Ricard Miralles, el ‘alma sonora de Serrat’: “El público se lamenta por no poder volverle a ver en un escenario”
Ricard Miralles ha sido el arreglista y director musical de tantas canciones, discos y giras de Joan Manuel Serrat que configuran un tándem infalible, casi indisoluble (también tuvieron sus “divorcios”) y que será recordado con la admiración que ambos se profesan. “Me gustaría tener la forma de pensar la música de Ricard Miralles”, llegó a decir el cantautor de este prestigioso pianista.
Ambos se subieron juntos al escenario en 1968 para iniciar una de las historias más fructíferas e intensas de la música popular hasta el próximo viernes, cuando 'El vicio de cantar' llegue a su fin en la tierra de ambos, Barcelona. Le preguntamos a Miralles cómo vivirán este adiós compartido y repartido en tres conciertos (20, 22 y 23 de diciembre) y admite que le cuesta imaginarse el nivel de “emoción” que se vivirá en el Palau Sant Jordi.
Cuando en 1968 le propusieron sustituir a Tete Montoliu como acompañante de Serrat, él poco podía intuir la trascendencia que alcanzaría su relación y que le llegarían a calificar como “el alma sonora de Serrat” o el “escudero” del Noi del Poble Sec.
¿Cómo vive esta inminente despedida de Serrat?
Pues con mucha emoción, cierta tristeza y mucho agradecimiento por todos los años que he pasado con él, tanto profesional como personalmente.
Más allá de su vínculo con Serrat, tiene una trayectoria y un reconocimiento que nos anima a pensar que usted no se apeará de los escenarios, ¿verdad?
De los escenarios es posible que sí, de lo que uno no se puede nunca apear es del ejercicio de la música: del estudio, la investigación, la composición. Y seguir estudiando piano, incluso. Yo siempre digo que estudio para cuando sea mayor. Y ya lo soy bastante.
“Escudero de Serrat”, “Cara B de Serrat”, “Alma sonora de Serrat”… son algunos de los términos que le adjudican. ¿Se siente cómodo con ellos?
Yo soy un freelance que he tenido muchos requerimientos para utilizar mis conocimientos musicales. Y la persona que más ha incidido, que más ha persistido en eso, ha sido Joan Manuel. La primera vez que fuimos juntos a América teníamos 24 años y ahora acabamos de volver y tenemos 78.
¿Qué nombre le pone a su relación con Serrat?
Amistad. Durante muchos años. Y colaborador artístico.
A usted se le debe el sonido “serratiano”. Un halago que, según comentó, también ha tenido sus inconvenientes. En una ocasión, al arreglar alguna canción para otros artistas, le pusieron pegas diciendo que estaba muy bien pero que sonaba mucho a Serrat.
Siempre he imprimido mi estilo. Y si uno trabaja mucho para una persona, pues es lógico que se malinterprete. No es que suene a Serrat, suena a Ricard Miralles. Quien lo quiera ver de otra manera, está equivocado.
Les presentó Quico Pi de la Serra en 1968. Usted estaba haciendo la mili en Mallorca cuando Tete Montoliu, que entonces acompañaba a Serrat, le dio su nombre. Ocurrió el episodio de Eurovisión, cuando Joan Manuel se negó a cantar en castellano, y le preguntaron a usted si quería acompañarle. El sueldo que le ofrecieron era el doble de lo que ganaba en la discográfica donde trabajaba.
Yo era el director musical de Discophon de Barcelona, el dueño era Don Paco Ortega, que fue padrino de mi boda. Era el sello donde grabó Peret al principio y el que tenía la concesión de la CBS americana. Así que tuve la suerte de escuchar muchas cosas interesantes.
¿Qué sintió entonces cuando le ofrecieron ser el pianista de Serrat?
En cierto modo, me dio mucha impresión, porque sustituir a Tete era un reto muy importante. Empecé sin pena ni gloria, pero poco a poco fui ganando mi espacio.
¿Intuyó entonces que esa relación iba a ser tan trascendente?
La verdad es que no. Pero como empezábamos a trabajar cada vez más juntos, fui consciente de la suerte que tenía de poder colaborar con una persona como Serrat, con una altura artística tan importante. Para mí era un gustazo poder trabajar con ese material. Y ha durado mucho. Todavía dura. Hasta el día 23.
De eso han pasado 54 largos años. Forman un longevo matrimonio (artístico) que, como tal, ha vivido sus desavenencias y reconciliaciones.
Sí, ha habido unas épocas en las que yo no he estado. Estuve casi 14 años con Alberto Cortez, estuve mucho en América, que fue muy enriquecedor, artísticamente también.
¿Cuáles han sido los mejores momentos? ¿Y los peores?
Los peores, cuando nos hemos enfadado. Los buenos, cuando las cosas funcionan muy bien y todos estamos contentos.
Porque lo de enfadarse, ¿es habitual?
Más cuando éramos jóvenes. Con los años las cosas se calman.
Habrán sido muchos los vicios compartidos. ¿Cuáles son los confesables?
Él tiene el de cantar y yo, el de tocar. Los otros son privados [risas].
Pues hablemos de vicios superados. Me hizo gracia cuando explicó que seguían ensayando como siempre. Pero que “lo único que ocurre es que antes cuando nos levantábamos era para ir a fumar un cigarrillo y ahora lo hacemos para ir a orinar”.
Es verdad. Es para lo que hay que levantarse ahora. En plan, “señorita, ¿puedo ir al baño?”.
Cuando Serrat escribe, es auténtico. Cuando canta, es auténtico. Siempre es auténtico.
Seguramente es el amigo/músico que mejor le conoce. En la gira ‘Serrat 100x100’ estaban los dos solos en el escenario. El clima de complicidad era tal, que Joan Manuel contaba anécdotas que vivieron juntos. ¿Cuáles le gusta recordar?
Hay muchísimas, la verdad. Una vez se cayó del escenario del Carlos III de Madrid. Estábamos estrenando Cantares. Y de “golpe a golpe” vi que el “verso a verso” lo seguía cantando, pero desde el foso. No se me olvida. Pero no se hizo nada. Con 24 años puedes con todo. No es lo mismo que cuando se cayó Sabina, que se quedó hecho un Cristo.
¿Cómo es el Serrat 100x100 más auténtico?
Cuando escribe, es auténtico. Cuando canta, es auténtico. Siempre es auténtico. Y, sobre todo, lo es cuando se comunica con el público. No solo está pendiente de la cuestión puramente musical, sino del espectáculo en general. Si tiene marcha, si es lento. Por eso cambia a veces el repertorio. Porque ve que la reacción del público no es la que él espera.
¿Qué talentos destaca del Serrat músico?
Una inspiración melódica digna de cualquier gran compositor, incluso los clásicos. Las melodías que encuentra son ejemplares.
¿Y del Serrat persona?
Tiene muchos. Es muy inteligente. Tiene la doble vertiente de manejar su carrera a la perfección, artísticamente y comercialmente. Como buen catalán, sabe de negocios lo que otros muchos quisieran. Es también una persona muy familiar. Como yo, lleva muchos años casado con la misma mujer. Somos hombres de costumbres clásicas. Adora a sus hijos y a sus nietos. Y ellos a él. Ya está bien distraído, ya.
¿Cuáles están siendo para usted los momentos más emotivos de esta gira?
Es que ya todo el espectáculo en sí es muy emotivo. Está montado sobre la cuestión de que uno se va, y cada día es emocionante. Y claro: el último día en Buenos Aires fue muy emotivo. El último día en Madrid fue muy emotivo. Y ya no me quiero imaginar lo que puede ser en Barcelona, porque es nuestra tierra. Aunque yo hace 50 años que vivo en Madrid, en Majadahonda, Barcelona es mi tierra.
¿Y cómo siente que el público vive su último concierto de Serrat?
Pues también con emoción, claro. Y a veces, con pena. Aunque él ya les dice que no tengan ningún sentimiento de nostalgia. Que disfruten de la fiesta. Intenta dar un momento de optimismo. Pero a la vez, siempre está presente el hecho de que es una despedida. Al final siempre se dirige a la gente dándoles las gracias por su apoyo toda la vida, y recuerda a las personas que ya no están. Desde luego, el público se lamenta por no poder volverle a ver en un escenario.
¿Cómo vivirán ustedes estos tres conciertos que les quedan en Barcelona?
Con mucha emoción, esa es la verdad. Sobre todo, el último será muy especial. Es el final de algo… en mi caso, de algo que es casi toda mi vida. Exceptuando algún paréntesis que hemos comentado antes, siempre he estado a su lado. La última vez que volví a su lado fue hace 20 años, así que imagínese. Con eso solo ya habría para sentirse nostálgico.
Nostalgia es la palabra que Serrat tanto detesta, ¿verdad?
Sí. Mejor digamos nostalgia momentánea. Y tristeza. Y nostalgia por el futuro. Pero los viejos siempre vivimos de nostalgias y de recuerdos.
¿Y cómo lo vivirán después, cuando ese final sea una realidad?
Después, no sé. Como cada día que terminamos, cada uno se irá a su casa. Y supongo que estaremos en contacto durante mucho tiempo, esperando que Dios nos dé a los dos muchos años de vida con felicidad y con ilusión. De esto se trata.
En España, ¿se conoce y valora suficiente el papel del arreglista?
He podido vivir toda mi vida de este trabajo. De tocar el piano y de escribir. Pero artísticamente, en según qué lugares la gente se fija mucho y en otros no tanto. En Argentina tuve mucha repercusión en el mundo de los músicos. Eso pasa en los sitios donde la gente tiene mucha pasión por la música. Y España no es un país muy melómano. Pero de repente alguna persona me dice: “Oiga, usted es el señor Miralles, ¿verdad?”
Francesc Burrull aseguraba que la huella que usted deja en su obra es importantísima. Hablaba del “Sonido Miralles” y a modo de ejemplo explicaba que su versión de Paraules d’amor hizo que la canción adquiriera la dimensión que necesitaba.
Burrull para mí, aunque solo tenía 10 años más, era una especie de padre musical. Él me encargó la primera grabación que hice para Guillermina Motta. En esa época no existían los ordenadores. No como ahora que cualquiera, sin saber mucho ya hace cosas, se atreve a proporcionar un soporte para que la gente pueda cantar encima y todo eso. Entonces, no. Solo lo hacíamos los que sabíamos. Burrull tenía mucho trabajo y me encargó, antes, hacer Santa Nit para Guillem d’Efak, el primer arreglo que realicé.
Por esos desencuentros que hablábamos antes, cuando yo me fui por primera vez de Joan Manuel fue cuando entró Burrull. Me fui un tiempo con Mari Trini. Burrull fue el director musical de Serrat durante un tiempo. Él hizo todo el disco de Miguel Hernández. Pero siempre nos hemos tenido mucho cariño. Y hasta que se murió, el pobre, estuvimos en contacto.
¿Y qué dice del “Sonido Miralles” al que hacía referencia?
No es que sea yo el sonido de Serrat. Es que yo trabajé con Joan Manuel e hice las cosas a mi manera. Y luego, a lo mejor, solo a lo mejor, quizás a algunos, como el mismo Burrull, le gustará mi manera de hacer e imitarán el tipo de cosas que yo hacía. Pero lo que está claro es que todos somos catalanes y bebimos de la canción francesa. Y que todos tenemos cosas en común.
No es que sea yo el sonido de Serrat. Es que yo trabajé con Joan Manuel e hice las cosas a mi manera.
Usted es un músico clave para entender la evolución de la canción catalana y latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Su nombre se asocia a gigantes de la canción más allá de Serrat: algunos ya han desaparecido como Moncho, Alberto Cortez y Pablo Milanés, recientemente.
Sí, el otro día estuvimos en la despedida que se organizó en Madrid. Pobrecito. Y también he trabajado con la peruana Chabuca Granda, la autora de La flor de la canela, que quiso hacer un experimento conmigo con el espíritu de las canciones de Perú y yo le hice la orquestación. Es una de las cosas que recuerdo con más interés. Con Alberto Cortez hice, entre otros, los discos de las ‘Canciones desnudas’. Y con Pablo Milanés, dos álbumes: uno aquí y otro en Cuba.
De Cuba es precisamente esta anécdota, pero junto a otro gran artista añorado, Moncho. Con él grabó un disco de boleros que tuvo tantísima repercusión en la isla que cuando fue allí con Serrat la gente se presentaba en el camerino pero para saludarle a usted.
Sí, sí, así fue. Hicimos un hermoso disco de boleros que gustó mucho en aquella época. Y sí, venían los cubanos, que son muy buenos músicos, y me decían: “Chico, ¡cómo me gustó ese disco!”.
No sé si recuerda este piropo que le lanzó Serrat cuando dijo: “Me habría gustado tener el ingenio de Brassens escribiendo, la fuerza de Brel cantando y la forma de pensar la música de Ricard Miralles”.
Anda, mira por dónde. La música son matemáticas. Equilibrios. Y lo que hay que buscar es un resultado que llegue al sentimiento. Que sea una cosa que te llene al escucharla. Al fin y al cabo, la música es sonido. El mayor logro que hay en la vida.
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