En fin de año, en la ciudad de Barcelona se deben cumplir tres tradiciones: preparar las uvas, ir a ver al hombre de las narices (l’home dels nassos) y, la más reciente y entrañable, entrar en el metro para proveerse de tres, cinco u ocho billetes T-10, con las que aplazar varias semanas (incluso dos meses si se ajustan bien los cálculos) el impacto de la subida tarifaria. Y así, mientras duran las tarjetas antiguas, circulas en transporte público con aquel placer íntimo que te da que pensar que el viaje te sale más económico que a tus compañeros ocasionales de autobús, metro o tranvía, posiblemente menos previsores y espabilados. En 2012 nos ahorramos un euro por tarjeta, en 2013 no tuvimos tanta suerte porque a lo largo del año anterior ya se habían ido aplicando diversos recargos y aumentos, y este año el ahorro vuelve a merecer la pena: 60 céntimos por cada T-10, lo que equivale a decir que una pareja previsora que gasta dos por semana podrá terminar el período de gracia con 10 euros más en el zurrón que aquellas que haciendo el mismo gasto no se hayan preocupado de hacer los deberes antes de las campanadas.
Huelga decir que este incremento tarifario está totalmente justificado y no tiene nada que ver con la buena gestión de Xavier Trias. Según ha explicado el alcalde, la culpa es del Estado y de los anteriores gobiernos municipales, artífices de la deuda de más de 500 millones que arrastra Transportes Metropolitanos de Barcelona (TMB). Cuando él llegó a la alcaldía, en junio de 2011, la T-10 se pagaba a 8,25 euros, mientras que a partir del 1 de enero costará 10,30. Dos euros más cada vez que pasamos por caja no son ningún drama, lo podemos compensar dejando de tomar un café con leche semanal, y además hay que tener en cuenta que aquí se han sumado factores que escapan a su control, como la subida del IVA aplicada el 1 de septiembre de 2012 (por un presidente del Gobierno que antes de serlo había proclamado que para estimular el consumo lo que había que hacer era bajar los impuestos al consumo).
Sería, pues, de muy mala persona recuperar ahora lo que decía el programa electoral con el que el hoy alcalde se presentó a las elecciones. “Trias, el cambio en positivo”, rezaba el eslogan. No es que no informara a sus electores que en menos de tres años el precio de la T-10 aumentaría un 24% (ni el más astuto habría podido prever esta fatalidad del destino), sino que, por el contrario, prometía descuentos para familias numerosas y monoparentales, y prometía también que la T-12 –la de los niños de menos de 12 años– sería totalmente gratuita y se alargaría hasta los 16. Nada de esto se ha cumplido: la T-12 sigue costando 35 euros al año, los chicos de entre 13 y 16 años pagan como cualquier adulto, y lo mismo hacen los miembros de familias numerosas y monoparentales. Pero, como digo, sería de muy mala persona rescatar este fragmento descontextualizado de un programa con cientos de páginas y promesas, e imagino que por eso que no se ha hecho.
Aunque tímidamente, los socialistas sí han intentado sacar provecho de la desgracia ajena, lo cual es injusto además de irritante. El diputado del PSC Jordi Terrades ha afirmado que el incremento tarifario denota una “clara falta de sensibilidad social”, por aquello de que la gente está en crisis, y encima este señor ha tenido la santa cara de decir que durante los gobiernos del tripartito nunca los precios del transporte público subieron por encima del IPC. Los socialistas deberían exhibir un poco más de memoria y espíritu navideño, porque es cierto que durante el mandato de Hereu el precio del transporte público subió por encima de la inflación. O sea que no son quienes para dar lecciones. De hecho, fue con ellos cuando empezamos el bonito ritual de acumular unas cuantas T-10 antes de ir a comer las uvas.
Estando en la oposición, Trias no fue nunca tan perverso ni oportunista como para criticar nada parecido. Bueno, en realidad un poco sí lo criticó, pero es que entonces los incrementos eran injustificables y no tenían nada que ver con las causas imponderables que enfrenta ahora su equipo. A finales de 2007, cuando la T-10 pasó de 6,90 a 7,20 (+4,30 %), Trias lo llamó “aumento desmesurado”, fruto de una “muy mala negociación del Gobierno de la Generalitat con el Estado”. Y un año más tarde, cuando la T-10 se encareció medio euro (+7%), la maquinaria convergente lanzó una campaña consistente en la distribución de 50.000 tarjetas simuladas en las que se denunciaba que el aumento era “abusivo”. Los argumentos empleados me parecen irrefutables: “El transporte público es una necesidad, no un lujo; ante la crisis, el tripartito lo encarece”; “el tripartito sube los precios para los usuarios para compensar su debilidad negociadora con el Estado”, o “con estos incrementos tarifarios se favorece el uso del coche privado”. Serenamente indignado por este abuso, Trias convocó una rueda de prensa en la que, rodeado por otros cargos del partido, reclamó con gran vehemencia al alcalde Hereu que cumpliera el acuerdo del pleno municipal de hacer la T-12 (que entonces llamaba T-Infant) totalmente gratuita.
Todo esto se puede encontrar en las hemerotecas, y supongo que si no se ha hecho es para evitar caer en la demagogia barata de siempre. En las hemerotecas y fuera de ellas. En el mismo portal online de Xavier Trias, si se busca un poco, todavía se pueden encontrar noticias como la del 16 de diciembre de 2010, cuando ante un nuevo incremento tarifario (aquel año la T-10 se encarecía un 4 %) Trias cargaba, con razón, contra la mala gestión del tripartito y la falta de liderazgo de Hereu. En concreto, insistía en que la causa fundamental de la subida era “su incapacidad [la de Hereu, se entiende] de negociar y conseguir del Estado una financiación justa y suficiente del transporte público de Barcelona”. Pero esto era como iban las cosas antes, ahora nuestro negociador es irreprochable, el mejor posible, y si no ha conseguido más dinero del Estado es porque se ha topado con el muro de la arrogancia madrileña.
O sea que todo se explica bien y se entiende mejor porque antes las cosas eran de una manera y ahora son de otra. Y no le demos más vueltas ni nos entestemos con datos estériles, como que al comenzar la crisis (finales de 2007) la T-10 se pagaba a seis con noventa y ahora nos costará tres con cuarenta más (un aumento del 49%), ni nos hagamos mala sangre comparándolo con la evolución del IPC de este periodo (¿un 10% quizás?) porque estaríamos cayendo en la trampa de los agitadores que no se han enfrentado nunca a las responsabilidades de gobierno. Otros problemas tenemos. Como mucho, pueden hacer como yo, que he decidido que a partir de ahora suprimiré una de mis tradiciones de fin de año. Por supuesto, me comeré las uvas y antes habré ido a comprar mis T-10, pero la coña de las narices me la pienso saltar porque sinceramente no le encuentro sentido. De “homes dels nassos” ya vamos bien servidos todo el año.