El pozo ciego de la Justicia
No sé cuántas veces he escrito aquí sobre la justicia. Muchas. Y siempre para decir más o menos lo mismo. La justicia en este país es una estafa. Una de las estafas más gordas que sufre todos los días esta pobrísima, titubeante, enfermiza democracia. Ya sé que Felipe González y José María Aznar -que hace unos días ocuparon sitio importante en nuestras pesadillas- también son una estafa. Pero la justicia es lo más. Porque cuando hablamos de justicia no hablamos sólo de esos dos personajes que parecen sacados de la serie televisiva Walking Dead. Cuando hablamos de justicia hablamos de un baluarte que cualquier democracia necesita para ser de verdad una democracia y no el más engañoso y peligroso de sus simulacros. Sin justicia, el desmoronamiento político y el desguace moral de un país están cantados.
Tendría que escribir aquí lo que se escribe siempre para quedar bien, justo, educado y esas cosas. O sea: que no todos los miembros de la judicatura son iguales. Que jueces y fiscales los hay de todas clases, buenos y malos, progresistas y conservadores, amantes del pop y feligreses de lo gregoriano. Lo de siempre, vamos. Pues vale. Lo digo y me quito el muerto de encima: no todos los jueces y fiscales son iguales. Dicho queda. ¿Y ahora? Pues ahora a seguir escribiendo lo de siempre. Y lo de siempre es que si echas un vistazo al funcionamiento de la justicia no sabes si cortarte las venas o montar la revolución francesa.
“Todo se ha trocado ya;/ todo al revés está vuelto”, decía Quevedo en uno de sus poemas satíricos dedicado a los borrachos. Pues eso es lo que pasa cuando miramos cara a cara a la justicia: parecemos beodos que todo lo vemos al revés, cabeza abajo. En vez de confiar en la justicia y en sus más altos representantes, cierras los ojos y echas a correr para perderla de vista. O para que ella te pierda a ti de vista. Si hacemos una encuesta sobre si la justicia en España es igual para todo el mundo, quienes contestaran que sí perderían por goleada y además se les preguntaría que de qué planeta extraño y lejanísimo acababan de aterrizar. Los dos de Walking Dead seguro que contestarían que sí, pero ya sabemos que esa pareja hace tiempo que se montó una realidad paralela, eso sí, con un nivel de vida en esa realidad paralela que es como la del rey de Marruecos o los jeques de Arabia Saudí pero sin chilabas ni turbantes que oculten sus vergüenzas. La justicia es buenísima con unos y malísima con otros. A unos esa justicia los condena y persigue por decir palabrotas (sobre todo si esas palabrotas se refieren con poco cariño al rey, a la virgen y al mismísimo dios) y a otros los deja tranquilos a pesar de haber arruinado este país desde sus cargos en los bancos y en la política. Otro ejemplo muy manoseado ya a estas alturas de la desconfianza: aunque los juristas más enterados digan que los presos independentistas catalanes no cometieron delito de sedición, esa justicia igual para todos, que deja libres a los chorizos amigos, sigue empeñada en mantener en la cárcel a esos presos independentistas. Por añadir otro ejemplo de despilfarro moral de esa justicia injusta saco aquí las palabras de Ignacio Escolar en uno de los artículos que en este diario hablaba más o menos de eso: “Raquel Ejerique y quien esto firma seguimos imputados por el delito de ‘revelación de secretos’, por informar de todos los amaños cometidos en esa Universidad (la URJC). Cifuentes nos pide hasta cinco años de prisión”. Nada menos, cinco años de cárcel por informar decentemente de los nombres, apellidos y trapacerías más que demostradas de unos desalmados. Y voy ahora a una de las últimas muestras de indignidad de esa justicia que debería ser igual para todos: la Fiscalía del Tribunal Supremo se opone a investigar a Pablo Casado por su máster, y está convencida, esa misma Fiscalía, de que ese alto tribunal dará carpetazo al asunto y aquí paz y allá fiesta grande en las filas del PP.
Menudo chollo tiene el PP con la justicia, menudo chollo.
Y ya que estamos en ello, una pregunta tonta: ¿dará carpetazo el Tribunal Supremo al caso del máster de Pablo Casado o lo imputará por los posibles y documentados delitos que ve en ese caso la jueza Rodríguez Medel? Yo apuesto por el carpetazo. Y seguro que ustedes también. Pero ojo con lo que decimos porque a lo mejor también es un delito desconfiar de la justicia. En un país cuyo presente político lo está manejando alegremente, desde las cloacas del Estado, un comisario acusado de pertenencia a una organización criminal, ya no puede sorprendernos nada.
Pero bueno, de esa increíble operación chantaje participada por el golpismo mediático, PP y Ciudadanos ya hablaremos otro día, y ahora vamos a acabar igual que empezamos. La justicia en este país es una estafa, una de las más dolorosas estafas que sufre esta democracia. Es una estafa que viene -como tantas otras estafas de ahora mismo- de ese inmenso pozo ciego que fue la dictadura franquista. Muchos de esos jueces y fiscales -así como quienes los defienden- vienen de esa cultura cínica y clasista, de una manera ruidosamente injusta de considerar los derechos humanos, unos derechos que habrían de ser insobornablemente iguales para todo el mundo. Y no lo son, claro que no lo son. Hay una justicia para gente VIP y otra justicia para la chusma, que somos ustedes y yo mismo en el lenguaje que le gusta usar al joven sustituto de Aznar en el PP.
Y sí, ya sé que no todos los jueces y fiscales son lo mismo, claro que lo sé y ya lo dije antes. Pero a estas alturas creo que hemos de traspasar la frontera de lo evidente y construir una realidad que devuelva a la justicia una decencia que hoy por hoy tanto se echa de menos. Yo no soy nada optimista, qué quieren ustedes que les diga. Si miro lo que pasa con la justicia ahora mismo, me entra la depresión. Y no me gustan las depresiones. Por eso -lo digo en serio- igual me apunto a lo de la revolución francesa. Y a ver qué pasa.
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