Bomberos, voluntarios, UME... El esfuerzo colectivo para no dejar nada sin rastrear en el parking de Bonaire
La luz del día hace rato que se había retirado pero los bomberos seguían yendo y viniendo, con las linternas encendidas en sus cascos moviéndose como luciérnagas e iluminando la escena. Dos de ellos salían, empapados hasta la cabeza y enfundados en el traje de neopreno rojo, de la inspección del último coche que quedaba por retirar en la entrada del muelle de carga del outlet de Bonaire.
Otros volvían de la última barrida del día en el parking del centro comercial de enfrente, el establecimiento en el que se temió que pudieran haberse quedado atrapadas cientos de personas. Un temor que creció a medida que, por las redes sociales, empezaron a circular mensajes que hablaban, sin pruebas, de 250 muertos o más.
Durante todo el día, mientras alrededor los signos de la devastación estaban por todos lados, las bombas extractoras achicaron agua y lo seguirían haciendo por la noche, hasta vaciar por completo la única planta del parking donde al final de la tarde del lunes el agua llegaba aún al metro. En ella se sumergieron los equipos de bomberos llegados desde La Rioja, Salamanca y Huelva.
Rafa Sancha, quien se desplazó desde la ciudad andaluza, en una de las pausas se paró para explicar a los periodistas de medios españoles e internacionales que se apiñaban a un lado de la carretera, lo que se empezaba a vislumbrar desde la mañana, tras el comunicado de la policía que aseguraba que, en los primeros 50 coches revisados, no se habían encontrado víctimas: “Se han revisado los coches por dentro y no hay nada. Pero queda agua y no se puede descartar de que no haya gente que se haya quedado abajo”.
Las nuevas barridas que se harán este martes servirán para afianzar la esperanza que el pasar de las horas fue alimentando en medio de un esfuerzo colectivo. A los bomberos y a los militares de la UME se sumaron aquí voluntarios de la EMT, la empresa municipal de transporte de Madrid. Un grupo de unos cuantos hombres de los 60 que se desplazaron hace tres días en dirección Valencia —y que se habían repartido en varios puntos de la provincia— llegó a primera hora de la tarde con una pala y un camión cuatro por cuatro para ayudar a los bomberos a sacar los coches que seguían debajo del agua en el outlet.
Solo eran tres, pero la operación para retirarlos se alargó durante horas. Cuando el nivel del agua bajó lo suficiente, primeros bajaron los bomberos, armados de palos y vestidos con monos blancos impermeables, y avanzaron entre restos de palés y todo tipo de objetos que flotaba en el agua fangosa. Al acercarse al primer coche se escucharon los golpes firmes que sirvieron para romper las ventanillas.
Tras una primera inspección rápida, llegó el momento de Alfonso, un hombre fuerte y risueño, con los ojos marcados por el cansancio. Se subió a la pala cargadora que normalmente maniobra en las calles de Madrid y empezó a despejar el paso a la salida del garaje. Luego fue el turno de otros de sus compañeros, que se aproximaron con el camión que sacaría el primer coche, el segundo y por fin, horas después, un tercero, con el que los bomberos inicialmente no contaban y que alargó la operación tras una inspección minuciosa.
Al final la tarde, reunidos todos en círculo, los voluntarios contaban con cierto orgullo que muchos en la empresa se habían ofrecido y que había otros grupos preparándose para el relevo para una misión que irá para largo. Impactados por la magnitud de la catástrofe, algunos se quejaban por la descoordinación. “Nosotros hemos venido para trabajar no para estar mirando. Y llegas al puesto de mando y no saben cómo organizarte, dónde ponerte”, decía uno.
“Hasta que el puesto de mando se termina de organizar con los vehículos que llevamos, el personal que llevamos y lo que sabemos hacer, tenemos que esperar un poquillo, que también es lo normal”, matizaba Juan Manuel Ruiz, el coordinador del grupo. “Pero la sangre te hierve y diez minutos se hacen muy largos como cuando alguien se ha tragado una raspa y no respira”, añadía.
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