El próximo domingo se celebran elecciones generales y a lo mejor las ganan los malos. Lo dijo Rajoy como una amenaza hace unos días. Y lo escribo yo en este artículo de vísperas electorales. Los malos son los míos. Nunca me gustaron los buenos. Nunca escribí una sola línea -ni en mis novelas ni en ningún sitio- en que me decantara por los buenos. La dictadura franquista señaló tan perfecta como cínicamente quiénes eran unos y quiénes eran otros. Los buenos eran ellos, los que ganaron la guerra y siguieron ganando la democracia porque aquí no hubo un cambio cultural que pusiera entre las cuerdas la ideología del franquismo. Los malos fueron quienes se quedaron en las afueras de la historia porque el relato oficial sólo hablaba de los de la victoria fascista y no de quienes habían sufrido la derrota republicana. La transición ahondó en esa división porque seguramente a nadie le gusta ser siempre el malo de la historia.
Los malos de Rajoy son mis buenos. Desde siempre. Por eso quiero que ganen el próximo domingo. Para romper de una vez la inmutable permanencia de lo de siempre en este país que se merece un tiempo diferente. Hace mucho que la política no me ilusiona. Ni siquiera en 1982 esa política que llamaban del cambio fue capaz de ilusionarme. Ya entonces -incluso antes- fui de quienes perdieron. Hace más de cuarenta años que se murió Franco y aún sigue dictando desde su residencia vergonzosamente faraónica quiénes han de ser para los suyos los buenos y los malos. Y Rajoy y el PP han venido cumpliendo a rajatabla esos dictados de ultratumba. Por eso amenazan claramente si los resultados electorales no favorecen opciones conservadoras. Se refiere, claro, a su propio partido y a Ciudadanos. Los viejos y los jóvenes de un mismo espectro ideológico. El original y la copia. También, con una desfachatez que asusta, convida al PSOE a sumarse a la banda de los buenos. Y a ese convite se avienen felizmente los barones socialistas y Susana Díaz. Esos barones y Susana Díaz quieren perder las elecciones, quedar los terceros para esa misma noche del día 26 destituir a Pedro Sánchez y sustituirlo en una operación exprés por la mandataria andaluza. Y con la excusa de iniciar en ese instante la renovación interna, dejar las manos libres a Rajoy para ser presidente, formar un gobierno de los tiempos remotos y dejar contentos a Felipe González y a quienes lo amparan interna y externamente sin reticencias de ninguna clase.
Ojalá el PSOE de Sánchez no haga caso y, quede en el lugar que quede, se sume al bando de los malos con el protagonismo que el resultado electoral le conceda. Por lo visto es difícil que lo haga. Igual que pasó después del 20-D, no lo van a dejar en su propio partido. Lo acaba de decir bien claro Rodríguez Ibarra -expresidente socialista de Extremadura- con ese lenguaje bucanero y fanfarrón que le caracteriza: el PSOE no pactará con “el Coletas” ni con los comunistas “en toda la vida”. Si eso no es una amenaza en toda regla a Pedro Sánchez, ¿qué es? Es más, desde las alturas socialistas están extendiendo entre sus bases (¡qué buenas bases si tuvieran buenos señores!) que Podemos es lo peor de lo peor, mucho peor que el PP de Rajoy y sus políticas devastadoras. Y es que los que siguen mandando en el PSOE no se meten en la cabeza que su tiempo ha pasado, que ya no hay sólo dos partidos hegemónicos, que la democracia aumenta de tamaño si se van sumando gentes y partidos que pluralicen esa democracia. Pero no hay tu tía. Prefieren hundirse definitivamente antes que juntar sus esfuerzos con la izquierda para que este país intente de verdad que las cosas cambien, y si es posible que cambien a mejor de lo que han sido en los años desastrosos y abruptos de Rajoy y el Partido Popular.
Es una oportunidad que no se puede desperdiciar. No hablo sólo de ilusiones (allá cada cual con las suyas) sino de ver qué hay al otro lado de lo oscuro. Porque en eso han convertido la política quienes llevan viviendo de sus arcas la tira de años. Un paisaje de negrura total, corrupto hasta las cachas, sórdido como la espesa y sombría calidad de sus mentiras. Seguramente, si hay después del próximo domingo un gobierno de izquierdas, la derecha y sus medios políticos, mediáticos y económicos van a hacer lo imposible para taponar cualquier intento de cambio. Hay ejemplos de sobra para pensar eso. Miren nuestra Segunda República. Miren el Chile de Salvador Allende y la Unidad Popular. La derecha piensa que el poder le corresponde a ella por designio divino. Pero ahora mismo, el próximo domingo sin ir más lejos, la izquierda puede gobernar. Y no porque tenga ningún dios a su favor, sino porque tenga en las urnas la voluntad entusiasta -a la vez crítica- de los votos. Y sobre todo: las ganas de que en este país las cosas pueden ser mejores que antes. Ojalá que así sea. Ojalá.