La noche menguante de Barcelona: la ciudad pierde tres de cada diez espacios de ocio nocturno en una década
Tras 12 años montando conciertos underground en la sala Rocksound, Antonio Celeiro vio en 2020 cómo derribaban su local para construir oficinas. “Tenía mirado otro espacio similar a pocos metros de ahí, en el barrio de Poblenou y sin vecinos alrededor”, explica. “Pero ya me avisaron desde el Ayuntamiento que no me darían la licencia”.
Su relato no es anecdótico: cada vez hay menos salas de conciertos, bares musicales y discotecas en Barcelona. Desde 2015 se han reducido un 30%, pasando de 426 espacios a apenas 304, según los datos oficiales obtenidos por elDiario.es mediante diversas solicitudes de Transparencia.
Algunos de los espacios desaparecidos contaban con un público fiel, como la mencionada Rocksound o el Milano Jazz Club, un emblemático sótano convertido en epicentro del género en la ciudad durante la última década y ahora en vías de transformarse en el local de una franquicia. Otros, como la sala Sidecar, no cierran: simplemente se transforman en propuestas orientadas a turistas.
“La cosa está cada vez más complicada”, apunta Celeiro, que a pesar de no tener ya una sala propia sigue intentando programar conciertos. “Cada vez hay menos espacios donde poder montar algo y al final es normal que a algunos se les vayan las ganas”.
El número de espacios disponibles para salir de noche en Barcelona es el mismo que había hace 25 años, a principios de siglo, cuando a la ciudad venían apenas 3,1 millones de turistas al año. En 2023 hubo más de 12 millones de visitantes a la capital catalana.
La patronal de ocio nocturno asegura que el número de licencias obtenido por esta redacción no es representativo: la situación es todavía peor porque muchos locales del listado ya no están abiertos al público. Según su recuento, en la ciudad a día de hoy solo hay 68 discotecas y 45 bares musicales, con un aforo total de 50.000 personas. Sin contar los millones de turistas que vienen cada año, en la capital catalana hay 276.000 personas que tienen entre 16 y 29 años.
“Se han perdido 150.000 plazas de ocio nocturno en Barcelona y alrededores y más de 220 locales emblemáticos en las últimas dos décadas”, sostiene Fernando Martínez, director de la Federación Catalana de Locales de Ocio Nocturno (FECALON). “Solo desde el pasado septiembre tenemos contabilizados unos 60 locales que han bajado la persiana”.
La falta de espacios se extiende a todo el área metropolitana de Barcelona. Según un informe elaborado en diciembre de 2023 por la patronal, hay 192 municipios de la provincia de Barcelona sin un solo local para ir de noche. Ciudades a tocar de la capital catalana como l’Hospitalet de Llobregat (276.000 habitantes) tienen una sola discoteca. Santa Coloma de Gramenet (150.000 habitantes) tiene dos.
“La falta de opciones en todo el área metropolitana acaba cargando los locales de Barcelona”, apunta Martínez, “tiene que haber una actuación que tenga en cuenta tanto Barcelona como los municipios colindantes”.
En la capital catalana hay barrios enteros como Nou Barris y Sant Andreu, cuya población suma más de 340.000 habitantes, sin una sola opción para salir de noche. El barrio de Horta, con 170.000 habitantes, tiene solo una pequeña discoteca con un aforo de 165 personas.
¿Un cambio de hábitos?
¿El problema es solo la falta de licencias o ya no hay la misma demanda? Son varios los estudios que indican que los jóvenes están cambiando de hábitos tanto de día como de noche. Cada vez beben menos y ya no van tanto a discotecas, unos espacios que han perdido la exclusividad como principal ágora para ligar o conocer gente nueva.
Una encuesta a 2.000 jóvenes realizada en 2019 por el Centro Reino Sofía sobre Adolescencia y Juventud alumbraba datos interesantes: en 2004 el 65% de los jóvenes decía que iban a discotecas o a bailar con “mucha frecuencia”. En 2019 ese porcentaje se había reducido al 20%. Los que iban de copas o botellón pasaron del 66 al 25%. Los que salen o se reúnen con amigos “frecuentemente” han pasado del 92,5 al 54%.
Un estudio de Statista realizado en EE.UU con 10.000 encuestas a ciudadanos de entre 18 y 64 años mostró que la Generación Z —los nacidos entre finales de los noventa y principios de los 2000— es la que menos bebe de la historia, una tendencia que también apuntaba otro estudio internacional del banco HBSC y la Organización Mundial de la Salud recogido por El País.
Los expertos creen, además, que la pandemia aceleró estos procesos que ya venían dándose desde la irrupción de internet, los videojuegos online y las redes sociales y aplicaciones de citas. “La Covid se llevó por delante muchos locales pequeños que no resistieron y ya no han reabierto”, opina Martínez, de la patronal de las discotecas, que añade que otros recintos han cerrado por las exigencias urbanísticas —limitadores de sonido, acondicionamiento de espacios...— que impone el Ayuntamiento.
Carles Feixa, catedrático de Antropología Social de la Pompeu Fabra, opina que el cambio en el ocio nocturno responde a tres factores. En primer lugar, la expulsión de los locales de este tipo de los centros de la ciudad hacia la periferia. En segundo lugar, la precarización —tanto laboral como residencial— de los jóvenes. “Buena parte de los jóvenes no tienen los mismos recursos que antes y no los pueden destinar al ocio, que también se ha encarecido”, señala Freixa. Como tercer motivo destaca una “gentrificación” de este tipo de propuestas. “Cada vez se destina más a turistas y a jóvenes adultos mayores de 30 años, con mayor poder adquisitivo”.
Xavi Rivases es otro de los programadores de conciertos más veteranos de la ciudad, con más de 30 años a sus espaldas organizando eventos y gestionando salas de pequeño y medio formato. Desde hace 10 años trabaja en la Sala Apolo, uno de los clubs con más renombre de la ciudad, y coincide en parte con el diagnóstico del resto de entrevistados.
“Hay una gran cantidad de jóvenes que pasa olímpicamente de las discotecas, ya no las quieren ni para ir a ligar”, explica por teléfono. “Tampoco veo esa costumbre de ir al club cada fin de semana pinche quien pinche, como hacían muchos jóvenes hace pocos años”. Rivases, sin embargo, no sólo responsabiliza de la situación actual a la falta de concesión de licencias. “Es cierto que antes era mucho más fácil montar cualquier cosa”, analiza, “pero si muchas propuestas no están funcionando es porque ya no hay público de ese estilo, quién tiene buenas ideas está tirando bien”.
En lo que sí coinciden tanto Rivases como Celeiro, que fueron socios en el pasado, es que la falta de espacios dificulta programar conciertos. La Sala Apolo, por ejemplo, está ya reservada para todo 2024 y tiene llenos todos los fines de semana de 2025. Buena parte de las salas de menor tamaño también lo tiene todo completo hasta mediados del año que viene.
La manera de consumir música, con el auge de los grandes festivales en la ciudad, también ha cambiado. “Los festivales han hecho mucho daño”, sentencia Rivases, “una parte de los jóvenes ha crecido con los grandes eventos y ni se plantea ir a una sala y gastarse dinero para ver a un grupo pequeño”.
Todos los entrevistados vinculados al ocio nocturno explican también que cada vez hay más bandas y DJ's que han dejado de pasar por Barcelona en sus giras. “Faltan recintos de 100 o 150 personas, ideales para grupos que no forman parte del gran circuito comercial y antes pasaban por aquí a tocar”, se lamenta Celeiro.
Vecinos y patronal buscan nuevos espacios
La patronal del ocio nocturno, en colaboración con la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona (FAVB) explora una propuesta conjunta para lograr que se concedan nuevas licencias para abrir discotecas o bares musicales en Barcelona. No parece que vaya a ser fácil.
“Es cierto que el sector lleva años con la oferta muy estancada”, admite Pere Mariner, de la FAVB. “Coincidimos con ellos en el diagnóstico y que se deberían ampliar licencias, pero la cuestión es encontrar las ubicaciones adecuadas que sean compatibles con la vida vecinal”.
Una de las áreas sobre la mesa es la Zona Universitaria, un lugar a las afueras de la ciudad donde están situadas varias facultades de la Universitat de Barcelona y con muy pocas viviendas. Otra opción que se baraja es alguno de los centros comerciales alejados del centro, si bien no hay ahora mismo nada concretado ni pactado con el Ayuntamiento.
Desde el Consistorio no descartan la concesión de nuevas licencias en zonas donde no haya limitaciones para estas actividades y se “cumplan los requisitos”. Consideran, con todo, que Barcelona cuenta con una “oferta importante de actividades musicales, lúdicas y culturales” que el Ayuntamiento ha “potenciado”. Destacan una modificación de la ordenanza que, según ellos, ha permitido que bares, cafeterías y restaurantes puedan “desarrollar actividades culturales de pequeño formato”.
Por parte de la patronal responden que esta modificación apenas ha servido de nada. “Solo se han concedido cuatro licencias [con el cambio de la normativa]”, sostiene Martínez. “Es casi imposible obtenerlas y muy costoso”, añade, en referencia a todos los requisitos que se piden para poder realizar estas actividades.
“O se comprometen todos los alcaldes del área metropolitana a encontrar una solución o esto no tendrá arreglo”, concluye Martínez. “Ir cerrando locales sin encontrar una alternativa acabará trasladando los problemas a la vía pública”.
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