Ya viene el lobo: la salida del Reino Unido de la Unión Europea hará caer las siete plagas bíblicas sobre el desafiante Estado díscolo y, claro está, sobre las pobres europeas que permanecen aquí. Europa se derrumba. ¿Sí? No, desgraciadamente. Al menos todavía.
Como siempre, las cosas no son blancas o negras, son blancas y negras. Que el llamado #Brexit lo haya liderado la derecha más conservadora no puede esconder que también había un blando de organizaciones políticas de izquierdas de todo tipo que apostaban por irse de la UE. Lo llamaban #Lexit y, como también ocurre con este tipo de propuestas en nuestra casa, ha sido silenciada o incluso minorizada o negada.
Que el #Brexit dará alas a la extrema derecha, dicen. ¡Como si el acuerdo entre la UE y Turquía para expulsar no refugiadas fuera una obra social humanitaria!. Desengañémonos: es mucho más fácil luchar a una escala mayor, es decir, en menos terreno, como un Estado, que no a una escala más pequeña donde tu fuerza queda diluida en un marasmo líquido que tiene la diana para golpear a miles de kilómetros.
Hablamos de escala, de grado de acción, de participación directa en las decisiones que nos afectan porque, en el fondo, de lo que hablamos es de soberanía. O mejor dicho, de soberanías: política, económica, territorial, energética, cultural, educativa, alimentaria, laboral. En definitiva, hablamos de la búsqueda de una mayor soberanía democrática, camino de la soberanía popular. Y por eso no hay que olvidar de dónde viene la UE: de la CECA –la Comunidad Europea del Carbón y el acero–, seguida después por la CEE, la Comunidad Económica Europea.
El Tratado de Maastricht reformuló esto en la UE, que creó el Banco Central Europeo. La UE es un proyecto antidemocrático al servicio de las élites económicas continentales. Esto atenta también contra las élites menos prominentes del continente, pero siempre y aún más directamente, contra las clases populares, que recibimos siempre: la sumisión es continua. Y a nosotros nos hacen pagar los platos rotos de unas y otras.
Romper la UE es romper un proyecto imperialista que nunca podrá ser enderezado en pro de las clases populares porque nació en contra de ellas. Parafraseando un viejo lema: la UE no se reforma, se destruye. Para construir un proyecto alternativo a la UE es imprescindible romperla, la construcción de soberanías está directamente antagónica.
El TTIP y el TISA son sólo las nuevas herramientas de las que se dota ahora mismo el capital europeo para desregular aún más el mercado para podernos extraer más plusvalía. Si al final no se aprueban, inventan otros: mientras permanezca la UE, la amenaza contra nuestros derechos sociales, laborales y sindicales, conseguidos a costa de muchos sacrificios de nuestras antepasadas luchadoras, seguirá bien presente. Es en este sentido que debemos poner de relieve lo positivo que tiene el #Brexit: la rotura, el colapso de una estructura imperialista, racista, xenófoba, demofòbica y extremadamente destructiva desde muchos ámbitos de acción. Todo lo que la debilite lo tenemos que saber aprovechar a nuestro favor.
De la misma manera que la lucha de las clases trabajadoras inglesa, galesa y escocesa nos favorecerá en la medida que debilitará un Reino Unido conservador –y las tenemos que animar a hacerlo–, nosotros lo tenemos que hacer en la UE , es decir, contra la UE. La mejor manera de ejercer el internacionalismo es luchar dentro de la propia nación para debilitar las propias estructuras de dominación interna y externa. Desde los Países Catalanes, desde las luchas, desde la base, avivemos el conflicto y salgamos, de los estados español y francés y de la UE. No hay mejor éxito que la independencia total, la máxima soberanía.