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Vox, los vendedores de melonis

El secretario general de Vox, Ignacio Garriga (i) junto al candidato por Barcelona, Juanjo Aizcorbé, el pasado domingo en Badalona.

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Apenas media hora antes de que empiece el mitin de Vox en Badalona, apenas a doscientos metros de donde ya están dispuestas las sesenta sillas plegables y la carpa verde Vox (no es verde lechuga, ni mucho menos verde, que te quiero verde, Federico), hace su entrada en una frágil barca de madera la Virgen del Carmen. Es su festividad, 16 de julio. Ha caído en domingo y, son las 19h. En la playa, aún quedan algunos bañistas.

La playa de Badalona ha sido noticia estos días porque el acalde Albiol anunció que multará a todo el que moleste con la música y haga cosas que no le gustan. Xavier García Albiol es del Partido Popular y ha conseguido en la últimas municipales, donde los de Vox no se han comido una rosca (1.223 votos en total), una mayoría tan descomunal, que ha dejado patidifusos al resto de los partidos. En Badalona se ha votado en avalancha a Albiol, porque hacía tiempo que las elecciones locales se habían convertido en un pulso entre los partidos y las gentes de los barrios. Anteriormente, cada vez que ganaba Albiol, el resto de los partidos se unían para echarlo de la alcaldía. En esta convocatoria le han llovido los votos, más de 50.000. El discurso, y la política, de Albiol es personalista, populista y coincide con los postulados de Vox. Por eso a los partidos les horroriza tenerlo de alcalde. Pero sus votantes ven en él a un tipo de barrio (se crio en el barrio de la Morera), víctima del abuso de los políticos.

La música de la banda de tambores y viento (incluida una gaita), que celebra la llegada de la Virgen de los marineros y de los pescadores, parece no molestar en esta tarde de playa. Los carmelitas descalzos, con hábito marrón (la pobreza es marrón, como los osos y los árboles), y con estola blanca bordada con el escudo de la orden (una cruz en forma de montaña y tres estrellas de seis puntas), reciben a su patrona y la pasean en procesión acompañados de un grupo de devotos y de catifaires (los que hacen las alfombras de flores). Ha hablado por megáfono un fraile regordete de barba blanca, pulcramente recortada. Se ha referido a la Virgen y a los pescadores con el desconcierto con que Rajoy hablaba del alcalde y los vecinos. La gente no le ha hecho mucho caso, y la música sigue. Entonces la procesión ha descendido por paso subterráneo para cruzar las vías (las del primer ferrocarril que se hizo en la España peninsular, la línea Barcelona-Mataró), y ha proseguido paralelamente a la orilla del mar hasta llegar al sitio donde Vox va a dar su mitin. Aquí, ha girado por una calle llevándose la música a otra parte. Algunos asistentes al mitin ultra se han acercado para ver la procesión, pero en general la indiferencia era mutua.

De otro paso subterráneo próximo, el de la estación de tren, salen los bañistas con las toallas bajo el brazo, que se dirigen al metro. Suben por la calle del Mar, el paseo comercial por excelencia de Badalona, la cuarta ciudad con más habitantes de Cataluña (223.506, según las últimas estadísticas). Los paseantes y los que vuelven de la playa hacen un alto y forman largas colas en las heladerías. Este verano se llevan los cucuruchos gigantes de pistacho, que es otro verde. En este barrio del centro de Badalona, en cuya playa se celebran todas las fiestas, por cuyas calles comerciales discurren endomingados los ciudadanos, Vox sacó en las últimas autonómicas 119 votos. Más o menos es la gente que ha venido ahora al mitin, pero, esta tarde, la mayoría procede de otros lugares de Barcelona.

Igual que el nombre del podcast dedicado a la cultura lovecraftiana (y más), todo está tranquilo en Dunwich. Y aquí también. Bajo la carpa, unos militantes ofrecen los artículos del partido: chapitas, bolígrafos, pulseras y cintas verdes y rojigualdas, folletos explicativos, y piruletas verdes. Quizá el verde Vox recuerde el verde Tecnocasa, pero ahora no vayamos a especular. Hay expectación a la espera de la llegada de los líderes. Van a intervenir, por este orden, Juan José Aizcorbe (cabeza de lista por Barcelona, y antiguo militante de Fuerza Nueva), Jorge Buxadé (actualmente uno de los dirigentes más activos, y antiguo militante Falange Española y de las JONS, y luego de Falange Auténtica Española, es decir, que no pierde la FE), e Ignacio Garriga (candidato a la presidencia de la Generalitat, con camisa de listas por fuera de los vaqueros y zapatos sin calcetines, como un carmelita descalzo que ha ido a la oficina).

En general, se distinguen en Vox dos tipos de ultra: el de montería y el de recambio de tóner con gemelos (a pesar de su nombre, Espinosa de los Monteros es de los segundos). Ambas categorías están aquí esta tarde. También da vueltas un señor vestido de primera comunión con bambas, y otro que lleva un ojo a la virulé tras unas gafas negras. En la elegancia ultra es más importante la caja torácica que la ropa, el cráneo que el cabello (por eso José Antonio se peinaba con el pelo pegado). Ante una tarima de no más de medio metro de alto, y escoltada por dos bafles (como Pink Floyd en Pompeya, pero sin perro), la gente de Vox ya se ha acomodado en las sillas plegables y negras, y sostienen su bandera verde con el nombre del partido, o bien la que reproduce los colores de la bandera española. Como es verano, y estamos en la playa, algunos caballeros (corriente tóner), han optado por el estilo puerto deportivo sin yate, y muchas damas han elegido el estilo largo elegante para la fiesta del pueblo, con enternecedor tatuaje en el omóplato del hada que duerme. Remedando a los bafles del escenario, dos grupos de Mossos d'Esquadra, con sus furgonetas, vigilan el acto a ambos lados de la plaza o explanada, o lo que sea esta parte de la rambla de Badalona, donde se yergue bien alta la estatua a Vicente de Roca i Pi, tercer barón de Marmellar, millonario de negocios ultramarinos y benefactor de los pobres.

Es por detrás de este monumento de hombre con niño por donde aparecen Aizcorbe, Buxadé y Garriga, escoltados por machacas del partido, marchan decididos, con ritmo, lo mismo que un comando de la película Novecento. Un instante antes, se les ha indicado a los asistentes que se pongan en pie para recibir a sus líderes. La concurrencia agita las banderas y grita viva España al verlos en el estrado. También se ven tatuadas cruces celtas en los brazos, pero solo se distingue una barba abascaliana. Al facha español le gusta mucho afeitarse, y sabe que las barbas solo pegan en el tercio. En esto, es muy considerado. Como en Vox son fans de la presidenta de gobierno italiana Giorgia Meloni, también tienen algo de vendedores de melonis bajo este sol de verano.

A la que toma la palabra el maestro de ceremonias, una mujer solitaria, subida a un parterre, empieza a golpear una cacerola. Clon, clon, clon... Ya no va a parar ni un segundo hasta que no acabe el mitin y se vayan todos. Clon, clon, clon... Le da con rabia, con convencimiento, y consigue que su ruido de protesta les resulte molesto a los oradores. El primero en intervenir, Juanjo Aizcorbe, se referirá a la mujer como “la de la batería”. En Pink Floyd en Pompeya, el batería era Nick Mason, aquí es una mujer en pantalón corto que ha decidido plantarle cara sola a los ultras. Clon, clon, clon..., gime el cazo. Y la gente responde aclamando a Juanjo, Juanjo, Juanjo. Un militante muy gordo le dice en broma a un compañero, en referencia al ruido de la cacerola: se le va a quedar la mano encajada, dale un golpe.

El discurso del ex Fuerza Nueva (donde sabían mucho de dar golpes), Juanjo Aizcorbe, está impregnado de ese sentimentalismo de hadita que duerme abrazándose la rodillas, y así explica a quienes le escuchan que, igual que cuando una madre está enferma hay que cuidarla, hay que hacer lo mismo con España. Y a continuación invoca un patriotismo doliente que, si se queda solo en llevar la pulserita, no es patriotismo, sino patrioterismo. Juanjo Aizcorbe pertenece a una ultraderecha de folletín, que ni siquiera practicaba Vizcaíno Casas (llevaba demasiadas horas de Boadas en la sangre para caer en eso). Sus compañeros le llaman poético condescendientemente; pero su oratoria es de cura de catecismo chungo.

Se han unido tres manifestantes a la mujer que golpea el cazo. Ya no está sola. Ahora hay un par de jóvenes y una señora mayor que increpa a los oradores a cara descubierta, es decir, levantando la barbilla para que se le vea bien a ella, lo que siente, lo que dice, su carne blanca, sus canas. Les dicen fascistas y el cazo sigue clon, clon, clon...

Para ser falangista, Jorge Buxadé no es buen orador. No se puede leer a José Antonio sin repasar a Ortega y Gasset. Es una cuestión de época, de fraseo. Está también en Juan Aparicio, y en Luys Santamarina, y llega echando el bofe hasta el macuto guerracivilero de García Serrano. Me refiero al estilo. Buxadé arranca aplausos defendiendo el español en las aulas y arremetiendo contra la emigración. Sirva como homenaje a la memoria del maestro Ibáñez, recientemente desaparecido, observar que, si a alguien se parece Buxadé, más que a José Antonio, es a Chapeau el Esmirrau. Quiero decir, de un modo tebeístico.

Clon, clon, clon... Continúa uniéndose gente al grupo del parterre. Ya son seis las personas que protestan contra el mitin. Uno lleva una bandera independentista y, en nada, subirá otro con una bandera LGTBI. Al ruido de la cacerola se suman los gritos de “¡Fora feixistes dels nostres barris!”. Una barrera de militantes de Vox con banderas pretende tapar a los que gritan, dejarlos al margen del acto. La cosa se pone cada vez más tensa. Los Mossos se han plantado en el lugar para disuadir de cualquier tentativa de agresión. Ya son once las personas que protestan y no cesa el clon, clon, clon... El cazo que no cesa. Antes de finalizar su intervención, Buxadé exclama: el futuro nos pertenece, que es el título de las memorias del exlehendakari Ibarretxe.

Ha tomado la palabra Ignacio Garriga Vaz de Conciçao, descendiente de los Garriga que introdujeron en Barcelona los laboratorios de revelado Agfa, y por parte de madre (una periodista, antigua militante de Alianza Popular), de raíces ecuatoguineanas. Ignacio Garriga es dentista, profesor de universidad y vive en Sant Cugat, un Beverly Hills pujolista antaño, y ahora lo que surja. La cacerola sigue su marcha triunfal, y Garriga señala con el dedo a los que protestan y grita que tendría que intervenir el conseller de Interior, Joan Ignasi Elena, para “tirarles bolas de goma y darles porrazos y mandarlos a su casa”. La gente se pone en pie y aplaude.

Clon, clon, clon... El grupo sigue protestando detrás de la barrera de militantes de Vox que quiere ocultarlos. De repente, Garriga pasa a la provocación, y baja disparado del escenario contando los pasos que lo separan de los manifestantes. Se lanza de cabeza a ellos seguido de sus escoltas, gente cachas de polo y musculito, avanza señalándoles con agresividad y desafío, y varios de los militantes se apuntan al comando y se tiran en tromba contra la gente del parterre. Clon, clon, clon... La cacerola no deja de oírse. Hay forcejeos y empujones, pero los Mossos intervienen pacíficamente y con palabras consiguen que las aguas vuelva a su cauce, quizá a su alcantarilla. De nuevo desde su tribuna de orador, Garriga exclama: “lo mismo que he andado hasta ellos para contar los pasos que nos separan, andaré por nuestra tierra para recuperar la libertad”.

Tras el agresivo incidente, se ha disuelto el grupo que protestaba. Se han ido todos. O casi. La señora mayor está sentada en el pretil del parterre respirando acalorada. Pero sigue solitaria la mujer de la cacerola. Clon, clon, clon... No se rendirá ni por pienso. Antes de concluir su intervención, Garriga responsabiliza al socialista Salvador Illa de las violaciones grupales en Badalona por permitir “la suelta” de violadores. La gente que vota a Vox no es la que va a sus mítines, porque si fueran no les votarían. Ese es su juego.

Despide Garriga el acto diciendo que Dios os bendiga y que dios bendiga nuestra patria, y tras esto suenan unos compases del himno nacional que los asistentes escuchan, unos, en rigurosa posición de firmes y, los más, en pie, con las banderas en alto.

Clon, clon, clon... La gente del mitin se ha ido, y sigue sola la mujer haciendo sonar la cacerola. Tiene 60 años. Nació en Chile y sufrió con su padres el golpe y la dictadura de Pinochet. Fueron a por ellos. Recuerda a su padre en septiembre del 73 haciendo un hoyo en la tierra para esconder sus long plays. Pudieron escapar del horror y se vinieron a Barcelona. No quiere decir su nombre, hace bien. Hay gente de la organización del mitin rondando junto a ella. Ahora vive ahí mismo, en el centro de Badalona, y dice que no quiere volver a tenerlos en la puerta de su casa. Su constante clon, clon, clon, es el sonido de la persistencia de la memoria. Clon, clon, clon.

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