Entre todos lo haremos todo: esta era una frase que, cuando yo era pequeña, decía mi padre siempre que se tenía que hacer alguna tarea importante que requería un esfuerzo colectivo. A mí me daba cierta tranquilidad; me daba la sensación de que el trabajo, hecho en equipo, tenía más posibilidades de resultar exitoso.
Después, ya de mucho más mayor, cuando la crisis-estafa nos dejó hechos caldo y pensamos –ingenuamente-- que el capitalismo estaba acabado y que, ahora sí, empezaba una nueva manera de hacer las cosas, observé con gran interés el nacimiento de un nuevo concepto (la actividad no, porque no era nueva): la economía colaborativa o la economía del bien común.
Convencida de que aquel era el modelo que estábamos esperando, me compré libros que hablaban del tema y me apunté a algún cursillo donde me explicaron que, efectivamente, se trataba de un modelo económico basado en la comunidad, donde los individuos, de igual a igual, lo comparten todo y salen ganando todos juntos. El modelo no era del todo nuevo en la historia, pero tenía la particularidad de que las personas se conectaban a través de las redes. ¡Ves!, entre todos lo haremos todo, me dije.
Ahora que ya han pasado unos años, abomino de la mayoría de experiencias de economía colaborativa, que se han convertido en una forma más -y todavía peor- de explotar a la clase trabajadora.
Un caso: los chicos y chicas de Deliveroo, enredados por la idea de organizar su horario laboral –¡son dueños de su tiempo, figúrate!- se hacen autónom@s –o sea, trabajador@s sin derechos- y acaban currando como lo hacían los peones de mi juventud, que esperaban en la plaza Urquinaona a que alguien les quisiera dar trabajo.
Otro caso, Uber (coches compartidos) o Airbnb (casas o habitaciones para gente de fuera de la ciudad): ¿son economía colaborativa o una manera de pasarse por el forro los derechos de todo el mundo, de trabajador@s y de usuari@s?
Un último caso: una empresa me encarga un texto y me hace firmar un contrato de copy left. Es decir, por voluntad de la empresa, mi texto pasa a ser de acceso libre para los usuarios y, sobre todo, para la empresa, que lo hace suyo sin que yo tenga ningún derecho sobre él.
Obviamente, ya me he desengañado de la idea de que la economía del bien común sirva para derribar el capitalismo; más bien sirve para fortalecerlo. El lema tendría que ser: “Entre todos lo haremos todo, pero sólo 1 o 2 –los que lo dirigen—se harán ricos”.