“Sigue habiendo buenos periodistas, pero cada vez menos empresas que apuesten por el periodismo”
José Martí Gómez (Morella, Castellón, 1937), acaba de publicar El oficio más hermoso del mundo (Editorial Clave Intelectual), una crónica -menos desordenada de lo que anuncia el subtítulo- de casi medio siglo de ejercicio de la profesión de periodista. Y, en su caso, porque no siempre ocurre así, puede decirse que es una crónica de medio siglo de periodismo. Es también el retrato de decenas de personajes que ha tratado personalmente, protagonistas de los estertores del franquismo, la transición y los primeros años de la democracia. Y el relato –salpicado con notas de humor- de un periodista que ha sido testigo de algunos de los hechos más relevantes de esos tiempos. Martí Gómez ha trabajado en Mediterráneo, El Correo Catalán, Cuadernos para el Diálogo, El Periódico, La Vanguardia, El País, El Mundo y la Ser, donde aún hoy colabora, en el programa “A Vivir que son dos días”.
Tres apuntes sobre Martí Gómez. Primer apunte. En los años setenta, en un artículo sobre el nuevo periodismo, Joan de Sagarra escribía que el nuevo periodismo era verle trabajar con las piernas cruzadas sobre la mesa, el teléfono pegado al oído izquierdo y en la mano derecha una cerilla con la que se hurgaba la oreja, mientras le sacaba a su interlocutor hasta la última confidencia.
Segundo apunte. Hace cuarenta años, la noche en que Josep Maria Huertas salió de prisión, casi nueve meses después de haber sido condenado en Consejo de Guerra por escribir que después de la guerra algunos ‘meublés’ estaban regentados por viudas de militares, sus amigos y compañeros lo levantamos a hombros frente a la cárcel Modelo, pero él, en medio del tumulto, no dejaba de preguntar: ¿Dónde está Martí, dónde está Martí? A Martí casi no se le veía: estaba un tanto alejado, acompañado por Jaume Fabre, fumando su pipa en un zaguán, semioculto en la penumbra.
Tercer apunte. El Col.legi de Periodistes de Catalunya creó hace unos años un reconocimiento profesional (se huía deliberadamente de la palabra premio) para subrayar el papel de aquellos periodistas que no buscaban eco mediático, hacían su trabajo con rigor y tenían el afecto, el respeto y la admiración de sus colegas. Martí Gómez fue el primero en recibirlo.
A la vista de estos apuntes reconocerá que, aunque no se lo proponga, es un referente en la profesión. Y ya le avanzo, para su tranquilidad, que me he propuesto no utilizar ni una sola vez la palabra maestro.
La verdad es que me lo miro con escepticismo. Me gusta recordar lo que me dijo un día Gonçal Évole, padre de Jordi Évole, a quien conozco desde hace muchos años: “Siempre le digo a Jordi que si está considerado el primer periodista de España, es que el periodismo en España es una mierda. Podrías ser el segundo, o el tercero… Pero el primero…” A mí me pasa un poco lo mismo: si me consideran una referencia es que el periodismo está muy mal.
Siempre le he oído decir que cerraría las Facultades de Periodismo, pero ¿es consciente de lo saludable que sería que les explicase unas cuantas cosas a los futuros periodistas? O que leyeran su libro…
Creo en el periodismo pero no en las facultades. Me vienen a ver muchos estudiantes y después de conversar les pregunto qué tal la facultad. Y no aprecio que tengan sintonía con lo que les enseñan. El problema es que un tanto por ciento elevado de los profesores no han hecho nunca de periodistas. Y ya sería hora de diversificar Comunicación y Periodismo. Cada vez tienen menos que ver. Una cosa son los gabinetes de comunicación y otra hacer de periodista. En el libro hay una frase de Enric González que lo expresa muy bien: creo en la formación que se daba en las redacciones cuando había ‘maestros de taller’. Andreu Roselló, director de El Correo Catalán, siempre decía: cuando acabes el artículo, vuelve a leerlo. Y si te aburres, vuelve a escribirlo.
Entonces, el problema ¿son los periodistas, el periodismo, los directores, las empresas…?
No hay empresas periodísticas que apuesten por el periodismo. Repito lo que dije cuando le dieron el Ondas al programa de Javier del Pino “A vivir que son dos días”: sigue habiendo buenos periodistas, aunque cada vez hay menos empresas que apuesten por el periodismo. Han liquidado a los ‘seniors’ y los han substituido por gente joven que necesitaría esos ‘maestros de taller’ de los que hablaba Enric González.
Dice usted que el peligro para el oficio de periodista no son las nuevas tecnologías, sino “payasos como presentadores, tertulianos sectarios, mercadotecnia, las entrevistas a políticos que no dicen nada, la falta de descaro ante el poder y la patética rendición ante la sociedad del espectáculo”. Si esto fuera un juicio le preguntaría si se ratifica en sus palabras.
Me ratifico, me ratifico. Y hablo desde mi experiencia de observador, porque por fortuna yo he tenido suerte. Te pongo un ejemplo que no es frecuente. Cuando a Javier del Pino le encargaron dirigir “A Vivir...” yo ya había anunciado que dejaba la radio, pero él me llamó desde Washington para pedirme que siguiera: “Llevo 16 años aquí pero no tengo ni idea de cómo está España y necesito alguien que me oriente”. Una de las primeras cosas que hizo fue cargarse las tertulias de políticos (con el consiguiente cabreo de algunos de ellos). “Quiero especialistas, quiero gente que hable de lo que sabe”, me dijo. Y buscamos historiadores, sociólogos, juristas: Josep Fontana, Ander Gurrutxaga, Carlos Jiménez Villarejo… Teníamos a Ada Colau, a Manuela Carmena, a Ángel Gabilondo… A los que, por cierto, para mantener la norma de no contar con políticos, hubo que hacer una despedida cuando, por suerte para ellos y para desgracia nuestra, ganaron elecciones… Lo de prescindir de los políticos de entrada no sentó muy bien en el escalafón de la cadena, pero cuando empezaron a ver las cifras de audiencia, los que dudaban fueron los primeros en asegurar que ellos ya decían que iba a ir bien.
Entonces, hacia dónde van los medios…
Creo que la prensa escrita avanza hacia un modelo de diarios de referencia, de tirada limitada, dirigidos a gente culta, formada, con una capacidad de consumo alta. Cuando estaba en Inglaterra hubo un debate a propósito del acoso mediático al que estaba sometida Lady D. Los directores de los periódicos se mostraron favorables a introducir la figura del Defensor del Lector, hasta que el director del Financial Times dijo: “De ninguna manera. El defensor del lector soy yo. Esa es mi obligación”.
Y en la actualidad, ¿ve algún diario de referencia?
No, ninguno, ninguno. Lo fue El País, también La Vanguardia en los años de Joan Tapia. Y El Mundo de la primera época. Yo trabajé para El Mundo. Pedro J. marcaba mucho. Tenía un gran ego, pero era muy trabajador, hablaba con todos y si le llevabas la contraria y veía que se había equivocado no tenía reparos en admitirlo… Pero nunca sabías si estabas trabajando para un periódico de derechas o uno de izquierdas.
Dice usted que a lo largo de su vida profesional ha tenido como gargantas profundas a dos ministros, un atracador, un alcohólico, tres abogados, un farmacéutico, media docena de jueces y fiscales, políticos de variado pelaje, un policía y el propietario de un colmado. Son fuentes realmente muy variopintas.
Sí, realmente. Y en el libro descubro el nombre de muchas de ellas. Y explico algunas de las extrañas situaciones que he vivido. Como el día en que una de mis fuentes, el fiscal José María Mena, cogió un caso en el que yo era el demandado. Nos conocíamos desde hacía un montón de tiempo, pero cuando llegué a su despacho me trató con una cierta brusquedad: me pidió el carnet de identidad y me preguntó: ¿De dónde ha sacado usted la información?
Y a partir de esa pregunta, Martí reproduce el diálogo entre fiscal (aunque en el libro no desvela que se trataba de Mena) y acusado:
-Pues no me acuerdo -respondía poniendo cara de tonto del bote.
-Lógico… El declarante dice no recordar, dado que cada día recibe mucha información y las fuentes se le confunden en la memoria –dictaba el juez o fiscal a la secretaria.
Luego preguntaba:
-¿Sabe usted que ha infringido el artículo tal y cual?
-No.
-Lógico… El declarante dice que es lego en leyes y que no ha leído nunca el Código Penal ni la Ley de Enjuiciamiento Criminal y que al escribir esa información se dejó llevar por la buena fe, sin el menor interés en criticar a los que se han sentido ofendidos, por los que siente un profundo respeto.
Tras un par de preguntas más te decía:
-¿Quiere usted añadir algo más?
-Nada más.
-Lógico.
Retirada la secretaria, a solas los dos, el juez o el fiscal adoptaban una cómoda postura en el sillón giratorio y te decían:
-Sobre el tema que te ha traído aquí podrías escribir un segundo reportaje explicando que…
Lo que queda claro es que sus fuentes eran muy solventes, porque ha tenido veintisiete citaciones judiciales y de todas ha salido absuelto.
Es que cuando alguien te ha hablado de diez cosas complicadas y no te ha fallado nunca es que es solvente. En ocasiones vas a muchas fuentes y todos te dicen lo mismo.
Entonces, la teoría de las tres fuentes antes de publicar una información…
Nada, nada. Ya explico en el libro que una vez quise ponerla en práctica y lo que consiguió la tercera fuente, Javier de la Rosa, fue parar la información. En cambio, en otros casos, he publicado informaciones comprometidas procedentes de una sola fuente, como cuando escribí, a propósito de la desaparición de Lasa y Zabala, cuyos cuerpos buscaban por Euskadi, que estaban enterrados en un descampado de Alicante. Y meses después se confirmó. ¿Quién fue la fuente? Pues Juan Antonio Roqueta, un abogado que se relacionaba mucho con policías. Quiero decir, que frecuentemente tomaba copas con policías. Y algunos de ellos se fueron de la lengua. Lo publiqué y se confirmó. Si venía de Roqueta tenía que ser cierto. Roqueta era muy conservador. No creía en la Justicia pero sí en el Derecho. Y cuando algo vulneraba el Derecho, no lo toleraba.
La tesis de que uno de los problemas del periodismo es que ahora no se bebe también se la he oído más de una vez.
Bien, en realidad yo me refiero a lo de tomar copas como relación social, como un modo de crear empatía. El primer día no es necesario forzarlo. Pero te sirve para una nueva cita. Y a la segunda o la tercera, te has tomado una botella de vino a medias y luego un par de whiskies… y entonces le dejas ir a tu acompañante: “Y por cierto, me han contado que…” Y en ese momento casi seguro que ya se sueltan.
En eso de generar empatía recuerdo el arranque de una entrevista que le hizo para el Magazine de La Vanguardia a Fernando Fernán Gómez, acreditado cascarrabias. Nada más entrar, usted le dijo: “Le confieso que estoy acojonado”. Y él le respondió, casi le ordenó: “Siéntese, coma un poco de jamón y dígame qué quiere para beber”. ¿Al final se hicieron amigos?
Fue una entrevista complicada pero acabó bien. Antes de llegar a su casa nos llamaron por teléfono para advertirnos que estaba muy cabreado y sugerirnos que quizá fuera preferible esperar a otro día. Pero la fotógrafa, Montserrat Velando, y yo decidimos arriesgarnos. Cuando nos vio, ya nos soltó: “¿Vosotros dos sois amantes?” Nos quedamos perplejos. Al empezar la sesión de fotos salimos al jardín y Velando le pidió si podía ponerse al lado del olivo. Y él le respondió de modo cortante: ¡al lado, eh, no encima…! Ante nuestra cara de interrogación nos explicó que tiempo atrás un fotógrafo le había pedido que se subiera al olivo y que adoptase una pose normal. Y Fernán Gómez le gritó: “¡Pero imbécil, cómo quiere que adopte una pose normal subido a un olivo!”
En uno de los artículos que escribe en la web La Lamentable leí que se refería a un paseo con John Le Carré por un parque de Londres, como si pasear con Le Carré por un parque de Londres fuera lo más normal del mundo.
Es que éramos vecinos. Los dos vivíamos en Hampstead. Piensa que hace 25 años estos escritores casi no daban entrevistas. La primera entrevista con Le Carré que se publicó en España nos la dio a Josep Ramoneda y a mí. Nos citó en Zurich y al acabar, mi hija María, que era la fotógrafa, le pidió si le podía hacer las fotos en su casa. Él le preguntó si era para venderlas a algún sitio. Y ella le aclaró que no, que era mi hija y las quería sólo para ilustrar la entrevista. Él le iba a dar su número de teléfono cuando ella le dijo que vivíamos en Londres. ¿Y qué hacemos entonces en Zurich?, se preguntó. Nos había convocado allí porque creía que desde Barcelona nos iría mejor. Y así fue como nos enteramos que vivíamos muy cerca. A veces nos cruzábamos por el parque, nos saludábamos y en ocasiones hablábamos unos instantes. En Inglaterra la gente es muy respetuosa, no te aborda por la calle. Aquí, ir con Jordi Évole, por ejemplo, es un calvario. Te paran a cada momento, sobre todo para hacerse fotos. Una vez lo llevé a Morella y el auditorio estaba repleto, así que cuando empecé a hablar les dije: “Ya sé que estáis aquí todos por mí…”
A Graham Greene también consiguió entrevistarle.
Soy un lector fanático de Graham Greene. Había solicitado la entrevista en diversas ocasiones, pero siempre me decían: “El señor Greene no da entrevistas”. Cenando un día con un abogado me preguntó si había alguien a quien hubiera querido entrevistar. Y le dije: a Graham Greene. Y me explicó que tenía un amigo que a su vez conocía a alguien que tenía un amigo que era amigo de un amigo de Graham Greene y que un día le preguntaría. Como puedes suponer, no hice mucho caso. Pero un día, recibo un tarjetón manuscrito en el que me dicen: el otro día, un amigo de un amigo que tiene un conocido que tiene un amigo… me dijo que quería una entrevista conmigo. Yo estaba borracho y le dije que sí. Y la palabra de un borracho es sagrada. Vengan a verme. Y firmaba: Graham Greene. Fuimos a entrevistarle Ramoneda y yo a su casa de Antibes. Constaté que era un gran bebedor cuando le pedí si podía ponerme un poco más de hielo en mi bebida y me señaló la nevera. La abrí y allí no había comida, sólo botellas de ginebra y whisky. Al acabar la entrevista nos dijo que no podía acompañarnos en la cena pero que nos había reservado mesa en Chez Félix, el restaurante de abajo.
-¿Qué quieren cenar?, nos preguntó el maître.
-Lo mismo que el señor Greene, le dijimos.
-Y para beber, ¿quieren beber la misma cantidad que bebe él?
Al leer “El oficio más hermoso del mundo” he tenido la sensación de que quiere ser indulgente con los personajes que aparecen, pero a medida que profundiza en su carácter en ocasiones le sale, diría que inevitablemente, un perfil implacable.
Josep Fontana tuvo la misma sensación. Me dijo que le había gustado mucho el libro, aunque valoraba sobre todo que estaba escrito por una buena persona, porque de lo contrario muchos de los personajes que aparecen saldrían destrozados.
¿Pujol es el personaje que más le ha decepcionado?
Sí, sin duda, porque además tenía una relación cordial a nivel personal. Nunca le voté, y él lo sabía, pero me respetaba. Y yo también a él. Cuando era President un día recibí una llamada de su secretaria convocándome a una reunión a las nueve de la noche. Voy al Palau de la Generalitat, me paran los Mossos en la puerta y yo les digo, “no sé si me han gastado una broma, pero el President me ha convocado a una reunión a esta hora”. El jefe de guardia confirma que Pujol está en su despacho y que espera mi visita. Entro y Pujol me pregunta: “Esto del Gal, explícame, explícame…” Yo tenía mucha información sobre el Gal y le empecé a contar cosas. Le expliqué detalles como que había estado en Bilbao en el despacho de Paco Álvarez, jefe de la lucha antiterrorista [posteriormente condenado por el secuestro de Segundo Marey] y a quien yo conocía de su paso por Barcelona. Le conté una conversación sobre un crucifijo que Álvarez tenía siempre sobre el escritorio. Al no verlo allí en Bilbao le pregunté al comisario y él se llevó la mano al bolsillo, sacó el crucifijo y me dijo: “Lo llevo siempre conmigo”. Pujol pareció muy interesado por todo: “¿Cómo, cómo te dijo? ¿Eso te dijo? Vaya, vaya…”. Seguimos hablando de cosas diversas y en un momento determinado me suelta: hay militantes históricos de Convergència que me dicen que si no recuperamos el tejido ético este país se va al traste. Y dicho esto, me dio una palmadita en el hombro -“Martí, no som res” (no somos nada)- y me dejó solo en medio del Pati dels Tarongers. ¡Qué decepción, Pujol!
Antes del epílogo dedica un capítulo a personas que usted define como perdedores.
Porque siempre se habla de los triunfadores y en la vida hay perdedores, gente que tiene historias interesantes, que han tenido una vida potente, una vida admirable y que se han visto abocados a ser perdedores. Siempre me han fascinado las historias de perdedores.
Esa frase de “El oficio más hermoso del mundo” se la escuché muchas veces a su gran amigo Josep Maria Huertas.
Creo que la frase es de García Márquez. Y se podría completar con otra que dice que el periodismo, si buscas historias, si buscas gente, si sales a la calle, te permite vivir tu vida y la vida de los demás. Y eso te hace madurar. Porque vives mundos antagónicos. Si por la mañana vas a un barrio de chabolas y por la tarde vas al Ritz ves que hay otros mundos. En eso Huertas y yo éramos diferentes, porque yo soy menos radical y aceptaba que esa vida que veía por la tarde no tenía por qué estar vivida por mala gente.