pastora de 96 años que custodia las montañas sin romantizar la vida entre ovejas

Marina Vilalta, pastora de 96 años, con sus ovejas entre las montañas del Valle de Ribes

Pau Rodríguez

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Durante un siglo entero, las montañas del Valle de Ribes han acogido a Marina Vilalta y sus ovejas. Desde que era una niña, la única de doce hermanos que disfrutaba ayudando a su padre con el ganado, antes de la Guerra Civil, hasta hoy, que tiene 96 años, esta mujer ha conducido su rebaño por las praderas de este rincón del Pirineo de Girona. Cuando ella muera, puede que no quede nadie allí que siga saliendo a pastorear con sus animales. 

Tras una vida de sacrificio y entrega al ganado y a la familia, y sin ella pretenderlo, Marina se ha vuelto una celebridad en la zona y un referente para las escasas nuevas generaciones de pastores. No es que se haya abierto una cuenta de Instagram que haya viralizado su faena con las ovejas, sino que recibió en 2022 la Creu de Sant Jordi de la Generalitat. Un reconocimiento al que siguieron exposiciones en su pueblo, Bruguera, visitas institucionales y un libro que hoy se cuenta entre los más vendidos en la sección de no ficción en catalán: Una vida a les muntanyes (Ara Llibres), del periodista de TV3 Abraham Orriols.

“Escribirás un libro de miserias porque esta es una vida de miserias. ¿No ves que aquí siempre hemos sido pobres? A todos lados con las ovejas, que ya no dan nada. Y ya está”. Con esas palabras recibió la pastora Vilalta la propuesta de Orriols de narrar su vida, y con ellas se resume su particular relación con este oficio en declive que ejerce desde hace 70 años. No lo romantiza, todo lo contrario. Resalta la dureza y la soledad que acarrea. Pero a la vez reconoce que es su pasión y que no sabría estar lejos de los 40 animales que hoy gestiona. 

“Marina explica las partes más crudas y sacrificadas de ser pastora: son muchas horas y es muy poco rentable”, relata Orriols. “Además, la montaña no es para ella un lugar bucólico en el que te despiertan los pajaritos. Hace frío, no hay servicios y se está despoblando”, expresa el periodista. 

El libro es un homenaje a la pastora más vieja de Catalunya pero también a un modelo de ganadería, la de pequeñas explotaciones, que está en serio retroceso porque no da dinero. “Son pocos los que reman contracorriente, porque actualmente necesitas muchas cabezas de ganado para que te salgan las cuentas”, dice Orriols. Solo en la provincia de Girona, el número de ovejas ha caído en 20 años de 700.000 a menos de 300.000, al tiempo que proliferan las macrogranjas de cerdos y de vacas. 

A su edad, y a pesar de sus achaques, Vilalta sigue saliendo cada día con las ovejas. Si se aleja demasiado de ellas, relata, se pone nerviosa. Sus hijos, ya jubilados, la ayudan. Y cuando tiene que buscar praderas demasiado alejadas del pueblo se suben a un coche 4x4 y abren camino para el rebaño. Ya no ordeña ni hace quesos con la leche, como antes, así que las suele vender para carne en Ribes de Freser, el pueblo de referencia de la zona. 

La presencia de Vilalta entre las colinas del Valle de Ribes resulta inconfundible debido a su gorro peruano de colores, que siempre la protege del frío, pero también es legendario su conocimiento de las canciones populares catalanas. Ese fue el otro motivo por el que le dieron la Creu de Sant Jordi, por su contribución a preservar una parte de la cultura ancestral de esas montañas. Sin saber leer ni escribir, su pasión por la canción la ha convertido en depositaria de un repertorio que suele usar para comentar cualquier aspecto de la vida, desde una ruptura amorosa hasta una defunción. 

Pero tampoco a ello le da relevancia. “Todo te lo cuenta sin darse importancia. No es una mujer de discursos, sino que ejerce lo que otros proclaman”, dice Orriols. Y pone como ejemplo que durante décadas fue una de las pocas mujeres que se hacía cargo del rebaño en vez de cuidar solo de la familia y el corral. Pero nunca lo vio extraño. 

Nacida en 1927 en otro pueblo de la zona, esta pastora creció marcada por el hambre y el miedo de la guerra y la posguerra. Siendo la más asilvestrada de sus hermanas, siempre corriendo por el bosque y junto a las ovejas de su padre, pronto supo que quería heredar el oficio. Se casó con un joven de la zona, Sebastià, que fue albañil y luego cartero, y que en más de una ocasión la animó a vender el rebaño para buscar una vida más acomodada. Pero ella nunca quiso; tampoco ahora, cuando quienes le hacen esta recomendación son sus hijos. O el médico de cabecera.

Hoy no hay duda de que Marina mantiene el rebaño por amor a estos animales, no por dinero. Por eso en el libro suele insistir: “Si me hubiesen quitado las ovejas yo ya no estaría”. 

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