Cuando los espías soviéticos campaban por Barcelona: así se infiltraron los agentes de la URSS durante la República
Las memorias de Francis Ferry Lindner, un espía de la Unión Soviética que se instaló en Barcelona en marzo de 1932, le cayeron prácticamente del cielo al historiador Manu Valentín.
“En 2017 publiqué con un pseudónimo un artículo llamado El judío que pudo salvar a Trotski, que tuvo apenas unos cientos de lectores”, recuerda en conversación telefónica. Un mensaje en los comentarios le sorprendió: “El hijo de la persona que describe en el artículo es mi suegro y tiene mucha literatura que puede interesarle. Vive actualmente en México”, le escribió un lector.
Valentín estaba precisamente en México. Y al día siguiente se presentó en el domicilio de Tommy, el hijo del espía húngaro Francis Ferry. “Tras una larga charla se puso de pie y se excusó sin especificar el motivo”, rememora Valentín. “Finalmente regresó con una bolsa en la que asomaban dos enormes cuadernos que contenían las memorias inéditas de su padre”.
Llevaban el título de A life in twilight (Una vida en la penumbra) y Valentín no entiende todavía por qué ese hombre le confió la custodia del documento. “Abrumado por la generosidad de su hijo quien, aún no sé por qué, quiso regalarme esta historia, le agradecí el ofrecimiento”, escribe en su libro.
El hallazgo, un caramelo para cualquier historiador, le sirvió a Valentín como punto de partida para investigar el papel de estos agentes en Barcelona durante la Segunda República. “Me he dedicado durante años a fiscalizar esas memorias”, afirma.
El historiador se dedicó durante tres lustros a estudiar las memorias y cotejarlas con informes de los servicios secretos soviéticos, británicos y mexicanos, entre otra documentación, así como con las biografías de algunos de los demás protagonistas de esta historia de espías en una Catalunya en ebullición.
El resultado es una ambiciosa trilogía que recopila 15 años de investigación, llamada Los cimientos: la Contra[R]evolución Española (1931-1936), editada por Ojo de Buey y cuyo primer volumen está dedicado a la infiltración de agentes soviéticos en entidades y asociaciones deportivas y culturales de la capital catalana.
A través de la historia de Francis Ferry y de otro espía húngaro que se hacía llamar Jordi Martín, el libro indaga en las estrategias de la III Internacional para construir un frente antifascista en Barcelona a través del deporte como herramienta de propaganda y reclutamiento de efectivos, en lo que Valentín describe como un “proceso de bolchevización” de la sociedad a través de estos agentes y entidades.
La investigación aborda, a su vez, la compleja red de alianzas y rivalidades entre los diferentes grupos de izquierda de la época en la Barcelona republicana —desde los comunistas ortodoxos hasta los anarquistas, pasando por los trotskistas y la izquierda independentista— y el plan estratégico de la Komintern para ganar apoyos en el mundo obrero y en las incipientes clases medias.
La Internacional Comunista incluso creó organizaciones fachada para llevar a cabo sus objetivos, como por ejemplo la Asociación Cultural Judía, pensada para atraer a refugiados del nazismo a los que se les quería infundir el relato comunista. La organización tuvo un local a pocos metros de plaza Catalunya que estaba abierto mañana y tarde como sala de lectura y espacios para reuniones.
El papel en la Olimpiada Popular
El libro también revela cómo la conocida Olimpiada Popular, un evento que se iba a celebrar en Barcelona como protesta a los Juegos Olímpicos en el Berlín de la Alemania nazi, fue una iniciativa comandada en buena parte por estos dos espías soviéticos. El certamen, previsto entre el 19 y el 26 de julio de 1936, no se llegó a celebrar debido al levantamiento fascista del 18 de julio que daría comienzo a la guerra civil española.
“Hasta la fecha no se había explicado demasiado el papel de la Internacional Comunista en el diseño de la Olimpiada Popular”, afirma Valentín. “Si observas el comité ejecutivo ves a dos personajes —Ferry y Martín— que la historiografía no había tratado”.
Según el historiador, ambos espías tuvieron un papel relevante en la organización de este evento fallido, si bien trabajaron desde un segundo plano para intentar disimular la verdadera influencia de la URSS en el certamen.
Ferry se encargó de la estrategia de comunicación del evento como jefe de prensa, asegurando una cobertura favorable en la prensa local e internacional. Su estrategia fue promover el evento como un acto apolítico unitario contra la Alemania nazi, tratando de ocultar la fuerte influencia soviética detrás de la organización.
Martín, por su parte, ejerció de Director técnico, coordinando la logística y la organización práctica de la Olimpiada Popular. Este espía, explica el libro, también se dedicó a contactar con entidades deportivas de todo el continente para asegurar una amplia participación en el evento.
“Tanto Ferry como Martín son dos personajes fundamentales y los auténticos factótums de la Olimpiada Popular”, sostiene Valentín, que también menciona en el papel de otros destacados comunistas como Ramón Mercader o Antonio Sesé, entre otros.
El volumen describe la campaña mediática en la España republicana que enfrentó al Consulado Alemán y las organizaciones locales que giraban en la órbita de la Internacional Comunista respecto a dos eventos antagónicos: la Olimpiada en la alemania nazi y la alternativa que se pretendía celebrar en la capital catalana.
“En esta confrontación de ámbito local e internacional hallamos ya algunos de los ingredientes de la futura Guerra Civil Española”, afirma el texto. “La alianza de los golpistas con los regímenes fascistas europeos y la preponderancia del comunismo ortodoxo en los órganos de poder republicanos”.
Un agente con idiomas y capacidad de liderazgo
Nacido en 1899 en una pequeña ciudad fronteriza del Imperio Austrohúngaro, el libro describe a Ferry como un miembro de una familia judía acomodada que se mudó a Budapest y tuvo una infancia privilegiada. Tras el colapso de la República Soviética Húngara, se unió a la red de espionaje de la URSS.
Sus misiones lo llevaron por toda Europa, recopilando fondos e información para la Internacional Comunista hasta que en 1932 se instaló en la capital catalana, bajo la apariencia de representante comercial de una empresa de maquinaria textil.
Hablaba idiomas y tenía don de gentes, lo que le permitió cultivar una amplia red de contactos en Barcelona que incluyeron figuras influyentes de la política, del ejército, de los sindicatos e incluso de la masonería.
El propio Ferry, en sus memorias, asegura haber tenido contacto directo con el entonces president de la Generalitat, Lluís Companys, aunque sin ofrecer demasiados detalles sobre su relación. Sus buenas relaciones con dirigentes de ERC y con distintas logias masónicas de Barcelona, en todo caso, sugieren que pudieron tener trato.
Un informe policial de 1936, de hecho, señala al espía como uno de los “protegidos” de Companys y lo describe como un “agente provocador comunista” que organiza reuniones en un bar situado en la calle Córcega con Aribau.
“A diario se celebran reuniones de comunistas, asistiendo también numerosos judíos extranjeros que se presentan a sí mismos como refugiados políticos”, afirma el informe, firmado con las iniciales W.E.. “El que dirige esas reuniones es un judío húngaro, a veces dice ser italiano”.
El mismo documento afirma que Ferry “es muy conocido” en la Via Laietana y en un bar de la calle Joaquín Costa del Raval. “Es ahí donde guarda el material de propaganda comunista”, señala el texto. “Sin embargo, los empleados del bar afirman no conocerlo de nada”.
Al estallar la Guerra Civil, Ferry se unió al Comité Militar del PSUC y tras la contienda se exilió en México con su esposa, Ruth Goldstein y su hijo Tommy, en ese momento un recién nacido que, casi 80 años después, entregaría al historiador Manu Valentín las memorias de su padre.
Ferry continuó allí su activismo político y mantuvo contacto con otros exiliados, si bien algunos de ellos lo acusaron de ser un espía estalinista. Ferry describe en sus memorias un encuentro casual en Ciudad de México con Jordi Martin, el otro espía húngaro con el que trabajó en Barcelona, a quien aseguró haber “aprendido a evitar”.
Esto sugeriría que, en México, Ferry trató de distanciarse de su pasado y sus vínculos con la URSS, aunque la poca información sobre sus actividades en ese país mantiene abierta la incógnita de si continuó siendo un espía el resto de su vida.
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