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Lecciones de la pandemia

Josep L. Barona

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La pandemia es una “prueba de estrés” para el sistema sanitario español, un sistema robusto, a pesar de estar peor financiado que otros sistemas sanitarios europeos. La pandemia desvela puntos fuertes y debilidades, pero, por encima de todo, evidencia la dimensión de la salud como un asunto esencial en las políticas de Estado. La salud es el fundamento y condición sine qua non del bienestar, la economía y la estabilidad social. Tras la Gran Guerra, en 1918, la pandemia de gripe, las epidemias de tifus, las crisis de refugiados en las fronteras del este de Europa, las hambrunas, las infecciones y la miseria hicieron reaccionar a la comunidad internacional y nada más fundarse la Sociedad de las Naciones creó un Comité de Higiene con comisiones internacionales para afrontar epidemias y crisis sanitarias internacionales. Sin resolver ese asunto esencial, no era posible reconstruir Europa tras la guerra ni estabilizar el orden internacional.

Hoy vemos de nuevo el coste económico y social que supone una sociedad enferma. La primera conclusión urgente es reconocer la dimensión política de la salud y la importancia de los servicios públicos. La salud no es algo individual o privado, ni el paciente un cliente, por tanto, ni la sanidad y las políticas de salud pueden dejarse a merced de agentes privados o sociedades mercantiles. El sistema sanitario público es tan importante como el sistema educativo, el sistema económico o las infraestructuras.

La prueba de estrés que es la pandemia ha aflorado fortalezas y debilidades. Entre las fortalezas merece destacarse la dimensión humana del sistema: los sanitarios y los grupos de apoyo (bomberos, policías, unidades militares de emergencia, trabajadores de suministros, informadores…), quienes dan muestra de una profesionalidad y una entrega en condiciones extremas, muy por encima de sus obligaciones legales, lo que muestra la empatía vocacional que es consustancial a los profesionales de la sanidad.

También ha mostrado suficiencia la capacidad asistencial de los centros hospitalarios, la coordinación entre expertos, autoridades políticas, administraciones y medios de comunicación, y mejor aún la respuesta de la ciudadanía asumiendo la excepcionalidad de una situación que le sustrae libertades y derechos.

Sin embargo, hay que analizar también las debilidades. Hay que reconocer, en primer lugar, el fracaso estrepitoso de aspectos esenciales para la sociedad del bienestar como la atención sociosanitaria a las personas mayores y los dependientes. La epidemia ha aflorado deficiencias estructurales derivadas de un modelo deficiente de residencias y de políticas privatizadoras sin control de calidad.

En segundo lugar, aun reconociendo la excelente expertise de epidemiólogos y preventivistas, la pandemia ha demostrado que el sistema de salud pública español adolece de experiencia para afrontar emergencias y catástrofes sanitarias. La carencia de expertos e infraestructuras técnicas y de laboratorio, de materiales de protección, aparatos y entrenamiento impidió una rápida respuesta. En el futuro habrá que reorientar el modelo y aplicar recursos ante futuras amenazas a partir de la experiencia adquirida.

Un tercer aspecto es la infrafinanciación general del sistema sanitario español, especialmente a partir de las políticas de austeridad agravadas desde 2008 y las ruinosas políticas neoliberales de privatización, que ha reducido el capital humano, las plantillas, las inversiones en mantenimiento e infraestructuras, cuidados intensivos, materiales y equipos de protección, laboratorios para pruebas diagnósticas, ventiladores.

En cuarto lugar, se impone priorizar proyectos de investigación pública dirigidos a potenciales riesgos futuros, sin renunciar, en un contexto europeo más amplio, a reformar el actual sistema de patentes, tan injusto como ruinoso para la hacienda pública.

La profundidad de la crisis va más allá de lo demográfico, económico o sanitario. También afecta a las relaciones humanas y los valores. La experiencia debería servir para educar a la ciudadanía en un uso más racional de los recursos sanitarios, el consumo desmesurado de fármacos, las urgencias hospitalarias, en definitiva, para poner en valor la importancia de cuidar el bien común, la sanidad pública. Porque hoy sabemos bien que una enfermedad puede desencadenar una gran catástrofe, y en ese proceso global es importante la responsabilidad individual y cobra valor el bien público.

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