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Institutos locales: cuando la Educación Secundaria se convirtió en derecho ciudadano

Alumnos del instituto elemental Rodrigo Caro, en Utrera (Sevilla) que funcionó entre 1933-1937

Carmen Bachiller

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El debate ideológico ligado a la Educación ha sido siempre objeto de controversia en nuestro país. El último episodio lo protagoniza el 'pin parental', un documento que permite a los padres vetar aquellas actividades que cuestionen sus convicciones morales, ideológicas o religiosas en los colegios.

Y es que los vaivenes legislativos en el ámbito educativo son una constante en España, también en lo que a las enseñanzas medias se refiere.

Un libro publicado por el profesor e investigador toledano Francisco García Martín (Villacañas. 1959) arroja datos inéditos sobre el origen de los llamados 'Institutos Locales' en nuestro país, con un amplio índice de referencias.

Recoge una parte de la historia de la Educación Secundaria (los centros de segunda enseñanza) desde sus orígenes allá por 1845 hasta su casi total desaparición o reconversión con la llegada del franquismo en 1939.

‘Los institutos locales en España (1842-1942)’ que publica Almud, recoge las vicisitudes de este tipo de enseñanza que terminaría por democratizarse, no sin dificultades.

Algunos de los primeros acaban de cumplir 175 años, como el de Teruel y otros, como el de Toledo, lo harán en este año 2020.

¿Qué eran los institutos locales?

“La existencia de los Institutos Locales de Enseñanza Secundaria, unos 200, es algo poco conocido en la historia de la enseñanza media de nuestro país”, dice Francisco García Martín. Por eso, el libro busca “visibilizar y rescatar la historia local que, en muchos casos, ha sido olvidada o enmascarada”.

En la mayoría de casos, se abrieron en aquellas localidades que no eran capitales de provincia y tuvieron hasta cuatro etapas diferentes entre los siglos XIX y XX e incluso distintas denominaciones.

Algunos fueron promovidos por las élites locales o por los ayuntamientos hasta que en 1928 fueron reconocidos por el Gobierno de la nación, tanto durante la dictadura de Primo de Rivera como durante la II República.

Todas ellos tuvieron algo en común: la cada vez mayor demanda de enseñanza media en España. La cuestión, dependiendo que quien gobernase, es si estos centros debían ser públicos o privados, y en este último caso, gestionados por las órdenes religiosas.

La educación secundaria como derecho ciudadano

“Era difícil que la Educación Secundaria se entendiese como derecho ciudadano. Prácticamente, salvo periodos muy concretos como el de la II República donde sí fue así”, explica Francisco García Martín.

No obstante, matiza, “durante la I República, en el Sexenio Democrático, ya se intentó hacer ver que la educación era un derecho ciudadano. No algo universal, pero sí un derecho ciudadano. Es decir, el Estado tenía el deber de ofertarlo y cubrir la demanda”.

En líneas generales fue difícil, dice el autor, consolidar una red pública de centros educativos en segunda enseñanza a lo largo y ancho del país, pese al esfuerzo de las clases medias, las élites locales o los sectores más progresistas.

Pese a todo, hubo “hitos” en la historia en los que despuntaron estos centros. Es el caso del Sexenio Democrático (1968-1874), con los institutos libres, la proyección regeneracionista a través de la Ley de 7 de mayo de 1928 o la creación de los Institutos-Escuela por la Institución Libre de Enseñanza.

También hubo una eclosión durante la II República, sobre todo debido a la Ley de las Congregaciones Religiosas de 1933, que prohibió a estas instituciones ejercer la enseñanza.

La “improvisación” de los primeros momentos

En los primeros compases estos centros se caracterizaron por la falta de medios, la improvisación y algunos enseguida se vieron abocados al cierre como los de Vitoria, Guadalajara y Cuenca (estos dos últimos reabrieron en 1865).

Ese mismo año, el periódico La Nación apuntaba a la necesidad de abrir centros en Hellín, Alcázar de San Juan, Sigüenza o Talavera de la Reina, entre otros. No todos lo consiguieron ni en el mismo periodo.

Algunos proyectos de enseñanza secundaria cristalizaron en un ‘instituto local’. Es el caso de Molina de Aragón (Guadalajara) donde funcionaría entre 1851 y 1899.

El debate entonces era “intenso” y había una fuerte oposición a extender este tipo de centros. El conquense, Fermín Caballero, retirado ya en la localidad de Barajas de Melo tras su paso por el Ministerio de Gobernación, hablaba en varios artículos de la “resistencia de ciertas autoridades civiles y eclesiásticas” en la capital conquense a la apertura de un colegio de internos que facilitaría la viabilidad del Instituto de Cuenca, dada la imposibilidad de abrir institutos locales en Tarancón o en Huete.

Fue durante el Sexenio Democrático (1868-1874) cuando la I República hizo un intento de ampliar la red de centros de segunda enseñanza con los llamados “institutos libres”.

Ayuntamientos y diputaciones pudieron crear centros de cualquier nivel educativo. En esa época muchos centros educativos locales se transformarán en institutos libres de Secundaria. En Hellín, Almansa o Tarancón se abrieron centros de este tipo.

La biografía profesional de muchos de los catedráticos de Instituto comenzará en uno de estos institutos libres. Fue el caso de Hermenegildo Giner de los Ríos (Cádiz, 1847-Granada, 1923). En un amplio periplo llegó a tener cátedra en el Instituto de Guadalajara.

Eso se acabó con la restauración de la monarquía borbónica que se prolongó hasta 1931, en un periodo en el que la iglesia tomaría las riendas.

1928, la incorporación de la mujer a las aulas

En 1928, se produce un nuevo momento para los institutos locales. Un Real Decreto intentó dar respuesta a la cada vez mayor afluencia de alumnado, y a la numerosa incorporación de la mujer a la enseñanza media.

“Hasta entonces habían estado prácticamente excluidas de la enseñanza secundaria”, recoge el libro.

Ese mismo año, un decreto reguló la educación profesional en España en centros dependientes del Ministerio de Trabajo. Valdepeñas (Ciudad Real) reaccionó a la medida creando en 1930 un Patronato Local de Formación Profesional, que elaboró una ‘Carta fundacional de la Escuela de Trabajo’. Se convirtió en un “centro pionero” de este tipo de estudios en la hoy Castilla-La Mancha y se mantuvo abierto hasta 1936.

La supresión del control religioso sobre los centros de enseñanza

La llegada de la II República trajo consigo la supresión de la titularidad religiosa sobre los centros de enseñanza con la Ley de Confesiones y Congregaciones religiosas de 1933.

Y sin embargo, la iglesia eludió la prohibición con la creación de la Sociedad Anónima de Enseñanza Libre (SADEL). “Fue una manera de burlar el decreto de supresión de órdenes religiosas poniendo a nombre de testaferros muchos colegios religiosos que siguieron funcionando como SADEL”.

“En muchos lugares los institutos de enseñanza media de la República se conocen más por la herencia del instituto religioso que le sustituyó”, explica García Martín.

Es el caso del ‘Teresiano’ de Quintanar de la Orden en Toledo que funcionó entre 1933 y 1939. “Introdujo nuevas formas pedagógicas y amplió la base social de la enseñanza secundaria” hasta que fue suprimido por la dictadura franquista.

La profesionalización docente

Los institutos locales sirvieron también para democratizar al profesorado, implementando estudios experimentales y facilitando la incorporación de la mujer a las aulas.

Durante la II República se hicieron “cursillos de idoneidad” con el fin de que muchos licenciados pudieran ser profesores de instituto. “Se iba hacia un cuerpo más amplio que el de los catedráticos de institutos provinciales”, explica el autor.

Era un intento de profesionalizar la red de profesores institutos locales para favorecer el acceso al profesorado de enseñanzas medidas. “Eso se rompió radicalmente con la depuración del profesorado y los filtros del régimen franquista”.

“No son en absoluto el germen de los IES”

Los institutos locales, sin embargo, “no son en absoluto el germen de los que hoy conocemos como IES”, los actuales institutos de enseñanza secundaria, dice el investigador.

“Hay que hacer tabla rasa. Hoy se entienden como preparación para la etapa universitaria pero entonces eran el lugar para crear funcionariado o cuadros medios, con la formación profesional por otro lado”.

En determinados lugares, los institutos surgieron por “inercia histórica”. Es el caso de Sigüenza (Guadalajara), que había tenido universidad, en otras se debía a su condición de ciudades muy populosas o potentes como Hellín (Albacete).

Y es que “había demanda y carencia de oferta formativa que no podían cubrir los institutos provinciales que se instalaban en las capitales de provincia”

Por otro lado, recuerda el autor, “el 80% estaba en situación de pura supervivencia. Las clases medias recurrían a los hijos como mano de obra del negocio familiar pero si querían tener carrera en la función pública debían apostar por la enseñanza secundaria”.

La “puntilla” del franquismo y la segregación por sexo

La llegada del régimen franquista dio “la puntilla a los institutos locales, suprimiendo todos” porque se consideraban “innecesarios a todas luces”.

Se tuvieron que abrir nuevos institutos o doblar las secciones para incluir una enseñanza ‘masculina’ y otra ‘femenina’, además de incluir la consabida enseñanza religiosa y de Formación del Espíritu Nacional. Y sin embargo algunos se saltaron la ley “compartiendo espacios o tiempos como los IES Jorge Manrique de Palencia, el Valle Inclán de Pontevedra, o el IES El Greco en Toledo”.

Y si la represión se cebó en particular en los docentes, la Institución Libre de Enseñanza que había sido creada para romper los corsés de la enseñanza oficial fue eliminada completamente. “El CSIC es fruto del cierre de esta institución”, recuerda García Martín.

“Su política fue entregar la enseñanza secundaria a la Iglesia”. Eso ya había ocurrido durante la Restauración borbónica en 1875. Curiosamente, en 1986 y con un gobierno socialista, se dio una nueva vuelta de tuerca con el reconocimiento normativo a la actual enseñanza concertada.

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