El inicio de la apoteosis televisiva cuatrienal del Mundial de fútbol que organiza la FIFA se ha visto marcado, precisamente en Brasil, por una inédita aparición sobre la mesa de la exigencia ciudadana de democratización del país anfitrión y de la estructura organizativa del campeonato. Hasta hace poco tiempo la pasión popular por el fútbol lo tapaba todo. Ahora ya no, ni siquiera en Brasil. El Mundial de fútbol de 1978 se celebró en Argentina en plena dictadura militar. Todo el mundo festejó los goles los mismos días en que se multiplicaban los “desaparecidos” y los detenidos torturados. demás, la selección argentina ganó el trofeo “en los despachos” más que en el terreno de juego (por 2-1 en la prórroga de la final contra Holanda), como posteriormente se admitió. En el mundo de hoy eso es cada vez más difícil de repetir.
Las organit¡r eli meitat de brasilers que dubtend e la conviilers (48%) es devlaren en contra de l'organitzaciencuestas recientes revelan que casi la mitad de los brasileños (48%) se declaran en contra de haber organizado el torneo, en detrimento de otras inversiones sociales que consideran prioritarias, más aun en la perspectiva de los Juegos Olímpicos de 2016 en Rio de Janeiro, los primeros organizados en América Latina. El coste para el Brasil de la organización del Mundial y las construcciones asociadas ha sido evaluado en 2.500 millones de euros, frente a los 1.000 millones que costó la última edición en Sudáfrica en 2010.
Esta casi mitad de brasileños que dudan de la manera de organizar el Mundial, pese a que muchos deben compartir la pasión por el fútbol, acaban de indicar un cambio de rumbo y de dar una lección de madurez democrática. El “futebol” brasileño ya no es tan solo el inventor del “jogo bonito” y las “torcidas” de seguidores más ingeniosas del mundo. Ahora también es el iniciador de una nueva conciencia ciudadana sobre el dispendio de dinero y sobre la manera de gestionar que la pasión futbolera ya no justifica a ojos cerrados.
La selección española ha quedado alojada a un centro deportivo de la ciudad de Curitiba, en las inmediaciones de un barrio en que solo un 13% de las calles están asfaltadas y menos de la mitad de las casas dispone de alcantarillado. Los jugadores españoles, como es escandalosamente sabido, percibirán una prima de 720.000 euros cada uno en caso de ganar el Mundial, además de los sueldos multimillonarios que ya cobran a lo largo del año.
En el mundo de hoy las desigualdades sociales aumentan de modo acelerado. La conciencia ciudadana sobre la injusticia de esta situación, también. El “futebol” brasileño ha vuelto a lanzar un mensaje renovador.
El inicio de la apoteosis televisiva cuatrienal del Mundial de fútbol que organiza la FIFA se ha visto marcado, precisamente en Brasil, por una inédita aparición sobre la mesa de la exigencia ciudadana de democratización del país anfitrión y de la estructura organizativa del campeonato. Hasta hace poco tiempo la pasión popular por el fútbol lo tapaba todo. Ahora ya no, ni siquiera en Brasil. El Mundial de fútbol de 1978 se celebró en Argentina en plena dictadura militar. Todo el mundo festejó los goles los mismos días en que se multiplicaban los “desaparecidos” y los detenidos torturados. demás, la selección argentina ganó el trofeo “en los despachos” más que en el terreno de juego (por 2-1 en la prórroga de la final contra Holanda), como posteriormente se admitió. En el mundo de hoy eso es cada vez más difícil de repetir.
Las organit¡r eli meitat de brasilers que dubtend e la conviilers (48%) es devlaren en contra de l'organitzaciencuestas recientes revelan que casi la mitad de los brasileños (48%) se declaran en contra de haber organizado el torneo, en detrimento de otras inversiones sociales que consideran prioritarias, más aun en la perspectiva de los Juegos Olímpicos de 2016 en Rio de Janeiro, los primeros organizados en América Latina. El coste para el Brasil de la organización del Mundial y las construcciones asociadas ha sido evaluado en 2.500 millones de euros, frente a los 1.000 millones que costó la última edición en Sudáfrica en 2010.