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CV Opinión cintillo

Con la comida no se juega

15 de febrero de 2021 18:30 h

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Población y alimentos. La relación es mucho más compleja de como la definió Robert Malthus en su conocido Ensayo sobre el principio de la población del año 1798, donde se conectaba población y alimentos, asignándoles distintos crecimientos. La población aumentaba en progresión geométrica y los alimentos en progresión aritmética; cuando se daba un desequilibrio, la muerte o la emigración restablecían la estabilidad. Más tarde, la industrialización trajo consigo extraordinarias mejoras en las producciones agrícola y ganadera, que junto a los avances en la medicina dieron paso a la transición demográfica, la cual presionó a la baja mortalidad y natalidad restableciendo así un nuevo equilibrio.

A pesar de ello, Malthus se negaba a desaparecer. A finales del siglo XIX, el destacado científico William Crookes, en una conferencia en la British Association for the Advancement of Science, describió una situación típicamente maltusiana, en la cual la disponibilidad futura de tierra para el cultivo del trigo, los rendimientos del mismo y el previsible aumento de la población hacían augurar una crisis alimentaria sin precedentes para los años 30 del siglo XX. Pero esta apocalíptica profecía se evitó con la fabricación de los nitrogenados sintéticos de Haber y Bosch. Más tarde, Paul Ehrlich, en 1968, con su libro The Population Bomb y el matrimonio Meadows con The Limits to Growth, en 1972, nos obsequiaron con la idea de una población mundial desbordada, consumiendo vorazmente recursos (agotados o contaminados), que iba a provocar una crisis ecológica sin precedentes. Malthus reaparecía en escena acompañado de un coro ecologista. No hace falta decir que ninguno de estos pronósticos se ha cumplido.

La población no es sólo una cuestión numérica. Para entender mejor la relación entre población y alimentos debemos analizar su evolución, teniendo en cuenta otras variables sociales, económicas, políticas y culturales interrelacionadas. La humanidad no actúa como una ciega marabunta de hormigas que arrasa todo lo que encuentra a su paso. Los pueblos se organizan en sistemas económicos y políticos, siendo dominante, en la actualidad, el capitalismo. Su objetivo principal es la apropiación de los beneficios generados por la actividad económica. Al tiempo que crea en la población un desenfrenado deseo de consumir, manipulado por una propaganda eficaz y engañosa. Esta combinación de avaricia, explotación, manipulación e ignorancia es la que hace peligrar nuestro futuro en la Tierra y no el ciego crecimiento demográfico que puede ser convenientemente encauzado mediante medidas políticas.

Los hechos. En los últimos años, la población ha pasado de rural a urbana. En España, esta última alcanza el 80% del total; a lo que hay que añadir un territorio extenso que se ha vaciado y una conexión rota entre ciudadanos y agricultores. De estos, los urbanitas desconocemos habitualmente quiénes son, qué cultivan, y cómo lo hacen. No sabemos de su vida y sus problemas, excepto, cuando irritados, cortan las carreteras o entran en las ciudades con sus tractores, como lo hicieron en Berlín el domingo pasado. Tampoco registramos las perdidas de conocimiento sobre las agriculturas tradicionales, la destrucción de paisajes históricos y patrimonios culturales.

Una mayoría de la población simplemente cree que los alimentos “aparecen” en los estantes de los comercios. Muchas veces no saben lo que comen; la información nutricional impresa en los envases de nuestros alimentos preferidos comporta en ocasiones la barrera de una redacción hermética. La cantidad de textos etiquetados y traducidos de y a otras lenguas nos subraya el carácter global que ha adquirido el comercio de los alimentos. Si no podemos descifrar el texto, siempre podemos probar a estudiar idiomas.

Los intermediarios comerciales entre agricultores y consumidores, entre el campo y la ciudad, son mayoritariamente los supermercados y los centros comerciales. Han desaparecido los pequeños comercios de comestibles y renacido, afortunadamente, algunos mercados municipales. Las grandes superficies han liquidado el pequeño comercio con abusivas actuaciones económicas. ¿Cómo? Abaratando los productos. Disminuyendo los precios hasta colocarlos por debajo de los costes de producción. Esta acción afecta directamente a los agricultores, que observan primero con estupor y luego con rabia como se les proponen precios muy bajos por sus productos, para luego ofertarlos como señuelo en las grandes superficies. Después querremos que los agricultores nos cuiden el medio ambiente. Si se ven forzados a abandonar el campo, nuestro país interior se deteriorará, y lo mismo le ocurrirá a nuestro artificial medio ambiente costero. ¿O es que alguien puede creer que la erosión y la destrucción de recursos en el interior no afectará a la costa?

Algunas ideas que podemos poner en práctica con facilidad y ahora. Cocinar puede ser una buena actividad. Ya sé que no se puede hacer en todo momento, pero sí algunas veces, según cada cual. Apagado el omnipresente televisor, una persona puede centrarse visual, olfativa y palpablemente en los alimentos, observando cómo se transforman hasta convertirse en una comida apetecible. También se puede animar a la cocinera o el cocinero domésticos sirviendo copas de bebida, con la secreta intención de que permitan al espectador comer lo guisado.

Si uno no está llamado a las artes culinarias, siempre puede dedicarse a la compra. Es recomendable frecuentar un mercado municipal, donde se encuentra una gran variedad de productos. Allí todo es real: los carniceros/as , las pescaderas/os o los verduleros/as. También los alimentos expuestos con gran profusión de colores y olores. El mercado es un punto de reunión social, donde se habla de comida o cocina y se intercambian noticias personales junto a opiniones políticas, deportivas y meteorológicas; en el que quien compra y quien vende se personalizan y se reconocen. ¿Por qué prescindir de los placeres de comprar, cocinar y comer? Bien: espero que este último apartado anime y aleje, aunque sea un poco, los negros nubarrones malthusianos y globalizadores.

Muy recomendable la lectura del libro de Carolyn Steel Ciudades hambrientas. Didáctico, cuenta la historia de las ciudades y su relación con la comida. Despliega y relaciona una gran cantidad de conocimientos arquitectónicos, gastronómicos, culturales e incluso botánicos. La mayor parte del relato transcurre en Londres; imprescindible, pues, para cualquier curioso de la cultura inglesa.

El mercado de Algirós, cerca de donde vivo, es donde compro y donde además disfruto de la compañía amable de comerciantes y gente del vecindario. Cada vez que voy aprendo más de alimentos, cocina y humanidad. ¿Qué más se puede pedir?

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