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Miedo federal

Los barones del PSOE aprueban por unanimidad su nuevo pacto territorial.

Jordi Mercader

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La palabra inspiradora de ilusión es la sal de la política, todo lo demás es terminología. No tiene el mismo efecto emocional el “déficit fiscal” que “el expolio fiscal”, para subrayar uno de los éxitos del marketing independentista sobre un concepto de magnitud variable, según quien haga las sumas y las restas. De la misma manera, no suena igual “estado autonómico del siglo XXI” que “estado federal”. Puede parecer mentira, pero todo hace pensar que los socialistas pueden haber olvidado el abecé de la comunicación política, y eso es mucho decir cuando se habla de Rubalcaba.

El federalismo no disfruta de su mejor cartel, es una propuesta de diálogo y lealtad, de unión y libertad, en su formulación más poética; justamente por eso hoy no levanta pasiones en un escenario dominado por el arrebato. Es una construcción compleja, en contraste con el automatismo del revisionismo autonómico o la sencilla euforia independentista. Pero esto no puede excusar la gris y decepcionante propuesta del PSOE y el PSC. Más allá de proponer una reforma constitucional de objetivos variados y razonables, el documento de base y la declaración política de Granada hacen poco por la causa federal, y menos por la necesidad del PSC de recuperar la centralidad en el ámbito del catalanismo progresista.

Desde Granada, con toda la fanfarria de las grandes ocasiones, los socialistas han proclamado su fe en el Estado de las Autonomías y en su carácter federal o federalizante; una expresión recurrente empleada por los redactores como sinónimo de un estado federal, a partir de una propuesta técnicamente minuciosa, queriendo demostrar la similitud de resultados entre el original y la copia. El PSOE exhibe un miedo atávico a pronunciar “España federal”, tan interiorizada en sus dirigentes que por un breve espacio de tiempo aceptaron decir “España Plural”, como edulcorante para compañeros leoneses temerosos, andaluces susceptibles, madrileños soberbios, vascos perpetrados en su privilegio o ciertos directivos catalanes poco catalanistas. El hechizo se rompió tan pronto les llegó desde el Parlament un proyecto estatutario que ponía puntos sobre algunas is del verdadero autogobierno y la vocación federal. La historia del recorte es bastante conocida. La relación entre aquella barbaridad y la desafección catalana, suficientemente documentada.

El terror a los demonios asociados al federalismo desde el “¡Viva Cartagena!” empuja a los socialistas a refugiarse en una terminología timorata y académica; se diría que el exceso de prudencia los castiga con la irrelevancia para rehuir las respuestas a preguntas simples. ¿En una España convertida en Federación, Cataluña o Galicia, por poner un ejemplo, serían estados federados, o no? ¿Estos estados serán políticamente y financieramente responsables, con el debido respeto federal por la solidaridad y la lealtad institucional? ¿La Federación se creará desde arriba, o será el resultado del derecho a decidir de cada uno de los futuros Estados miembros? Si todo esto fuera así, ¿qué sentido tendría seguir hablando de un único Estado, el español, de las diecisiete CCAA, de las singularidades y no de las naciones, del respeto a la ordinalidad en los resultados del sistema de financiación? ¿Por qué no decir que en una España Federal viable convivirán unos pocos estados y unas cuantas CCAA, o que no habrá intromisión política o fiscal del gobierno federal en los estados federados.

La prevención del PSOE a decir las cosas por su nombre -tal vez la resistencia al creer de verdad en la Federación-, se puede llegar a entender por su complicada situación de inferioridad manifiesta respecto del PP en el campo del nacionalismo español, pero en el caso del PSC, esta actitud ronda la paradoja. Limitado a su mínima expresión de fuerza política (por el momento), su oferta para ganarse un espacio vital entre el independentismo rampante y el centralismo renovado debería combinar ciertos condimentos emocionales hasta ahora disimulados; defensa del ejercicio del principio democrático de la consulta, como nación que es; propuesta para convertir Cataluña en estado, dentro de la Federación de España y de Europa, por supuesto.

La apuesta socialista por la reforma constitucional implica tiempo, mucho tiempo. Nadie puede pensar que será fácil que el conjunto de la clase política y dirigente de Madrid y los ciudadanos españoles asuman la inviabilidad de mantener un statu quo insoportable para Cataluña, o hacer entender que el reconocimiento de la soberanía no es lo mismo que propugnar la secesión, o admitir que España podría vivir perfectamente sin Cataluña y viceversa también, pero que juntos puede resultar un poco más llevadero. Pese a la que presión independentista puede crear la sensación de que el tiempo se agota, de que el todo o nada es inevitable para el próximo año, sería prudente trabajar también con la hipótesis de que 2014 no será un año decisivo, que la profecía maya de ERC y asociados no se cumplirá, que el futuro no está predeterminado, que todas las opciones están abiertas, menos retroceder. Pero para tener alguna opción en la prórroga ganada por una rectificación de las urgencias, el PSC debería perder el miedo a las palabras.

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