“Si no te dan, toma”, cantaba Ovidi. Consciente o inconscientemente, el de Alcoi resumía de forma directa y simple una de las tesis de Marx sobre Feuerbach: la de la acción necesaria para transformar la realidad. No hay realidad abstracta, objetiva e inmutable, ajena a la acción humana, al contrario: todo lo que nos rodea es causa y consecuencia de nuestras acciones. Como seres sociales, formamos parte de estas condiciones en que vivimos, a las que contribuimos a reproducir o, también, a cambiar. Porque sí, por muy difícil que sea, podemos hacerlo: podemos cambiar las condiciones sociales en que vivimos.
“Si no te dan, toma”, ha sido también el leitmotiv a la hora de ocupar casas, edificios y viviendas para que gente sin casa pudiera tener un techo o para desarrollar todo tipo de actividades sociales. Con él, además, recuperaban el valor de uso de la vivienda -vivir en ella- contra el potencial valor de cambio -especulación–. “Si no te dan, toma”, ha ido flotando, también, en la lucha que inició Naty y que ha acabado eclosionando en la PAICAM. En el AMPA Mar Nova de Premià de Mar decidieron tomar, ocupando los servicios territoriales de educación para evitar el cierre de la escuela: y ganaron.
En medio, decenas y cientos de acciones individuales y colectivas para poder recuperar nuestros derechos, robados, expoliados y sacrificados en el altar del Dios, su dogma del déficit cero y sus profetas, los recortadores neoliberales. Acciones individuales exitosas para hacer frente a unos suministros básicos imprescindibles que implican pinchar la luz. Acciones colectivas perdidas como algunas luchas para evitar el cierre de los CAP y las urgencias. Acciones colectivas que luchan para evitar el robo de las pensiones. Y tantas otras que podríamos nombrar. Sea como sea, todas dejan un poso común: queremos ser protagonistas de nuestras vidas y de lo que nos afecta, tenemos derecho a una vida digna y la ejerceremos aunque sea de forma ilegal, porque nos estamos enfrentando a leyes injustas.
Y si no nos dan, es porque hay alguien que nos quita: legislaciones hechas al dictado de las grandes empresas, legislaciones públicas que sólo responden a los beneficios privados. Gobiernos, del color que sea, que ponen el Estado al servicio del expolio constante de la clase trabajadora y las clases populares. Estados que pierden toda soberanía política y económica en pro de las grandes corporaciones, las mismas que nos suben el precio de la luz, que nos cobran precios desorbitados por nuestra salud, que echan de casa porque con el bajo sueldo que nos pagan otras empresas privadas no podemos pagar el alquiler o la hipoteca.
Para todas estas empresas, los turistas son mucho más rentables, pero eso es pan para hoy y hambre para mañana: el Estado y sus administraciones renuncian a la soberanía productiva y económica en hacer una apuesta absoluta por turismo. El día que descubran que la arena de las playas y el sol no se comen, y que los alimentos no vendrán con el siguiente avión de temporada de verano, se darán cuenta del coste de malvender la soberanía productiva y económica y de renunciar a controlar los sectores estratégicos. Literalmente, estamos vendidas.
Las políticas de la Unión Europea, sea con el CETA o con el TTIP, siguiendo las consignas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, van en esta línea: profundización del poder descontrolado de las multinacionales y cada vez menos soberanía estatal. Esto, en la práctica, se traduce en menos derechos y menos capacidad de decisión de la clase trabajadora y las clases populares. La autodeterminación de un pueblo debe transitar, por fuerza, hacia la recuperación del poder estatal, entendido como garante que blinde todas las conquistas y luchas por nuestros derechos en defensa de una vida digna. Sin hacer frente a la Unión Europea y sus políticas no habrá soberanía que valga, porque no habrá soberanía para poder ejercer.
La lucha nos da lo que el poder nos quita, cantamos actualizando Ovidi. Marx en estado puro, vaya.