Test de intolerancia alimentaria: ¿por qué no los cubre la Seguridad Social?
Mireya, socia y lectora de eldiario.es, nos escribe un correo preguntándonos por los test de tolerancia alimentaria, que asegura que actualmente están muy en boga y cuentan con una amplia difusión comercial en clínicas privadas, farmacias e incluso financiados por las compañías de seguros, pero no por la Seguridad Social.
Mireya se pregunta por qué, si su eficacia es supuestamente tan extendida, nuestro Servicio Nacional de Salud no los cubre e introduce una sombra de duda sobre ellos. “¿Son todos fiables y con respaldo científico? ¿Podéis decirnos que test están aprobados y son fiables y cuáles no? ¿Como la gente puede reconocerlos?”
Amplia difusión comercial
Tal como explica Mireya en su correo, los tests de intolerancia alimentaria encuentran actualmente una amplia difusión en farmacias, clínicas privadas o incluso compañías aseguradorasclínicas privadas, que los ofrecen como un incentivo a los nuevos clientes. Se trata de diversas pruebas que incidirían en diversos aspectos y análisis para determinar si somos o no intolerantes de una larga lista de alimentos y en qué proporción tenemos sensibilidad a ellos.
Los test más clásicos se basan en análisis de sangre en los que, en teoría, se mira el nivel de la proteína inmunoglobulina G (IgG) en plasma para determinar así una posible intolerancia a supuestos grupos de alimentos. Estos análisis, bajo nombres comerciales como Test A200, Novo by Immogenics, Test Fis, ImuPro300, Yorktest Food Intolerance o el más popular Test Alcat, se hacen en laboratorios a los que se envía una muestra de nuestra sangre. Otros como HemoCode o Food detective, permiten realizarnos nosotros mismos el test en casa.
Otros test de este tipo están más basados en medicinas tradicionales orientales o incluso en medicinas alternativas, y tienen nombres como 'biorresonancia' o 'kinesología'. Estos y los anteriores tienen licencia comercial y se nos pueden encontrar, como indicaba Mireya, como ofertas en aseguradoras de salud, o incluso vinculados a productos financieros. Incluso las clínicas los promocionan en plataformas como Grupon.
Por qué no los cubre la Seguridad Social
Una vez establecido que este tipo de pruebas existen comercialmente y se ofrecen a precios que oscilan entre los 50 euros y los 200 euros, a veces más, cabe explicar que la Seguridad Social no los cubre porque no cuentan con ninguna base científica ni fiabilidad alguna a la hora de determinar realmente si somos intolerantes a uno u otro alimento, según explica el nutricionista Julio Basulto en este enlace.
Este experto de referencia señala en dicha publicación que en realidad son muy pocas las personas que presentan intolerancias alimentarias reales -por debajo del 5% y más cercanas al 3% de la población-, aunque la percepción que tenemos es que se trata de un problema altamente extendido. Si se atiende, por otro lado, a que las tolerancias alimentarias realmente identificadas como tales son apenas una o dos, el número de supuestas incompatibilidades que nos dan los test comerciales en sus largos listados se queda en pura brujería.
Julio Basulto advierte contra este tipo de pruebas no contrastadas porque pueden llevar a quitar de una dieta normal y equilibrada determinados alimentos fundamentales, incidiendo en un desequilibro que puede afectar a la persona nutricional y psicológicamente. Avisa especialmente en el caso de padres que perciben problemas en sus hijos en edad de crecimiento.
En el mismo sentido abunda otro nutricionista de renombre, Juan Revenga, quien denuncia en esta publicación la preocupante normalización de este tipo de test y su aceptación como prueba de válidas conclusiones científicas, incluso en los casos en los que se analizan “energías misteriosas que circulan por los inexistentes meridianos que recorren nuestro cuerpo en base a la medicina tradicional china”.
No son los únicos expertos que advierten que este tipo de pruebas son una estafa. Instituciones y organizaciones como la British Society for Allergy and Clinical Immunology (BSACI), la Australasian Society of Clinical Immunology and Allergy (ASCIA) o la Societat Catalana d’Al·lèrgia i Immunologia Clínica entre muchas otras, desaconsejan vivamente estos test de intolerancia masivos.
Qué pruebas existen
En realidad las intolerancias alimentarias aceptadas por la medicina son muy pocas, y poniéndonos estrictos, solo una: la intolerancia a la lactosa, el azúcar de la leche. La misma se mide en un test de aliento que determina la existencia estomacal de hidrógeno gas producto de la fermentación bacteriana de este oligosacárido. Es una prueba que realizan los alergólogos, pero no se vende comercialmente.
La reacción autoinmune al gluten o celiaquía, más allá de mitos sobre las dietas sin gluten, puede ser considerado otro caso de intolerancia alimentaria, aunque en realidad es una enfermedad hereditaria de tipo autoinmune. Se determina con pruebas mucho más completas que un simple test de sangre -que también-, como son un estudio endoscópico y una biopsia.
Existen otras hipotéticas intolerancias alimentarias, o sensibilidades alérgicas, mucho más minoritarias y con menores efectos, como a los sulfitos -conservantes-, los taninos del vino, etc., que estén presentes en alimentos y que nos pueden causar dolores de cabeza y otros síntomas. Pero su determinación no se puede realizar nunca en un test de intolerancia masiva sino en pruebas empíricas llevadas a cabo por un especialista alergólogo, que determina una a una las posibles intolerancias.