Viaje al fin de la noche del teatro valenciano
La noche del pasado 29 de junio comenzó en el espacio del Teatre El Musical de Valencia con una de las piezas de vanguardia más finas del último lustro, Ligth years away de Edurne Rubio (2016), puro teatro político al mismo tiempo que formalismo y finura audiovisual y escénica de alto vuelo. La obra se representó a las ocho de la tarde, la gente fue llegando por las diferentes calles del Barrio del Cabanyal donde se encuentra este teatro municipal. Portaban mochilas y bolsas con avituallamiento y abrigo, sabían que iba a ser una jornada larga. Todo acabaría 12 horas después en la Sala Mutant: Espai d’Arts Vives con uno de los padres de la vanguardia musical de este país, Llorenç Barber. Entre medias, 12 horas de periplo escénico por la ciudad de Valencia.
Un periplo, bajo el título En lo oscuro está lo infinito, que acabó siendo metáfora de un país, el valenciano, y su devenir en los últimos veinte años de luchas, soledades, desiertos, encuentros y renacimientos escénicos. Desde 1995, en que Eduardo Zaplana fue nombrado presidente de la Generalitat Valenciana hasta que en 2015 llegó Ximo Puig al poder, Valencia vivió bajo gobierno del PP. 20 años. Una situación a la que en la ciudad de Valencia se sumaban los 24 años de mandato, de 1991 a 2015, de la alcaldesa del PP Rita Barberá.
Valencia es uno de los núcleos escénicos más poderosos históricamente de la península. La lista de autores y colectivos desde el XIX es numerosísima. Ya en los 80 aparecen propuestas tan fundamentales como Bambalina Titelles, Moma Teatre o Xarxa. Incluso en los noventa siguen resistiendo figuras como Lluisa Cunillé y la compañía L´Hongaresa de Teatre con Paco Zarzoso. Pero paren de contar. Luego toda esa creatividad fruto de una cultura mediterránea, abierta y callejera, colectiva y soñadora, tuvo que emigrar, irse de Valencia ante un sistema que te hacia penar entre la cultura del escaparate y el abandono de un teatro de investigación, crítico y artístico.
Algunos lo intentaron quedándose, figuras imprescindibles como Ximo Flores y su Teatro de Los Manantiales. En danza la historia es más agria, no es fortuito que dos de los nombres fundamentales de la danza de nuestro país, María Muñoz de Malpelo y Marcos Morau de La Veronal, emigraron jóvenes y nunca volvieron. La paradoja llegó hasta tal punto que la ciudad de Valencia, que tiene uno de los festivales más antiguos de danza contemporánea del país, Dansa València, sufrió como ninguna el éxodo masivo de bailarines a Cataluña, Madrid o el extranjero.
Esa es la historia del propio Vicente Arlandis, integrante del colectivo Taller Placer y valenciano nacido en 1976 que, a principios del siglo XXI, recién salido de la escuela, lo tuvo claro y emigró a Bruselas donde llegó a bailar en la compañía más potente de Europa, la compañía del belga Jan Fabre, Troubleyn. Pero Arlandis nunca dejó de volver a Valencia, de seguir trabajando, asociándose, movilizándose. Desde hace unos años se juntó con Paula Miralles, actriz proveniente de espacios independientes de Valencia como el propio Teatro de los Manantiales o el Teatre del Carme, “ambos hemos abordado esta programación nocturna como si fuese una pieza, una obra en sí misma”, afirma Miralles.
Desde el Faro del Sur
Una pieza pensada antes de que el gobierno de la Generalitat y el Ayuntamiento cambiara de signo en las últimas elecciones locales. Lo que pasó de ser un final de temporada donde juntarse y de algún modo celebrar lo que ha pasado en los últimos años en Valencia, de celebrar un resurgir de actividad, de programas de residencias, de florecer tras un gran desierto, se tornó una Noche de los Walpurgis extraña donde todo parecía tener fecha de caducidad y donde además Miralles y Arlandis enfrentaron al público a dos extremos. Por un lado, dos piezas escénicas de un gran poder poético. Por el otro, una realidad que se impone, la de una gran ciudad y la de una región que mira con incertidumbre el futuro, un futuro en el que el PP ha formado gobierno con Vox y decidido otorgar la concejalía de Cultura y la vicepresidencia a Vicente Barrera, de profesión torero y que ha apoyado y difundido opiniones de Salvador Sostres como una que afirma que “la clase política del franquismo fue brillante”.
“Claramente el sector está con una sensación de que comienza una época donde habrá que luchar por mantener lo conseguido”, reconoce Miralles. “Pero a diferencia de otras ciudades, como Madrid, donde la entrada de la izquierda en el poder del Ayuntamiento fue un visto o no visto y donde el montaje y desmontaje fue muy rápido, en Valencia llevábamos muchos años organizados y desarrollando proyectos incluso bajo el mandato del PP”, puntualiza Arlandis. Son las tres de la mañana y el grupo ha parado en el Faro del Sur, un pequeño bar del puerto de Valencia que se ha abierto ex profeso para la velada y donde la gente toma una cerveza o una copa tras haber visitado la zona portuaria de la ciudad. Una zona restringida al público del cuarto puerto más grande de Europa.
La visita al puerto ha sido esclarecedora. Antes, los asistentes han podido tomar un bocadillo en el puerto civil, relacionarse, hablar y conformar amistades de una noche. Ya dentro del puerto comercial hay un primer encuentro con Jorge Martín, miembro del Gabinete de presidencia y comunicación de la autoridad portuaria. Una charla que hizo bajar a suelo toda la poética de la pieza de Edurne Rubio: “Este puerto tiene capacidad para cinco millones de contenedores, es uno de los puertos más modernos del mundo, creado en unas obras ejecutadas de 1991 al 2009 donde nos adelantamos a la industria ganando tres kilómetros al mar. O creces o decreces”, afirma Martín, “ahora el puerto se está ampliando con la nueva terminal norte, las grandes pesqueras ya se han ofrecido a implantar en ella unas terminales muy automatizadas, es claramente el futuro”, cuenta a unos visitantes que lo miran con cierta desconfianza ante un discurso tan entregado.
La nueva terminal no consigue avanzar, su impacto medio ambiental está dejando sin arena a las playas colindantes, las asociaciones se han puesto en pie de guerra y ahora todo está dirimiéndose en los tribunales. Es una de las grandes batallas en esta ciudad. Y si bien se recogen en los comentarios y las caras de los asistentes un rechazo manifiesto, también se puede entrever que en cierto modo saben que es muy difícil revertir el proyecto. El gran espigón para ampliar el puerto ya está construido e inaugurado desde 2012. Una enorme mole de hormigón que costó 204 millones de euros. El proyecto para dotar a la terminal de equipo en infraestructuras, de más de 1.500 millones de euros, se aprobó el pasado diciembre. “Esto no hay quien lo pare”, dice una de las asistentes frente a un faro de la nueva terminal, un faro totalmente automatizado y que se alimenta de energía fotovoltaica. “Todo en esta terminal será sostenible, ecológico”, afirma Jorge Martín.
En el puerto también se ha podido hablar con Rafael Egea, uno de los 1.500 estibadores que allí trabajan y que narra las jornadas interminables que tienen cargando y descargando contenedores, y con el jefe de equipo de la autoridad portuaria que cuentan su labor para vigilar los más de 13 kilómetros de carretera del puerto. Realidades mastodónticas del comercio internacional que contrastan con una pequeña charla que tiene lugar en el mismo puerto con Enric Marco, profesor de astronomía y astrofísica en la Universidad de Valencia. Marco, con un telescopio al lado, va narrando historias del cielo. La capacidad poética del lenguaje científico aplicado a las estrellas se impone como cualquier otra cosmogonía que intenta entender al hombre a través del origen y evolución del universo, “el 80% de la gente en Europa nunca ha visto la Vía Láctea”, dice en un momento.
Y es a las tres, con una cerveza en la mano, en ese bar abierto a deshora en Marina Sur, justo al lado de donde ahora se celebran los grandes conciertos de nombres como Rosalía o Hombres G, donde la propuesta de En lo oscuro está lo infinito va viéndose clara. Lo oscuro y lo luminoso y sus diferentes polisemias. Por un lado, el mundo del trabajo de noche. Todo lo que no vemos como seres diurnos. Por otro, la luz como como algo que no deja ver, como aquella anécdota que contara Georges Didi-Huberman en su libro Supervivencia de las luciérnagas, donde narra cómo Pier Paolo Pasolini durante la Segunda Guerra Mundial baila y puede contemplar a su amante bajo el cielo de las luciérnagas, a las afueras de una ciudad cegada de las grandes luminarias antiaéreas. “Ya no quedan luciérnagas, muy pocas”, dice Marugán.
Con José Luis Moreno en la memoria
Vuelven a asomar los nubarrones antes de subir al autobús dirección a Merca Valencia. Se habla de lo conseguido, de como en los últimos años del PP en Valencia las asociaciones como AVED (Asociación Valenciana de Empresas de Danza), AVETID (Asociación Valenciana de Empresas de Teatro y Circo), trabajaron duro, “aquí lo que pasó es que en los años duros del PP, la gente se puso mucho las pilas porque quería hacer cosas. Ahí están festivales como el Cabanyal Intim o el Russafa Escénica”, dice un integrante del grupo, “se comenzó a crear un fuerte tejido, ahí el Comité de Escèniques (de creadoras y creadores) se convirtió también un espacio de unión y generador de muchas de las cosas que han pasado estos últimos años ”, remata otro participante.
“Pero creo que el punto que marcó una diferencia fue la colaboración de los espacios de arte. El IVAM y el CCC, Centro del Carme, se abrieron a colaborar con gente de las escénicas, comenzaron a abrir residencias y proyectos de investigación. Frente a las ayudas tradicionales de producción y exhibición se comenzó a entender que los creadores y compañías no solo viven de un día de estreno, eso dinamizó mucho el sector”, explica Tatiana Clavel, directora de la Mutant que proviene de la docencia y además es coreógrafa de la compañía La coja danza.
Clavel dirige esta sala destinada a las artes escénicas más experimentales y que funciona con el otro teatro municipal de Valencia, el TEM, dirigido por Juan Manuel Artigot, bajo un mismo presupuesto, trescientos noventa mil euros. Un presupuesto limitado, pero con el que estos dos gestores han conseguido traer a su ciudad lo más granado de la danza y el teatro contemporáneos. La programación de estos dos teatros, complementarios, uno dedicado más a las artes vivas, el otro a trabajos más escénicos, ha sido alabada por el sector como una bocanada de aire fresco y refrendada por el público.
La distancia con otras épocas es abismal. En Valencia nadie olvida la dirección de José Luis Moreno del Teatre Musical entre 2013 y 2017. Ahora, una sentencia ha obligado a la productora de Moreno a pagar 423.000 euros por incumplimiento de contrato, “cuando llegó la izquierda y paró su contrato, Moreno en plan pataleta se dedicó a cargarse todos los focos del teatro. Lógicamente, le demandaron, aquello fue un dedazo”, recuerda Artigot sobre un contrato en el que también estaba, como trabajadora, la sobrina de Rita Barberá.
“Creo que en Valencia en los últimos ocho años, en los que las ayudas a creación se han triplicado y además se ha dado paso a una generación más joven a sitios de responsabilidad, como la dirección de del Espai d’Art Contemporani de Castelló (EACC) que ahora lleva Carles Sauri con treinta y pocos años, se ha posibilitado que las cosas cambien”, explica Arlandis. “Se ha propiciado una mezcla muy sana entre disciplinas que antes yo solo detectaba en el País Vasco, gente que sabe trabajar fuera de la caja negra y que está muy cercana a las visuales como Nestor García, que ahora dirige el Festival Salmon, Lucía Jaen, Paula Machón o María Tamarit”, remata.
Un florecimiento, un bullir que en el sector de la escena se lleva comentando tiempo y que ha hecho que compañías históricas de la vanguardia como El Conde de Torrefiel o la más veterana Societat Doctor Alonso hayan decidido emigrar de Cataluña a Valencia. Esta última además ha abierto un espacio de creación independiente, El Consulado. “Todo ese es el movimiento que vemos ahora peligrar. Pero se van a encontrar un sector muy unido que además está confluyendo con todos los movimientos feministas y LGTBI. Ya hay convocada una manifestación que esperamos sea muy importante el 20 de julio”, explica Arlandis quien también apunta que no cree que el desmantelamiento se haga rápido, “es indudable que van a querer desmantelar lo conseguido, quitar ayudas y controlar programaciones, pero los proyectos son sólidos, funcionan y la gente está organizada, creo que lo harán poco a poco”.
Hacia el amanecer
La noche continúa, el grupo ya con signos de cansancio llega pasadas las cuatro a Merca Valencia, un polígono de inmensas naves donde llama la atención la famosa nave La Tira de Comptar, donde los pequeños agricultores de la huerta valenciana pueden vender sus productos sin intermediarios. Toda una institución creada en el año 1238 por Jaume I. La actividad es ensordecedora, cientos de furgonetas cargando, regateos continuos y gente de todas las razas se dan cita en este espacio donde el comercio toma su significación más pura. Alguno de los asistentes flaquea y decide tomar una café bien cargado y acompañado de copita de coñac.
Tras la visita queda un largo camino hasta la Sala Mutant, comienza a amanecer y el grupo después de salir del polígono de Merca Valencia va andando por las huertas y riachuelos que circundan la ciudad. Los paseantes van callados, algunos conversan en voz baja. Pero antes de llegar a la sala el día decide acabar en gran metáfora y otorga el gran icono de la noche. En un momento el grupo atraviesa el circuito Formula 1 hoy abandonado. Abierto en 2008 y que tuvo su última carrera el 24 de junio de 2012 con victoria de Fernando Alonso. Valencia acaba de pagar las últimas facturas de un circuito que costó 308 millones de euros. Hoy los hierbajos asoman entre las grietas del trazado y una imponente ciudad de chabolas preside el lugar. Los habitantes de estas infraviviendas hechas con hierros y cartón comienzan a despertar, hombres y mujeres se lavan como pueden y afrontan una nueva jornada.
Con esa imagen en la retina, exhaustos, llega el grupo a la Mutant, a un espacio vacío donde comienza a oficiarse una performance sonora en la que Llorenç Barber y su compañera, Montserrat Palacios, ofician un despertar, un resurgir de lo oscuro al día. Los participantes se tiran por el suelo, Barber hace sonar varios dispositivos de campanas repartidos en el espacio, Palacios oficia la voz con una técnica de voz extendida, la música es atonal, fragmentaria, incisiva. Los asistentes a esta pieza, Clareajes, se convierten en lechuzas, en seres escuchantes de la oscuridad. Al final, después de casi una hora, las ventanas de la sala van abriéndose, llega la luz, las campanas tocan hasta su mayor algarabía, todo se tiñe de un color esperanzado y de entrega. La pura entrega del arte, el no darse por vencido ante un mundo funcional y geométrico, el hálito de un maestro con 74 años, nuestro John Cage patrio, quien tras la función, con un café ya en las manos, no paraba de decir “gracias, nos habéis salvado haciendo que esto sea posible”. La soledad del artista, el poder del encuentro.
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