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El color del calor

Chus Villar

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Es ya mediados del mes de septiembre, y en los colegios e institutos de la Comunidad Valenciana el verano se resiste a abandonar las aulas y pone en ridículo a los televisivos señores del tiempo, que nos anunciaban hace días que una borrasca, que no acababa de entrar, iba a inundar nuestro país de fresco y aliviador otoño. Es como si los pensamientos de los niños y adolescentes levantinos estuvieran aún vagando por piscinas, playas, noches de fiesta y amores de verano, creando en cada clase una nube densa y pegajosa de recuerdos que se evapora de sus mentes y llena de bochorno el espacio que deberían ocupar las fórmulas y los sintagmas.

Quizás haga algo menos de calor que hace dos septiembres, cuando era una tal María José Català quien regía los designios de los escolares valencianos con sus decretazos de adelanto de clases, pero en las aulas de nuestros centros educativos hoy, como entonces, se siguen superando los 27 grados que la normativa de riesgos laborales indica como límite de riesgo y, en muchas de ellas, se alcanzan y superan los 30 grados que la propia Conselleria (la de este 2016) ha establecido como temperatura a partir de la cual la salud se resiente y los servicios de Protección Civil pueden ser consultados para una posible interrupcion de las clases. Menos mal que andamos mal de nuevas tecnologías, porque les aseguro que en las aulas de informática, con todos los ordenadores encendidos, la cosa empieza a ser nivel de emergencia de grado máximo.

Claro que en aquel final de verano de 2014 batió records de temperatura, y era de esperar, porque todo el curso anterior había sido calentito, gracias a las constantes movilizaciones en defensa de la escuela pública. El principio de año escolar no iba a ser menos. El gobierno seguía desoyendo las voces de la comunidad educativa y adelantaba las clases al 3 de septiembre, lo que unido a los extremos térmicos creaba el caldo de cultivo perfecto para las manifestaciones en bañador a las puertas de las escuelas, las mediciones de temperatura en las aulas, los comunicados amenazantes de los sindicatos y hasta las apariciones en la tele nacional en prime time.

Hoy bastantes cosas han mejorado en la educación de nuestra Comunidad: ampliación de los meses de comedor, mejora de becas de transporte, aumento y mejora notable de la participación de la comunidad educativa en las decisiones políticas, planificación y dotación para mejora de infraestructuras, medidas para minimizar la implantación de la LOMCE, implantación de bancos de libros en todos los centros públicos… Sin embargo, la Conselleria de Vicent Marzà también ha tenido sus meteduras de pata, como el retraso o la improvisación en la aprobación de normativas, con el consiguiente caos en los centros y las administraciones; la elaboración de un plan de eliminación de barracones y mejora de infraestructuras incompleto, con retrasos y que este curso se inicia con la construcción de alguna nueva aula prefabricada; la obsesión por sacar adelante en el primer curso legislativo medidas aún no maduras por falta de financiación, como los bancos de libros, que no han logrado el ambicioso objetivo de la gratuidad, ni en el primer ciclo de Primaria, donde el cheque-libro no ha sido suficiente, ni en Secundaria, donde además se ha producido el agravio comparativo entre centros, pues en algunos los manuales han sido gratis y en otros los padres han tenido que sufragar parte del gasto.

La educación pública, lastrada por los recortes de años, tiene muchas asignaturas pendientes, y una de ellas es la dotación de los centros en aspectos como la climatización, en una zona en la que al menos un 20% del tiempo lectivo es veraniego. La inmensa mayoría de las clases no tienen siquiera un mísero ventilador de techo. Los centros de reciente construcción no prevén la instalación de aire acondicionado. Hace sólo dos años, con temperaturas similares a las de ahora y, en cualquier caso, que superaban, como hoy, las máximas recomendadas, sindicatos de docentes, direcciones de centros y padres pedían la dotación de infraestructuras para contrarrestar las altas temperaturas. Hace dos años, como hoy, era necesario un plan plurianual para la climatización de las aulas, que vaya, en la medida y el ritmo, que los presupuestos lo permitan, creando las condiciones para una enseñanza digna.

En ese septiembre no tan lejano, el sindicato mayoritario de la enseñanza animaba, con toda la razón, a suspender las clases a los maestros y profesores si se superaban las temperaturas máximas permitidas. En estos días, la página web de la organización cuelga un comunicado que “celebra las instrucciones dadas en Conselleria sobre el calor en los centros”. Esas que hablan de riesgo para la salud al llegar a los 30 grados o 70% de humedad, esas que permiten abandonar las aulas en ese caso; esas que consideran necesario moverse a lugares más frescos del centro, o impartir las clases en el patio, o interrumpir el ejercicio físico. O sea, esas instrucciones que dicen lo mismo que dirían las de hace dos cursos, porque son de sentido común.

¿Entonces, cuál es la diferencia entre ahora y hace dos años?¿Es que la salud, el bienestar y la calidad educativa no importan? ¿Es que nuestros hijos y nuestros alumnos ya no son el centro del sistema de enseñanza? ¿O será que ahora el calor también entiende de color político?

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