Los bebés robados
Lo que no se cuenta no existe. Tampoco existe lo que no se ve. Es la ley del mercado político donde la decencia se convierte en un estercolero. También los medios de comunicación contribuyen demasiadas veces a convertir en invisibles historias que, cuando las descubres, te ponen los pelos de punta. Y entonces ese descubrimiento te llena de rabia, de una impotencia que te lleva a desconfiar profundamente de la democracia que vivimos, de la desconfianza en lo que de bueno habríamos de encontrar no en los alrededores sino en nosotros mismos. El tiempo que nos toca vivir es el del descuartizamiento de lo humano. Cada uno a la suya. Cada cual con sus intereses individuales. Estamos en el destrozo de la solidaridad, de los gestos mínimos de meternos en otra piel que no sea la nuestra. A la mierda lo que le pase a la gente con la que nos cruzamos en la escalera porque la única escalera transitable es la que nos lleva directamente a nuestro único bienestar, aunque ese bienestar sea el cuento chino más embustero que nos han contado en nuestra vida. Ya se apañarán los demás porque yo ya tengo problemas suficientes para llenar un contenedor de penas no reciclables. Es la ley no escrita que condena a mucha gente a la invisibilidad, a la mudez cuando quiere contar lo que le pasa, a la desesperación porque lo único que encuentra al final del túnel es el desprecio de los otros.
A muchas mujeres de este país les robaron sus bebés en el momento mismo de ser madres. Es una historia que ya conocemos desde hace tiempo. El franquismo saqueó las cunas de los hospitales y entregó los bebés a familias que comulgaban con las despreciables teorías genéticas de Vallejo-Nágera. Encontrar el gen rojo y destruirlo. Ése era su objetivo. Ese tipo aún tiene calles a su nombre en este país nuestro que sigue siendo de los de siempre porque aquí las leyes que tenemos no son de Memoria sino de Olvido y de Silencio. La victoria fascista encumbró prácticas nazis en los hospitales. Médicos, curas y monjas se aliaron en esa mafia cruelísima que se dedicó a robar bebés nada más salir del vientre de sus madres y mandarlos como arrugados animalitos en un taxi a las casas pudientes del Régimen. No es broma lo del taxi. Muy cerca de la ciudad de Valencia había uno que cargaba un montón de recién nacidos en su auto y los repartía por esas casas. ¿Y saben ustedes cuáles eran las órdenes?: si alguno se te muere en el camino, lo echas por la ventanilla. El relato de aquellas atrocidades es insoportable. Una de aquellas monjas que vaciaba las cunas de los centros de maternidad tiene títulos de honorabilidad que la ocultan a los ojos de la justicia. Los bebés robados son una realidad que se alargó más acá de la dictadura. Hasta los años noventa del pasado siglo. Los componentes de la banda mafiosa seguían siendo los mismos: ginecólogos, curas y monjas. Hay nombres y apellidos de los miembros de la banda. Pero no pasa nada. En este país no pasa nada cuando se trata de tocarles la cara a los poderosos. Como siempre.
Hay un documental excelente que cuenta esa historia que permanece en la invisibilidad social y en los rincones más despreciados por la justicia. Se titula Ladrones de vidas. Niños robados en la Comunidad Valenciana. Lo han realizado Miguel Hernández y Luis Pla. Y lo van moviendo como buenamente pueden por alguna institución pública (pocas, la verdad sea dicha) y algunas asociaciones ciudadanas. Los testimonios son escalofriantes. Algunos de esos testimonios son los propios bebés robados que buscan a sus padres biológicos. Otros son esas madres que exigen conocer a los bebés que les fueron arrancados en el instante mismo de que soltaran el primer llanto. Les decían que habían muerto al nacer y que los habían enterrado para que los padres no vieran la muerte tan de cerca. Lo que la banda mafiosa de ginecólogos, curas y monjas metían en las pequeñas cajas de madera era restos de carne descuartizada, algo que pesara un poco para disimular el vacío. La tarde en que vi el documental, una madre que busca a su bebé robado dijo que cuando abrieron la caja de madera lo que había dentro era un brazo de adulto. Ya lo dije más arriba: escuchar esos relatos resulta de verdad insoportable. Y sin embargo la justicia nunca ha hecho caso a las denuncias de las familias de bebés robados. Nunca.
No hay manera de que una historia como la de los bebés robados se haga visible. La política -de izquierdas, de derechas- pasa de esa necesidad. La justicia la desprecia con todo lujo de burlas y mentiras. Muchos de los archivos que podrían hablar de los robos los tiene la iglesia y no hay manera de entrar en lo que allí está escrito. Los medios de comunicación miran muy lejos y se pierden en las cercanías de un sufrimiento que sólo están padeciendo las familias de los bebés robados. Escuchar sus testimonios -ya lo dije- te provoca una indignación y una impotencia infinitas.
Como lo que no se cuenta no existe, yo lo escribo aquí. Para decir bien claro que la historia de los bebés robados a sus madres en el momento de nacer no es una invención. Claro que no es una invención. Claro que no.
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