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Mujeres para no olvidar

Chus Villar

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Remedios mira con ternura cómo la pequeña, cuatro añitos recién cumplidos, juega con un muñeco improvisado con palos y trapos en la tierra del patio de la prisión. Siente una sana envidia por su madre, aunque nunca se lo dirá porque sabe que una cárcel no es sitio para criar a una niña, pero ella daría cualquier cosa por tener a alguien así a su lado, alguien a quien amar incondicionalmente, alguien por quien seguir luchando, alguien por quien continuar resistiendo los doce años sin libertad que le quedan, alguien para quien desear un futuro de esperanza. Pero Remedios nunca verá cómo crece una vida en su vientre. A Remedios Montero las palizas de los torturadores que la interrogaron cuando la detuvieron la dejaron seca por dentro. Aunque no sabe si es peor lo de sus otras compañeras: a ellas las dejaron parir para luego arrebatarles a sus criaturas, que fueron dadas en adopciones ilegales y a las que nunca más volvieron a ver.

Este no es el argumento de una novela, es una historia real que ocurrió en Valencia al acabar la Guerra Civil. Es el escalofriante relato de la encarcelación, tortura y asesinato de presas políticas valencianas por el delito de pertenecer a partidos o sindicatos que apoyaron el régimen democrático de la Segunda República. Como la de Rosa Estruch, a quien el régimen tuvo la gentileza de bajarle la pena de 15 a 12 años de prisión atenuada, por haberla dejado inmovilizada de por vida a causa de las torturas. Como el de Águeda Campos Barrachina y María Pérez Lacruz, condenadas a muerte y fusiladas. O como Josefina Cervera de los Ángeles, que, como tantas otras presas, después de cumplir condena, eran procesadas de nuevo por el Tribunal de Responsabilidades Políticas que establecía sanciones económicas tan fuertes que suponían la ruina de las familias.

Este no es el argumento de una novela, ni de un guión de cine ni de un documental, pero debería serlo, porque los crímenes franquistas se agravan aún más al ser olvidados. Crímenes contra la humanidad que nunca han sido investigados dentro de nuestras fronteras (sí en Argentina, donde la jueza se queja de las trabas que se le ponen desde aquí) y de los que no se habla en los libros de texto. Por eso hoy, 8 de marzo, Día de la Mujer, he querido colaborar con la memoria de uno de los episodios de nuestra más negra y reciente historia, la de las mujeres que en Valencia, como en el resto de España, sufrieron la doble represión, política y de género. Estas mujeres tuvieron que pasar también por procesos de reeducación del nacionalcatolicismo, en los que se las pretendía convencer de que su sitio estaba haciendo tareas del hogar y en las que se les obligaba a practicar la religión o, se las rapaba, incomunicaba, trasladaba y desterraba, si se negaban a hacerlo.

Muy poco a poco, vamos conociendo la historia de nuestro horror. Este domingo, Salvados, para mí el mejor programa informativo de nuestro panorama televisivo, nos descubría la realidad de los esclavos del franquismo, esa mano de obra forzada que utilizó el régimen con la connivencia de las más importantes empresas del país que aún guardan silencio. Va habiendo algunos documentales (como el Goya Maestras de la República, de FETE-UGT), algunas películas, algunas novelas, algunos trabajos académicos, como el de Ana Aguado Higón y Vicenta Verdugo Martí, del que he extraído las historias que cuento al principio: “La represión franquista sobre las republicanas en Valencia. Una aproximación desde el estudio de las fuentes penitenciarias y de los expedientes de responsabilidades políticas”, dentro de libro La prisión y las instituciones punitivas en la investigación histórica, coordinado por Pedro Oliver Olmo y Jesús Carlos Urda Lozano y publicado por la Universidad de Castila La Mancha en 2014.

Incansables también los miembros de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), que luchan por la aplicación de una Ley que, como tantas otras, y sobre todo, bajo el signo del actual gobierno, se ha quedado en poco más que papel mojado. Inasequibles al desaliento y al olvido los hijos y nietos de los desaparecidos o enterrados en fosas comunes tras su asesinato. Ambos, la ARMH y la hija de Timoteo Medieta, la casi nonagenaria Ascensión, han conseguido que en Guadalajara se lleve a cabo la primera exhumación (eso sí, bajo tutela internacional, para nuestra vergüenza) de un fusilado por el franquismo. Aquí, en Valencia, hace menos de un mes se han podido analizar los restos de ADN en una fosa común que han permitido identificar al represaliado Teófilo Alcorisa. Ha hecho falta un cambio de color político en el Ayuntamiento para poder escuchar un testimonio tan lógico pero tan poco común en nuestro país como el de la concejala Pilar Soriano: una sociedad madura democráticamente es la que es “capaz de mirar al pasado, asumir su historia, hacer autocrítica, e intentar reparar el dolor causado”.

Queda mucho por investigar, judicial y científicamente, y de momento, en el extranjero nos llevan ventaja. Ahora, a Argentina, se ha sumado México, donde Amnistía Internacional ha presentado una querella por la desaparición de un ferroviario en Medina del Campo en 1936. Paul Preston (no es casualidad que uno de los principales historiadores de este periodo sea también extranjero), en el prólogo de su obra El holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después afirma que difícilmente se sabrá el número total de víctimas del conflicto armado y el franquismo. “Una visión estadística del holocausto español no sólo falla por su base, es incompleta y difícilmente llegará a concluirse nunca.” Preston calcula unas 50.000 víctimas mortales causadas en la zona republicana y 130.000 las que perpetró el franquismo en la guerra y la posguerra.

No obstante, y como dice el gran hispanista, un número “no consigue plasmar el horror que hay detrás de las cifras”. Por eso, hoy he querido contar las historias de algunas mujeres que como tantos hombres y niños, fueron víctimas del horror y la sinrazón.

Quizás tú también puedas hacer algo para no contribuir al injusto olvido. Si pasas por la avenida Pérez Galdós de Valencia, detén tu camino un momento en el Convento de Santa Clara y piensa, o explica a tu acompañante, que tras esos muros, hasta hace sólo unas décadas, hubo una cárcel femenina, hubo un injusto encierro de mujeres y niños en condiciones indignas, de torturadas, de sometidas a lavados de cerebro, de condenadas a muerte, de despojadas de sus hijos por haber defendido la libertad, la igualdad y la democracia. Piensa, cuenta, que nadie ha pedido perdón, que nadie ha pagado por ello pero que mientras seguimos esperando justicia, les rendimos el homenaje de tenerlas en nuestro recuerdo.

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