Se recuerda bien el éxito de Adolfo Suárez en la Transición, pero se recuerda poco su fracaso como gobernante y hombre de partido con UCD. Del primero se benefició todos, del segundo se benefició un poco el PSOE y, sobre todo, Alianza Popular. Pero no la democracia española.
No tiene mucho sentido preguntarse cómo habrían ido las cosas si la Unión del Centro Democrático no se hubiera roto tan pronto, poco después de ganar las elecciones de 1979, una vez aprobada la Constitución.
Pero sí vale la pena recordar lo que significó la ruptura de aquella coalición electoral improvisada de varios grupos liberales, demócrata cristianos y socialdemócratas y de jóvenes franquistas reformistas liderados por el presidente del Gobierno.
La creación de UCD sirvió para detener en seco las posibilidades electorales de la AP neofranquista de Manuel Fraga, que bajo el gobierno Arias había mostrado poca disposición para el establecimiento de una democracia plena. El mismo rey debió bendecir el paso adelante del hombre que había elegido para gestionar la salida de la dictadura.
La prensa internacional estimuló y aprobó la candidatura de Suárez. Los editorialistas de los grandes diarios europeos y estadounidenses celebraron el bipartidismo UCD-PSOE surgido de las elecciones de 1977. Fue un signo inesperado de madurez del electorado español, tan desentrenado 41 años después de las anteriores elecciones.
Los especialistas no han dejado de estudiar las causas del fracaso posterior de Suárez como gobernante y como hombre de partido. Sus colaboradores no le ayudaron mucho, abocados a una lucha descarnada por el poder. Suárez dimitió y hubo el golpe de estado fallido del 23 de febrero de 1981.
Las elecciones de 1982 dieron la mayoría absoluta al PSOE de Felipe González. Manuel Fraga resurgió de las cenizas de las dos primeras derrotas sin paliativo y AP se convirtió después en el Partido Popular, sobre el que no hace falta decir gran cosa. Sólo recordar el agradecimiento que debe al fracaso de Suárez.
El espacio electoral del centro moderado que hizo la Transición pudo ser ocupado por una derecha neofranquista que todavía aguanta el tipo. Ahora defiende la inmutabilidad de la Constitución como antes había defendido los principios fundamentales del Movimiento Nacional. De ahí llora la calidad de la democracia española.