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CV Opinión cintillo

España oficial y nación oficiosa

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“No deixes contra el dèbil que el fort abuse i riga,

ni que a ningú li falte lo quotidià aliment;

si algú puja dels altres dos dits només que siga,

no es dega al privilegi, sinó a son clar talent“

Josep Maria Puig i Torralva. ‘Lliris i cards’. València, 1899

Hay una España oficial. La que ayuda a triunfar si te apuntas a ella. Capital Madrid, donde residen el poder estatal, la Corona, los ministerios, la Moncloa, el parlamento. Sede de los principales organismos e instituciones, de las muy grandes empresas–las que cotizan en Bolsa y las demás–. Donde se multiplican las oportunidades, se cobran mejores sueldos y tienen sus despachos nacionales los partidos que, hasta ahora, rigen los destinos del país. Donde la cultura se escribe con K. Donde está todo lo que sale en Televisión Española. Lo demás no existe. A la que se adscriben cantantes, artistas, directores de cine, novelistas, escritores e intelectuales. Donde está la Dama de Elche y el Museo Sorolla. Donde van a parar los periodistas y la farándula que persiguen destacar y despegar en el estrellato. En el Congreso de los Diputados, los valencianos únicamente tienen una voz que no obedece a ningún partido político que decide desde Madrid: Joan Baldovi. Primus inter pares. Eco insuficiente.

España, capital Barcelona

La autonomía madrileña en la que reina Isabel Díaz Ayuso, de la mano pegona de Miguel Ángel Rodríguez y en la que el diario La Vanguardia tiene una ‘task force’ de cien empleados y un subdirector para controlar, cerca del poder central, los asuntos de Catalunya. En España hay un poder con dos cabezas: Madrid, Barcelona y un apéndice euskaldún en Bilbao. Barcelona, capital de Catalunya, cayó en desgracia en octubre de 2017, perdió lustre y tiene en jaque la supremacía cultural y económica. Más internacional y cosmopolita. Santiago Petschen, catedrático de Relaciones Internacionales, escribió un artículo sugerente en “El País” en 2017, que tituló: “España, capital Barcelona”. En el que se sugería un cambio radical de la Constitución a cargo de expertos independientes. Que fuera centrípeto, nunca centrífugo, para que los catalanes moderados pensaran que Catalunya– “al igual que sucede con el País Vasco--gana más dentro de España que fuera”. Y añado, para que la nación española entienda que sin Catalunya no es España. Para conseguir ese trasvase se preguntaba: “¿El Senado a Barcelona? Tal vez un federalismo a dos planos. Uno de modelo yugoslavo para la economía, con tres entidades geográficas. Y el otro de modelo suizo con diecisiete unidades, para todo lo demás”. La idea por audaz y pacificadora, cayó en saco roto. La confrontación es más rentable.

Ofensa

Nobleza la del saber. El País Valenciano ha recibido, con la docilidad que le caracteriza, la noticia de que la aspiración de reformar el sistema de financiación autonómica queda aparcada sine die. Fruto del primer pacto, de facto, entre el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez y el nuevo líder electo del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo– mascarones de proa del bipartidismo y la alternancia en el poder–. La consecuencia para los valencianos es el estrepitoso fracaso, de políticos y mandamases económicos domésticos, en la estrategia conjunta de forzar, con el peso de la razón, a quienes gobiernan, para que apliquen los principios de equidad al reparto de recursos del Estado entre los diferentes territorios de la España de las Autonomías. Esta decisión compartida entre la socialdemocracia oficial y la derecha de siempre posterga a los valencianos y los condena al déficit permanente para alcanzar la media española en el nivel de sanidad, educación, servicios e infraestructuras. Los pilares de la subsistencia y el desarrollo económico y social de un país.

Ave incompleto

La segunda vergüenza colectiva de los valencianos se deriva de la celebración, a bombo y platillo, de los 30 años de tren de alta velocidad, desde que Felipe González tuvo la feliz idea de que era prioritario comunicar Madrid con Sevilla, su pueblo, con motivo de la Expo en 1992. El problema no es el trazado del tren de alta velocidad por la cordura y la rentabilidad. Cuando se muestra por Renfe el mapa de los recorridos de AVE en la España de 2022, la concepción radial y sensata de las conexiones en funcionamiento muestra la escandalosa ausencia de vía y servicio de AVE entre València, capital de la Comunitat Valenciana y Catalunya. De la interconexión entre el País Valenciano y la salida hacia Francia y el resto de Europa. En 1989, a regañadientes de la Generalitat que presidía Joan Lerma, se realizó un documentado estudio por expertos, financiado por la Cámara de Comercio de Valencia, presidida por José Enrique Silla, en el que se demostraba que, por rentabilidad y efecto multiplicador para la economía española, el primer tramo del tren de alta velocidad debía seguir el eje del litoral mediterráneo. En 2022 sigue sin completarse. Con idéntico criterio al que motivó al Banco Mundial a financiar la Autopista del Mediterráneo durante la dictadura franquista. No es casual que hitos industriales y económicos como las factorías de Ford, IBM, Seat y ahora la mega fábrica de baterías Volkswagen-Seat, acompañados de la tradicional oferta hortofrutícola, el potencial manufacturero y alimentario, los constantes flujos del turismo y el tráfico preferente Magreb- Europa, se sitúen de forma espontánea y habitual siguiendo el Arco Mediterráneo. A pesar del abandono y la irracionalidad de los gobiernos centrales, que siguen ignorando la España real en su perjuicio. No hay AVE València- Barcelona por razones políticas de la España oficial.

España oficiosa

Las reivindicaciones críticas y discrepantes desde siempre han alimentado el sentimiento victimista y provocado conocidas represalias de la España oficial. A los valencianos les produce vergüenza ajena cuando contemplan la ineficacia y la inutilidad de las instituciones políticas, legislativas y ejecutivas, de la Generalitat. Reclamar que la reforma de la financiación autonómica es una cuestión de Estado, no contribuye a reforzar la confianza y la adhesión de los ciudadanos a unos partidos políticos seguidistas. Que no encuentran el método para convencer a los gobiernos centrales de que, atendiendo a las necesidades del País Valenciano para garantizar su crecimiento y su futuro, contribuyen a blindar el desarrollo de la nación española. No se trata de defender caprichos y ventajas particularistas –nada nacionalistas– sino de evitar errores ancestrales que han conducido a “la España vulnerable”. La que magistralmente describe el profesor Ignacio Sánchez-Cuenca en sus artículos, cuando habla “de las deficiencias en el funcionamiento del Estado que es necesario abordar sin hacernos trampas”.

Gobernar para todos

Hay lastres que se arrastran en el campo económico, en el comportamiento político de descalificar a cualquier precio, en la disfunción institucional o en el tratamiento de la prepotencia en carne viva que afecta a la vieja disensión territorial. No se trata sólo de mandar, sino sobre todo de gobernar. De gestionar y decidir para la mayoría. No solo para los “nuestros”, sino para el espectro más amplio de las gentes y los ciudadanos que trabajan, tributan y votan. Las huellas de malestar, indignación y en algunos casos que perviven, de sangre, indican que el Estado español, con sus alternancias y vaivenes, no logra cicatrizar las heridas y encauzar las aspiraciones de concordia. La economía, maestra, de menos a más, para alcanzar el éxito, mide su eficiencia por los resultados. Si los políticos, valencianos y españoles, tuvieran que defender sus sueldos y su continuidad, por el cumplimiento de objetivos y el balance entre haber y debe, merecerían un rotundo suspenso. La irrebatible invitación al despido. Es fácil hacer castillos en el aire con el porvenir de los gobernados, cuando éstos sólo pueden manifestar su voluntad cada cuatro años. Con una oferta partidista escasa y mediocre. Los políticos y los dirigentes empresariales deberían hacer examen de conciencia y acto de contrición, día a día, mes a mes. Replantearse su continuidad.

Inaplazable

Existe una España oficial y otra oficiosa. La España que se encierra en Madrid y vive del cuento. Dando la espalda al resto del país real y cierto. Entre las deficiencias del Estado español destaca su incapacidad para albergar en su seno la España auténtica. De ahí los descontentos y las tendencias centrífugas. El conseller valenciano de Hacienda, Vicent Soler, ha planteado la fórmula de consolación: mientras no se reforme la financiación autonómica para el País Valenciano, que se asigne un fondo especial para no tener que mendigar justicia. ¿La España oficial y prepotente, encabezada por PSOE y PP, accederá a la solicitud del correligionario de Pedro Sánchez? Ximo Puig y el Consell del Botànic están en horas bajas, junto con los partidos que lo sustentan. No se distraigan –gobierno y oposición– con posibles corruptelas de bajo perfil, para ocultar el drama y el menosprecio que agrede y ofende al pueblo valenciano. Concierne a todos.

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