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¿Importa nuestra dieta en el cambio climático?

Vacas de leche estabuladas, en Canarias

Carlos A. González

No hace falta ser un experto para darse cuenta de la realidad del cambio climático. Cada día lo estamos sufriendo. Los países más afectados por el cambio climático en los últimos años, han sido Haití, Zimbabue, Honduras, República Dominicana y Fiji. Pero como señala la Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA) en su informe de éste año, no solo afecta a países pobres y en vías de desarrollo, abarca también a Europa, especialmente a España, con olas de calor, inundaciones, tormentas y sequías (los pantanos en España están en mínimos históricos) e incendios forestales (como los recientes de Galicia y Asturias). La falta de lluvias, impide la limpieza de la atmósfera fuertemente contaminada por los gases provenientes de un parque automotor que no deja de crecer, y que sufrimos en las grandes ciudades españolas como Madrid y Barcelona. Nadie niega ya los efectos de la contaminación del aíre, con todas sus graves consecuencias sobre la salud de la población. Pero también sobre cultivos, plantas y otros seres vivos.

Las noticias en la prensa nos informan que las emisiones de CO2 han alcanzado un récord, y volverán a aumentar un 2% en 2017, después de 2 años de ligera reducción. Uno de los principales responsables es China por su mayor uso del carbón. Ante delegados de 195 países reunidos en Bonn la semana pasada, en la Conferencia de la ONU sobre el Clima (COP23), un grupo de países liderados por Francia (que anunció el abandono del carbón en 2021), exigió fechas para el abandono del uso del carbón, pero otro grupo en el que se encuentran Alemania (el 40 % de su electricidad proviene del carbón), Polonia y España no aceptan asumir compromisos. España tiene 15 centrales de carbón, que proporcionan casi un 20% de la energía eléctrica, fuente importante de CO2 y además deficitarias.

La presidencia Trump ha decidido sacar a EEUU del acuerdo de París sobre el Clima de 2015, de forma que globalmente los avances son muy débiles, en medio de la presión de grupos económicamente poderosos, que tratan de evitar que se lesionen sus intereses.

El panorama es pesimista. Un manifiesto de 15.000 científicos publicado hace pocos día en la revista BioScience, alerta que la “humanidad está deteriorando la biosfera poniendo en peligro su propio bienestar”, señalando que “muchas de la amenazas se mantienen y la mayoría está empeorando de manera alarmante”.

Las fórmulas para evitar este serio desafío para el planeta y la humanidad son conocidas. Hay que promover el abandono del uso del carbón y eliminar los subsidios a los combustibles fósiles. Promover las energías renovables y la eficiencia y ahorro energético. Justamente lo contrario de lo que ha hecho el gobierno del PP que ha establecido un “impuesto al sol”. Hay que fomentar en la agricultura y ganadería, la producción, comercialización y consumo de proximidad. No se puede esperar y hay que actuar ya. Individualmente tenemos la obligación de preguntarnos ¿Qué puedo hacer yo para mitigar el cambio climático? Es claro que gran parte de las medidas dependen de los gobiernos. Pero cada uno con sus decisiones puede y debe colaborar.

Para responder a esta pregunta debemos recordar que además de las fórmulas mencionadas, hay que tener en cuenta el aporte de la agricultura al cambio climático. A nivel mundial, la agricultura, incluyendo el cambio de uso de la tierra (deforestación) representa un 30 % de la emisión de GEI causantes del cambio climático. Y lo que es más importante, la ganadería, incluyendo el transporte y alimentación de ganado, representa el 80 % de los GEI que se originan en la agricultura. La producción de carne de ganado vacuno genera 3 veces más GEI que la de ovejas y cerdos y 30 veces más que la de carne de pollo. Por otro lado se sabe que por cada gramo de proteínas, las emisiones de GEI de las legumbres es 250 veces menor que las emisiones asociadas a la carne de vacuno y cordero.

El consumo de carne, como es de imaginar, es más de 5 veces superior en los países desarrollados que en los de envía de desarrollo. Pero lo más grave, es que según un informe de la FAO, en ausencia de políticas de cambio, la producción y consumo mundial de carne se duplicará de 2001 al 2050, inducido principalmente por el enorme aumento de consumo en China, India, Sudáfrica y Brasil. Es decir el impacto sobre el cambio climático se incrementará notablemente.

Los organismos de expertos internacionales, recomiendan un consumo máximo de carnes rojas (vacuno, cerdo, oveja) de 70 gramos por persona día. En España estamos consumiendo entre 2 a 3 veces la cantidad recomendada. De forma que una de las estrategias para mitigar el cambio climático es reducir sustancialmente el consumo en los países desarrollados y adecuar su consumo en los países en desarrollo, para lograr una alimentación socialmente más igualitaria y sostenible.

Hay datos incuestionables de estudios en Europa, que muestran que una dieta de un vegetariano, genera casi 3 veces menos GEI que la dieta de un alto consumidor de carne. De forma que la pregunta que nos hacíamos de cómo podemos colaborar a mitigar el cambio climático, tiene una respuesta clara: reduciendo nuestro consumo de carnes rojas y aumentando el consumo de alimentos de origen vegetal, siguiendo las pautas de una dieta tipo mediterránea. Es decir, consumir diariamente frutas y hortalizas, legumbres, aceite de oliva, pescado, moderado consumo de productos lácteos (preferentemente bajos en grasas) y de alcohol (preferentemente vino tinto) y bajo consumo carnes rojas, embutidos y alimentos y bebidas azucaradas. En este mundo globalizado es importante procurar además que todos estos productos provengan de la proximidad, evitando la contaminación originada por el transporte de larga distancia.

Esto representa nuestra contribución individual a la lucha contra el cambio climático, y tiene además un profundo impacto beneficioso sobre nuestra salud al reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes, obesidad y cáncer. Pero estas acciones individuales deben estar sostenidas y promovidas por la administración pública.

Es necesario establecer una política impositiva que grave los alimentos perjudiciales para la salud y el clima y que subvencione los alimentos saludables y beneficiosos para la conservación del planeta. Etiquetar claramente en los mercados los productos de proximidad, promover y facilitar las huertas urbanas. Cuidar y proteger el medio ambiente y nuestra salud es una obligación de todos.

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