COVID-19: ensayo general
De la pandemia causada por el Coronavirus nacerá un nuevo mundo. No paramos de oír afirmaciones como esta. Hay quien incluso vaticina el fin del capitalismo y la globalización. Se aplaude en las redes sociales y en algunos artículos de opinión (de forma irresponsable porque el precio en vidas humanas y en economías destrozadas ha sido altísimo) la drástica reducción de la contaminación del aire en nuestras ciudades y la rebaja en la emisión de gases de efecto invernadero que ha provocado el confinamiento y la paralización de la actividad productiva y de consumo. En mi opinión, nada de qué alegrarse, no es esta la forma en la que queremos reducir emisiones. Además, ya hemos comprobado qué rápido han vuelto los índices de emisiones y contaminación a Wuhan una vez terminado el confinamiento. Pero sí, es bastante evidente que la vida y el mundo tras la Covid19 serán diferentes. Lo que no está escrito es si serán mejores o peores, eso va a depender de lo que hagamos como sociedad y de lo que decidan los gobiernos (empujados por la sociedad o por los poderes fácticos).
La sociedad ha demostrado que ante situaciones difíciles la primera respuesta es la solidaridad, el apoyo mutuo, la protección de lo común como salvavidas y refugio. Los aplausos a las ocho desde los balcones son una muestra de reconocimiento y agradecimiento a quienes con su esfuerzo individual cuidan estos días de todos y todas nosotras, pero también es una reafirmación de la comunidad que somos. Ante la evidencia repentina de nuestra fragilidad encontramos el consuelo y la fuerza en el sentimiento de pertenencia a una comunidad. Cuando el miedo nos acecha de nada sirven los mantras neoliberales, machaconamente repetidos, que nos dicen aquello de que el éxito o el fracaso en la vida dependen solo de uno mismo. La seguridad, la confianza, las certezas, no las encontramos en el interior de nuestros hogares, aunque se hayan convertido en nuestros refugios, sino en los balcones y ventanas, desde donde nos vemos y vemos que no estamos solos, donde nos reconfortamos sabiendo que saldremos de esta si salimos todos. Esta ha sido la reacción de la sociedad. Convertir ese impulso en políticas que cuiden del interés general y el bien común, con medidas como el ingreso mínimo vital, es lo que tenemos que hacer ahora. Es el siguiente paso, pero no será automático, tenemos que darlo.
La sociedad no solo está demostrando que nos tenemos que cuidar los unos a los otros, lleva tiempo exigiendo, y ahora lo hace con más fuerza, que cuidemos de la casa común, el planeta. Las grandes movilizaciones a nivel mundial en los últimos años han lanzado a los gobiernos un mensaje claro: hay que actuar ante la emergencia climática. Y los gobiernos se han mostrado, cuando no reacios, perezosos, aunque muchos tienen una verdadera voluntad de cambiar de rumbo. Casi ningún gobernante del planeta niega la evidencia científica: el cambio climático es un peligro para las vidas de miles de millones de personas. Pero aun así responden que los cambios no se pueden hacer de la noche a la mañana, que las medidas para frenar el cambio climático tienen que ser graduales. Y entre demostraciones de buena voluntad y una acción demasiado tímida va cayendo la arena del reloj y nos quedamos sin tiempo.
El riesgo de una pandemia mundial había sido advertido por la comunidad científica en varios informes, que nadie leyó o a los que ningún gobierno dio importancia. Nos habían advertido, pero sus efectos eran muy difíciles de imaginar. No lo vimos venir, no lo esperábamos y hemos tenido que acelerar el ritmo en la toma de decisiones y la puesta en marcha de medidas. Los otros informes de riesgo sí que los hemos leído, los conoce la sociedad y todos los gobiernos, gobernantes y actores políticos. La respuesta a la crisis sobrevenida de la Covid19 puede ser un gran ensayo general, el ensayo general de la respuesta a esa otra crisis advertida y conocida, que también pone en peligro miles de millones de vidas humanas y el modo de vida y subsistencia de la humanidad entera. Si hemos respondido a esta crisis inesperada y desconocida, si estamos siendo capaces de poner en marcha este gran ensayo general, sería incomprensible que no respondiésemos desde hoy mismo al problema anunciado por la comunidad científica, denunciado por la sociedad y sufrido ya por millones de personas en todo el mundo: la emergencia climática.
Una crisis con un coste humano y social tan alto como la del Coronavirus no se puede calificar de oportunidad, ni siquiera si reduce las emisiones de forma extraordinaria. Es una desgracia, sin paliativos. Pero la respuesta que demos a los efectos que provoca sí puede ser una oportunidad, o una oportunidad perdida. Nos encontramos ante una evidencia: al tiempo que resolvemos la crisis sanitaria tenemos que abordar los efectos sociales y económicos del Coronavirus, y tenemos que sentar las bases definitivamente para un desarrollo que no nos condene a un futuro de catástrofes naturales, conflictos y muertes. Hagámoslo al mismo tiempo.
El Parlamento Europeo aprobó en enero el European Green Deal, un ambicioso plan de transición ecológica dispuesto a invertir miles de millones de euros y a colocarnos en los primeros puestos del ranking mundial de la acción por el clima. Ahora necesitamos un Plan Marshall para reconstruir la economía. No pueden ser dos planes diferentes. El Pacto Verde Europeo tiene que ser nuestro Plan Marshall. Y eso han pedido desde organizaciones ecologistas a ministros europeos de medio ambiente, pasando por gobiernos estatales, autonómicos y locales. Pongámonos a ello, sin demora. Hagamos todos los esfuerzos, desde la sociedad y desde los gobiernos, para que la nueva normalidad post-Covid19 sea verde y tenga capacidad de mejorar no solo el presente sino también el futuro.
Pero no basta con decirlo, no hay tiempo para discursos, hay que pasar a la acción y ver cómo se concreta ese gran pacto verde. Nadie duda de que para salir de esta crisis económica hay que inyectar liquidez en la economía, y que será necesario poner en marcha rescates. Por suerte o por desgracia tenemos el ejemplo reciente de la crisis de 2008, una salida que no debemos repetir: no podemos rescatar a la banca y dejar tirada a la gente. Hemos aprendido que no se puede salir de una crisis con recortes en servicios públicos, porque estamos allanando el camino a la siguiente crisis. Entonces, ¿a quién vamos a rescatar? Primero, a las personas. Y luego a sectores económicos fundamentales para la economía, sectores que se han visto muy afectados por la paralización del consumo y la producción. Y aquí es donde tenemos no solo la posibilidad sino la obligación de abrir el debate. Quizás tenemos que condicionar las ayudas e inversiones a la sostenibilidad ambiental y social de los sectores productivos, priorizar aquellos que no se basen en la precariedad laboral, que hagan un uso racional de los recursos naturales, que generen el menor número posible de emisiones, que utilicen energías renovables... Quizás es momento de pensar en dejar caer sectores de la economía que nos abocan al colapso climático, lo cual no significa dejar caer a los y las trabajadoras que dependen de ellos. Se trata de reconstruir al tiempo que se reconvierte, sin olvidar los derechos laborales, pues la transición ecológica solo puede ser justa. Busquemos alternativas e invirtamos en ellas.
Pensemos en cómo reactivar la economía al tiempo que garantizamos derechos. Fortalezcamos las actividades, públicas y privadas, que atienden y cuidan de las personas, poniendo en valor, no solo con aplausos, a las y los profesionales que permiten el desarrollo de la vida y de la economía, en su mayoría mujeres. Pongamos en marcha una economía de los cuidados, como avance del feminismo y garantía de derechos pero también como oportunidad para crear empleo digno y dejar de sostener la sociedad en la precariedad de limpiadoras, cuidadoras y enfermeras. Aseguremos una producción agrícola y un consumo de proximidad, con condiciones de trabajo dignas en el campo, y olvidémonos de los tratados de libre comercio que hunden nuestra agricultura y con ella nuestra economía y capacidad de resiliencia frente a las crisis. Pongamos en marcha planes para la rehabilitación de viviendas, para garantizar que nos sirven de refugio en momentos difíciles como estos, para garantizar que son accesibles a las personas mayores o con diversidad funcional, para asegurar que son eficientes energéticamente, para combatir la pobreza energética. Gobernar es priorizar, y ahora toca poner todos los esfuerzos en sectores como el de la rehabilitación que no solo garantiza el derecho a una vivienda digna sino que moviliza a sectores productivos en los que los autónomos y las pequeñas empresas son los protagonistas. Gobernar es elegir, y ahora toca elegir si destinamos los recursos para la recuperación a grandes empresas que construyen innecesarias e insostenibles obras faraónicas o lo destinamos a mejorar la vivienda y la economía de los sectores que más lo necesitan. Y por último, no nos olvidemos de la ciencia y la innovación, otra de las grandes víctimas de la crisis de 2008 que tan necesaria se ha demostrado en esta crisis sanitaria. Apostemos por la investigación para convertirnos en referentes en gestión de residuos o energías renovables.
El mundo, la vida, la economía, la sociedad… todo va a ser distinto después de esta crisis. Que sean mejores depende de todos y todas nosotras, especialmente los que tenemos desde los gobiernos la responsabilidad de tomar decisiones. Pongamos sobre la mesa propuestas e ideas innovadoras, abramos sin miedo debates, exploremos vías nuevas porque el resultado de las viejas ya lo conocemos y nos lleva directos a otra crisis que en unas décadas puede provocar un enorme sufrimiento. La respuesta a la crisis sanitaria del Coronavirus ha sido uno de los mayores ejemplos de solidaridad intergeneracional de nuestra historia. Toda la población nos hemos confinado para proteger a nuestros mayores y a los colectivos de riesgo, en especial los niños y niñas de este país, que soportan ya 40 días de encierro en sus casas para salvarnos a todos de un virus que a ellos les afecta muy poco o nada. La respuesta a los efectos sociales y económicos de la crisis tiene que ser también una muestra de solidaridad intergeneracional. La reconstrucción no puede ser a costa del futuro de todos esos niños y niñas.
*Àngela Ballester, directora general de Coordinación Institucional de la Vicepresidencia segunda de la Generalitat Valenciana
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