En la contemporaneidad, donde una llamada sin previo aviso puede interpretarse como una agresión al espacio íntimo de un individuo, el contacto y la interacción con el prójimo se han convertido en trámites de suma incomodidad que hay que evitar a toda costa. Hoy, cualquier comunicación que pueda resolverse con un gesto, un monosílabo, un mensaje de texto o mediado directamente a través de una app o un ente de inteligencia artificial parece acercarnos más hacia la modernidad deshumanizada que se pretende, paradigma del progreso y también de nuestra destrucción definitiva como sociedad.
La desaparición de las llamadas relaciones secundarias –aquellas que no se basan en vínculos emocionales profundos, como las relaciones con amigos o familiares– se hace especialmente patente en nuevas prácticas como el teletrabajo, los estudios online o el comercio electrónico. En materia de vivienda, esta corriente de alienación también se palpa en los bloques plurifamiliares, donde las interacciones casuales entre vecinos son cada vez más escasas, incluso inexistentes.
Sombras en la escalera
Cualquiera que viva en una ciudad mínimamente cosmopolita puede reflexionar sobre cuánto conoce a sus vecinos para darse cuenta del creciente anonimato que se habrá ido imponiendo con el paso del tiempo. Pienso en la finca de mis padres, por ejemplo, y recuerdo que podían referirse a cualquiera de los muchos pisos del bloque por el nombre, el apellido y la profesión de cada uno de sus habitantes.
Por el contrario, actualmente, que vivo en un edificio decimonónico del centro de Barcelona donde solo hay cuatro apartamentos, –todos de alquiler–, no conozco el nombre de ninguno de mis vecinos, no sabría reconocerlos si me los cruzo por la calle y tampoco sé cuál es su nacionalidad.
En materia de vivienda, esta corriente de alienación también se palpa en los bloques plurifamiliares, donde las interacciones casuales entre vecinos son cada vez más escasas, incluso inexistentes
Cuando me mudé, en el piso inferior aún vivía el señor Ramón, de 97 años, que pagaba una renta antigua. A menudo se me caía ropa del tendedero y cuando le llamaba a la puerta para reclamarla me hacía pasar y hablábamos un rato. El señor Ramón murió y su lugar lo han ocupado expats itinerantes que pagan un dineral cada mes y que son sombras esquivas cuando transitan por la escalera y el vestíbulo. En alguna ocasión, cuando les he llamado a la puerta para que me recogieran alguna prenda que se me había escurrido por el patio, he tenido que oír como abrían después de media docena de vueltas de llave y se asomaban con apenas el rabillo del ojo y sin traspasar el umbral, mostrando su total incredulidad y estupefacción por el atrevimiento que supone que alguien se persone directamente en su espacio doméstico.
Sin embargo, estos vecinos reciben diariamente paquetes y comida a domicilio, exigiéndole a los repartidores que suban hasta su puerta pese a no tener ascensor ni tan siquiera un rellano suficientemente grande donde dejar la bicicleta.
El romanticismo comunitario de la corrala
Dentro del panorama especulador del sector inmobiliario, las zonas comunes y de encuentro entre vecinos se han ido reduciendo hasta la mínima expresión. Vestíbulos, patios, escaleras o rellanos se estrechan hasta el límite permitido por la normativa para no perder ni un milímetro cuadrado de vivienda que pueda generar plusvalía. Esta lógica estrictamente mercantilista aniquila los conocidos como espacios intermedios y semiprivados que son los que nos sirven de tránsito entre nuestro hogar y el espacio público.
La tradición arquitectónica mediterránea y peninsular ha incorporado históricamente estos espacios servidores que se encuentran a medio camino entre el exterior y el cobijo y que representan un añadido valiosísimo para un conjunto de viviendas modestas y con muy poca superficie útil. Se trata del caso paradigmático de la corrala, una construcción tradicional típica de varias zonas de España pero que se atribuye particularmente a la identidad arquitectónica de Madrid.
Dentro del panorama especulador del sector inmobiliario, las zonas comunes y de encuentro entre vecinos se han ido reduciendo hasta la mínima expresión. Vestíbulos, patios, escaleras o rellanos se estrechan hasta el límite permitido por la normativa para no perder ni un milímetro cuadrado de vivienda
El diseño de las corralas está relacionado con los antiguos corrales de comedias, espacios teatrales populares con un patio central rodeado de galerías. Se popularizaron entre los siglos XVII y XIX y sirvieron para acoger en la ciudad a las masas migratorias procedentes del campo con pocos recursos.
Las corralas o “casas de corredor”, eran edificios plurifamiliares con viviendas que por ley nunca superaban una superficie de 30 metros cuadrados y que se dividían en una cocina, un comedor y dos habitaciones. Hoy en día, estos minipisos no cumplirían ningún decreto de habitabilidad, ni por dimensiones ni por su escasa salubridad debido a las malas condiciones de ventilación, humedad e iluminación y por la fragilidad estructural de su esqueleto a base de pilares y vigas de madera. Pese a todas estas carencias, la corrala ha generado cierto romanticismo popular ya que se interpreta como un símbolo de vivienda comunitaria urbana. Sus galerías y patios sugieren un estilo de vida vecinal que invita a la convivencia cotidiana y que hace ostensible la idea de comunidad.
Las cooperativas de vivienda como máximo exponente
En el panorama residencial actual de nuestro país, ya sea por la influencia tradicional de las corralas o sencillamente porque se trata de un recurso habitual ampliamente utilizado a largo de la historia de la arquitectura, destacan ejemplos sobresalientes donde patios, galerías y pasillos exteriores compartidos enriquecen viviendas aparentemente simples, fomentando la interacción y el uso comunitario.
Este es uno de los valores principales de las nuevas cooperativas de vivienda, que ceden una parte significativa de la superficie útil de todo un edificio para alojar servicios y zonas comunes para todos los habitantes como por ejemplo una lavandería, una zona de juegos, una sala de reuniones, un cine, un comedor comunitario, etc.
Las cooperativas se fundamentan en una propuesta arquitectónica centrada en el concepto de compartir, y sus residentes parten desde un inicio de una idea común de habitar que va en esta misma línea. Sin embargo, existen también varios edificios plurifamiliares con espacios intermedios altamente destacables que no son cooperativos. Algunas promotoras públicas, de la mano de despachos de arquitectura punteros, están capitalizando todo el riesgo en el diseño de nuevas tipologías de vivienda que desafían las convenciones inmovilistas del mercado privado.
Vivienda pública, riesgo e innovación
Nos fijamos en el proyecto reciente de 31 Viviendas Sociales en Torre Baró, obra de los estudios Aldayjover Arquitectura y Paisaje y Burgos & Garrido arquitectos. En medio de un barrio obrero de Barcelona que linda con la sierra de Collserola, donde abunda la autoconstrucción y que se ha dado a conocer recientemente a través de la película de EL 47, el IMHAB (Institut Municipal d’Habitatge de Barcelona) ha construido una nueva promoción de viviendas de alquiler social con una propuesta de diseño radical que firma esta unión de despachos de Barcelona y Madrid.
Su edificio se distingue por la organización de todas las viviendas alrededor de un patio central que, por su proporción y regularidad, puede recordarnos a los patios de armas de las fortificaciones. Tras tres fachadas urbanas semejantes y continuas que dibujan la geometría de un cubo casi perfecto, AldayJover y Burgos & Garrido despliegan un mundo interior sorprendente con un patio abierto por arriba y por una de sus fachadas que se quiebra para permitir la entrada de luz de sur y de corriente de aire.
Algunas promotoras públicas, de la mano de despachos de arquitectura punteros, están capitalizando todo el riesgo en el diseño de nuevas tipologías de vivienda que desafían las convenciones inmovilistas del mercado privado
“Trabajar el acceso a las viviendas como si se tratara de una corrala nos permitió tener un solo núcleo de comunicación vertical y dar con la solución más compacta y eficiente a nivel de espacio, de fachadas y de instalaciones. Por otro lado, estos espacios exteriores que se generan, como el patio o los corredores, son muy interesantes por su comportamiento bioclimático en latitudes tan benignas como el nuestra. Además, tienen una vocación de espacios semipúblicos del que los vecinos se pueden adueñar espontáneamente”, comenta Jesús Arcos, arquitecto del equipo AldayJover.
La redacción y el desarrollo del proyecto se llevó a cabo durante los meses de la pandemia, justo cuando más se echaron de menos estos lugares complementarios. Con la obra terminada, Arcos ha vuelto para ver cómo se han colonizado las zonas comunes.
“Siempre nos imaginamos que estos balcones corridos tendrían tendederos de ropa, macetas con plantas, bicis, sillas con mesas donde se pudiera cenar en verano, y que al patio bajarían los niños a jugar. La realidad del edificio de Torre Baró ofrece hoy en día esta estampa de vivacidad y dinamismo muy similar a la que pretendíamos, lo cual es encomiable tratándose de viviendas de alquiler social. A diferencia de las cooperativas, aquí los vecinos no se eligen y, por lo tanto, estos espacios compartidos siempre implican un riesgo ya que puede ser que no funcionen como se esperaba”, señala Arcos.
Otro proyecto que cabe mencionar es el Edificio Caracol, fruto también de la colaboración de arquitectos de Barcelona y Madrid, y de la promotora pública del IMPSOL del Àrea Metropolitana de Barcelona. En este caso, Mariona Benedito, Martí Sanz y Estudio Herreros desarrollaron 72 viviendas de protección oficial en Sant Boi de Llobregat alrededor de dos grandes vacíos interiores custodiados por cuatro fachadas que se abren en sus caras más cortas formando una O y una H muy reconocibles.
Estos espacios exteriores que se generan, como el patio o los corredores, son muy interesantes por su comportamiento bioclimático en latitudes tan benignas como la nuestra. Además, tienen una vocación de espacios semipúblicos del que los vecinos se pueden adueñar espontáneamente
“El proyecto funciona como un calcetín al que se le ha dado la vuelta. Mientras que las fachadas exteriores siguen un ritmo regular y tienen una materialidad muy homogénea, el patio interior esconde un paisaje más pintoresco, con celosías, alicatados de cerámica, combinaciones de colores e infinidad de vistas en diagonal que conectan pisos a diferentes alturas”, relata Mariona Benedito. En lugar de tener cuatro accesos segregados a lo largo del edificio, cada uno con su ascensor, escaleras, vestíbulo y rellanos diminutos y sin luz natural, ubicaron dos núcleos simétricos en el centro y liberaron suficiente espacio interior para generar dos grandes patios.
“Conseguimos también suprimir durante la construcción los patios privados que tenían las viviendas en la planta baja. Gracias a eso, el edificio contiene dos plazas públicas que pueden servir de escenario para un partido de fútbol o una cena con toda la vecindad. Siempre que se organizan recorridos a viviendas con pasillos suspendidos es inevitable tener como referencia la imagen de las corralas. Queríamos evitar, no obstante, la composición un tanto hostil que tienen a veces estos corredores cuando se trata de vivienda protegida. Nos aseguramos que estos espacios interiores funcionaran bien climáticamente, contaran con luz natural y tuvieran una calidez material que no se alejara de la del interior de las viviendas”, concluye Benedito.
Por cierto, otro proyecto del IMPSOL, de los arquitectos Marta Peris y José Toral, ha ganado el Premio RIBA Internacional de la Royal Institute of British Architects, uno de los más prestigiosos en el ámbito de la arquitectura, con sus 85 viviendas sociales de madera en Cornellà de Llobregat. De nuevo, una propuesta magistral de edificio en forma de dónut con espacios intermedios fascinantes.