Sobre la manifestación de la financiación
La manifestación sobre financiación fue, sencillamente, masiva, con decenas de miles de personas –tantas, que no cupieron en los informativos de TVE-. Con independencia del número de asistentes, es difícilmente comparable con ninguna otra en muchos años, sobre todo si recordamos que a la convocatoria de la sociedad civil se sumaron los partidos políticos –menos el PP-, pero nadie podrá decir que hubo trampa ni apoyo espurio del Consell.
Y, sin embargo, lo que la hace importante no es esa impresionante participación, sino algunas circunstancias especiales. Ante todo porque el sentimiento de necesidad, el atrevimiento de alzar la voz no se ha producido en un “momento de vacío”. A nadie se le escapa que la crisis catalana planea sobre la situación. Y también aislados, pero ruidosos, episodios de intentos fascistas de apropiación del espacio público. Sobre la manifestación de Valencia planeaba el temor a la tensión. No hubo lugar: la reivindicación de la financiación fue también la reivindicación de un pueblo valenciano maduro, pacífico, que rechaza la crispación, que no es satélite de otras situaciones. Estas decenas de miles de personas no permanecen cautivas de luchas muy antiguas: puede haber una identidad compartida sin necesidad de rasgar la convivencia peleando por símbolos, elevando a categorías sacras los signos particulares. Esta fue una manifestación con banderas -las justas, y sobre todo institucionales-, pero no fue una manifestación de banderas.
La manifestación fue un éxito porque, además de los que acudieron físicamente, la nómina de asociaciones, entidades o instituciones que la respaldaron es el mejor retrato de la sociedad valenciana que ha tomado conciencia de que es hora de pasar de los vapores de la queja deshilachada a la conciencia de la necesidad de vertebrarse en torno a esfuerzos compartidos. Por supuesto esto no es más que el inicio, un primer paso. Porque todavía hay diferencias apreciables, modorras perdurables y hábitos de espléndido aislamiento que perdurarán mucho tiempo. Esa relativa atomización del desencanto, ese repliegue al ensimismamiento, no deja de ser una curiosa y frustrante seña de identidad. Pero estamos aprendiendo a que no nos ponga nerviosos.
La unidad se fraguó frente a la financiación deficiente, esto es: la ausencia reiterada de ingresos suficientes, una deuda histórica insoportable -en términos económicos y de dignidad colectiva-, los abusos del FLA que nos concede como préstamo aquello a lo que tenemos derecho y que es necesario para el autogobierno y los déficits en las inversiones -que, además, crecen con las reiteradas inejecuciones presupuestarias-. Erigirse contra eso supone estar a favor de la Constitución y del Estatut. Pero, a partir de ahí: ¿todos los manifestantes esperan lo mismo?. Es de imaginar que no. Lo del único corazón que late al unísono puede servir para un mitin pero, precisamente, el número elevado de participantes y de entidades comprometidas hace imposible la hipótesis.
Tanto mejor, hay que afirmar inmediatamente. Porque esas discrepancias, que no son sino las opciones legítimas sobre cómo deberíamos gastar aquello a lo que, teniendo derecho, nos es negado por el centralismo, nos recuerdan que la democracia es consenso en las grandes ocasiones y disenso en lo cotidiano. Desde este punto de vista que el consenso -con la excepción del PP- se produzca en este tema significa que, seguramente, algunos enfatizarían la necesidad de mayor gasto en infraestructuras o en aportaciones diversas para una determinada manera de entender el desarrollo económico que, quizá, también incluya la reducción de impuestos. Para otros, sin embargo, mayor inversión es, ante todo, preservación y mejora del Estado social, incremento de la solidaridad y la igualdad. Pero lo importante es que esas divergencias no impiden el entendimiento, ni apreciar que estamos en un momento en el que hay unión sobre estas cosas o el hundimiento es igualmente peligroso para todo y todos: ni habrá crecimiento económico sin cohesión social y una vertebración que no puede abandonarse al clasicismo liberal, ni habrá suficiencia económica para mantener los mecanismos que aseguran derechos y prestaciones sociales sin garantías para su sostenibilidad y crecimiento en el empleo. Por eso la manifestación fue también el avance de posibles pactos de más largo alcance.
Esto es lo que no ha entendido el PP, cegado por la obediencia de unos líderes tan timoratos como faltos de imaginación a sus jefes madrileños. Dadas las circunstancias no pueden siquiera escudarse en una españolidad digna de mejores causas. No para castigar a 5 millones de españoles. El PP valenciano vive en la angustia permanente de la pérdida de votos, de los espacios residuales -pero no desdeñables- que aún conserva y que no es capaz de presentar como alternativas válidas del Gobierno del Botànic. Porque donde éste es capaz de favorecer diálogos, el PP se empecina en recordar su rigidez, su concepción jerárquica de la sociedad jerárquica. El PP valenciano habita un mundo en el que la única gratificación consiste en afirmar el principio de ordinalidad: fue el partido más votado. Es cierto, pero en unas condiciones de dopaje electoral que hace muy difícil que sea capaz de articular mayorías basadas en la admisión normal de la pluralidad. Eso es lo que se ha reflejado en su clamorosa ausencia de la manifestación: fue el más votado por lustros porque supo ser expresión institucional de una mayoría social. Eso es lo que ha perdido entre juicios, facturas extraviadas y abusos del lenguaje: una mayoría así, una vez que no se controla el presupuesto, no se recupera a base de despreciar a todos los potenciales adversarios. Y su ausencia fue eso: un agravio. La respuesta fue no echarle de menos. Aquí se lo recuerdo porque los que sí que fuimos sabemos que es importante que recuperen la cordura, que sean respetuosos con sus votantes y que, superando la rabia perdurable por la derrota, sean capaces de reabrir un periodo de diálogo y de humildad. Incluso les rogamos prudencia.
*Manuel Alcaraz, conseller de Transparencia, Responsabilidad Social, Participación y Cooperación