Valencia de espaldas al mar
Cualquiera diría que el empeño numantino de la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, con su intención recurrente de asfaltar el Cabañal responde a un gran plan. Cómo sino, podría explicarse esa obsesión en arrasar el barrio y llevar Blasco Ibáñez a pie de playa, convertida en una avenida suntuosa de edificios acristalados y palmeras. Uno podría pensar que tras esa obsesión existe toda una estrategia para reconstruir y revitalizar la fachada litoral de una ciudad que nunca se ha preocupado demasiado por lo que suceda en su distrito marítimo.
Uno podría pensarlo. Y entonces los hechos lo pondrían rápidamente en su sitio. Porque la inquina con la que el Ayuntamiento vuelve recurrentemente sobre el tema no se corresponde en absoluto con su actuación en otros aspectos. El desarrollo de las zonas costeras de la ciudad parece obedecer, como tantos otros aspectos de la política municipal, a la improvisación y el capricho.
Desde la oposición se venía alertando al Ayuntamiento de la merma que sufrían algunas de las playas del sur de la ciudad. Una advertencia que en su momento fue tildada de alarmista y descalificada y que, sin embargo, ahora se revela como preocupante. La corporación municipal ha hecho oídos sordos a esta cuestión cuando, paradójicamente, el cuidado y el mantenimiento de las playas debería ser prioritario para una ciudad que, según dice su alcaldesa, quiere abrirse al mar.
Pero la arena no es la única nota discordante en esa estrategia de revitalización del Marítimo. La cifra de cruceros que hacen escala en la ciudad ha descendido en los meses previos a verano, convirtiendo Valencia en el puerto que más turistas de cruceros pierde. Rita Baberá ha afirmado en numerosas ocasiones la importancia que tiene este tráfico de viajeros para el puerto de la ciudad, sin embargo las acciones que el Ayuntamiento ha pretendido poner en marcha para lograr que las navieras se fijen en Valencia como destino, o son erróneas, o están mal planteadas porque la cifra de escalas no solo no crece si no que se reduce significativamente.
Eso, por supuesto, por no hablar del desolado aspecto que tiene la otrora flamante Marina Real. Una obra que en estos meses de verano se vuelve abiertamente hostil con su aspecto de autopista abandonada. Estoy seguro de que ninguno de los miembros de la corporación municipal ha tenido la ocurrencia de pasear hasta allí en una mañana de julio. Ellos, que suelen desplazarse al abrigo del coche oficial, no sufren los rigores del asfalto que cubre toda la zona por culpa del ruinoso circuito de Fórmula 1.
El Ayuntamiento ignora sistemáticamente cualquier crítica que contradiga la imagen de ese litoral idílico que ellos se han construido. Actúan a golpe de capricho y siguen imaginando un distrito marítimo poblado de obras faraónicas que están más pensadas para las fotos y los palcos que para las personas que deban transitar por ella. Y así lo único que obtenemos los ciudadanos es que pese a las inversiones, nuestro interés e incluso el de las visitas turísticas, sigamos viendo en una ciudad que, año tras año, continua existiendo de espaldas al mar.