Unión Europea: Problemas a corto plazo, virtudes a largo plazo
Existen diversas maneras de definir la Unión Europea. Una organización, entidad, institución, etc. Todas ellas mantienen unos denominadores comunes: política, economía, soberanía. Así, a grandes rasgos, la UE es una organización a la que los países miembros ceden cierta soberanía en materia de política y economía para poder tomar decisiones en conjunto. Pero para España y muchos países miembros, en la actualidad, y en un futuro, la UE significa más que eso, pues es el único modo en el que, junto a otros países europeos, es decir, de manera conjunta, puede tener proyección suficiente en el plano internacional para convertirse en un actor geopolítico necesario.
Tiene sentido que en la fase más globalizada de toda la historia exista una organización supraestatal de un continente, ya que, en un contexto en el que estamos tan interrelacionados, los problemas necesitan soluciones globales. Sin embargo, estos últimos años la UE ha sido muy cuestionada por su ineficacia ante ciertos temas y, sin duda alguna, ha entrado en una crisis existencial, tal y como señaló Merkel.
La crisis de 2008 y la crisis de los refugiados como detonantes de la situación actual
“La Unión se ha construido a menudo a partir de crisis e inicios fallidos”. Esa es la visión optimista que quiere reflejar la Comisión Europea en el Libro blanco sobre el futuro de la Unión Europea sobre la situación actual. Sin embargo, parece que la situación se ha estancado.
El europesimismo, antieuropeísmo, eurofobia, etc. han existido prácticamente desde la creación de la Unión, así como el racismo, cuyo origen es más remoto. Pero hay que resaltar que la influencia de estas tendencias ha sido mayor después de la crisis del 2008 y ha encontrado una aliada en la crisis de los refugiados en el sentido de que es parte fundamental del discurso de los partidos de ultraderecha, ya que ha sido el acontecimiento clave que ha devuelto a estos partidos al panorama político. De este modo, podemos hablar de estas crisis no como detonantes, sino como catalizadores, pues dichas tendencias ya estaban presentes en Europa antes de la crisis. Así lo refleja un artículo de El País publicado en 1990: “Merece, pues, ser escuchada la opinión de la Comisión Ford, según la cual asistiremos en los años noventa a una reorganización de la extrema derecha a escala europea”(1).
Volviendo a la visión optimista que tiene la Comisión Europea de la situación actual, es cierto que la UE en sus versiones más primitivas ha nacido de crisis, pero que difieren mucho de la actual. Así, para ilustrar esta idea, podemos comparar la crisis con la que nació la UE y la que está sufriendo ahora. Tras la Segunda Guerra Mundial la crisis europea, por los gastos de la contienda, era económica, pero también moral ante una guerra brutal que había maltratado a la población civil, y en especial a la minoría judía en Europa. Por ello, tras la guerra, las condiciones eran más propicias a comenzar un nuevo proyecto que uniese a los países involucrados en la contienda como forma de superar esa etapa. Sin embargo, la crisis de 2008 fue únicamente económica. El sentimiento racista creció entre la población que se arrimó a las fuerzas de ultraderecha por motivos que trataré más adelante. Es decir, parte de la población dejó de lado algunos principios morales de la Unión para dar apoyo a fuerzas políticas que los contradicen y que, además, son euroescépticos. De este modo y en este caso en concreto, la crisis moral se está dando después de la crisis económica, y no al mismo tiempo. Este hecho ha provocado que cuando algún país vecino necesite la solidaridad europea de la que hacemos gala, como en la crisis de los refugiados, se evidencie que, por la fuerza que la población ha dado a ciertos partidos de ultraderecha, no somos tan solidarios y preferimos pagar a Turquía para frenar la entrada de refugiados, no simples inmigrantes. Esto recuerda a la no intervención tras la Segunda Guerra Mundial de los vencedores en España, por preferir una dictadura filofascista antes que, al volver a otorgar sus derechos a esa sociedad oprimida, correr el riesgo de que hubiese sido electo un gobierno comunista.
Por ello y en referencia al optimismo de la Comisión ante la crisis existencial de la Unión, “Hay veces que las crisis son una oportunidad, y hay ocasiones en que las crisis son sólo crisis”(2), pues no nos hemos unido más, sino que ciertos países prefieren replegarse.
El auge de las fuerzas de ultraderecha(3)
(3)Hungría, Polonia, Dinamarca, Austria, Italia, Alemania, Francia, Suecia, Finlandia son unos cuantos países en los que la ultraderecha tiene una presencia destacable, en algunos más que en otros. Todos los partidos de esta tendencia tienen un gran componente racista, el cual no esconden, que se ha evidenciado con la crisis de los refugiados al defender la idea de que no debíamos acogerlos en Europa. Y esta crisis va más allá, pues se ha convertido en el ejemplo perfecto para defender sus ideas nacionalistas y xenófobas al conseguir que la población asocie refugiado con terrorista islámico. En consecuencia, no constituyen para la UE un peligro sólo por contradecir muchos valores que esta defiende, ya que esto sólo quedaría en un plano moral, sino también por ser euroescépticos y defender la salida de sus respectivos países de la UE por tener un importante elemento proteccionista. Su triunfo puede estar relacionado con una larga tradición xenófoba del país en cuestión, como es el caso de Austria con Kurt Waldheim y con Sebastian Kurz en la actualidad, o con motivos puramente económicos.
Estos partidos han hecho un movimiento inteligente al dirigirse a las principales preocupaciones del grueso de la población, es decir, a las de la clase media y obrera que están directamente relacionadas con su economía. Dichas clases han sido testigos de la llegada de inmigrantes en Europa en su momento de mayor expansión económica, y, en momentos de bonanza, la llegada de nueva competencia laboral no preocupa tanto, aunque ya se estaba instalando el germen racista de ideas como que los extranjeros vienen a robar puestos de trabajos, a aprovecharse de los servicios públicos, de ser violadores, etc. Además, estas clases son las que han tenido contacto directo con los inmigrantes, y, teniendo en cuenta las diferencias culturales (que son mayores con los extranjeros musulmanes), de la convivencia nacen los roces.
El hecho de que, entre las clases obreras y la clase media, ya existiese ese germen racista ha permitido con facilidad a los partidos de ultraderecha encontrar un (falso) enemigo común en materia económica frente al que unir a la sociedad y culpar de los males: el inmigrante, una minoría desprotegida en Europa. Esto puede explicar el triunfo de la ultraderecha en países como Polonia, en el que la inmigración es menor que en otros países europeos, pero entre cuya población es muy importante el elemento cultural y la defensa de la tradición polaca. Ha sido tal el éxito del partido Ley y Justicia en Polonia en convertir al inmigrante en un enemigo común, que en 2017 la mayor preocupación de los polacos era sufrir un atentado terrorista cuando la población musulmana en Polonia era entonces sólo del 0.1%(4). A esto se le añaden sus promesas proteccionistas que atraen a gran parte de la sociedad. Prometen restringir la entrada de inmigrantes, atraer a empresas a quedarse en el país, bajar impuestos y, gran parte de ellos, abandonar la UE o cederle menos soberanía. Pero es un proyecto muy ambicioso, en un mundo tan globalizado, querer desligarse de una organización que en la actualidad, para la mayoría de países europeos, es su único camino hacia convertirse en un actor geopolítico, y, aún más, que en un mundo interdependiente triunfen relaciones bilaterales.
El auge de la ultraderecha también está relacionado con otros factores como que una parte considerables de sus votantes no tienen estudios superiores. También cabe destacar la relación que tiene su triunfo con la historia, pues en los países que tras la Segunda Guerra Mundial no sufrieron ninguna dictadura fascista como son Francia, Alemania o Austria, por ejemplo, la población no tiene tan presente ese periodo histórico y apoya a la ultraderecha más en comparación a países que vivieron dictaduras fascistas que se prolongaron hasta la década de 1970, como son España y Portugal, donde no hay ninguna fuerza de ultraderecha destacable. Esto se debe a que las nuevas generaciones en los primeros países mencionados están cada vez más desligadas de lo que implica el gobierno de un partido ultra.
El triunfo de la ultraderecha, en definitiva, depende de las características económicas, culturales, históricas de cada país, que no debemos dejar de lado, pues al comprender mejor el porqué de su triunfo, se puede operar mejor para, desde la UE, educar a la población en la tolerancia y evitar que períodos históricos se vuelvan a repetir.
Mantener a toda costa el proyecto europeo
Del análisis del apartado anterior, se puede desprender otra idea: los organismos de la Unión Europea quieren mantenerla a toda costa.
Tanto el gobierno de Polonia como el de Hungría han desafiado los valores de la Unión, así como los requisitos de adhesión. Este verano Polonia aprobó una legislación que sometía el poder judicial al ejecutivo, violando el Estado de derecho. Y, aun así, Polonia y Hungría siguen perteneciendo a la Unión. Esto evidencia que “Europa está en un aprieto: es difícil avanzar y da miedo retroceder”(5). En esta encrucijada, la opción de avanzar está descartada, así como la de retroceder, lo que implicaría expulsar a algunos países de la organización. Esto puede ser visto como un desperdicio de años de negociación y de capital invertidos, y de ahí puede nacer la reticencia de ciertos sectores de la UE a expulsar a aquellos países que no se identifican con la Unión. Aunque, realmente no es un desperdicio si se ha ayudado a mejorar el nivel de vida de las personas, o la cohesión con otros países de la Unión.
Pero, al permitir la permanencia en la UE de estos países, se les está permitiendo dinamitar el proyecto europeo desde dentro, como ya dijo Orban, primer ministro de Hungría: “Yo estoy dentro del club, pero no tengo problemas en decir que soy antieuropeo. Estoy dentro para romperlo todo”.
Así, la UE por no sacrificar el proyecto, no teniendo claro si es por motivos exclusivamente económicos o por verdaderamente creer en la Unión, deja de lado valores morales que ella misma defiende. Aparte de Polonia, otro ejemplo que puede ilustrar esta idea es el hecho de que la UE permitiese la presidencia de Kurz en Austria a cambio de que este asegurase no proponer una consultar parecida al Brexit a la población austríaca, y que, además, en julio de este año, ha asumido la presidencia de la UE con un gobierno de coalición de ultraderecha.
El origen económico y la incapacidad de crear la identidad europea
Las versiones más primitivas de la actual Unión Europea han tenido fines económicos: la Unión Europea de Pagos, Comunidad Europea del Carbón y del Acero, Comunidad Económica Europea o la firma de la Acta Única Europea para las bases del mercado único europeo y que se completaría con las cuatro libertades. Pero, hoy en día, los objetivos de la UE van más allá del plano económico y se introducen en el social. Sin embargo, parece que la Unión no ha podido desligarse de ese origen económico y ha sido incapaz de potenciar la identidad europea.
En 2017 “el 39% de la población no se sentía europea y casi la mitad (47%) no se consideraba en absoluto vinculada a la Unión”(6). Estos datos alertan de una situación peligrosa, pues la UE es una organización que precisa de la soberanía de los diferentes Estados para poder operar, pero, una población que no se sienta europea ni vinculada a la Unión no querrá ceder soberanía para que no interfiera en el gobierno de su país. Y, aun peor, podría sentir a la UE como una organización invasora. Así, esta población se sentirá más atraída a partidos euroescépticos, hoy en día, por la representación parlamentaria de la que gozan, de ultraderecha.
Es difícil crear una identidad común europea con una diversidad tan amplia de países que han evolucionado histórica y culturalmente de maneras diferentes y a velocidades diferentes. Pero también tiene que ver con los aspectos más demográficos de la población. Partiendo de la base de que la población está envejecida, está compuesta en su mayoría por personas que no han podido beneficiarse directamente o que no han conocido las medidas más sociales de la Unión, como por ejemplo es el programa Erasmus o el novedoso programa que la Comisión lanzó este año con el que ofertaba 15.000 billetes de tren gratis para jóvenes de 18 años y para viajar por Europa. Por ello, en el grueso de la sociedad domina la visión más utilitaria de la UE, y en su sentido más materialista. De este modo, países que no se identifican con los valores de la Unión, pero que permanecen en ella sólo, tienen motivaciones económicas, como Polonia, que, a principios de año amenazó con tomar “medidas para salir de la Unión Europea, si deja de recibir la financiación de la organización”(7). Otro ejemplo de este caso puede ser el Brexit. La mayor parte de los jóvenes británicos votaron por continuar en la Unión.
De igual modo es destacable el hecho de que la UE ha sido un proyecto pionero y es relativamente joven, por lo que somos los primeros en enfrentarnos a los problemas de una organización supraestatal, como es la creación de una identidad común a nivel continental. ¿Podría construirse una identidad común en todo el continente americano o asiático? También se ha de mencionar como factor que ha impedido que las personas se desliguen de la concepción económica de la Unión el desconocimiento que tienen del resto de políticas que pone en marcha la Unión, en relación con el medio ambiente, el transporte, cohesión social, agricultura, pesca, comunicaciones, etc. Esto se puede deber a que, tras la crisis, las personas se centran más en los aspectos económicos, lo que se ve potenciado por los medios de comunicación. De este modo, se perpetúa la visión de la UE como una simple organización económica, que desmerece su propósito más amplio basado también en políticas sociales.
A pesar de esto, la población europea se sigue identificando con los valores democráticos europeos(8), por lo que ya existe una base para la identidad común que se debe potenciar tanto desde la UE como de los gobiernos nacionales. Pero, de nuevo, nos enfrentamos a otro problema: la falta de un líder que crea firmemente en el proyecto europeo y que tenga una posición privilegiada desde la cual defenderlo. Macron ha perdido apoyos internos, Merkel también, aunque en menor medida, y Juncker acaba su legislatura el año que viene, en un contexto en el que el auge de la ultraderecha parece no tener freno.
La Unión Europea como actor geopolítico
Los grandes actores geopolíticos de hoy son EE.UU., China, Rusia y la India, que va camino de serlo. Exceptuando a EE.UU., el resto de actores mencionados han emergido como tales no hace mucho y no parecen importarles mucho los derechos humanos. De este modo, nos encontramos en un contexto geopolítico particular, en el que o eres cerebro del mundo o músculo de este.
Sin duda, hoy, los mejores instrumentos para medir el peso y realizar la comparación entre los países son económicos, pues, si nos fijamos en los actuales actores geopolíticos sus denominadores comunes son un gran peso económico o la posesión de recursos clave. Así, cada uno de los miembros de la UE, por separado, no se puede comparar a estos actores, pero, en conjunto, el PIB de la UE en 2017 fue mayor al de EE.UU., es uno de los tres mayores actores mundiales del comercio internacional(9), el gasto en políticas públicas de la Unión es el 50% del mundial a pesar de representar sólo el 6% de la población total, etc. Realmente tenemos una base económica para ser actor geopolítico. Entonces, lo que imposibilita ese desarrollo es que, a parte de las políticas económicas, en el plano internacional no presentamos una verdadera política de forma conjunta. En el resto de organizaciones la UE no tiene representación como tal, sino que los países con más peso de Europa tienen representación propia y de forma individual. Por ello, debemos hacer más hincapié en presentarnos al exterior de forma conjunta con una misma política de defensa (para poder responder a la administración de EEUU y aumentar nuestra participación en ella factura de la OTAN), una misma actuación sobre África, actualmente un escenario clave, y presentarnos en otras organizaciones mundiales como la UE y no de forma individual país por país. Pero para esto, sería necesario que los Estados cediesen más soberanía, a lo que en la actualidad la población no quiere acceder, pues sienten que en los órganos de la Unión participan personas que ellos no eligieron. Esto supone un problema que se ha de resolver cuanto antes, de no hacerlo, se evidenciará que “la Unión Europa se divide en dos clases de países, los que son pequeños y los que aún no saben que son pequeños”(10).
Conclusión
A mi juicio, el panorama actual de la Unión Europea no es esperanzador, no creo que se den las condiciones óptimas para su desarrollo. Sin embargo, sí que tengo esperanza en el futuro. Somos muchos los jóvenes que hemos nacido ya en la Unión Europea y que conocemos bien sus beneficios. Aún así, también cabe destacar que muchos jóvenes europeos han nacido en países donde la mayoría vota a partidos euroescépticos, por lo que es inevitable que algunos sigan esos pasos. Por ello, los años que transcurrirán desde hoy hasta que mi generación y las inmediatas posteriores formen el grueso de la población serán difíciles, pero si, finalmente, superamos estos retos actuales, construiremos una UE sólida y afianzada en las personas, una UE virtuosa.
Si tuviera que escoger una de las opciones que se presentan en el Libro blanco sobre el futuro de Europa, escogería el escenario de seguir igual o el de hacer menos de forma más eficiente, aunque de este último no me convence la pérdida de ciertos derechos que nos otorga la Unión. Así mismo, también establecería condiciones al primer escenario propuesto, pues estoy en desacuerdo que países como Polonia o Hungría, a los que las sanciones parecen no preocupar, sigan en la UE sin hacer cambios sustanciales en sus gobiernos. Serán tiempos complicados con el auge de la ultraderecha y para superarlos hará falta evidenciar lo necesaria que es la Unión para los países miembros. De este modo, espero que de la experiencia del Brexit, algo malo ya de por sí, se pueda sacar esa lección. Un escenario que especialmente me preocupa, y rechazo por la posibilidad de crear una Europa a dos velocidades, es el de que los países que deseen hacer más, hagan más, pues es muy tentador para otros países miembros, pero no siempre los que más quieren hacer son los que más pueden, como es el caso de España o Portugal.
Para poder garantizar la continuación de la UE se deben resolver ciertos problemas desde ya, como el de la creación de una identidad europea, pero el que más preferencia debe tener es el de la falta de liderazgo, al que me hubiese gustado dedicar un apartado entero. Necesitamos a alguien que crea tanto en la Unión como Juncker. Tanto como para saludar a Orban, un dictador encubierto, con un Hello dictator y una bofetada en una cumbre europea.
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1) “El racismo europeo” (24 de julio de 1990). El País.
2) Suanzes, Pablo R. (6 de marzo de 2016). “Las costuras de Europa”. El Mundo.
3) Conclusiones obtenidas de la lectura de varios artículos del blog de Xavier Cassals sobre la ultraderecha y el racismo.
4) Datos obtenidos del proyecto Nothing to fear but fear itself? de Demos (2017)
5) Tsoukalis, Loukas (2 de junio de 2016). “¿Qué Europa queremos?” El País.
6) Vara Ozores, Elvira (3 de abril de 2017). “La identidad europea, un reto para la Unión”. Blog Elcano.
7) “¿’Polexit’? Tusk considera probable que Polonia salga de la UE” (12 de enero de 2018). Sputnik News.
8) Dato obtenido de “La identidad europea, un reto para la Unión”
9) Datos obtenidos de la web oficial de la UE.
10) Hernández, Esteban (23 de septiembre de 2018). “Lo que hay detrás de la nueva extrema derecha”. El Confidencial.
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